Propuesta Perversa — Serie Propuesta Libro II
Propuesta Perversa — Serie Propuesta Libro II
Por: Isabella Rossi
CAPITULO 1

4 años antes…

HENRY

Comencé a recoger mis cosas despacio de la oficina que hasta hoy ocupaba porque había presentado mi renuncia, tragando con fuerza para que la impotencia que sentía no me jugara una mala pasada.

Había pasado una semana de nuestro último encuentro y de solo volver a recordarlo, el alma se me retorcía.

Aún me costaba creer que hubiera fingido tanto tiempo, que su entrega hubiera sido camuflada y que llegara al punto de engañarme de esa manera.

O era una excelente actriz, o el amor me había vendado tanto los ojos y el corazón, que no me di cuenta como me estaba viendo la cara.

Y todo eso lo pensaba porque precisamente hace apenas un día, ella le había dado el sí que me había prometido a mí, a ese idiota que tanto daño le había causado en el pasado y que en absoluto la merecía.

Cuando terminé de guardar en la pequeña caja los pocos objetos personales, mis ojos repasaron cada rincón de aquella oficina. Suspiré cansado de seguir dándole vueltas a las cosas y a los porqués de sus acciones. Simplemente tenía que aceptar que no fui lo suficientemente bueno como para que me tomara en serio.

Quise ir hasta su despacho, para darle el último adiós silencioso a esas amplias cuatro paredes que fueron testigos de tanta pasión desenfrenada, de tanto amor de mi parte, pero me repetí a mí mismo que eso no me la devolvería y que el destino ya había trazado las líneas de nuestras vidas. Al salir al pasillo, quise despedirme también de Ester pero al vislumbrar su lugar vacío, supuse que no había acudido a la oficina porque tal vez se quedó a hasta tarde en  aquella maldita boda.

Cuando salí de aquel edificio, sentí una avalancha de furia que carcomía mis entrañas. Con los ojos picándome por las ganas de largar y deshacerme de mi dolor, negué sacudiendo la cabeza, decidido a no darle el placer de verme derrotado y derrumbado por su abandono.

Más calmado, avancé unos pasos hasta el coche que adquirí en la semana para devolver el que me había proveído la empresa. Abrí despacio la cajuela y con una total frustración, metí la caja dentro, cerrándola de manera violenta.

—¿Señor Henry Ross? —oí una voz grave detrás de mí y me volteé para saber de quien se trataba.

—Sí, soy yo —respondí de la mejor manera posible que me permitía mi estado de ánimo, al notar la placa que cargaba en su cintura—. ¿En qué puedo ayudarlo, oficial?

—Soy el detective Gary Storm, del departamento de policía de Nueva York, y tiene que acompañarme —dijo con tanta naturalidad que me causó escalofríos.

Me quedé mudo y tieso, observándolo como si se hubiera vuelto loco. Y no era para menos.

¿Qué iría a hacer yo en el NYPD cuando nada tenía que ver con los tipos de delitos que combatían?

—Que… ¿Qué ha dicho? —modulé apenas cuando al fin las palabras pudieron salir de mi garganta.

—Debe acompañarme, señor Ross. Hagamos las cosas por las buenas y no armemos un escándalo en plena vía pública.

—¡Por Dios! —exclamé aun desconcertado, pasándome la mano por el pelo—. Discúlpeme oficial, pero esto debe ser un gran error o una maldita broma… —dije nervioso, aguadando impaciente por su respuesta.

—Lo lamento, pero no es ningún error y debe acompañarme. Le dictaré sus derechos de camino al departamento de policía.

Negué presionando mis puños.

¿Qué carajos estaba pasando?

—¿Se puede saber de qué se me acusa? —indagué tratando de encontrarle sentido a la situación.

—De fraude y malversación de fondos en su carácter de gerente en Staton Company.

—Debe ser un error… eso… ¡eso es mentira! —levanté la voz sobrepasado por la situación.

—Si es un error, como bien dice, lo puede demostrar y quedar en libertad. Por lo pronto, debe acompañarme, señor Ross, y le agradecería que no me haga perder más el poco tiempo que me  queda —dijo cansino y frustrado por mi negación. Suspiré con la misma actitud, intentando encontrar el sentido a lo que estaba pasando. La única que sabía lo que había hecho en la compañía era… Camile.

¿Camile?

¡No¡

Simplemente era una locura lo que mi mente imaginaba. Respiré profundo y asentí, indicándole que lo acompañaría.

—¿Al menos tiene una orden en mi contra? —pregunté nuevamente, esperanzado en que me dijera que todo se trataba de una absurda broma de esos que algunos programas de TV le hacían a los transeúntes.

