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CAPÍTULO 5. El hombre de mis sueños

CAPÍTULO 5. El hombre de mis sueños

Mis piernas se sienten como gelatina, pero me obligo a mantenerme de pie. Cada palabra que escucho es como un golpe en el estómago.

Devon sabía…

Sabía lo que su madre estaba haciendo, y no hizo nada para detenerla…

Él sabía que estaba matando a mis hijos…

Él sabía…

Mi cerebro es un tornado de lógica, conexiones y dolor, piezas que encajan de una vez, destrozándome porque no hay nada peor que saber que el hombre a quien más amas en el mundo es responsable de la muerte de tus hijos.

Lágrimas silenciosas ruedan por mis mejillas mientras trato de respirar pero sé que no lo lograré. Duele tanto que quiero morirme. Duele tanto que solo quiero odiarlos a los dos. ¡Quiero que paguen! ¡Quiero que paguen por la muerte de mis hijos!

En un momento de absoluto odio lo recuerdo: “a veces las palabras son poderosas, señora Finnigan”. Con manos temblorosas saco mi teléfono, se me cae un par de veces pero consigo… de alguna forma consigo ponerlo a grabar audio…

Luego mi llave entra en la cerradura y abro la puerta. Mi cuerpo se mueve solo, como si tuviera una voluntad propia, empujado por la rabia, el dolor y la traición. Devon y Bonnie están ahí, todavía hablando, pero ambos se quedan en silencio al verme.

—¡Regina! ¡Qué bueno que estás bien…! —Devon corre hacia mí, pero el recibimiento que le doy es una bofetada sonora, sé que no tengo mucha fuerza, pero sí suficiente odio como para voltearle la cara y que me mire como si me hubiera vuelto loca.

—¡Tú sabías, maldito infeliz! —le grito sin poder contenerme y él pone las dos manos frente a mí a modo de barrera.

—Regina, cálmate…

—¡¿Que me calme?! —grito histérica—. ¡¿Después de descubrir que tu madre ha matado a mis hijos… y que tú lo sabías!? ¡¿Crees que puedo calmarme?!

Desde el otro lado del salón mi querida suegra por fin deja caer su máscara y pone los ojos en blanco con absoluto fastidio.

—Mira, Regina, no tienes que dramatizar. Ya lo sabes, felicidades. Devon no quería tener un hijo tuyo y punto, pero no te lo podía decir porque contigo todo es un drama absoluto. Así que si él no podía hacer nada al respecto, entonces lo hice yo.

—¿Un drama? —repito, incrédula y siento que los puños me cosquillean por golpearla a ella también—. ¡Has matado a mis hijos, Bonnie! ¡A tus propios nietos!

Por un momento su rostro se endurece y me mira con la arrogancia y el desprecio de las primeras veces.

—¡Esos no eran mis nietos! —dice con frialdad—. ¡Jamás podría tener nietos de una mujer miserable como tú! ¡¿De verdad creíste que iba a permitir que amarraras a mi hijo con unos mocosos tan miserables como su madre?! ¡Tu única utilidad es que sirves para los negocios, pero no te confundas, mi hijo te ha estado usando desde el primer día! ¡Nada más!

Siento que mi cuerpo tiembla de la cabeza a los pies, ¿cómo puede estar diciendo esto? Yo… yo le abrí mi corazón a esta mujer, la traté como si fuera mi madre.

—¡Basta, mamá! —Devon finalmente habla, pero sé que no será para defenderme—. No es momento de echar más leña al fuego.

—¡No me digas qué hacer, Devon! —le responde ella con evidente molestia—. ¡Si no fuera por mí, ella ya habría destruido todo lo que hemos construido juntos!

—¡¿"Hemos construido"?! —intervengo, riendo amargamente—. ¿Qué exactamente han construido, Bonnie?

De mi boca jamás han salido estas palabras, pero todo lo que esta familia tiene ahora es gracias a mí. Lo sé porque los Finnigan tenía el capital, no eran precisamente pobres, pero Devon jamás habría podido formar una empresa que pudiera competir en Wall Street por sí mismo. Cada decisión ejecutiva, cada movimiento, cada consejo, cada trato cerrado, todo ha venido de mí.

Bonnie sonríe con una expresión venenosa, cargada de desprecio.

—¿De verdad te crees tan importante, querida? Sí, tienes cerebro, lo admito. Pero eso es todo lo que eres: un cerebro. Una herramienta.

—¡Eso no es cierto! —grito, mirando a Devon—. ¿Es eso lo que piensas? ¿Por eso te casaste conmigo?

Lo veo apretar los dientes con una mueca y luego camina hacia mí, mirándome a los ojos, como si por fin hubiera decidido tirar su máscara también.

—Eres brillante, Regina. Siempre lo has sido. Pero, ¿de verdad pensabas que un hombre como yo podría enamorarse de una mujer que se cree superior a mí?

—¡Yo jamás me he creído…!

—¡Claro que sí! —dice con una dureza que jamás había visto en mi esposo—. Desde la universidad te creías superior a todos. La cerebrito. La mujer perfecta. ¿Sabes lo que es vivir a la sombra de alguien así?

—Devon…

—¡Siempre fue lo mismo contigo! Siempre sabías más, siempre eras mejor en todo. ¿De verdad crees que un hombre puede soportar eso para siempre?

—¿Soportar? —repito, incapaz de creer que este haya sido alguna vez el hombre de mis sueños—. Yo jamás te he menospreciado, Devon. ¡Yo te amaba! ¡Lo único que he hecho ha sido cumplir el papel que me diste para hacerte feliz!

Él escupe una risa amarga y llena de resentimiento.

—¿Y te parezco feliz? Cada maldito consejo que me das para la empresa es un recordatorio de que eres mejor que yo —sentencia—. Y lo peor es que estás taaaaan lejos de alcanzar mi estatus.

Mis ojos se llenan de lágrimas porque el dolor que me atraviesa es demasiado grande. Jamás podría haberme imaginado que Devon haría esto, que sería este monstruo que tengo enfrente.

—Una cosa es ser un envidioso de mierd@ —le digo con voz rota—. Pero otra muy distinta es ser un asesino, Devon. ¿Cómo pudiste estar de acuerdo con esto? ¿Cómo pudiste permitir que tu madre matara a nuestros hijos?

—¡Yo no…! —Devon comienza a hablar, pero Bonnie lo interrumpe.

—¡Oh, por favor! —dice acercándose un empujándome lejos de él—. Ya basta de este teatro. Tú siempre has sido un obstáculo necesario, Regina. Pero eso ya se acabó, y voy a hacer lo que tenga que hacer para proteger a mi hijo.

—¿Proteger? —miro a Bonnie, furiosa—. ¿De qué, Bonnie? ¿De mí?

—Sí —responde sin siquiera dudarlo y alcanza su bolso para sacar unos papeles que arroja al suelo a mis pies—. Ya no te necesitamos, ¡así que quiero que le firmes el divorcio a Devon ahora mismo! Ya es hora de que se busque una mujer que sí esté a su altura.

—¡¿Y esa sería quién?! —escupo furiosa porque no puedo creer que después de seis años esta mujer siga con su idea—. ¡¿Anabella?! ¡¿La que lo dejó tirado porque él tampoco era de su estatus, porque para ella él seguía siendo un muerto de hambre!?

Un instante, solo es un instante y no lo veo venir, pero la bofetada de Bonnie me manda al suelo.

—¡Cállate! ¡Anabella es la mujer perfecta para él! ¡Así que firma el maldito divorcio y lárgate de esta casa!

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