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4.- Regalo de cumpleaños

Después de terminar con todas las botellas por preparar más orgasmos, me invade la tristeza y me dan ganas de llorar de nuevo.

—Ay no, Serenity, por favor no llores —Me consuela mi amiga, haciendo pucheros. 

—No puedo creer que estoy completamente sola, dediqué mi vida entera a mis hijos y a Tomás, y ahora ellos son felices y ni siquiera se acuerdan de mí —Logro decir entre lágrimas. 

—Si se acuerdan, te llamaron para felicitarte —asegura—. Pero los orgasmos te están nublando la mente. 

—Los extraño. 

—¿También al bufón?

—No, a él no. 

—Menos mal —resopla—. Además, todavía puedes rehacer tu vida, eres joven y hermosa —Intenta animarme.

—Conforme mis hijos crecían, me di cuenta que mi matrimonio iba de mal en peor, el distanciamiento cada vez se hacía más evidente entre nosotros, pero, ¿sabes qué? —Me quedo pensando unos segundos—. No lo culpo, yo estaba tan agotada, que cuando llegaba, lo único que quería era ver que llegó bien para irme a dormir, fueron tantas comidas en soledad que poco a poco perdí el entusiasmo de esperarlo. 

—¿De verdad no tenían sexo? —insiste. 

Suspiro y me dejo caer en el sillón.

—Lo teníamos, unos cuantos besos, la posición tradicional y era todo, aunque era en contadas ocasiones, ni siquiera puedo recordar la última vez.

—¿Y te sentías satisfecha?

—Algunas veces, pero no siempre fue así —explico—. La rutina, los hijos, el estrés, el cansancio, todo influía de alguna manera.

—Y tener una amante no es que ayudara mucho a la situación —agrega. 

—Pero todo estaba mal desde antes. 

—Te entiendo, pero conozco parejas que tienen muchos años casados y tienen excelente intimidad, siempre buscan tiempo para que no se pierda la pasión. 

—Claro, y como te dije, no puedo culpar de todo a Tomás, también fue culpa mía —recuerdo con pesar—. No hice nada para reavivar la pasión. 

—No hicieron —Me corrige—. Es un trabajo de pareja —Asiento y doy un sorbo a mi bebida—. ¿Lo sigues amando?

—No sé si lo llamaría amor, pero fueron muchos años de memorias y convivencia, es difícil decir que no siento nada por él —respondo—. ¿Tú sientes algo por tu ex? 

—En mi caso fue diferente, siempre justifiqué sus comportamientos machista pensando que me amaba —suspira—. Es verdad lo que dicen, cuando estás en una relación tóxica, no te das cuenta de nada, el amor o los intentos de que esa relación continúe, te ciegan completamente. 

Me acerco y la abrazo, ella también sufrió mucho con ese hombre, aunque por suerte lo ha superado por completo.

—¿Te hubiera gustado tener más hijos? —pregunta.

—Sí, lo hablé con Tomás, pero él no quería y con el tiempo dejé de insistir, incluso se hizo la vasectomía cuando los mellizos cumplieron diez años. 

—En mi caso, él quería y yo siempre tomé mis precauciones, no podría imaginarme a un pequeño con un padre como él, muy en el fondo sabía que no era un hogar sano —Da un sorbo a su bebida—. Por eso ahora disfruto de la vida, aprovechando cada momento, ya no estoy en edad de formar una familia. 

—Claro que todavía puedes, tienes treinta y ocho años, eres joven. 

—Los hombres de ahora solo buscan jóvenes, nadie se fijaría en mí para una relación estable.

—¿Te das cuenta que estás repitiendo las palabras que te decía tu ex? —La recrimino. 

—Tienes razón, intento animarte cuando yo misma no puedo hacerlo —bufa—. Pero mientras menos animo, seguiré utilizando colágeno para sentirme mejor —bromea—. Y tú deberías hacer lo mismo. 

—No puedo, créeme —declaro.

—Unos años antes, te hubiera dicho lo mismo, pero ahora quiero disfrutar mi vida el tiempo que pueda, llegará un momento en el que no pueda hacerlo y tendré que estabilizarme, pero mientras eso sucede, no voy a rechazar un buen polvo —explica—. Eso sí, con sus respectivos cuidados y sin mezclar los sentimientos. 

Muevo la cabeza sonriendo y me mira fijamente. 

—¿Qué pasa? —interrogo. 

—¿Dónde tienes tu computadora?

—En la oficina —señalo la puerta.

Se pone de pie, tambaleándose un poco y regresa con la computadora en la mano.

—¿Qué vas a hacer?

—Te voy a dar tu regalo de cumpleaños —responde, encendiéndola—. Hace unos días, uno de mis entrenadores me dijo que es de un pueblo llamado Miles City, que está en Montana.

—¿Y eso qué tiene que ver con mi regalo?

—Me comentó que la hija de un conocido, está alquilando una casa —explica—. Parece que su padre se la regaló, le dijo que podía hacer lo que quisiera con ella y decidió alquilarla para turistas.

—¿Por qué te contó eso?

—Le dije que quería salir de vacaciones y tener una experiencia diferente, parece que pensó que esa era una buena opción. 

—¡Ay noo! —exclamo—. ¿Me quieres mandar a un rancho? 

—Sí, para que te distraigas.

—Por favor, Lupita, yo le temo a todos los animales, ¿qué podría hacer yo ahí?

—¡Lo encontré! —anuncia, entusiasmada—. Y es muy económica, las fotos se ven muy bien —señala la pantalla y me acerco a ver.