Para mi desgracia, el oficial abrió un poco su chaqueta, sacando de su bolsillo interno un documento que acreditaba lo que decía y estaba haciendo.

—Creo que no hará falta que lo espose para que me acompañe —dijo con seriedad—, pero comprenderá que es nuestro trabajo y debemos hacerlo. En estos momentos usted, hasta que no pruebe su inocencia, es culpable de algo demasiado grave.

Ni bien terminó de decir aquello, unos hombres me rodearon, tomándome de ambos brazos, juntándolos a mi espalda para esposarme. Sentí el frio del metal rozar mi piel y la furia bullía en mi sangre.

Tenia que ser todo un malentendido que se aclararía en cuanto Camile lo supiera o en cuanto comprobaran que no había robado ni un mísero centavo de Staton Company.

El camino se me hizo eterno y sentía la mirada piadosa del oficial por el retrovisor. Cuando llegamos, me indicó que tenía derecho a guardar silencio hasta que consiguiera un abogado y que podía usar la llamada que se me permitiría para contactarlo.

Sin embargo, al primero a quien llamé fue a Zac.

Henry, pensé que ya estarías en el gimnasio… ¿ocurrió algo? —preguntó del otro lado luego de saludarlo.

—Zac, estoy en problemas y necesito que vengas al departamento de policía —lancé apresurado y nervioso.

¡¿Qué?! —gritó del otro lado—. ¿Qué carajos pasó para que estés en ese lugar?

No tengo tiempo para explicarte, solo ven lo más pronto posible, Zac y ya sabrás lo que ocurre.

—¡Salgo de inmediato! —expresó agitado, como si estuviera corriendo apresurado para salir de su casa.

—Zac, no se lo digas a nadie, mucho menos le avises a mi madre.

Está bien, Henry. Ya encontraremos la forma de resolver tu problema sin que Vivian se entere.

—Gracias… —musité apenas, antes de colgar.

Cuando terminé de hacer la llamada, me llevaron a una celda que gracias a dios estaba desierta.

Los minutos que pasaban con demasiada lentitud para mi gusto, me hacían sentir que había estado años encerrado en aquel minúsculo lugar de barrotes.

Di vueltas incontadas veces, gastando seguramente los pisos como hacía mucho no lo hacían.

Pensaba en que pudo haber pasado para que se me acusara de semejante barbaridad y solo su nombre venía a mi cabeza una y otra vez.

¿Y si solo me utilizó para su estúpido propósito?

¿Y si la salida más fácil para deshacerse de mi era acusándome de todo?

No. Me negaba a creer que esa mujer a la que amaba más que a mi vida me hubiera echado fango de esa manera tan cruel y despiadada.

¿Pero entonces que paso?

¿Quién pudo haberlo hecho si solamente lo sabíamos Gina, ella y yo?

Y haciendo cuentas, era fácil deducir la respuesta.

Sin embargo, no lo iba a aceptar, no lo podía creer.

—¡ROSS! Tiene visita —avisó un oficial, haciéndose a un lado para ver por fin que Zac había llegado—. Tienen diez minutos.

—Henry, ¡¿qué ha pasado?! —preguntó completamente confundido.

—Eso mismo quisiera saber, Zac, pero según lo poco que me dijeron, estoy acusado de fraude.

—¡¿Qué?! —grito sorprendido.

—Shhh… guarda silencio o no llegaremos a los diez minutos.

—No estoy entiendo nada, Henry. ¿Quién pudo haberte acusado de algo así? —indagó sobrepasado y el rostro se me descompuso, dándole a entender que podría ser ella—. No irás a creer que fue Camile… ¿o sí?

—Quiero pensar y creer que no, pero no puedo afirmar nada hasta que me digan algo más de lo que me han dicho.

—Pondría las manos al fuego porque Camile jamás te haría algo así, hombre. Ella te ama y no te lastimaría —afirmó con tanta seguridad que removió millones de cosas en mi pecho, entre ellas, la esperanza de que todo esto fuera un simple error.

—Ella se casó apenas ayer, Zac… así que lo que dices es absurdo —le di un golpe a los barrotes por el hecho de que recordarlo hacia que el alma se me tambaleara.

—Iré a buscarla y ya verás que ella nada tiene que ver en esto, que seguramente es solo un error, una coincidencia de nombres… ¡No lo sé!, pero puedo jurar que ella jamás te dañaría de esta manera.

Sopesé sus palabras y quise pensar que tenía razón, y aunque estaba muy lastimado con todo lo que había ocurrido, mi enamorado corazón me pedía a gritos que le hiciera caso a Zac.

—Está bien, Zac. Búscala por favor y dile que venga, que necesito que aclare todo este mal entendido, por favor… Dile… Dile que solo ella puede salvarme de todas las maneras que existen y que la amo —supliqué con la voz quebrada y él solo asintió con la cabeza.

