Nadie había hecho caso a mis gritos de pedido de auxilio cuando noté que Sergei sangraba.
—¡Sergei! ¡Sergei! Aguanta un poco, amigo —le había pedido mientras sentía un leve pulso en su muñeca.
Con las luces apagadas, nada podía hacer por él.
Luego de una hora aproximadamente, vinieron a ver a que se debían mis gritos. Para ese entonces, la poca esperanza que tenía que Sergei sobreviviera, se habían ido a la m****a.
No podía dejar de llorar, no podía dejar de sentirme culpable porque si de algo me estaba dando cuenta, era que el encargo iba apuntado hacia mí.
Mi número, el lugar donde dormía, era evidente que alguien quería hacerme desaparecer.
Ese día comprendí que si seguía encerrado, la próxima vez no fallarían.
La mañana transcurrió lenta y tortuosa. Odiaba el cigarrillo pero la ansiedad que me estaba arañando las entrañas, me empujó a encender uno de los tantos que mi compañero de celda guardaba.
Aspiré y tosí con fuerza por tragar el humo inadecuadamente. Lo volví a intentar, lográndolo a duras penas.
Traté de pasar desapercibido y ni siquiera salí de la celda para que no me vieran y se dieran cuenta que se habían equivocado de blanco.
Ya en la tarde, me había quedado sumido en el sueño y los golpes en los barrotes me hicieron reaccionar.
—¡Número 00787, despierta! —ordenó una voz potente y de inmediato me incorporé, frotando mis ojos—. Acompáñame —los barrotes cedieron lentamente dejando una abertura para que saliera. No me fiaba de ese hombre y temía que fuera una trampa en la que me hicieran caer para terminar lo que iniciaron anoche.
—¿Dónde me lleva? —pregunté preocupado sin obtener respuesta.
Cuando noté que nos dirigíamos en dirección a la entrada y salida del área de reos, mi pecho comenzó a palpitar y una cálida esperanza volvió a nacer dentro de mí.
—El número 00787 —volvió a decir el hombre por un intercomunicador, al que se encontraba detrás de un mostrador con cristales blindados. El susodicho asintió, yendo un momento hacia el fondo.
—¿Qué está ocurriendo? —volví a preguntar y con cansancio, el guardia cárcel habló.
—¿Acaso no es evidente? Eres libre —dijo como si nada, mientras el hombre del otro lado volvía con una bolsa negra que le tendió a quien me escoltaba—. Toma; son tus cosas. Puedes cambiarte en esa habitación mientras termino con el papeleo aquí.
Tardé en procesar aquella gran noticia y no pude mover mis pies. El hombre me empujó, haciéndome reaccionar y luego de siete largos meses, una sonrisa genuina se dibujó en mis labios.
Luego de aquello, todo pasó tan rápido que solo pude ser consciente de que mi corazón palpitaba y sentía de nuevo la sangre recorrer mis venas.
Sin más, me encontré con mi madre y con Zac que aguardaban por mí para regresarme a casa.
Al dar un paso fuera, extendí mis brazos de par en par, cerrando los ojos y aspirando ese aire que me habían arrebatado injustamente. El olor a libertad, invadió mis fosas nasales y me sentí listo para hacer lo que en todos estos meses había imaginado; buscar a Camile y preguntarle los motivos para haberme hecho aquello.
Prácticamente corrí hasta mi madre, quien no dejaba de derramar lágrimas.
Al estrecharla, nos fundimos en un profundo abrazo que fue suficiente para reconfortar a mi alma carente de sentimientos a estas alturas.
Cuando me separé de ella, Zac se acercó también a propinarme un fuerte abrazo.
—¿Listo para volver a casa? —preguntó con una sonrisa y asentí —. Es bueno que estés de nuevo fuera, Henry. Te extrañábamos.
—Yo también los echaba de menos… ¿sabes algo de… ella? —me encontré preguntando y negó. Yo solo suspiré con resignación y caminé en dirección donde estaba el coche de Zac.
Todo el camino lo hice en silencio, con la mirada perdida hacia fuera, viendo nada, sumido en mis pensamientos.
Pensaba en como haría para comenzar una nueva vida sin resentimientos, sin el dolor que sentía en la herida que se encargaron de hacerme en el alma aquellas personas.
Lejos de mi hija, sin un trabajo y sin la posibilidad de dar pelea por su custodia.
