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CAPÍTULO 5: SUSURROS EN EL SILENCIO

Tessa había sido atendida, y mientras Lyam esperaba en el pasillo de la clínica, un aire tenso lo rodeaba. Las paredes estaban pintadas de un blanco impoluto, pero la luz fría del fluorescente parecía hacer que todo se sintiera estéril y distante. Los ecos de murmullos lejanos y el suave sonido de pasos resonaban en el pasillo, creando un ambiente que se sentía a la vez opresivo y solitario.

Al verla con la nariz vendada, su mirada se posó en su mejilla marcada, y su rostro sereno se tornó ceñudo. Había algo profundamente perturbador en esa fragilidad que Tessa emanaba; la forma en que sus ojos evitaban el contacto directo, como si temiera que cualquier mirada pudiera desnudara su dolor oculto.

Tessa entrelazó sus manos, sintiendo cómo la vergüenza la envolvía como una manta pesada. Con voz temblorosa dijo—: Agradezco su ayuda, señor Lambert.

Lyam asintió con indiferencia, pero había un destello de algo más en su mirada; una curiosidad oscura que no podía ocultar. Su voz fue como un hielo cortante cuando preguntó—: Tu mejilla, ¿por qué está así? —alzó su mano y la presionó ligeramente sobre el moretón, haciendo que ella se apartara instintivamente, ocultando el ardor palpable que sentía.

Era vergonzoso para Tessa revelar la verdad detrás de los moretones en su cuerpo. La lucha interna era desgastante; sabía que si los demás se enteraban del abuso del que era víctima, sería el centro de rumores crueles.

Lyam soltó un suspiro profundo y apartó su mano con un gesto casi brusco—: ¿Qué le sucedió ahí, señorita Rondón? —volvió a preguntar con una intensidad que hacía vibrar el aire entre ellos.

Tessa sintió un escalofrío recorrer su espalda al escuchar la pregunta de Lyam. La sorpresa se reflejó en su rostro y, por primera vez, sus ojos se encontraron con los de él. Había una mezcla de incredulidad y desconfianza en su mirada.

—¿Cómo sabe mi apellido? —preguntó, su voz apenas un susurro.

Lyam, sin embargo, evadió la cuestión. Su tono era frío y directo—: Te hice una pregunta.

La firmeza en su voz era innegable, pero había un matiz de curiosidad que no podía ocultar. Era claro que estaba observando cada pequeño gesto de Tessa, buscando la verdad detrás de sus palabras temblorosas.

Ella, sintiendo el peso de su mirada penetrante, tartamudeó—: No es nada... solo fue parte del golpe cuando caí.

Las palabras salieron de sus labios como una defensa instintiva; sabía que estaba mintiendo. Pero hablar sobre lo que realmente le sucedía era un abismo en el que no quería caer.

Lyam mantuvo su mirada fija en ella con seriedad. Notaba cómo la voz de Tessa temblaba. Sin embargo, decidió no insistir más—: Está bien —respondió con un tono que intentaba ser neutral.

En ese momento, el médico salió del consultorio y llamó a Lyam con un gesto. La atención del hombre se desvió hacia el médico por un instante, pero antes de alejarse por completo, volvió a mirar a Tessa con una intensidad casi palpable.

—Espérame aquí —le ordenó con frialdad mientras daba un paso hacia el médico. La forma en que pronunció aquellas palabras tenía un peso autoritario; no era solo una solicitud, sino una advertencia. Cuando él se detuvo en seco y la señaló con su dedo, las palabras resonaron en su mente como un eco amenazante—: Si te vas, estarás en serios problemas.

Lyam se acercó al médico con pasos firmes, su rostro estaba marcado con serenidad. Al llegar a su lado, lo miró directamente a los ojos y dijo con voz grave—: Señor Lambert.

El doctor se volvió hacia él, y su expresión se tornó sombría. La tensión en el aire era palpable. Con un leve asentimiento, Lyam continuó—: ¿Cómo salió?

El médico tomó un respiro profundo antes de responder—: Su nariz está bien, pero...—las palabras se le atascaban en la garganta. Su rostro reflejaba una mezcla de preocupación y conflicto interno. Sabía que lo que iba a decir podría cambiarlo todo, pero la súplica de Tessa resonaba en su mente.

