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CAPÍTULO 2: ECOS DE LA HUMILLACIÓN

Con esas palabras despectivas resonando en su mente, Deghar volvió a su sillón como si nada hubiera pasado. Tessa quedó paralizada por un momento. La humillación y el dolor la envolvieron como una sombra.

Dejó escapar una lágrima, y subió a su habitación. Cada gota que caía parecía llevarse un poco de su tristeza, pero el remordimiento la seguía acechando. En su armario, buscó un pequeño cofre que tenía bajo llave, y al abrirlo, el brillo del dinero que había ahorrado se tornó opaco ante su culpa. Ese dinero era para ir a las empresas Lambert.

Los Lambert eran titanes en la ciudad de Londres; personas tan poderosas que controlaban casi todos los aspectos de la vida allí. Eran los dueños de Inglaterra: hoteles majestuosos, clínicas de prestigio, bares llenos de vida, clubes exclusivos y colegios reconocidos, incluido el mismo lugar donde ella estudiaba. La idea de no poder formar parte de esa élite profesional la llenaba de desesperanza.

Mientras se duchaba, no podía escapar del pensamiento constante: «Quizás haciendo horas extras podría recuperar el dinero», se repetía. Sin embargo, la realidad era cruel; el tiempo se le escapaba entre los dedos como arena.

Al salir del baño, se colocó un vestido suelto color amarillo con flores. Los tenis blancos eran cómodos y prácticos. Agarró sus ahorros y miró la lista de la comida de la semana. Mientras caminaba por las calles vibrantes de Londres.

Tessa solo metió lo necesario en las bolsas y, con el corazón pesado, volvió a casa. Al cruzar la puerta, escuchó los gemidos que provenían del sofá. Era una escena habitual, una rutina que había aprendido a ignorar, pero que siempre le dejaba un nudo en el estómago.

Su mirada se detuvo en Deghar, quien la tenía en una posición incómoda y desagradable. El ambiente era asqueroso, impregnado de un olor que le revolvía el estómago.

Tessa dejó las cosas sobre la mesa y comenzó a lavar los platos, su mente divagando sobre qué preparar para la cena.

—¿Qué compraste? —preguntó su madre con un tono que no prometía nada bueno.

Sin apartar la vista del fregadero, Tessa respondió—: Lo necesario, no alcanzó todo mi dinero.

—¿Cómo que lo necesario? —la voz de Vilma comenzó a elevarse, llena de indignación.

—No alcanzó mi dinero. Gasté todo lo que tenía —replicó Tessa, sintiendo cómo la frustración empezaba a apoderarse de ella.

Vilma resopló con desdén y la miró como si fuera una carga—: Deja lo egoísta, Teressa. Sé que tienes más dinero.

El límite de Tessa se rompió. La miró con seriedad y firmeza—: Mamá, desde hace tres meses estoy comprando la comida. Ya no me queda dinero; si quieres, puedes revisar mi habitación y comprobarlo tú misma.

Vilma volteó los ojos y encendió un cigarro como si eso pudiera ahogar sus problemas—: Ya no importa.

Fue entonces cuando Deghar se acercó a ella, molesto; sin pensarlo dos veces le dio otra bofetada—: ¡¿Cómo te atreves a hablarle así a tu madre, perra?!

Tessa tocó su mejilla adolorida, aún caliente y ligeramente hinchada por el golpe anterior. Miró a Deghar con desprecio y lo confrontó con palabras afiladas—: ¿Usted qué ha hecho? ¿Ha comprado algo desde que llegó aquí? Lo único que ha hecho es comer, dormir y follarse a mi mamá. ¡Así que no opine!

La rabia burbujeaba dentro de ella; estaba cansada de ser la única responsable de mantenerlos.

Vilma estalló en gritos y, en un arranque de furia, golpeó a Tessa hasta tirarla al suelo. La joven levantó la mirada con dificultad mientras trataba de recuperar el aliento tras haber sido pateada en el estómago. Sus padres la miraban con desdén y odio; sus ojos reflejaban todo lo que sentían por ella: desagrado absoluto.

Sintiéndose débil y humillada, Tessa sintió cómo la sangre comenzaba a brotar de su nariz. Con esfuerzo sobrehumano, subió las escaleras hacia su habitación. Los moretones en su rostro eran testigos silenciosos de una batalla que ella nunca eligió pelear.

El llanto era su única forma de expresión, un grito ahogado que resonaba en su interior y que nadie más podía escuchar.

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El sol comenzaba a asomarse en el horizonte, tiñendo el cielo de un suave color naranja.

Al salir de casa, la gorra de su uniforme se ajustaba sobre su cabeza, ocultando parcialmente los moretones que aún marcaban su rostro. A pesar de haber hecho un esfuerzo por disimular las evidencias de su sufrimiento con maquillaje, sabía que aquellos que la conocían bien podían notar la diferencia.