¿Y como no incluirla en esa lista tormentosa de personas y cosas que amaba tanto y había perdido?
No podía simplemente ignorarla de mis pensamientos y de mis recuerdos siendo que la simple evocación de su nombre, era una daga filosa que se hundía en la herida que rasgaba mis entrañas y mi alma.
Me dolía.
Más que nada, más que nadie, Camile me dolía, porque a pesar de todo, la seguía queriendo, la seguía amando.
Me perdí tanto en aquellos ojos que me idiotizaron tanto, que ni siquiera me percaté del rumbo que Zac tomaba en la carretera.
—¿Dónde vamos? —indagué.
—Es una sorpresa —replicó y solo suspiré sin ningún entusiasmo.
—Es una sorpresa que estoy segura te gustará, hijo —acotó mi madre, presionando levemente mi hombro por detrás y solo asentí, tocando su mano.
Nos adentramos en un camino boscoso, que cada vez se me hacía más largo, hasta que al fin, Zac frenó delante de un majestuoso portón de hierro negro. En cuestión de segundos, las rejas se abrieron de par en par y seguimos andando hasta que por fin, una enorme fuente se vislumbró, delante de una mansión que jamás imaginé podría ver más que en la televisión y revistas.
Zac aparcó el coche y descendió como si nada, mientras un hombre vestido de manera muy elegante, bajaba por la escalinata que llevaba a la entrada principal.
—Por favor, ven, Henry… —pidió mi madre ya fuera del coche, y con un tanto de recelo, hice lo que me pidió.
Enlazo su brazo al mío y me obligó a andar detrás del hombre que evidentemente era el mayordomo.
Al ingresar a aquella majestuosa mansión, no pude evitar preguntar que hacíamos en un lugar como aquel.
—¿Qué significa todo esto, mamá? —me encontré cuestionando y ella solo sonrió.
—Ya verás… —siguió tirando de mí, cruzando todo el enorme salón de aquel lugar hasta llegar a una enorme puerta de madera lustrada en la que podría ver mi propio reflejo.
El mayordomo las abrió de par en par, y allí dentro se encontraban las personas más importantes de mi vida.
—¡Sorpresa! —gritaron al unísono ese par de renacuajos que eran mis hermanos, lanzándose con todo sobre mí. De inmediato los abracé y no pude evitar derramar algunas lágrimas en el proceso. Por dios que los había extrañado demasiado.
—Te extrañamos, Rick… no sabes cuánto te hemos echado de menos —musitó con la voz entrecortada, Emma, quien desde pequeña utilizaba aquel apelativo para referirse a mí.
—Y yo a ustedes, pequeña mariposa —respondí, besando su frente y sacudiendo el pelo de mi hermano Fred.
—No lo creerás, Henry —habló el más pequeño—, te irás de espalada cuando te cuente todo lo que sucedió desde que te fuiste.
Fruncí el ceño, al ver como un sujeto muy parecido a mi madre, se iba acercando a nosotros. Mis hermanos fueron deshaciendo su abrazo y lo vieron con una sonrisa demasiado fraternal.
Algo dentro de mí se alertó. Mis instintos me decían que él fue quien me ayudó. Mi madre se acercó hasta mí, tomando mi rostro y sonriendo como hacía mucho no lo hacía.
—Henry, quiero presentarte a una persona muy importante para mi… —inició, haciéndose a un lado para que siguiera viendo a aquel sujeto—. Él es Frederick Ritter… mi hermano.
La miré con asombro, y luego fijé mis ojos en él, quien tenía las mismas facciones que mi madre. Ese tono de ojos un tanto celestes, tal y como lo habían heredado mis hermanos. Incluso, mi madre le había puesto a mi hermano el mismo nombre, así que no podía estar siendo solo una broma.
Frederick Ritter se acercó hasta mí, y como si me hubiera estado esperando durante mucho tiempo, me estrechó entre sus brazos, acompañado de un suave llanto que quería al parecer, camuflar.
Correspondí su abrazo fraterno de inmediato, diciéndome a mí mismo que estaba en lo cierto, y que ese hombre había sido quien me había ayudado a salir en libertad.
