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CAPÍTULO 4: CUERPOS EN CONFLICTO

El ambiente en el último piso era tenso pero electrizante. Las paredes estaban decoradas con obras de arte contemporáneo y el aire olía a éxito y ambición.

Felicia, que observaba desde una esquina, fruncía el ceño. La frustración burbujeaba dentro de ella mientras veía cómo Tessa se llevaba las miradas y los elogios por su conocimiento. En su mente, comenzó a tramar un plan que podría cambiar la dinámica del grupo y devolverle el protagonismo que sentía le pertenecía.

Con una sonrisa astuta curvando sus labios, Felicia se acercó sigilosamente a Tessa mientras Tomás seguía hablando sobre la importancia de la organización en el trabajo del CEO. En un movimiento rápido e inesperado, Felicia extendió su pie y lo colocó justo en el camino de Tessa, quien no tuvo tiempo para reaccionar.

El impacto fue inmediato. Tessa perdió el equilibrio y cayó hacia adelante, aterrizando justo al lado del escritorio de la asistente presidencial. Los documentos importantes que estaban organizados meticulosamente volaron por los aires como hojas secas arrastradas por el viento.

El estruendo resonó como un trueno en la oficina, interrumpiendo la rutina del día. El sonido del golpe fue tan fuerte que incluso el CEO, que se encontraba concentrado en un informe, alzó la vista sobresaltado. Un silencio momentáneo se apoderó de la sala antes de que las risas comenzaran a brotar de los labios de algunos compañeros.

La oficina se llenó de un silencio tenso tras la entrada del señor Lambert, cuya presencia imponente parecía absorber toda la energía del lugar. Mientras acomodaba los botones de su saco, sus ojos se posaron en el grupo que había estado riéndose y señalando a Tessa, quien estaba en el suelo, visiblemente afectada por la burla.

Frunció el ceño al percatarse de la escena. Con su voz grave resonando en la sala, preguntó—: ¿Qué sucede aquí?

La autoridad en su tono hizo que todos se congelaran. Las risas se apagaron al instante y las miradas se dirigieron hacia él, atónitas. Las chicas que antes se burlaban se sintieron atrapadas y comenzaron a retroceder, sonrojadas y nerviosas.

Tomás se puso rígido al ver que el señor Lambert estaba allí, un hombre conocido por su carácter firme y su poca tolerancia hacia el alboroto.

—Señor Lambert... —logró articular Tomás, sintiendo el peso de la situación.

La asistente presidencial, viendo una oportunidad para deshacerse de Tessa y desviar la atención hacia ella, levantó la voz con una actitud desafiante.

—¡Lyam! ¡Esta mujer gorda cayó encima de mi escritorio y volteó todo el papeleo! ¡Échala de la empresa!

Las palabras hirientes resonaron en la oficina como un eco doloroso. Tessa, aún en el suelo, sintió cómo el ardor de la vergüenza le subía por el rostro.

Mónica, con una mezcla de indignación y preocupación, observaba cómo sus compañeros se reían nerviosamente después de que el señor Lambert había intervenido. Aunque la rabia burbujeaba en su interior, se esforzó por mantener la compostura.

—No fue su culpa —dijo, dirigiendo una mirada fulminante a sus compañeros—. Ella se tropezó, o... hicieron que se cayera a propósito.

La tensión en la oficina era palpable. Mónica era conocida por su carácter fuerte y su disposición a defender lo que era correcto. Su mirada desafiante hizo que algunos de los más tímidos bajaran la cabeza, avergonzados por el papel que habían jugado en la situación.

Mientras tanto, el CEO observaba a Tessa con una mezcla de sorpresa y compasión. La imagen de ella sentada en el suelo, con lágrimas corriendo por sus mejillas y sangre manando de su nariz, lo hizo sentirse incómodo.

Sin pensarlo dos veces, se acercó a Tessa. Sus movimientos eran suaves y cuidadosos; no quería asustarla más. Cuando vio sus lentes rotos en el suelo, se agachó para recogerlos y, al hacerlo, sintió un nudo en el estómago al ver cómo ella intentaba limpiarse la sangre sin éxito.

—Lo siento —murmuró mientras tocaba ligeramente su nariz para examinarla—. ¿Estás bien?

El gesto de Lyam fue inesperado para muchos; no era común ver al CEO tan involucrado emocionalmente con una mujer. Su voz era baja y llena de sinceridad.