—Pero, ¿qué? —la impaciencia de Lyam crecía.

El doctor dudó, sintiendo el tirón de su ética profesional que le decía que no podía revelar detalles sobre el estado de sus pacientes. Sin embargo, había algo en la mirada de Tessa que lo hizo cuestionar ese principio. La desesperación y la angustia de la joven eran evidentes; no podía ignorar la gravedad de la situación.

—Ella me pidió no decir nada —confesó finalmente, sintiendo cómo las palabras pesaban en sus labios—. Parece que algo le incomoda o algo muy grave le pasó como para que me rogara que no dijera nada...

Lyam sintió cómo su paciencia se desvanecía rápidamente. La angustia por Tessa lo consumía, y cada segundo contaba—: Ve al punto —dijo con firmeza, casi implorando por una respuesta clara.

El doctor sintió un nudo en el estómago al mirar a Lyam—: Hay señales de... maltrato doméstico. —murmuró finalmente, sus ojos reflejando una mezcla de compasión y preocupación—. No puedo entrar en detalles sin su permiso, pero creo que es fundamental que lo averigüe.

Los ojos de Lyam, que antes llenos de serenidad, ahora reflejaban una ira interminable. El doctor, consciente del peso de lo que iba a decir, tomó un respiro profundo antes de responder.

—En cuanto a su estado físico —comenzó el médico, su voz seria y profesional—, he observado varios moretones en su cuerpo. El más evidente es uno en su rostro; aunque el maquillaje lo disimula bastante, hay un moretón oscuro que abarca parte de su mejilla y la zona alrededor del ojo. Esto indica que ha sufrido un golpe reciente.

La imagen del moretón en el rostro de Tessa se grabó en su mente, y la rabia comenzó a burbujear dentro de él como un choque eléctrico.

El doctor continuó, notando el cambio en la expresión de Lyam—: También he notado marcas en sus brazos y algunas contusiones en su abdomen. Estos signos son preocupantes y sugieren que ha estado expuesta a un maltrato físico.

—¿Es la razón de por qué le pidió que no dijera nada? —preguntó Lyam.

El doctor bajó la mirada, comprendiendo la frustración que Lyam sentía—: A veces, las víctimas no hablan por miedo o vergüenza. El maltrato doméstico puede ser devastador no solo físicamente sino también emocionalmente.

Él asintió—: ¿Notaste algo más?

El doctor tomó un momento para organizar sus pensamientos, y con un tono suave pero serio, comenzó a explicar—: Cuando estaba examinando a la señorita Teressa, noté que su cuerpo estaba completamente rígido. Era como si cada músculo estuviera en tensión, como si estuviera preparándose para un golpe —dijo el médico, observando la expresión de preocupación en el rostro de Lyam—. En un momento, me empujó instintivamente. Fue una reacción visceral; el miedo se apoderó de ella.

El doctor hizo una pausa, buscando las palabras adecuadas para transmitir la gravedad de la situación. Sus ojos reflejaban compasión y profesionalismo al mismo tiempo.

—Vi terror en sus ojos —continuó—. No era solo un miedo pasajero; era profundo, arraigado.

Lyam salió del consultorio con la cabeza llena de preguntas. El pasillo del hospital era frío y estéril, con paredes blancas que reflejaban una luz brillante y artificial. La sensación de urgencia lo envolvía mientras sus pasos resonaban en el suelo de linóleo.

Al no ver a Tessa en el pasillo, frunció el ceño, con un impulso, se dirigió a la recepción del piso. Allí, su mirada se fijó en Tessa, que estaba frente a la máquina expendedora. La máquina estaba iluminada por una luz tenue, el sonido de los motores zumbando suavemente mientras giraba para entregar la bebida. Tessa parecía perdida en sus pensamientos, un gesto de tranquilidad contrastando con lo que acababa de suceder en la sala del médico.

Cuando finalmente recogió la lata y abrió el envase, el sonido del gas liberándose resonó como un pequeño estallido en la quietud del entorno. Al voltear, se encontró con los ojos intensos de Lyam que la observaban fijamente. En ese momento, la expresión de Tessa cambió; había una mezcla de sorpresa y algo más profundo que Lyam no podía descifrar.

—Vámonos —dijo él, ignorándola por completo mientras comenzaba a caminar dos pasos delante de ella.

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