—Es un placer conocerte, hijo… —musitó cuando por fin se había separado de mi—. Sé que seguramente tienes muchas preguntas que necesitan respuestas, pero quiero que hoy disfrutes de tu familia, que te rodees del cariño de tu madre y de tus hermanos. También de tu amigo, que ha sido tan obstinado para lograr que yo supiera de la existencia de ustedes —volteé a mirar a Zac, que solo se encogió de hombros—. Disfruta hoy, Henry, porque mañana será otro día y tú y yo conversaremos seriamente de todo lo que ha pasado, de todo lo que esos malditos hicieron contigo, y de los planes que tengo para ti —sus palabras sonaban duras en su última frase y sentí como todo en mi ser se estremecía—. Te prometo que recuperarás a tu hija, y por sobre todo, recuperarás tu vida y nos cobraremos cada lágrima que tú y nuestra familia, han debido derramar por causa de personas inescrupulosas.
No tuve palabras para replicar por el enorme nudo que atoraba todo en mi garganta. Solo asentí con la cabeza y el palmeó mi espalda, disculpándose conmigo y deseando que disfrute de esa cálida bienvenida.
Mi madre me explicó luego, toda la historia detrás aquella grata noticia y que ese hombre quien resultaba ser nada más y nada menos que mi tío, estaba enfermo y debía descansar la mayor parte del tiempo.
—Henry, es una larga historia y solo quiero que escuches y no me juzgues a mí, ni a tu padre… —inició mi madre y asentí.
»Yo estaba comprometida con un hombre de nuestro circulo hacía mucho tiempo, pero no estaba enamorada, simplemente acepté la decisión de mi padre que no aceptaba negativas a sus imposiciones. Sin embargo, cuando conocí a tu padre, en una de mis visitas a la empresa de tu abuelo, me enamoré perdidamente de él con solo mirarlo, con solo sentir su tacto firme sosteniéndome de la cintura porque andando distraída, había chocado con su cuerpo sin querer.
De inmediato comencé a sentir cierto ahogo cada vez que en casa se mencionaba mi compromiso o mi entonces novio, me visitaba. No podía arrancar de mi mente a ese hombre que me había hechizado por completo, y decidida, convencí a Frederick de que me llevara nuevamente a la empresa. Pregunté por él y lo invité a salir —sonrió, evocando aquellos tiempos con lágrimas—. Él sabía que estaba a punto de casarme con aquel hombre y puso resistencia a lo que indefectiblemente ambos sentíamos, pero yo fui imprudente, caprichosa y para nada precavida.
Cuando llegó a oídos de mi padre el rumor de que me veía con uno de sus empleados, el despidió a tu padre y adelantó la fecha de la boda.
Desesperada por aquello, me escapé de la casa una noche y lo fui a buscar, diciéndole que lo amaba y que preferiría morir a casarme con otro que no fuera él. Tu padre era tan razonable que trató de hacerme entrar en sí sobre todo lo que perdería al ponerlo a él por sobre mi familia, pero lo convencí y en una semana huimos, nos casamos y desaparecimos por un tiempo de la ciudad.
Un tiempo después, quise buscar a tu tío Frederick porque ambos éramos muy unidos, pero entonces me enteré que algo malo había pasado con él y me sentí culpable por haber actuado tan imprudentemente pensando solo en mis sentimientos.
—¿Qué le ocurrió? —pregunté desconcertado e intrigado con todo lo que mamá iba revelando.
—Él, al igual que yo, también estaba comprometido con alguien de nuestro entorno. Estaba muy enamorado, enloquecido por aquella mujer. Ella lo apreciaba, pero yo sabía que no lo amaba como él a ella, sino que estaba enamorada de otro hombre. Cuando yo me fui, aquel otro hombre simplemente la enamoró y se casó con ella, arrebatándole a Frederick la posibilidad que él creía, tenia de ser feliz.
—No lo entiendo, mamá. ¿Por qué te sentirías culpable de algo así? —indagué.
—Es que el hombre que se casó con la mujer que amaba tu tío, fue mi ex prometido, y en ese entonces pensé que al dejarlo libre, contribuí a que se la quitara.
—Eso es absurdo… —opiné y asintió.
—Ahora también lo veo de esa manera, pero entonces creí que era mi culpa. Cuando tu padre se enteró de mi intención de buscar a Frederick, me hizo prometerle que jamás volvería a acercarme a mi familia ni a nadie que tuviera que ver con ese círculo y se lo prometí porque ya había iniciado una vida a su lado, te esperaba a ti y ya nada tenía que ver con esas personas.
—Por eso, cuando comenzó mi relación con… con ella —no podía mencionarla. Su nombre vagando en mi boca me sabía a veneno—, no te veías contenta…
—No era eso, hijo. Es solo que viví en carne propia todo aquello y sabía que no sería fácil.