Tessa no respondió; simplemente continuó llorando en silencio, incapaz de encontrar las palabras para expresar lo que sentía. El dolor físico se mezclaba con la angustia emocional de haber sido objeto de burla frente a todos.

Lyam se inclinó un poco más cerca, asegurándose de no invadir su espacio personal. Su mirada era intensa pero suave; transmitía comprensión y apoyo.

—Vamos a limpiar eso —dijo con calma—. No te preocupes por lo que pasó hoy; aquí no toleraremos ese comportamiento.

La tensión en la sala era palpable. Tessa, aún con lágrimas en los ojos y el rostro pálido, se sentía atrapada entre la vergüenza y el dolor físico.

—¡Tomás, ya sabes qué hacer! —dijo Lyam con seriedad, dirigiéndose al joven que había estado esperando instrucciones.

Tomás, aunque nervioso ante la presencia del CEO, asintió rápidamente. Su voz temblorosa apenas pudo salir de su boca—: Sí señor.

Mientras tanto, dentro de la oficina, Lyam permanecía al lado de Tessa, concentrado en ella.

—Señor Lambert. —murmuró, avergonzada—, no es mi intención molestar... puedo ir sola al hospital. Creo que me rompí la nariz y el sangrado no se detiene.

Lyam se detuvo un momento para mirarla directamente a los ojos. Tomó nuevamente la mano de la mujer con firmeza y le dijo—: Está bien, vamos. —la determinación en su voz resonaba como un eco en el aire.

Ella, sorprendida y algo incómoda, respondió—: No, espere señor, puedo ir sola. —con un gesto decidido, retiró su mano.

La reacción de Lyam fue inmediata. La sorpresa se dibujó en su rostro; rara vez alguien se atrevía a negarle algo. Su mente se agolpó de pensamientos: ¿Una mujer negó su mano? O más interesante aún, ¿negó su compañía?

La intriga lo llevó a observarla detenidamente. Aunque era una mujer de figura robusta, al fijarse bien, notó que no era fea; había una fuerza en ella que lo desafiaba.

Sin pensarlo mucho, Lyam insistió—: No me importa lo que pienses, te voy a llevar yo mismo a mi clínica y punto. —su tono era firme y autoritario mientras la tomaba nuevamente de la mano, esta vez con más fuerza.

Ella intentó protestar—: Pero... —su voz temblaba un poco ante la intensidad de la mirada de él.

Lyam la miró con una expresión siniestra que hablaba más que mil palabras. Su mirada era un claro mensaje: no había lugar para la discusión. Ella, sintiendo esa presión y sin poder evitarlo, asintió con obediencia.

Al llegar a la planta baja, el ambiente se sentía tenso. El ascensor se abrió con un suave ding, revelando a sus compañeros en medio de una discusión. Erick, con el ceño fruncido y los brazos cruzados, estaba regañando a Felicia, quien parecía estar tratando de explicarse sin mucho éxito. La escena era un claro reflejo de la dinámica habitual entre ellos, pero la llegada de Lyam cambió rápidamente el tono.

Cuando entraron al área común, todos los ojos se volvieron hacia ellos. Lyam, imponente y seguro de sí mismo, tenía su mano entrelazada con la de Tessa. Su expresión era fría, casi despectiva hacia los estudiantes que los rodeaban. A su lado, Tessa se sentía pequeña y vulnerable; su figura no contrastaba con la presencia robusta de Lyam. Cada paso que él daba parecía ser tres veces más largo que el suyo, y eso solo acentuaba la sensación de que estaba siendo arrastrada en una corriente que no podía controlar.

Finalmente, llegaron al auto de Lyam. Él le abrió la puerta con un gesto autoritario y luego se subió al vehículo. Antes de que ella pudiera acomodarse, él la miró seriamente y le dijo—: Ponte el cinturón de seguridad, niña. —su tono estaba cargado de repugnancia y superioridad.

Esa palabra resonó en su mente como un eco burlón.

«Hombres ricos y arrogantes», pensó con desdén mientras se abrochaba el cinturón. La forma en que él la trataba le hacía sentir una mezcla de rabia y confusión.

El interior del auto era lujoso pero frío, reflejando la personalidad distante de Lyam. Mientras el motor rugía al encenderse, Tessa sintió que las tensiones entre ellos eran palpables. A medida que avanzaban por las calles, el silencio se hacía cada vez más pesado, lleno de preguntas sin respuesta y emociones reprimidas.

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