CAMILE
Desperté aturdida, por el intenso y desagradable olor a humedad. A duras penas, mis párpados se fueron abriendo, viendo todo borroso. Mis músculos seguían entumecidos, sin poder moverlos y respiraba agitadamente. Transcurrido un determinado tiempo, intenté mover mis manos dándome cuenta de que estaban amarradas a mi espalda, lo mismo que mis tobillos.
Miré alrededor y lo único que me dejaba visualizar la estancia, era el rayo de luz que ingresaba por un pequeño hueco hecho arriba, casi llegando al techo del diminuto cuarto cubierto de moho. Era una habitación de más o menos tres metros cuadrados, sin ventana, con el piso maltratado, y las paredes blancas y sucias. Una puerta de madera vieja, era la única salida que al parecer, tenía ese horrible sitio.
Después de varios intentos vanos por ponerme de pie, caí derrotada en el suelo mient
HENRYDesperté con las primeras luces de la mañana que entraban en la habitación a través de los cristales de la ventana. Al abrir mis ojos y ver su cuerpo grácil a mi lado, con nuestras pieles envueltas de manera cómplice uno con otro, mi espíritu se regocijó, sintiéndome el hombre más feliz del mundo.Se removió despacio, presionando aún más su agarre a mi cintura y regando besos en mi pecho. Sonreí, viéndola arremolinarse de aquella manera, como si quisiera dilatar el momento de despertar y abrir los ojos.—Buenos días —susurró, con los párpados aun cerrados y negándose a mirar.—Buenos días, mi pequeña bruja —respondí, logrando mi cometido.De inmediato Camile abrió sus ojos y me vio con intriga.—¿Pequeña bruja? &mdash
PROPUESTA FINALHENRY—Henry, por favor… —murmuró Camile, acercándose a mí, pero yo no la escuchaba.Había apretado tanto mis puños y creía que mi mandíbula se quebraría de presionarla tanto. Cuando estuve por repetir la pregunta, una voz melodiosa pero firme, resonó a mi costado.—August, aquí estás… —quedé abochornado al ver a una mujer rubia acercarse al médico y propinarle un beso. Y más aún, al notar su abultado vientre.La mujer se volteó hacia nosotros y sentí mis mejillas arder por la vergüenza.—Hola… —me saludó con tranquilidad y no supe que decir—. Soy Katrina, la prometida de August —se presentó y extendió su mano hacia mí.—Henry… —oí a Camile y
HENRY3 meses después…Luego de disfrutar de una deliciosa cena en compañía de todos, aquel día en que le pedí a Camile que fuera mi esposa otra vez, el tío Frederick había hecho un brindis por nosotros y nuestro futuro, y nos pidió un especial favor como su último deseo.Sabía que esas palabras las utilizaba para que no le dijéramos que no, y solo había negado internamente cuando conmovió a todos los presentes, alegando que tal vez fuera la última ocasión que tendría para disfrutar de todos sus seres queridos.Camile le había dicho que pidiera lo que fuera, y que encantados cumpliríamos con su último deseo. En ese momento, cuando el tío Fred había conseguido lo que buscaba, Danielle y yo nos miramos sonriendo, porque aquel viejo siempre se salía con la suya.
4 años antes… HENRYComencé a recoger mis cosas despacio de la oficina que hasta hoy ocupaba porque había presentado mi renuncia, tragando con fuerza para que la impotencia que sentía no me jugara una mala pasada.Había pasado una semana de nuestro último encuentro y de solo volver a recordarlo, el alma se me retorcía.Aún me costaba creer que hubiera fingido tanto tiempo, que su entrega hubiera sido camuflada y que llegara al punto de engañarme de esa manera.O era una excelente actriz, o el amor me había vendado tanto los ojos y el corazón, que no me di cuenta como me estaba viendo la cara.Y todo eso lo pensaba porque precisamente hace apenas un día, ella le había dado el sí que me había prometido a mí, a ese idiota que tanto daño le había causado en el pasado y qu
—No… eso no puede ser —susurré devastado, volteando y tomando asiento en el catre de la celda para no desplomarme por la impresión de aquellas palabras.Pero; ¿por qué me sorprendía?Era de esperarse que si se había casado, hubiera hecho ese viaje. Sin embargo, no lo quería asimilar ni admitir. En mi pecho simplemente no cabía la idea de que ella en verdad me hubiera apartado de su vida, de que hubiera olvidado todo lo que vivimos y sentimos así como si nada.Me tomé de la cabeza, bajándola y viendo el piso oscuro de aquella minúscula celda.—«Dios mío, ¿Por qué me haces esto? ¿Por qué la pusiste en mi camino y dejaste que soñara tan alto?» —pregunté a la nada, intentando encontrarle sentido a tanta maldad.Zac me veía con tristeza e impotencia, porqu
HENRYZac no había regresado en el día, ni al día siguiente y comenzaba a creer que tal vez no lo había hecho porque a mi madre no le habia caído bien las buenas nuevas.Me habían informado que tendría un juicio y que el estado me proveería un abogado de oficio para que llevara mi caso. Melancólico, había permanecido esos dos días en ese catre que hacía de lecho para mi cuerpo adolorido por la falta de costumbre, pero sin poder siquiera dormir. Sentía que era inútil y demasiado tortuoso cerrar los ojos porque solo lograba que las pesadillas y algunos recuerdos me atormentaran sin tregua y sin compasión.Al tercer día, por fin apareció mi amigo y acompañado de mi madre, angustiosa con el rostro demacrado. Entre sollozos ahogados, se acercó hasta los barrotes mientras yo hacia lo mismo. No p
CRISTOPHER—¿Qué le has dicho, Daniel? —pregunté andando a su lado, ni bien salimos del departamento de policía. Su esposa ya había subido al coche que los esperaba y él iba despacio y pensativo.—Nada que te incumba, Cristopher —respondió como de costumbre—. Confórmate con que serás el que maneje la compañía de ahora en más y podrás sacar a tu familia de la ruina, si haces las cosas bien.—¿Se creyó la mentira de que Camile lo acusó? —indagué con cautela. Era de suma importancia que ese donnadie jamás supiera la verdad. Mucho menos que todo fue una trampa en la que cayeron redonditos los dos, en el afán de proteger el uno al otro.—Creo que sí, pero si quedan falencias y alguna vez decide investigar o contratar un abogado que valga la pena, no tendr&aac
Nadie había hecho caso a mis gritos de pedido de auxilio cuando noté que Sergei sangraba.—¡Sergei! ¡Sergei! Aguanta un poco, amigo —le había pedido mientras sentía un leve pulso en su muñeca.Con las luces apagadas, nada podía hacer por él.Luego de una hora aproximadamente, vinieron a ver a que se debían mis gritos. Para ese entonces, la poca esperanza que tenía que Sergei sobreviviera, se habían ido a la mierda.No podía dejar de llorar, no podía dejar de sentirme culpable porque si de algo me estaba dando cuenta, era que el encargo iba apuntado hacia mí.Mi número, el lugar donde dormía, era evidente que alguien quería hacerme desaparecer.Ese día comprendí que si seguía encerrado, la próxima vez no fallarían.La mañana transcurrió lenta y tortuosa.