Cuando llegó a la cafetería, el bullicio del lugar la envolvió como un abrazo cálido. El sonido de tazas chocando y risas resonantes creaban una sinfonía vibrante.

—Desayuno americano para la mesa siete —anunció Mónica, su compañera, con un tono animado.

—Enseguida —respondió Tessa, forzando una sonrisa.

Se movía ágilmente entre las mesas, como si cada paso fuera un baile ensayado. Al acercarse a la mesa siete, el joven, sumido en su trabajo con la computadora, parecía ajeno al bullicio que lo rodeaba. Al presentar el desayuno americano, su voz era suave pero firme, como un pequeño rayo de luz en medio de la rutina.

—Desayuno americano para usted, joven; café, zumos de frutas, huevos y tostadas con mermelada —dijo Tessa con una sonrisa cálida.

El joven, aún concentrado en su pantalla, levantó la vista apenas un momento para responder con cortesía.

—Gracias.

Sin embargo, cuando ella se dio la vuelta para marcharse, su voz lo detuvo. Había algo en su tono que hizo que la mirada de Tessa se volviera hacia él nuevamente.

—Señorita, disculpe, ¿puede traerme unas galletas con chispas de chocolate? Siento que esto no me llenará.

Fue en ese instante que sus ojos se encontraron por primera vez. La intensidad del momento hizo que el corazón del joven diera un salto. Aquellos ojos preciosos de Tessa tenían una profundidad que lo cautivó instantáneamente. Era como si hubiera mirado dentro de su alma y hubiera visto sus propias inseguridades reflejadas allí.

Tessa sonrió y asintió antes de marcharse. Mientras se alejaba, él no podía evitar pensar en cómo había logrado capturar su atención con tan solo un intercambio breve. Su mente divagaba entre pensamientos sobre su vida, el trabajo y las relaciones que había dejado atrás.

No pasó mucho tiempo antes de que Tessa regresara con un plato lleno de galletas recién horneadas. La fragancia dulce y reconfortante llenó el aire entre ellos. La bolsa con el logo de la cafetería añadía un toque especial; no solo traía las galletas solicitadas, sino también un gesto amable.

—Esto lo invita la casa, joven —dijo Tessa con una sonrisa radiante.

El joven quedó momentáneamente atónito ante el gesto desinteresado. Su corazón dio un vuelco al darse cuenta de que alguien estaba siendo amable sin esperar nada a cambio.

—Gracias... —logró articular mientras sus ojos seguían fijos en ella.

Tessa hizo una reverencia juguetona antes de volver a sus labores.

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Tessa entró a su casa sintiendo una mezcla de tranquilidad tras un día de trabajo que había sido normalmente agotador. Se dio una larga ducha, dejando que el agua tibia lavara la suciedad de la mañana.

Al salir lista para la universidad, esta vez había algo diferente; los molestos chicos que solían hacerle bullying no estaban presentes. Eso le dio un respiro y un poco más de confianza.

Al entrar al aula, el bullicio habitual había disminuido. Vio a Mónica sentada en su escritorio, absorta en su teléfono. Levantó la vista al sentir la presencia de Tessa y su rostro se iluminó con una sonrisa. Sin embargo, cuando notó la mejilla levemente hinchada de su amiga, esa alegría se desvaneció como un susurro en el viento.

—Tessa, ¿otra vez? —preguntó, la preocupación reflejada en su mirada.

Tessa, en cambio, se limitó a sentarse en su escritorio, evitando el contacto visual.

—Tessa, ¿hasta cuándo? ¡Apuesto que solo te pegaron por diversión como siempre lo hacen! —exclamó Mónica, sintiendo una mezcla de rabia e impotencia.

La respuesta de Tessa fue un susurro entre sombras: —Ya olvídalo, Mónica, no tiene caso.

Las palabras resonaron en el aire como un eco vacío. Mónica sintió cómo una punzada de nostalgia le atravesaba el pecho.

—Te ayudaré a buscar otro empleo para que compres un departamento y salgas de esa maldita casa —dijo Mónica con determinación.

Tessa suspiró con cansancio; el peso del mundo parecía estar sobre sus hombros. —Yo también quisiera eso —respondió con un tono melancólico que hizo que Mónica sintiera una punzada en el corazón.

—Desde hoy lo haremos. Dentro de unos días es la excursión a las empresas Lambert, ¡podemos tener una oportunidad! —exclamó Mónica, animando su voz con entusiasmo desbordante.

La atmósfera en la habitación se tornó densa cuando Tessa pronunció aquellas palabras que desataron una tormenta de emociones en Mónica.

—Hablando de eso... no iré —dijo Tessa, y su voz sonó como un eco de resignación, llenando el espacio con una nostalgia aplastante.

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