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Una simpática fiesta de cumpleaños

—Sí —le respondí, llenándome al instante de la típica timidez que me perseguía a todos lados cuando intentaba ser atrevida, aunque lo fuera un poco —digo —me aclaro la garganta— no me interesa la verdad ver sus armas, ni nada que tenga que ver con usted, señor Müller…le pido con muchísimo respeto que se retire de mi casa con esa arma, podría lastimar a alguien inocente.

Me erguí, repasando con la mirada a las personas presentes. Todos estaban en sus asuntos, ignorando por completo al enorme tigre salvaje que me acorralaba contra la esquina de la pared. Pero, me negaba a mostrarme vulnerable.

—¿Segura? —inquirió. Yo me limité mover la cabeza de arriba hacia abajo, deteniéndome unos segundos, para admirar su abdomen —¿muy segura? Si salgo por esa puerta…no nos volveremos a ver, mis negocios me impiden quedarme mucho tiempo en un mismo lugar… Voy extrañar verla disimular que no me observa por la ventana en las mañanas.

—Yo… no… yo… —tragué saliva mientras mis ojos volvían a buscarlo. El licor provocaba estragos en mi interior —¿No te aburre esa vida? estar haciendo “sus negocios”, huyendo de la policía y de cualquier loco que algún momento pueda atentar contra usted.

—A veces —lamió su labio inferior, produciendo un lento y sensual movimiento —es solo que, la adrenalina…

—¿Lo haces solo por la adrenalina? —le interrumpí, pero es que continuaba sin entender bien, por qué las personas hacían cosas ilegales ¿huir siempre, acaso eso se llama vida?

—No solo por eso, las montañas de dinero, el peligro —acarició mi brazo con la yema de su pulgar, enviando electricidad por toda mi columna vertebral —lo prohibido y el sexo —concluyó convirtiendo su voz en un susurro —lo unes todo y obtienes una explosión de lujuria —me quedé en silencio, analizando cada una de sus palabras, intentando mantener la cordura —¿lo entiendes? —asentí con la cabeza no muy convencida —¿Alguna vez lo has sentido, señorita Morgan?

No le respondí, en mi vida solo había estado con un hombre; el padre de mi hijo. El cual había desaparecido una vez que le comenté sobre mi embarazo. No estaba en sus planes y tomó el camino del cobarde. Y la verdad, no lo extraño, gracias a eso aprendí a ser fuerte e independiente.

—Debo irme —dijo él —pero, señorita Morgan, si quiere alguna vez intentarlo, si desea sentir su cuerpo arder en llamas; no dude en contactarme —se inclinó lo suficiente para alcanzar el lóbulo de mi oreja y murmurarme —solo debe dejar una carta en el buzón verde de la casa abandonada del lago… Espero que nos podamos encontrar pronto.

Petrificada, lo miré alejarse. No sabía cómo reaccionar o que decir, todo resultaba caótico. No era primera vez que el señor Müller y yo cruzábamos palabras, ni la primera vez que sentía esa intensidad, el bombardeo del latir de mi corazón por su culpa.

Ni siquiera me había dado cuenta que estaba caliente, con las mejillas hirviendo, las manos temblorosas y mis bragas húmedas. No entendía con exactitud porque me permitía fantasear con la idea de escribirle una carta y vivir al menos unos minutos de esa adrenalina. Después de todo, había renunciado a todo por mi hijo y ahora, tenía una oportunidad de sentirme libre, viva.

Meneé la cabeza, pegándome más contra la pared, la música de la fiesta me hizo volver a la realidad. Mi apestosa realidad, soy una mujer de treinta nueve años que piensa en ligarse a un niño de 25 años…

Joder.

—Vamos, Morgan. No seas boba, eres una adulta de casi cuarenta años, contrólate…

Me obligué caminar hacia la barra de licores, donde muchas personas se encontraban aglomeradas riendo y hablando alegremente, ignorando por completo al hombre que hace unos segundos casi me hace polvo con una mirada.

Sentí un rayo de adrenalina penetrarme y con la copa en mano, me serví un poco de whisky, llenándola de principio a fin.

—Quiero hacer un brindis —hablé en voz alta, los presentes me miraron sorprendidos, pero dispuestos a escucharme —por favor, podrían bajarle a la música —el hombre canoso obedeció y seguidamente todos crearon un círculo deformado alrededor de mi —quiero agradecerles a todos por estar presentes. Hoy no solo es mi cumpleaños, también, festejamos que mi hijo Matías irá a la universidad, será todo un hombre independiente en un par de horas.

—Mas o menos, no creas que no vendré a visitarte, sigo siendo tu pajarito, madre —contestó él.

 —Un zopilote, diría yo —varias risillas resonaron de fondo —solo quiero decirte hijo, que estoy muy orgullosa de ti, de todo lo que has logrado y lograras. Espero que disfrutes a montones el nuevo apartamento que te compré —elevé mi copa en alto, sintiendo las náuseas florecer —¡te amo muchísimo! ¡muchísimo!  —me tambaleé —nunca…hip…nunca lo olvides… en serio… hip… eres… hip…

—Mamá —habló Matías acercándose a mí con preocupación —creo que ya has tomado suficiente por hoy.

—No es cierto —le reproché, llevándome la copa de whisky a la boca. El líquido paso por mi garganta como si fuera un vaso de agua, dulce y suave, continué sorbiendo hasta acabarme más de la mitad —yo…hip…yo estoy bien…con un poco de —bebo otro poco —estoy bien…recuerda que hoy planeo llevarte a tu nuevo departamento…donde iniciaras tu vida…sin mi…y luego me quedaré sola para siempre en esta casa…

—Mamá, vamos… necesitas descansar.

—Pero los invitados…

—Yo les diré que se marchen —me respondió en un tono suave.

—Pero…se suponía que yo te llevaría a tu apartamento, no quiero que vayas solo —un vacío creciente aboyaba mi pecho, pase de ser una borracha decepcionada a una triste. Matías, mi hijo, quien físicamente me recordaba tanto a su padre, con esos ojos oscuros y una melena desordenada, hablaban y se expresaban de la misma manera, aun así, eran muy diferentes —no quiero vayas solo…

—Tranquila, mamá—me ayudó a subir los escalones con cuidado —no me iré sin ti, mañana tengo clases en la tarde… podemos ir en la mañana al departamento y acomodar un poco las cajas. No me iré sin ti, mamá —repitió. Doblamos a la izquierda acercándonos más y más a mi habitación.

—¿Lo prometes?

—Lo prometo, pero ahora duerme —entramos a la habitación y con cuidado me recosté en el cómodo colchón. Me sentía cansada y muy borracha. Sabía que Matías no pensaba cumplir su promesa, pero tampoco deseaba ser intensa. Asi que, cerré mis ojos y me dejé llevar.

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