Inicio / Romance / REINA DE REYES. La historia de una villana / CAPÍTULO 6. Una mujer reemplazable
CAPÍTULO 6. Una mujer reemplazable

CAPÍTULO 6. Una mujer reemplazable

Mi corazón late tan rápido que estallará en cualquier momento, o simplemente se romperá de alguna forma. Siento como si se estuviera haciendo de arena, una que escurre poco a poco, como si pudiera desaparecer dentro de mí, dejando solo un hueco vacío.

Miro los papeles del divorcio frente a mí, y no sé qué estoy esperando exactamente. ¿Una respuesta que tenga sentido? ¿Qué alguien me despierte de la pesadilla?

Pero en lugar de eso solo veo una pluma lanzada frente a mí sobre los papeles del divorcio.

—¡Fírmalos! —grita Bonnie fuera de sí.

Levanto los ojos hasta él y solo veo una expresión en conflicto. Está rabioso y es conmigo, como si lo hubiera obligado a casarse o algo así.

—¿De verdad quieres esto, Devon? —pregunto con una voz apenas audible por encima del nudo en mi garganta. En este momento yo quiero el divorcio más que él, pero necesito escucharlo de su boca. Quiero que termine de hundir la maldit@ daga para desangrarme de una vez por la maldit@ herida—. ¡Dímelo!

—¡Sí, es lo que quiero! ¡Quiero el divorcio para poder casarme con otra mujer! —escupe con tono venenoso—. ¡Alguien que pueda ayudarme a avanzar mucho más, porque es evidente que tú ya no puedes!

Devon patea la pluma hacia mí, y se encoge de hombros como si solo estuviera cerrando un mal negocio del que por fin se va a librar.

—Tu utilidad para mí ya terminó, Regina. Ya no te necesito. He aprendido suficiente, y pronto cerraré el gran trato con uno de los tres mayores grupos de Wall Street —dice cruzándose de brazos como si cada palabra suya no fuera hiriente—. Después de eso, ya no tendré que preocuparme por nada. Me casaré con una mujer que me dé acceso a mejores círculos, mejores contactos, y yo… simplemente disfrutaré de la vida como multimillonario.

Lo miro con los ojos llenos de lágrimas pero no por él, sino por las tres criaturas inocentes que este animal sacrificó solo para poder “disfrutar su vida de multimillonario”

—¿Y para eso tuviste que matar a mis hijos?

—¡¿Y qué esperabas?! —sisea Bonnie—. ¿Que cargara con un mocoso tuyo para que luego trataras de desplumarlo por la pensión alimenticia? ¡No querida! ¡La única que se merece tener hijos de Devon es Anabella! Y por supuesto que mi hijo confía en mí para limpiar la mugre cuando es necesario.

“Mugre”. La palabra me revuelve el estómago porque eso es todo lo que soy para esta gente: mugre.

—¡Acaba de firmar los putos papeles, Regina! —escupe Devon agarrando mi mano violentamente y obligándome a sujetar la pluma—. ¡Firma para que podamos terminar esto de una vez por todas!

—¡Mi hijo merece algo mejor que una huérfana muerta de hambre! ¡Firma! —interviene Bonnie, incapaz de quedarse callada—. ¡Desaparécete de una vez para que mi hijo pueda estar con alguien que sí esté a su nivel!

Algo dentro de mí se rompe. Ya no siento tristeza, ni lástima, ni miedo. Solo una furia intensa que me calienta la sangre.

—¿"A su nivel"? —repito, mirándolos con desprecio—. Por supuesto que tienen el mismo nivel: el más bajo que existe. Porque es exactamente igual que la tipa que lo dejó: Son dos interesados, mentirosos y mezquinos. —Devon abre la boca para responder, pero no le doy la oportunidad—. ¿Sabes qué? ¡No quiero tener nada que ver con un hombre tan asqueroso como tú!

Agarro la pluma, soltándome bruscamente de su agarre, y firmo los papeles del divorcio sin dudar. Mis manos tiemblan, pero no dejo que ellos lo vean.

—¡Ahí está! —Lanzo los papeles hacia Bonnie, que los recoge con una sonrisa de triunfo.

—Muy sabia decisión, querida. Ahora lárgate de la casa de mi hijo… ¡y que no se te ocurra llevarte nada! ¡Todo esto es de mi hijo y mío! —escupe mientras se acerca, extendiendo una mano hacia mí—. Dame el anillo.

—¿Qué?

—¡El anillo de bodas, Regina! ¡Devuélvelo! ¡Cuesta una pequeña fortuna y tú no te lo mereces! —me grita y aunque no tengo intención de conservarlo ella me agarra de la mano y forcejea para sacármelo del dedo.

—¡Suéltame! —le grito porque me da asco hasta que me toque, pero en medio del forcejeo mi celular se sale de mi bolsillo y cae al suelo con un ruido seco.

Bonnie lo recoge antes de que yo pueda reaccionar y sus ojos se abren como platos cuando se da cuenta de que la grabadora esta activa.

—¿Qué es esto, estúpida Infeliz? —escandaliza, mirando la pantalla—. ¿Estabas grabándonos?

No respondo, pero mi silencio es suficiente para confirmarlo.

—¡Tú…! —grita, furiosa, antes de arrojar el celular contra la pared.

—¡No…! —grito desesperada, pero es demasiado tarde; el aparato se estrella en pedazos con las únicas pruebas de que estas dos personas asesinaron a mis hijos.

—¡Tú no tienes derecho a quedarte aquí ni un segundo más! —ruge Devon y un segundo después siento esa mano cerrarse sobre mi cabello.

Grito, pateo, siento un golpe en el costado y otra bofetada, no sé lo que tengo por delante pero sé que estoy tratando de deshacerme de Bonnie mientras Devon solo se queda mirándonos, sin hacer nada, como si de verdad esperara pacientemente a que su madre sacara la basura.

Bonnie abre la puerta y me empuja fuera del departamento. Intento resistirme, pero ella me empuja con tanta fuerza que casi pierdo el equilibrio. Escucho el portazo a mi espalda, pero ni siquiera me he dado la vuelta cuando un par de guardias de seguridad aparecen al final del pasillo, como si los hubieran llamado de antemano.

—¡Sáquenla del edificio! Este es un sitio de categoría, no para zorras pobretonas como ella —ordena, y los hombres obedecen sin dudar.

—¡Déjenme! —grito, forcejeando, pero es inútil.

Me arrastran fuera del edificio sin mi bolso, sin mi celular, sin dinero. Ni siquiera tengo un abrigo o las llaves de mi coche. El frío de la noche me golpea como una bofetada y me quedo ahí, paralizada por un largo rato hasta que miro a mi alrededor, tratando de orientarme.

Echo a andar… camino… camino… Mi primera idea es ir a casa de Verónica, pero estoy demasiado lejos. Además, no tengo cómo llamarla para que me ayude. Y Ruby vive al otro extremo de la ciudad… no llegaría…

Está empezando a nevar y yo siento que me muero. Las lágrimas se deslizan por mis mejillas, escociendo mientras se congelan. Todo me duele.

Después de lo que parece una eternidad, reconozco una esquina familiar. Es el restaurante donde estuve el día que todo empezó… cuando perdí a mi bebé.

—Por favor, Dios… —susurro, sintiendo que las fuerzas me abandonan y empujo las puertas, aterida, rezando para que esa persona a la que un día ayudé, pueda ayudarme ahora a mí.

Sigue leyendo en Buenovela
Escanea el código para descargar la APP

Capítulos relacionados

Último capítulo

Escanea el código para leer en la APP