—¿Te arrepientes de haber escogido a papá?
—Nunca, cariño. Pero se lo que acarrea situaciones como la mía y tu padre, y como la tuya y Camile —explicó.
—No quiero que la vuelvas a mencionar, mamá. Te lo suplico —me encontré exigiendo y ella me vio con tristeza—. El señor Frederick se ve muy molesto por todo lo que ocurrió conmigo… —cambié de tema y asintió.
—Sí, cariño. Está muy molesto y haberle mencionado el apellido Staton, empeoró la situación… —susurró apenas.
—¿Y eso, por qué, mamá?
—Porque él cree que todas las personas con ese apellido, acarrean desgracias —la miré confundido—. Henry, mi prometido, a quien dejé por tu padre, era nada más y nada menos que George Staton; el padre de Ca… de ella.
Me costó procesar aquellas palabras. Enterarme que mi madre era de una familia acaudalada, ya de por si significaba una gran sorpresa, pero saber de su propia mano que el padre de Camile era su prometido, sí que implicaba una noticia inesperada.
—Entonces… la madre de ella, ¿es la mujer que abandonó al señor Frederick? —mamá afirmó con un asentimiento leve de cabeza y casi caigo de culo.
—Por favor, Henry, sea lo sea te proponga tu tío en cuanto a aquella muchacha, no cedas, no aceptes. Vengarte no te hará más feliz ni mejor persona. Olvídala y trata de comenzar de nuevo, te lo suplico —pidió mi madre angustiada.
Vengarme…
Hacerles pagar a todos aquella injusticia, aquel encierro injustificado y el intento de homicidio en mi contra.
Jamás había pensado que tendría posibilidades, pero si el señor Frederick me ofreciera aquella posibilidad, por supuesto que no dudaría en tomarla.
—Henry, dime por favor que no estás pensando en ello…
—Lo siento, mamá, pero por esta vez, no podré complacerte.
Las cartas estaban echadas delante de cada jugador y solo restaba voltearlas para ver a quien favorecía la fortuna.
La noche había sido dolorosamente larga.Me costó acostumbrarme a la cama y a las sabanas de seda después de tanto tiempo, sin contar que el único lugar donde había dormido en lugares similares, fue… con ella.Luego de dar vueltas y vueltas en la cama, me había puesto de pie y caminé hasta el enorme ventanal con vista al jardín para abrirlo y dejar que ingresara ese aire helado que habitaba afuera.Necesitaba dejar de sentir, dejar de pensar y por sobre todo, dejar atrás todo instinto de compasión que pudiera seguir viviendo en mis adentros.Cerré mis ojos y aspiré el aire helado de afuera. A pesar de estar con un simple pantalón de chándal y desprovisto de ropa en la parte superior de mi cuerpo, no sentía nada. No sentía frio, no sentía calor y de esa misma manera necesitaba que mi alma estuviera.
—¿Por dónde empezamos? —pregunté ansioso.—Comenzaremos desde el principio, Henry. Si quieres hacer las cosas bien, debes tener paciencia. ¿Crees que podrás esperar? —presioné mis puños sin responder y sus ojos se fijaron en esa acción—. Escúchame bien, hijo. Si quieres vengarte, debes volverte frio y calculador. Debes aprender a controlar tus impulsos, a no ceder ante provocaciones. Tienes que ser duro y olvidar todo tipo de sentimentalismos. Sé que eres economista y también que eres demasiado bueno, por lo que iniciaremos adentrándote en el negocio de la familia, aprendiendo a manejar todos mis asuntos y para ello, nos iremos a Italia un tiempo —dijo tajante y mis ojos se abrieron de par en par.—¡¿A Italia?! —pregunté perplejo y afirmó—. ¡Pero desde allí no podré hacer nada en contra
Mis ojos la taladraron inquisitivos sin lograr que se inmutara.—No me mires como si estuviera loca, Henry —pidió divertida y fruncí el ceño—. Tengo mi punto y es una manera de protegerme.—Discúlpame, Danielle, pero lo que acabas de decirme no tiene ningún sentido para mí. ¿Podrías explicarme tu punto? Porque te juro que me siento completamente perdido.—Es muy fácil, Henry. Si tú te casas conmigo, ellos no podrán hacerme nada y además, me cambiaría el apellido y sería más difícil encontrarme.—Yo puedo protegerte sin necesidad de que pasemos por algo así.—No te conozco lo suficiente, Ross, y que te cases conmigo sería algo así como mi seguro de vida. Entiéndeme; o nos casamos o no hay trato. Me caes bien, y si no tuviera mordiéndo
