3.- Celebrando

—¡Feliz cumpleaños! —Me sorprende felicitándome mi mejor amiga, Lupita, con un enorme ramo de flores.

—Pensé que no vendrías —digo, abrazándola.

—Jamás te dejaría sola —asegura—. Ayúdame a bajar las cosas del coche.

—¿Qué cosas?

—Traje un pastel y algunas bebidas, tenemos que embriagarnos.

—¡Ay no! —exclamo, dejando el ramo de flores sobre la mesa—. Aún me duele el estómago de la última noche loca que tuvimos.

Suelta una enorme risotada y la acompaño a su coche.

Lupita y yo nos conocimos hace unos años en el gimnasio y ha sido un gran apoyo para mí en todo este tiempo, si no hubiese sido por ella, no me imagino como estaría en estos momentos.

—¿No me digas que estuviste llorando? —cuestiona y no puedo negarlo—. Tenemos que hacer algo antes de que te deprimas.

—No me voy a deprimir, solo me dio algo de nostalgia —confieso y me mira sin creerme.

—Esta bien, voy a fingir que te creo y que las otras veces que te he encontrado llorando, es porque tenías una basurita en los ojos —musita con sarcasmo.

—Mejor cuéntame qué estabas haciendo ayer cuando te llamé, te escuchabas agitada —La distraigo.

—Lo estaba, me di una escapada con uno de los entrenadores —murmura, mientras dejamos las cosas que trajo sobre la mesa.

—Pero si todos son muy jóvenes —La recrimino, moviendo la cabeza.

Pasa sus dedos alrededor de los ojos dando pequeños toques.

—Necesito colágeno, mi vida —bromea y no puedo evitar una carcajada.

Ella también es divorciada, tuvo una relación demasiado tóxica durante mucho tiempo. No tuvieron hijos y el ex quiso dejarla en la calle, pero al final, se dividió todo en partes iguales, ella se mudó aquí a Seattle y se asoció con el dueño de unos gimnasios muy reconocidos, lo que le ha permitido vivir muy bien.

—Yo no entiendo cómo tú puedes aguantar sin sexo —Me señala, arrugando la frente.

—Cuando nacieron mis hijos, todo eso disminuyó y conforme pasaban los años, dejó de ser una prioridad en nuestro matrimonio, así que no pienso en eso —explico, sacando unas copas para servirnos.

—Aprendí a hacer unas bebidas llamadas orgasmos —comenta moviendo las cejas con diversión—. Al menos podrás tenerlos de alguna manera —bromea.

—El sexo no es algo que me interese.

—Claro, si tu ex solo te buscaba una vez al año, ¿cuál era la gracia?

—Tuvimos buen sexo, al principio —Lo justifico.

—No lo dudo, pero eso es algo que tiene que continuar cultivándose, las caricias y la intimidad, son una parte fundamental para que exista esa conexión especial en la pareja.

—Lo sé, no entiendo qué nos pasó, ni siquiera recuerdo en qué momento perdimos esa complicidad de pareja que tanto me gustaba y no me refiero solo a lo sexual.

Toma una coctelera de la barra de vinos que tenemos o que tenía Tomás, pone hielo, baileys, amaretto, licor de café, crema de leche, demasiado vodka para mi gusto, lo agita y rellena las dos copas, colocando una cereza de adorno y un poco de canela.

—Aquí tienes tu orgasmo —Me entrega la copa y le doy un sorbo.

—No está nada mal.

—No —confirma, al darle un trago—. ¿Vinieron tus hijos?

—Están en Nueva York con su padre.

—Claro, que buena idea tuvo el bufón ese de llevárselos para el día de tu cumpleaños.

—No importa —respondo, encogiéndome de hombros—. Seguramente no hubieran venido, están muy ocupados con todo lo de la universidad.

—¿Por qué no te vas de viaje? —propone.

—¿A dónde?

—No lo sé —murmura—. Tal vez a un crucero, la playa, una cabaña en algún lugar lejano con un vecino calenturiento que te de varios orgasmos, que no sean bebidos —aclara y ambas nos reímos.

—No lo sé, pensaba ir a pasar una temporada con mi madre.

—¡Ay no! —Me interrumpe—. México es hermoso para que te distraigas, pero tú madre solo te estará recordando lo malo que fue perder al bufón de tu ex.

—Mi madre lo adora, todavía esta mañana que me habló para felicitarme, me preguntó por él.

—Me lo imagino, pero tu eres su hija, no él, además, te engañó y sigue con la fulana esa —gruñe—. No se puede recuperar a una persona que no quiere ser recuperada.

—Ni lo digas, ella cree que debí perdonar la infidelidad y que es mi culpa que no estemos juntos.

—Por eso las parejas de antes duraban muchos años, porque las mujeres perdonaban todo y más en nuestros países, a veces pienso que hay mujeres más machistas que los mismos hombres.

—Son otras culturas, otra educación —asevero.

—Lo sé, pero me alegro que no le hicieras caso a tu mamá.

—No podría estar con Tomás imaginando que nada pasó —suspiro y doy un sorbo a mi bebida.

—¿Cuánto llevas sin sexo? —insiste con el tema.

—Ya ni lo recuerdo.

—¿Tienes algún juguete?

—No, ¿cómo crees?

—Es más normal de lo que te imaginas —responde—. Aunque no se compara con sentir el calor de la otra persona, ayuda bastante.

—¡Deja de hablar de eso! —La regaño—. ¿Tan amargada me veo, que siempre me hablas de sexo?

