CAPITULO 3

HENRY

Zac no había regresado en el día, ni al día siguiente y comenzaba a creer que tal vez no lo había hecho porque a mi madre no le habia caído bien las buenas nuevas. 

Me habían informado que tendría un juicio y que el estado me proveería un abogado de oficio para que llevara mi caso.  

Melancólico, había permanecido esos dos días en ese catre que hacía de lecho para mi cuerpo adolorido por la falta de costumbre, pero sin poder siquiera dormir. Sentía que era inútil y demasiado tortuoso cerrar los ojos porque solo lograba que las pesadillas y algunos recuerdos me atormentaran sin tregua y sin compasión. 

Al tercer día, por fin apareció mi amigo y acompañado de mi madre, angustiosa con el rostro demacrado. Entre sollozos ahogados, se acercó hasta los barrotes mientras yo hacia lo mismo. No pude evitar contagiarme de esa tristeza, de esa agonía que la mujer que me dio la vida sentía en esos momentos. 

Estaba seguro que si algo le pasara a mi pequeña, moriría del dolor y la comprendía perfectamente. 

Sus manos atravesaron los huecos de los barrotes, acariciando mi rostro y negando con la cabeza sin que dejaran de fluir sus lágrimas. Sentía su dolor tan profundo que no pude decir nada para consolarla. Por esta vez, no podía decirle que encontraría la manera de resolverlo todo. 

—Mi niño… —murmuró apenada y cerré los ojos, acercando más mi rostro hasta ella para que con dificultad pudiera propinarme un beso en la frente—…que te han hecho, hijo… te advertí que tuvieras cuidado —reprochó con suavidad y asentí. 

—Y ahora sé que debí haberte escuchado, mamá —fue lo único que pude decir—. Jillian, ¿cómo se encuentra? 

—Ella está bien, hijo, no te preocupes. Emma y Fred la están cuidando bien. 

—Lo lamento mamá —dije con al voz rota, desencadenando en el instante un llanto convulso que ya no podía contener—, la… lamento que tengas que estar sufriendo por mi, y más lamento, ¡no sabes cuanto!, no haberte escuchado y haberme entregado de la manera en que lo hice. Ya vez como estoy pagando mi error —mi madre se tapó la boca con una mano y con la otra, secó mis lágrimas. 

—Te prometo que te sacaré de aquí, Henry. Solo necesito algo de tiempo —explicó con suavidad y negué con la cabeza. 

—Mamá, esto no se trata de algo sencillo y un abogado cualquiera no podrá hacer nada por mí. 

—Lo sé, hijo. Pero no se trata de un abogado, sino de un familiar que estoy segura podrá sacarte de aquí… solo que en estos momentos se encuentra fuera del país y aun no he podido hablar con él, pero estoy segura que en cuanto lo haga, te ayudará y saldrás de aquí —fruncí el ceño al oír sus palabras.  

¿Qué familiar podría tener tanta influencia como para que estuviera tan segura de que me sacaría de aquí? 

—¿De quién se trata, mamá? —pregunté intrigado—. Siempre has dicho que la poca familia que tenías había muerto… 

—Alguien muy poderoso, cariño. Por lo pronto, confórmate con saber que te sacará de aquí en cuanto yo se lo pida —asentí más confundido aun, pero sin ganas de discutir ni de increparla sobre aquello. 

Mi madre se apartó y mi amigo se acercó hasta mí, con el rostro ojeroso y un tanto desprolijo. 

—¿Sabes algo de… ella? —me encontré preguntando muy tontamente y Zac negó con un leve movimiento de cabeza—. Eso solo quiere decir que es verdad lo que dijo el oficial; ella me acusó… —tragué con dificultad, intentando no desmoronarme, ya que poco a poco la idea de que me había traicionado en todos los sentidos, cobraba verdad con más fuerza dentro de mi. 

—Ella no sería capaz… —murmuró Zac—. La conoces, Henry. La conoces muy bien, ¿o me dirás que todo lo que vivieron juntos te pareció una farsa de su parte? 

—Si fuera incapaz de hacerme esto, ¡¿por qué no está aquí para arreglarlo, Zac?! —dije enfurecido—. Ya ve haciéndote la idea de que Camile no es lo que nosotros pensábamos… me siento tan… —tomé los barrotes con ambas manos y elevé mi rostro mirando el techo de la celda—…me siento tan estúpido, tan ingenuo. Como un idiota le pedí que fuera mi esposa, y recreé en mi cabeza una vida feliz a su lado, y ¿todo para qué?, todo simplemente fue una trampa, Zac… No tienes idea de lo que hice por ella. No tienes ni la más puta noción de la estupidez que hice por Camile y por su maldita empresa, y ahora,  que ya no me necesita, simplemente me ha echado de su vida y condenado a pagar por un delito que yo no cometí. 