La ceremonia civil se llevó a cabo en el majestuoso jardín de la casona, en la Villa Ritter.El tío Frederick había organizado perfectamente todo, y parecía una boda real que los invitados disfrutaban amenamente.Danielle iba enfundada con un sencillo vestido de color blanco, que le llegaba por las rodillas. Sus hombros descubiertos, dejaban apreciar su piel pálida y aterciopelada que llamaba la atención de todos los hombres que habían asistido.Su pelo color fuego, apenas recogido y con algunos apliques a modo de corona, caía en cascada sobre su espalda con ondas que se movían al son de la fresca brisa y refulgían por los rayos del sol que aún no se había escondido.Frederick la había escoltado hasta el altar improvisado que habían montado las mujeres del lugar, alegando que no sería una boda sin ello.En el momento en que el juez nos de
DANIELLELos golpes en la puerta habían hecho que me removiera de tan plácido lugar.El cuerpo de Gina, tan esbelto y sensual, cubría mi cuerpo desprovisto de ropa.Se removió con fastidio y reí porque me encantaba que no quisiera dejarme sola, a pesar de todos los problemas que le había causado.Se incorporó en la cama, y tomó la camiseta que reposaba sin más sobre su mesa de noche. Antes de que se la pusiera, mi dedo índice dibujó un camino desde su nuca hasta sus caderas.—No vayas… —supliqué. Era demasiado temprano para visitas.—Jamás nadie me visita, y menos a estas horas, por lo que asumo debe ser alguna emergencia —se volteó hacia mí y acarició mis labios con la yema de sus dedos—. Ya regreso… —susurró tiernamente, bajando la cabeza y juntando sus lab
HENRYLa miré completamente descompuesto luego de su relato. Lo que había ocurrido parecía una pesadilla por entero.—No estoy mintiendo. Eso fue lo que ocurrió ese día, Ross. Daniel y los demás se marcharon, no sin antes encargarse de montar la escena como si Gina se hubiera quitado la vida.—Eso quiere decir que... ¿Gina mintió para que yo volviera de Palm Beach? —pregunté sorprendido y asintió—. Pero, ¿por qué? ¿Qué ganaba haciéndome regresar?—No lo sé, pero si descubrí ese día que Daniel necesitaba a tu hija para poder seguir con su plan.—Eso él mismo me lo hizo saber cuándo estuve en prisión —me puse de pie y comencé a andar en la habitación—. Necesito recuperar a mi hija con urgencia. Jessica ni siquiera se ocupa
—Señor, es hora —pronunció Rocco y asentí.—Terminemos con esto de una buena vez —suspiré y Rocco me detuvo posando una mano en mi hombro.—Henry, no tienes que hacerlo. Con gusto jalaré el gatillo por ti.—Gracias, amigo —sonreí—, pero yo no iba a hacerlo de todos modos. Quédate tranquilo.Seguimos andando y mi cuerpo temblaba, tiritaba y sentía una corriente eléctrica recorrer mi espina dorsal.Sentía como el ajustado e impecable traje negro que Danielle me había incitado a calzarme, presionaba cada parte de mi anatomía y mis músculos palpitaban bajo la tela. El ala del sombrero lo dejé cayendo sobre mi rostro para que no me viera en la primera.La sorpresa en su rostro desencajado, enardeció mi alma con una inusual satisfacción.Suspiré con paciencia, para armarme de
CAMILESalí aturdida de la empresa luego de la noticia que había recibido. Aquella información me afectó lo suficiente como para tener la certeza de que no dormiría tranquila mientras las cosas se resolvieran.Y es que la situación no era para menos. No tenía nada, absolutamente nada y eso me hacía bullir de la rabia y preocupación.¿Cómo haría para darle todo lo que merecía a mi hijo?Tendría que ponerme a disposición del susodicho señor Riddle para acordar la mejor manera de que me devolviera la empresa. Y aquella extraña tarjeta, que con solo tocarla me había estremecido por entero, me dejó desconcertada.Llegué a la casa, junto con Edward y Ester, despotricando en contra del maldito de Cristopher por haberme dejado en la calle con su ineptitud.—Cálmate, Camile.