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Casi media hora después de cenar, como si todos fuéramos una pequeña familia feliz, Cynthia— que suele hacerle de canguro a Vera con bastante frecuencia—, llegó con cinco minutos de retraso. No negaré que me sentí traicionada cuando vino a saludarme con un efusivo abrazo y esa sonrisa suya tan natural, pero también me di cuenta de que no puedo culparla cuando tampoco ella debe saber cuál es la relación que me unía a Sam.

Ahora ninguna.

No puedo culparme más que a mí misma por haber caído en un juego que nunca podría ganar. Pero ya no me haré más reproches, simplemente he comprendido que Sam se acabó para mí, porque aunque tenga que renunciar a él y a todo lo que representa, pienso hacerlo con tal de que siga teniendo lo que tiene.

Supongo que en eso consiste amar y madurar, en saber cuándo has perdido y retirarte

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