—¿De qué estás hablando, Henry? —inquirió con sorpresa. Fijé los ojos en mi madre, que estaba a una distancia prudencial de nosotros como para no oírnos. 

—Yo… —respiré hondo y cerré los ojos—. Yo manipulé los balances de la compañía para que ella y su empresa no se fueran a la quiebra. 

—Henry, ¿es una broma? —preguntó completamente lívido y negué—. ¡Oh mi Dios! ¡Pero eso es un delito! ¡¿Cómo pudiste meterte en semejante lío?! ¿No pensaste en tu madre, en tu hija? 

—Se suponía que nadie debería haberlo sabido.  

—¿Quién más, aparte de Camile, lo sabe? 

—Solo Gina. Y ella, como bien sabes, no pudo abrir la boca. 

—No lo puedo creer… —se pasó la mano por el pelo con el rostro contraído por la sorpresiva noticia—. Eso quiere decir que tienen razones para acusarte… 

—No, Zac —corregí de inmediato—. Ese problema lo resolví hace un mes. La empresa sufrió un desfalco y había que reponer el dinero faltante. Camile había pensado en vender una propiedad para cubrirlo, pero yo realicé algunas inversiones en la bolsa con el capital de la compañía y en diez meses logré reponer todo lo que se habían robado. Ese sería mi regalo de bodas. 

—¿Entonces, por qué dejaste que fueran a Palm Beach a acondicionar la casa y ponerla en venta? —preguntó con evidente desconcierto. 

—Porque esa era la oportunidad perfecta para pedirle matrimonio, y porque estúpidamente creí que pasaríamos todo el fin de semana juntos. Se lo iba a decir el domingo porque no quería que aceptara mi propuesta de matrimonio por agradecimiento si le decía antes que el problema estaba resuelto, pero Gina llamó temprano preocupándola demasiado y exigiendo que yo volviera a Nueva York. Todo ocurrió tan rápido y me marché sin decírselo, sin jamás imaginar que al regresar, ella hubiera cambiado de parecer y decidido definitivamente casarse, pero no conmigo. 

—Todo lo que dices es algo… es algo de película, Henry. 

—Fui un estúpido, Zac. Jamás debí confiar en ella y jamás debí anteponerla por encima de mi familia. Pensé solamente en hacerla feliz porque verla agobiarse por ese asunto, me quemaba las entrañas. Simplemente no la podía ver sufrir y quedarme de brazos cruzados, así que cuando Gina lo propuso, no dudé en aceptarlo a sabiendas de todas las consecuencias que tendría para mí que alguien más lo supiera. 

—¡Dios! No se que decir, Henry…  

—No tienes que decir nada, Zac. Todo esto me lo busqué estúpidamente solo, por haber aspirado demasiado, por haber visto por encima de lo que alguien como yo podía permitirse. Volé tan alto con el hecho de que ella me quisiera, de que me amara, que jamás me molesté en prevenir la caída. 

—Se que tienes motivos para creer que fue ella quien te acusó, pero yo tengo mis dudas y no me sacaré la espina hasta que ella misma explique las razones para que estés aquí.  

—Es inútil esperar por ella. No puedo morirme de amor ni pudrirme encerrado por su causa. Tengo una hija y una familia que dependen de mí. Solo espero que mamá tenga razón y ese… familiar, pueda ayudarme a salir de aquí. 

—Lo hará, amigo. No te preocupes. 

—Pues espero que sea rápido… ya no soporto estar aquí —dije desahuciado. 

—Pronto saldrás, te lo prometo —respondió con una sonrisa forzada y solo pude suspirar. 

Mi madre y Zac se despidieron, regresando al día siguiente y durante el resto de la semana. Llevaba encerrado casi quince días sin tener novedades sobre el pariente que mencionó mamá ni el juicio al cual me someterían. 

Ya faltando cinco días para cumplirse el mes, un abogado del estado se apareció diciendo que llevaría mi caso, que por cierto, poco y nada le interesaba. 

El día del juicio llegó, luego de treinta días de haber sido arrestado y como lo había vaticinado, me encontraron culpable de los delitos que se me acusaban. 

No podía esconder tanta impotencia y frustración que en ese momento, aunque sabía perfectamente que ya no tenía caso, me encontré gritando que no era culpable mientras los guardias me sacaban a rastras de la sala donde me habían condenado a diez años de prisión. 

Ver el rostro desolado de mi madre, me había hecho jurar que si salía alguna vez, me cobraría cada lágrima y sufrimiento vividos sin merecer.  

En mi mente solo tenía a aquella maldita mujer que me había jurado amor infinitas veces y que resultó ser una gran embustera, una vil y traicionera manipuladora. 