—No te preocupes, Henry. Ya verás que todo se soluciona.

—Eso espero…

Se marchó velozmente, tal y como había llegado. Las horas pasaban y no regresaba. La noche cayó sin más y la desesperación y desilusión de que ella no viniera estaban rompiéndome en mil pedazos.

No había dormido. El catre plano me quemaba la piel y la ansiedad misma no me lo permitió.

La mañana cayó sin más y un oficial vino por mí, sacándome de la celda para llevarme a la oficina del hombre que había sido cabeza de mi arresto. Con las manos esposadas, ingresé a su imponente despacho esperando y me diera buenas noticias.

De mala gana tomé asiento cuando así lo ordenó.

—¿Ha contactado con su abogado? —indagó demasiado interesado y negué—. Sabe que el estado le puede proveer uno, si no puede pagarlo —sonreí, esquivando su mirada.

—Hacerlo sería facilitarle demasiado las cosas a quien quiere culparme de algo que no cometí —repliqué con dureza y ladeó su rostro.

—Puede retirarse. Ordenaré que le asignen un abogado de oficio —me puse de pie, y el guardia que me escoltaba me guió hasta la puerta. Sin embargo, antes de que saliera, su voz volvió a retumbar en el lugar—. ¿No preguntará quién lo acusó?

Mis ojos se abrieron de par en par y tragué con fuerza mientras presionaba mis puños.

Mi silencio solo hizo que lograra su cometido y sonrió con ironía.

—La señora Camile Staton… o mejor dicho, la señora Camile Williams, estará encantada cuando sepa que su denuncia ha tenido sus frutos. Creía que sería imposible atraparlo porque tal vez ya se hubiera marchado del país con todo su dinero, pero me doy cuenta de que el amor a veces nos vuelve demasiado estúpidos.

—No… eso… eso es mentira… —susurré taladrándolo con mis ojos y el solo afirmó con un leve movimiento de cabeza.

—Es la verdad, Ross. Te acusó de fraude y malversación, alegando que la manipulaste a base de… digamos que tácticas no tan convencionales, y que has estado alterando los reportes financieros desde hace casi diez meses.

—Miente… usted está mintiendo, ella jamás haría algo así, ¡¡¡ELLA JAMAS MENTIRÍA CON ALGO ASÍ!!! —grité, intentando zafarme del guardia para llegar hasta él y hacerlo tragarse sus palabras y envenenarse con su propio veneno.

—Allá usted si no me cree. Por lo pronto, váyase haciendo la idea de que pasará muchos años encerrado en una prisión.

Mis ojos desprendían fuego y mi garganta seca quería gritar y desatar la frustración que sentía en todo mi ser.

Cuando me devolvieron a mi celda, tomé asiento en el catre, presionándome la cabeza para dejar de oír las palabras de aquel hombre que retumbaban en mi mente.

No. No. No.

Todo debía ser una mentira, algo no cuadraba, no encajaba en todo este asunto.

¿Por qué ese policía estaría tan interesado en fastidiarme llamándome a su oficina y restregándome en la cara que Camile me había denunciado?

Algo no estaba bien y solo me calmaría una vez que ella entrara por la puerta que daba acceso al lugar donde estaba encerrado, y me regalara una de sus preciosas sonrisas.

Quería mantener la esperanza de que, aunque acabo de una manera cruel con nuestra historia, ella no sería capaz de una injusticia.

Sin embargo, a pesar de todo lo que le di, comprendí cuando Zac llegó, que fui un completo ingenuo y que no solo acabó con mi corazón a quemarropa y sin piedad, sino que también, queriendo tocar el cielo con las manos a su lado, amar a esa mujer solo me estaba deparando un boleto directo al infierno más oscuro.

—¿Dónde está? —pregunté ansioso, tratando de descifrar la mirada de mi amigo—. ¡¡¡QUE DONDE ESTA CAMILE, MALDITA SEA!!! —grité, tomando con mis manos los barrotes.

—Ella no vendrá, Henry… al menos no ahora.

—¡¡¡Qué rayos significa eso!!! —volví a preguntar ansioso y devastado, sintiendo como un mundo oscuro se abalanzaba sobre mis hombros—. ¿Cómo que no vendrá? ¿Dónde está?

—Camile no está en la ciudad, Henry —aclaró y fruncí los ojos aguardando una mejor explicación. Zac suspiró derrotado, y bajando los hombros pronunció las palabras que jamás habría querido escuchar—. Camile no vendrá porque no se encuentra en la ciudad… —mis ojos se fueron abriendo lentamente y mi agarre de los barrotes se aflojó—. Ella salió de  viaje por su luna de miel.

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