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Me doy la vuelta y encaro de frente al intimidante edificio. No sé cuanta gente trabajará ahí, pero debe de ser una barbaridad.

Trago saliva con dificultad y me obligo a subir las escaleras, aunque mis piernas no dejan de temblar como si de flanes se trataran. «No seas cobarde, Becca» me reprendo a mí misma. Me mezclo entre el gentío hasta que llego a la recepción, que es realmente enorme, decorada con un toque sobrio en colores blancos y grises y paredes acristaladas que le dan una presencia seria y profesional.

Con pasos seguros me acerco al recepcionista, que en el mismo instante en que nuestras miradas se encuentran sé que no tardaré en encontrar el despacho de Sam.

Adopto mi mejor sonrisa y apoyo los codos sobre la superficie pulida. El chico, que debe tener aproximadamente mi edad, me mira, aunque su mirada no tarda en desviarse hacia mis labios para más tarde terminar en mi escote.

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