Sin embargo, si pensaba que lo peor había pasado, grande fue mi error. 

Apenas me regresaron al departamento de policía, uno de los guardias me indicó que tenía visitas. De inmediato pensé que se trataría de mi madre, pero grande fue mi sorpresa cuando quienes se aparecieron allí, fueron Daniel Adams; el accionista mayoritario de Staton Company y el esposo de Camile. 

Alarmas comenzaron a resonar en mi cabeza, al verlos allí precisamente el día de mi juicio. Mis ojos viajaron de uno a otro sucesivamente, tratando de comprender el motivo de la visita de esos dos. Del esposo de Camile, me lo esperaba. Estaba seguro que no perdería oportunidad de celebrar en mis narices mi desgracia, pero el señor Adams; ¿qué tenía que ver en todo esto? 

—Vaya, vaya. Hasta que al fin cada quien ocupa el lugar que le corresponde —palabreó Cristopher con una sonrisa de satisfacción—. Solo vine aquí para darte un mensaje; Camile agradece tus servicios pero lamentablemente no tuvo demasiado valor para renunciar a todo lo que está acostumbrada, y como ya te habrás enterado, nos hemos casado y estamos felices, apenas regresando de nuestra luna de miel —sabía que solo buscaba herirme, lastimarme y provocarme, y aunque tenía razón, no estaba dispuesto a demostrar que me dolían sus palabras—. ¿De verdad habías pensado que ella se casaría contigo? —preguntó burlón y poco a poco sentía como todo mi ser iba bullendo—. ¡¿En serio creíste que todo ese amorío de casi un año fue por que pensaba en tener un futuro contigo?! —presioné mis puños, mientras él se carcajeaba a mi costa—. Creí que eras un poco más inteligente. Pensé que te  habrías dado cuenta de que alguien como ella te quedaba demasiado grande como para que te creyeras sus bonitas palabras. 

»¿Sabes que ocurrió luego de que te marcharas de Palm Beach? —indagó con malicia y tragué con fuerza—. Se enteró que los problemas financieros de la compañía estaban resueltos desde hace un tiempo y que tú no dijiste nada, aguardando seguramente, que ella se casara contigo en la espera de que resolvieras el asunto. Gracias a dios, Daniel lo descubrió todo y yo pude ponerla en sobreaviso.  

De inmediato se molestó y me agradeció que la persuadiera de cometer una estupidez por salvar la empresa, y como nunca me había olvidado ni yo a ella, le propuse matrimonio y aceptó. Ahora estamos aquí, del otro lado de línea que separa a las personas como tú, de las personas como Camile y yo; cada uno, en el puto sitio que le corresponde. 

Ya sobrepasado por todo lo que me estaba revelando, quise tomarlo del cuello pasando mis manos a través de los barrotes. Sin embargo, esquivó a tiempo mi agarre y solo conseguí que siguiera burlándose de mi. 

—Suficiente, Cristopher —intervino el señor Adams—. Vete y déjame a solas con el muchacho —ordenó y el susodicho simplemente obedeció como un perro. 

—¿Usted también vino a burlarse de mí? —indagué sin un ápice de paciencia para seguir tolerando los insultos. 

—¿Burlarme? —preguntó sorprendido—. No tendría razones para hacerlo. 

—Entonces; ¿qué quiere? Si es verdad que usted descubrió el problema de la empresa, sabe perfectamente que yo no robé un solo centavo de la compañía. 

—Lo sé —asintió para mi sorpresa—. Sé que eres inocente, y que simplemente fuiste victima de las trampas del amor… 

—No lo entiendo… 

—Te enamoraste de la pequeña Staton y ella utilizó la situación a su favor, simple. El amor nos vuelve débiles, Henry. Traiciona hasta nuestra más ágil intuición, llevándonos por los caminos equivocados y haciéndonos perder el juicio. Es lo que ocurrió contigo y ahora simplemente estás pagando por haberte enamorado. 

—Dígame algo que no sepa, a estas alturas… —ironicé y sonrió de lado—. ¿Por qué no dice la verdad? ¿Dejará que me pudra en la cárcel por un mero capricho de ese idiota? —señalé la dirección por donde Cristopher había desaparecido. 

—En algo tienes razón; ¡Cristopher es un completo idiota! —comenzó a reír—. No es nada personal, pero esta situación me favorece en demasía ya que a mi querida esposa le hará muy feliz la noticia. 

—¿Su esposa? —pregunté confundido. 

—Y sabes que cuando una mujer se encapricha, no hay modo de hacerla cambiar de opinión. 

—No estoy comprendiendo… 

—Y… ¡Tú la conoces, Henry! Sabes que cuando se le mete algo entre ceja y ceja, no se detiene ante nada ni nadie —siguió diciendo, como si estuviera hablando de alguien a quien yo conocía a la perfección. 