—¡Ay amiga! —vocifera, exagerada—. Quisiera decir que no, pero no me gusta mentir.

—Eres mala —La recrimino y se carcajea.

—Necesitas retomar tu vida.

—Te recuerdo que después de que mis hijos se fueron, salimos.

—Saliste unas cuantas veces conmigo y siempre rechazabas a los hombres que se te acercaban.

—Lupita, uno de los “hombres” —hago el signo de comillas con los dedos—. Tenía veintiún años.

—¿Y eso qué?

—No podría, es demasiado.

—¿Y qué me dices de aquel moreno que nos invitó unos tragos?

—Quería llevarme al baño y ni siquiera sabía su nombre —bufo—. Lo siento, pero no estoy para esas cosas.

—Pero en la otra salida conociste a aquel abogado muy atractivo.

—Sí, pero cuando me invitó a cenar olvidó su cartera —resoplo—, y todavía quería ir a un hotel.

—Sin vergüenza, quería sexo y sin gastar —resopla.

—Además creo que era casado —murmuro.

—Ay noo, los casados son karma y no necesitamos más de eso —hace una señal de cruz con los dedos—. Aunque no lo creas, cuando me separé estaba igual que tú, a todos los hombres les ponía pretextos, pero poco a poco me di cuenta que no tiene nada de malo disfrutar.

—Lo sé, pero no es algo que me interese en este momento, además, estoy trabajando y eso me distrae. ¿Qué más quieres que haga?

—Que vuelvas a salir conmigo, que trates de divertirte y sobre todo, digas lo que digas, necesitas sexo.

—No me siento cómoda, me casé muy joven y todo mi mundo estaba aquí —señalo la casa—. No quiero que nadie vea mi cuerpo desnudo nuevamente.

—No digas tonterías, eres una mujer hermosa —Me toma de la mano presionándola—. Por ejemplo, en el gimnasio atraes las miradas de muchos hombres, créeme.

—Seguramente me miran pensando para qué voy al gimnasio si sigo gorda.

—¡Serenity Stewart! —exclama, alzando la voz—. Ya quisiera yo tener esas curvas. No soy envidiosa, pero Dios te dejó demasiados pechos y trasero, tal vez yo llegué tarde a la fila de la repartición y tú te me habías adelantado tomando mi parte —comenta divertida y suelto una enorme carcajada.

Agradezco infinitamente tener a Lupita como amiga, siempre me saca de mis peores momentos haciéndome reír.

—No sé si me sentiría cómoda con otro hombre, de verdad —confieso—. Mi cuerpo ya no es el mismo y me daría pena.

—¿Pena? —rebate—. Te aseguro que en un momento de pasión, lo menos en lo que piensa un hombre es en la celulitis o en los gorditos, además con esos atributos que tienes, cualquiera caería rendido —asegura—. Yo los mostraría con orgullo —declara, levantando el mentón—. Salud porque te animes a rehacer tu vida, en algún momento —Chocamos nuestras copas y solo sonrío con sus ocurrencias.

Después de un rato, cortamos el pastel y seguimos bebiendo orgasmos. No tengo idea de cuántos llevamos, pero las carcajadas y la música a todo volumen, no faltan.

Ya muy tarde, suena mi teléfono y bajo el volúmen a la música.

—Hola —respondo.

—¡Feliz cumpleaños, Serenity! —Me felicita, Tomás.

—Gracias —respondo.

—Siento haberme traído a los chicos de viaje justo en estas fechas, pero eran los días que tenía libres en el trabajo —Se justifica.

—Lo entiendo, no hay problema.

—¿Qué tal la estás pasando?

—Estaba a punto de ir por otro orgasmo, cuando tu llamada me interrumpió.

—¿Estás acompañada? —pregunta y puedo notar sorpresa en su voz.

—Por supuesto, no es que yo prepare los orgasmos sola —Se queda en silencio por algunos segundos.

—¿Tomás? —Lo llamo.

—Que la sigas pasando bien, disculpa la interrupción —Cuelga y frunzo el ceño confundida ante su reacción.

—Aquí tienes otro orgasmo —dice Lupita, entregándome mi copa—. ¿Quién te llamó?

—El bufón, pero dijo que lo disculpara por interrumpirme.

—En primer lugar no debería llamarte y en segundo lugar, ¿interrumpir qué?

—Recuerda que estamos en buenos términos, no tengo nada en su contra —aclaro—. Fue mi primer amor y es el padre de mis hijos, eso no va a cambiar.

—Lo sé, y quedaste bien con él porque tienes un corazón de oro, otra en tú lugar lo hubiera dejado en la calle.

—Me dejó la casa, mi coche y una buena suma de dinero, ¿qué más le iba a quitar?

—La empresa, ahí es donde más les duele —asevera y hace el ademán de dar un golpe.

De pronto doy un sorbo a mi bebida y suelto una enorme carcajada que por poco la escupo.

—¿Qué te pasa?

—Le dije a Tomás que estaba a punto de ir por otro orgasmo y que no estaba sola —explico y Lupita se une a mis carcajadas, cuando imaginamos lo que entendió.

—Me alegra que se imagine que estás acompañada.

—¿Qué va a pensar de mí?

—Que piense lo que quiera, él ya está con otra mujer.

—Adriana es muy joven, guapa y muy delgada. Es lógico que se enamorara de ella —murmuro.

—Le entregaste tus mejores años a ese hombre y no supo valorarte, así que deja de pensar en esas cosas y súbele a la música que la noche apenas está comenzando.

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