La casa es pequeña y muy pintoresca, tiene todo lo necesario: cocina, comedor, cama y recibidor con dos sillones. 

Hay algunas fotografías del rancho y no puedo negar que se ve muy bonito.

—Pero hay vacas —digo, señalando una foto.

—Pues claro, es un rancho ¿qué querías que hubiera? ¿Elefantes?

—Me gustan los elefantes.

Saca su tarjeta, pone la información, abre otras páginas y después de varios minutos, aplaude emocionada.

—Ya está, te vas pasado mañana —Me informa—. Ellos tienen una avioneta en la que te recogerán en Billings, Montana.

—¿Compraste los boletos del avión? 

—Por supuesto, mi regalo es completo —declara orgullosa.

—¿Cuántos días alquilaste la casa? 

—¿Días?

—Sí, días o semanas.

—Tres meses —responde y casi me atraganto con mi propia saliva—. Hay internet, puedes seguir trabajando desde tu computadora —asegura, como si ese fuera el único problema en el que estoy pensando. 

—¿Y mis hijos? 

—Pues en caso de que te necesiten, pueden ir a verte o llamarte para que regreses.

—Estás loca —La regaño—. ¿Qué voy a hacer en un lugar desconocido tanto tiempo?

—Precisamente vas a conocer, así que deja de poner pretextos.

Con este “regalo” hasta lo ebria se me pasó. Ahora estoy preocupada por no saber a dónde me voy a meter, y definitivamente, me parece que es una pésima idea.

(…)

Abro los ojos y miro a mi alrededor, Lupita está profundamente dormida en uno de los sillones y a mi me duele todo. Me quedé dormida en una posición muy incómoda, ni siquiera puedo recordar a qué hora fue que nos quedamos dormidas. 

Me pongo de pie con cuidado y parece que todo me da vueltas, por lo que tengo que correr al baño. Después de dejar hasta el alma en la taza del baño, me cepillo los dientes y entro a la ducha. 

Al salir, me siento un poco mejor. Me visto, voy a la cocina a preparar una enorme jarra de café y empiezo a recoger todo el desorden que dejamos.

—Buenas —saluda Lupita, entrando a la cocina—. Dame café, me estoy muriendo.

—Ya no estamos en edad para tomar así —suspiro, entregándole la taza—. No quiero más orgasmos por una buena temporada. 

—Bebidos, yo tampoco —aclara y muevo la cabeza—. Prefiero de esos que te dejan con las piernas temblando, a estos que nos provocaron dolor de cabeza —bufa.

No puedo aguantar la risa y ella tampoco. 

—¿Quieres que te ayude a empacar? —pregunta. 

—¿Qué cosa?

—Te vas mañana a primera hora, ¿acaso olvidaste tu regalo?

—¿Es en serio?

—Por supuesto. 

—Lupita, ¿qué voy a hacer en un rancho? —cuestiono—. Le temo a todos los animales y a los bichos. 

—¿Vas a rechazar mi regalo? —pregunta, tratando de parecer indignada.

Paso mis manos por la cara buscando algún pretexto para justificarme.

—Ni lo pienses —Me señala—. Deja de buscar pretextos, te conozco mejor de lo que crees y por nada del mundo rechazarás mi regalo. 

Preparamos el desayuno, mientras conversamos de la ropa que podría llevar al rancho.

Al terminar, subimos a mi habitación para preparar la maleta. 

—Sigo pensando que no es buena idea —resoplo.

—Yo creo que te servirá mucho como distracción. 

—¿Ver vacas y caballos me va a distraer?

—Seguramente —afirma y saca un pijama de seda en color blanco del cajón de mi ropa interior. 

—No llevaré eso.

—Debe hacer calor, es mejor que uses pijama a que duermas desnuda —aconseja—. Además tendrás privacidad en la casa.  

—Tienes razón —murmuro. 

Asiente emocionada y sigue metiendo cosas en la maleta.

—¿Prométeme que al menos te quedarás dos semanas como prueba? —pide—. Sé que es exagerado haber alquilado la casa por tres meses, pero nada se pierde, además puedo ir a visitarte y pasamos un tiempo juntas allá.

—Esa sí me parece una buena idea —confirmo—. Está bien, te prometo quedarme al menos dos semanas.

Al revisar el clima en Miles City, decidimos poner algunos vestidos veraniegos, sandalias, jeans y blusas de manga corta, terminamos con el equipaje y nos dejamos caer en la cama. 

—Te voy a extrañar. 

—Si quieres no voy —propongo divertida y niega. 

—Desde que te divorciaste, te has dedicado a tus hijos, ahora ellos están con su padre y tú necesitas tiempo para ti. 

—Me hubieras regalado un viaje a Las Bahamas.

—¿Querías ver hombres semi desnudos? —rebate.

—Me parece que no estaría nada mal —bromeo—. Prefiero ver hombres medio desnudos, que ver vacas y caballos.

—No solo verás vacas y caballos, también toros, gallinas, conejos, becerros, borregos y…

—Mejor no sigas —La interrumpo con preocupación, haciéndola reír.

—El viaje a Las Bahamas, lo dejamos para ir juntas después y recrear la vista. 

—¿Entonces me mandas a un rancho para que no recree la vista?

—Algo así —responde. 

—Sigo pensando que eres mala —digo, haciendo un puchero—. Llamaré a mis hijos para avisarles. 

—Buena idea, para que dejes de discutir por mi regalo de cumpleaños. 

—Tal vez no quieran que vaya —La reto.

—Lo dudo, no te vas a escapar de viajar a Miles City, tan fácilmente. 

Tomo el teléfono y le marco a Eilani.

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