—Creo que se está confundiendo, señor Adams… —dije con cautela, porque Daniel parecía haber ingresado a un trance en los que sus ojos solo desprendían locura, maldad. 

—No debiste haberte negado en cederle la custodia de la niña… —siguió murmurando y negando con la cabeza y mis ojos se abrieron con sorpresa—…de no haber sido por eso, no estarías aquí, Henry. 

—Que… ¿Qué ha dicho? —estaba completamente desconcertado por el rumbo que iba tomando la situación—. ¿La niña? ¿a qué niña se refiere? —indagué para asegurarme que no fuera lo que imaginaba. 

—¿A quién más? ¡A Jillian, por supuesto! —dijo como si fuera lo más evidente. 

—¿Qué tiene que ver mi hija en todo esto? 

—Tiene que ver todo, Henry —ladeó su rostro con seriedad y se cruzó de brazos—. Me casé con Jessica porque me prometió que me daría la hija que necesitaba para recuperar mi herencia, pero tú te negaste a cederle la custodia de la niña y eso  dificultaba demasiado mis planes. Me estabas haciendo perder un tiempo valioso que no tenía, y todo por tu afán de mantener a la niña contigo. 

—¿Pero qué cosas está diciendo? ¡¡¡Qué m****a tiene que ver Jessica en todo esto!!! —pregunté, desesperado que lo peor que me estaba imaginando, tuviera forma.

—Ya lo oíste, Henry… —oí una voz demasiado familiar, intervenir en la conversación—. Soy la esposa de Daniel y necesitamos a Jillian para recuperar su herencia —era Jessica. La misma arpía que se había negado a ser madre, que se había negado a criar a su propia hija. Era la misma mujer que años atrás abandonó a su pequeña hija y a mí, por su enorme ambición. 

Ahora todo tenía sentido. Jessica simplemente había ido a reclamar a Jillian como hija suya, solo porque la necesitaba para obtener dinero. 

No comprendía en absoluto como haría para hacer pasar a Jillian como una Adams, porque si de una herencia se trataba, indiscutiblemente los herederos debían ser hijos propios, biológicos. 

Comencé a sentir un ardor profundo en el alma y las dudas sobre Camile empezaron a agolparse en mi mente. 

Me quitarían a mi hija si no lograba salir de aquí, y si ella no tuvo nada que ver en esto, era la única que podría ayudarme para evitar que esta maldita mujer que tenía delante de mí, se llevara consigo a mi pequeña bebé. 

—¿Entonces Camile no tiene nada que ver en esto? —indagué con esperanzas, porque si su respuesta era que no, la mandaría buscar hasta por debajo de la última piedra del mundo para que me sacara de aquí y yo pudiera proteger a Jillian. 

—Yo no dije eso… —volvió a hablar Daniel—. Efectivamente ella se aprovechó de ti, y yo solo me aproveché de la situación. No confundas las cosas —el cielo que apenas se había elevado de mis hombros, cayó con todo de nuevo sobre mí, al oír esas palabras. 

—Ya que estamos en esta situación en la que por fin podemos hablar sin que me eches como un perro de tu asqueroso departamento…—acotó Jessica—…lo mejor es que sepas por mi, que ya tengo una orden del juez para que la niña quede bajo mi custodia. Mañana mismo iré por ella y por su bien, espero que tu madre no arme un berrinche. 

—No… —susurré—. Tu no puedes hacer eso, Jessica. ¡La niña ni siquiera sabe quien eres! No te conoce… 

—Eso es lo de menos —hizo ademanes con las manos restándole importancia a mis dichos—. Si lleva algo de mi, me agradecerá en un futuro que la haya sacado de ese minúsculo lugar al que le llamas hogar. 

—Estás completamente loca, ¡¡¡COMPLETAMENTE DESAQUICIADA!!! —grité con furia porque se hubiera metido con una pequeña inocente para sacarle provecho. Ella solo me lanzó un beso con una mano y me guiñó el ojo, saliendo con prisa del lugar. 

—No me queda más que desearte suerte —habló Daniel con ironía, para luego seguir a Jess. 

No dije nada porque no tenía palabra alguna para describir el sentimiento de tristeza tan hondo que había nacido en mi ser, al oír el nombre de mi pequeña hija. 

Por dios que no estaba comprendiendo absolutamente nada, más que el dolor de una profunda herida que habían hecho aquellas personas en mi alma. 

Me estaban haciendo pedazos, me estaban destrozando en vida quitándome todo lo que más amaba… y todo por el maldito dinero, por el puto poder y la m****a de ambición.

Caí de rodillas, reposando mi frente entre los barrotes, sintiéndome completamente derrotado y acabado en vida, por la desgracia que me trajo haber amado tanto a Camile Staton. 

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