HENRY
A duras penas conseguí que Camile regresara conmigo a la ciudad, prometiéndole algo que en absoluto cumpliría. Estaba completamente loca si pensaba que me daría por vencido así como así, sin luchar por ella.
Avisé a mis acompañantes que podían acercarse, y esperé paciente a que hiciera las maletas, mientras me deleitaba con la compañía de mi recién descubierto hijo.
—¿Cuántos años tienes, campeón? —pregunté, mientras estábamos ambos sentados en el piso y jugando con su tren de juguete.
—Tres —respondió completamente ajeno a lo que causaba en mí—. Pronto comeré pastel y cumpliré cuatro —elevó su manita, intentando mostrar la cantidad de dedos adecuados y sonreí.
—Ya eres grande, campeón. ¿Me invitar&
Luego de haber sofocado el inmenso ardor que me provocaba Camile, bajé a la cocina por un poco de beber. Dormir en la habitación contigua y no poder siquiera asomarme a verla, me estaba matando.Abrí la nevera, y me serví un poco de leche. Me senté en una de las butacas y recosté mis brazos sobre el desayunador.Bebí despacio, pensando en la mejor manera de aclarar las cosas con esa bruja que me atormentaba desde el primer día que la vi, cuando chocamos en la empresa y evité su caída. Había pasado tanto tiempo, y tantas cosas que sentía miedo de que no llegáramos a ponernos de acuerdo. No comprendía los designios de la vida, ni entendía el por qué de muchas situaciones que me tocaron vivir.Mi vida dio un giro completo, y existían momentos en los que deseaba seguir siendo Henry Ross, el asistente personal de Camile Staton.Los momentos qu
—Oh, Camile. Yo también te amo… —respondí, afianzando mi agarre a su cintura.Ella ocultó su rostro en mi pecho y aspiró profundo para luego volver a mirarme.—Me lastimaste… —murmuró llorando—. Me rompiste el corazón de una manera en que creo, ya no tiene remedio.—Lo siento tanto… —respondí sincero, mientras mis ojos también se llenaban de lágrimas—. Perdóname, por favor.—Más lo siento yo, Henry. Y aunque quisiera decirte que si te perdono, no puedo hacerlo… no quiero volver a llorar a por ti, no quiero seguir sufriendo por tu causa. Ya me has lastimado demasiado —volvió a hundir su rostro en mi pecho, intentando ahogar su llanto.Sentí que estaba perdiendo la partida, que en un abrir y cerrar de ojos, si no hacia algo pronto, la perdería y esta vez para siempre.
—¿Por qué, Henry? —pregunté desconcertada y asintió—. ¿Qué deseaba de Henry? Digo, en esa época era un empleado más…—Es precisamente lo que necesito sepas; Daniel se casó con una mujer joven y ambiciosa: Jessica Davis. ¿Te resulta familiar su nombre? —preguntó y haciendo memoria recordé que cuando Gina mandó investigar a Henry, en los registros aparecía una persona con ese nombre, aunque no recordaba el apellido, y era la madre de su hija.—¿Es la madre de Jillian? —indagué.—Sí. Jessica Davis la madre de la hija de Henry, y es el cerebro detrás de toda la historia que te narraré a continuación.»Cuando me presenté en la empresa por primera vez, Gina se había disgustado tanto que dejó de hablarme. Estaba desesperada porque era la &uacut
CAMILE—¡Por dónde se lo llevaron, Vivian! —grité aterrada y la mujer, viéndome con horror señaló hacia el lado derecho del pasillo.Corrí desesperada, mirando cada rincón del lugar. El cartel indicaba que el camino terminaba en la morgue, y siguiendo hacia la izquierda, la salida donde seguramente sacaban los cadáveres del hospital.Oí a lo lejos a Rocco, quien me seguía de cerca pero hice caso omiso a sus gritos, solo seguí corriendo, intentando alcanzar la salida con la esperanza de que aún no se lo hubieran llevado.La doble puerta roja de vaivén, con cristales en la parte superior, apareció delante de mí y la atropellé con violencia. Si apenas lo habían sacado del cuarto, aún tenían que estar allí, en el aparcamiento del piso cuatro.Respirando agitadamente, y sintiendo c
CAMILEDesperté aturdida, por el intenso y desagradable olor a humedad. A duras penas, mis párpados se fueron abriendo, viendo todo borroso. Mis músculos seguían entumecidos, sin poder moverlos y respiraba agitadamente. Transcurrido un determinado tiempo, intenté mover mis manos dándome cuenta de que estaban amarradas a mi espalda, lo mismo que mis tobillos.Miré alrededor y lo único que me dejaba visualizar la estancia, era el rayo de luz que ingresaba por un pequeño hueco hecho arriba, casi llegando al techo del diminuto cuarto cubierto de moho. Era una habitación de más o menos tres metros cuadrados, sin ventana, con el piso maltratado, y las paredes blancas y sucias. Una puerta de madera vieja, era la única salida que al parecer, tenía ese horrible sitio.Después de varios intentos vanos por ponerme de pie, caí derrotada en el suelo mient
HENRYDesperté con las primeras luces de la mañana que entraban en la habitación a través de los cristales de la ventana. Al abrir mis ojos y ver su cuerpo grácil a mi lado, con nuestras pieles envueltas de manera cómplice uno con otro, mi espíritu se regocijó, sintiéndome el hombre más feliz del mundo.Se removió despacio, presionando aún más su agarre a mi cintura y regando besos en mi pecho. Sonreí, viéndola arremolinarse de aquella manera, como si quisiera dilatar el momento de despertar y abrir los ojos.—Buenos días —susurró, con los párpados aun cerrados y negándose a mirar.—Buenos días, mi pequeña bruja —respondí, logrando mi cometido.De inmediato Camile abrió sus ojos y me vio con intriga.—¿Pequeña bruja? &mdash
PROPUESTA FINALHENRY—Henry, por favor… —murmuró Camile, acercándose a mí, pero yo no la escuchaba.Había apretado tanto mis puños y creía que mi mandíbula se quebraría de presionarla tanto. Cuando estuve por repetir la pregunta, una voz melodiosa pero firme, resonó a mi costado.—August, aquí estás… —quedé abochornado al ver a una mujer rubia acercarse al médico y propinarle un beso. Y más aún, al notar su abultado vientre.La mujer se volteó hacia nosotros y sentí mis mejillas arder por la vergüenza.—Hola… —me saludó con tranquilidad y no supe que decir—. Soy Katrina, la prometida de August —se presentó y extendió su mano hacia mí.—Henry… —oí a Camile y
HENRY3 meses después…Luego de disfrutar de una deliciosa cena en compañía de todos, aquel día en que le pedí a Camile que fuera mi esposa otra vez, el tío Frederick había hecho un brindis por nosotros y nuestro futuro, y nos pidió un especial favor como su último deseo.Sabía que esas palabras las utilizaba para que no le dijéramos que no, y solo había negado internamente cuando conmovió a todos los presentes, alegando que tal vez fuera la última ocasión que tendría para disfrutar de todos sus seres queridos.Camile le había dicho que pidiera lo que fuera, y que encantados cumpliríamos con su último deseo. En ese momento, cuando el tío Fred había conseguido lo que buscaba, Danielle y yo nos miramos sonriendo, porque aquel viejo siempre se salía con la suya.