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Capítulo 4.

Cuando tenía ocho años, creía que todos necesitaban de la lluvia, al parecer estaba equivocada.

Ahora era temida por todos.

Ha pasado una década desde que todo sucedió y puedo asegurar que aún puedo escuchar los gritos de Lea cuando era tocada por la lluvia.

Mi madre desapareció tiempo después del suceso que había comenzado. Una tarde salió a su trabajo y no regreso, la buscamos por años, pero los militares aseguraron que pudo haber muerto a causa de la lluvia.

No encontramos su cuerpo, ni mucho menos restos, pero aún así no nos damos por vencidos de encontrarla o al menos mi familia.

Grisel, ha crecido. Es muy parecida a mamá con su cabello color oscuro, solo que es es más corto, lacio y fino; que perfectamente hace juego con sus ojos y una piel pálida como la mayoría de todos aquí.

No somos tocados por los rayos de sol, así que de ahí proviene nuestro color pálido.

Parecemos muertos, somos muertos.

Muerta.

El día que cambiaron la seguridad de Luviana, esta no volvió hacer la misma. Toques de queda, economía, recursos, leyes. Y si por alguna razón no cumplías, tu castigo era la lluvia.

La fuerza militar pudo obtener un castigo, tortura para todo ciudadano que no cumpliera.

Aprovecharon lo que la lluvia podía provocar, derrocaron al gobierno y obtuvieron su poder de lo que nos podía matar.

En medio de la plaza atado a un poste, exhibiendo el dolor y sufrimiento que podías sentir al ser tocado por lo mortal. A veces la fuerza militar no eran los culpables, si no la misma sociedad castigándose unos a otros, haciendo justicia por su propia mano, ocasionando que los militares solo observarán y disfrutarán de ello.

El gobierno es el segundo en decidir, se encargan de nuestra política y economía. Y por último, están los científicos los que intentan lograr un avance para nuestro bien. Creando artefactos, medicinas que nos permitan vivir como solíamos hacerlo.

Por suerte, con el tiempo lograron desarrollar fertilizantes para la tierra que no afectarán nuestra cosechas, impermeables y sombrillas que te permitían estar unos minutos bajo la lluvia. Claro que nunca volvería hacer lo mismo de antes, el sentir las gotas contra tu rostro; esa sensación se esfumó y por mucho que algo nos guste, nunca es para siempre.

Después de despertarme me dirijo hacia el baño, me meto a la ducha y dejo que el agua de la regadera pegue contra mi rostro, tal vez no sea la lluvia, pero la sensación es casi la misma.

O al menos así lo recuerdo.

¿Seré la única que extrañe esas pequeñas cosas?

Termino de bañarme, cepillo mis dientes y cojo mi ropa del pequeño mueble del baño.

Vaqueros, camisa de cuadros café, mi impermeable color verde militar y botas estilo minero, por último, tomo mis guantes grises sin dedos y cepillo mi cabello castaño, me observó por un momento en el espejo y puedo ver las pecas que rodean mi nariz y mejillas.

Dejo el cepillo aún lado y salgo del baño.

Bajo las escaleras, mi abuelo y  Grisel ya están sentados en la pequeña mesa del comedor.

— Ven hija, prepare el desayuno.

Me dirijo hacia la silla y veo el plato de avena con tostadas a un lado.

— Gracias abuelo, no te hubieras molestado, yo pude haberlo hecho.

— No es cierto, Brenna — dice mi hermana con un bocado.

Ignoro el comentario de Grisel, y solo nos quedamos así. Los tres sentados en la mesa escuchando el sonido de los cubiertos cuando chocan.

— Hoy se cumple otro año — dice mi abuelo con la mirada perdida en su plato.

Grisel deja de masticar dejando la cuchara a un lado.

No puedo decir que mi madre este viva, sin en cambio, perdí las esperanzas ya hace un tiempo.

— Mamá está en un lugar mejor, es lo que debemos pensar — digo observando a mi abuelo y a Grisel.

— ¡No! mamá sigue viva, solo no hemos buscado lo suficiente — Grisel golpea con los puños sobre la mesa y esta tiembla.

Mi abuelo la observa y pone su mano en su hombro.

— Hija tal vez tu mamá... — lo interrumpe.

— ¿Acaso creen que está muerta? ¡Cómo pueden decir eso de mamá! — chilla—¡De tu hija abuelo!

— Grisel, es hora de que te hagas la idea. Ya pasaron casi diez años — le recuerdo.

— No saben lo que dicen, me voy a la escuela — se levanta de la mesa, dirigiéndose por su mochila e impermeable para al final salir por la entrada principal.

¿En verdad ya me di por vencida?

— Brenna. — Mi abuelo me saca de mi pensamientos —. Grisel estará bien, tal vez en el fondo también perdió las esperanzas y solo tiene miedo de olvidarla.

Puede que sea cierto, Grisel solo tenía cinco años cuando mamá desapareció. Era demasiado pequeña y puede que ahora no tenga tantos recuerdos de ella y solo quiera recuperarla.

Sonrío débilmente hacia Reynald —: Todos tenemos miedo — le aseguro.

Y es verdad, lo tenemos.

Lo tengo.

No sabemos que pueda pasar, si mamá aparecerá o no, o sí esta lluvia dejara de ser mortal. No lo sabemos, lo único que nos queda es la esperanza y valentía.

Pero yo no tenía ni una, ni otra.

Me apresuro a terminar mi desayuno, más que nada para desaparecer los nudos que comienzan a formarse en mi garganta.

                                                            ❃❁❃❁❃❁❃

— Abuelo — lo remuevo en el sillón —. Tengo que salir, debo entregar un costal de yucas. No tardaré.

Mi abuelo dormita.

— No me gusta que salgas por ahí sola, odio poder no ser yo el que lo haga.

— Soy tu nieta mayor, yo debo ir, tú quédate aquí en casa y volveré lo más pronto posible.

Me inclino hacia el depositando un beso en su frente. Cojo el costal de yucas que se encuentra en una esquina de la cocina y salgo de casa.

                                                            ❃❁❃❁❃❁❃

La mayor parte de los alimentos los adquirimos por medio del trueque, algunas veces sí se paga el alimento, pero como ciudadanos de Luviana hacemos lo que más nos convenga.

Trueque.

Procuro salir sin hacer tanto ruido, del patio cojo una carreta vieja oxidada. Me guste o no, me es de gran ayuda para transportar el costal, aunque todo el camino vaya rechinando.

Ya en la acera, me dirijo a una de las más grandes mercerías, para poder hacer el trueque, sigo empujando la carretilla hasta que me detengo a mirar el cielo, podría jurar que no se ve de un color tan gris. Hay gente en las calles, aún no se acerca la lluvia. Pareciera que fuéramos ratones, solo salimos a hacer lo necesario y cuando se acerca el peligro corremos a refugiarnos.

Llego a la mercería y dejo la carreta en un lugar donde no estorbe, cargo el costal y me encamino con la dueña del negocio, Minerva Cooks, una mujer regordeta, con pelo rizado al grado de ser esponjoso.

— Buen día señora Cooks, le he traído las yucas — intento sonar cordial.

La señora Cooks me ve de arriba abajo desde el mostrador, me indica que ponga el costal sobre el, y de su delantal saca una pequeña navaja haciendo un corte en un costado.

Saca una de las yucas para observarla —: No las quiero, son muy pequeñas — abro los ojos.

Se que no son muy grandes, pero las tengo en buen estado debido a que las cosecho en mi propio huerto y les doy su debido cuidado.

No todos tienen las manos para cosechar, eso siempre dice mi abuelo

— Lo sé, pero mire — tomo una entre mi mano —, se encuentran en perfecto estado e incluso le traje más de lo que acordamos.

Tuerce los ojos y vuelve a decir.

— No haré el trato, así que sal de mi tienda.

— Pero, pero... — balbuceo.

— Anda, vete niña. No eres la primera ni la última que me ofrecerá yucas.

Tomo mi costal y retrocedo.

Salgo de la tienda incluso sin pedir disculpas por golpear a la persona que va entrando a la tienda.

— Buena suerte — digo para mis adentros.

Dejo el costal en la carreta.

¿Cómo es que puede haber gente tan grosera?

La razón por la que no conteste, es por qué mi abuelo me enseñó a no discutir con la gente, pero en serio tenía muchas ganas de aventarle el costal en la cabeza.

Resoplo por el enojo y deshago los puños de mis manos.

Fue una pérdida de tiempo haber venido hasta acá, me reprocho.

Sigo el camino que se encuentra dentro del bosque, pero a menos de la mitad ya me encuentro arrepintiéndome por la hierba y piedras que me dificultan empujar la carreta. Mis brazos comienzan a adormecerse.

Me siento cansada.

Me detengo un momento depositando la carreta a un lado, sin pensarlo, me dejo caer en la tierra reposando mi cabeza sobre un árbol.

Cierro los ojos.

Me siento tranquila estando rodeada de árboles, aunque no tengan el aspecto verde que deberían tener.

De cierta manera son tristes y melancólicos, recordándonos que alguna vez hubo vida. Aún así me transmiten paz, o tal vez solo estoy bastante enojada por lo que ocurrió y ya ni siquiera me importa la naturaleza muerta.

Empiezo a sentir los párpados pesados, y justo cuando estoy por cerrarlos la carreta se cae.

Rápidamente abro los ojos.

Cuando logro vislumbrar lo que tengo enfrente, lo veo. Un hombre parado tratando de llevarse mi costal.

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