- ¿Dónde diablos está la mujercita? - se preguntó Albuz al trasladarse a una estación. Ya había buscado en cada parte del bosque, desde punta a punta y no daba con ella. Llegó hasta la gran caida, donde sólo había vacíos y tierra seca. - ¿Qué haces aquí? - pregunta Rosseta al verlo mirara desesperado por todas partes. Parecía buscar a alguien. - Tú. - señaló. - eres una inmadura ¿Por qué tenías que irte? - Sólo salí a estirar las piernas, nunca escapé de mi hogar. - lo miró hasta analizarlo. - ¡Me estabas buscando¡ ¡Te preocupaste por mí! ¡Te preocupaste por mí! - repitió emocionada e intentó abrazarlo. Albuz la detuvo en el acto. - Como cualquier rey se preocupa por sus súbditos. - explicó con voz seria.Rosseta frunció el ceño, basta decir que se había enojado. - Vete, Albuz. - dijo al darse la vuelta y continuar con su camino. - Querías esto, que me alejara. Lo estoy haciendo, ahora pienso ser mi propia reina dentro de estas tierras secas. Albuz dejó escapar una pequeña son
En lo más alto de la torre, tras los barrotes y el frío intenso por el invierno eterno, estaba Rosseta tratando de no sentir dolor, ardor o frío, mientras sus extremidades estaban atadas a cadenas de bronce que quemaban sus tobillos y muñecas. Como hada, todo metal la lastimaba hasta el punto de quemar su piel. - Hasta que el invierno termine. – repetía una y otra vez esas palabras. – hasta que el invierno termine. – si el invierno daba su a fin, Rosseta sería libre de las cadenas, eso le dijo su padre cuando la encerró. – Tú puedes Ross, tú puedes. – dijo débil, cansada y sedienta, luchando por sobrevivir como lo había hecho por dieciséis años. Todas las noches subía una sirvienta a alimentarla y curar de las heridas ocasionadas por las cadenas. Era una perdida de tiempo, cuando lo hacía volvía a encadenarla por orden de su rey y las cicatrices volvían una y otra vez. No era sanación, era una eterna agonía que nunca terminaba, era su castigo por matar a su madre. Las alas habían s
El frío había descendido mucho más que en el reino de las hadas, la noche era oscura y hasta algo tenebrosa. El sonido de algunos animales rugía al mismo tiempo que el viento congelado jugaba con las hojas de los árboles. Albuz apareció con Rosseta de la nada sumergidos en una nube oscura y espesa que obligó a la naturaleza a callarse. Rosseta miró al alrededor y no pudo evitar envolver los brazos en su delgado cuerpo por el intenso frío. Alzó su mirada y observó el palacio del Mago que flotaba en el aire a unos diez metros de altura. La estructura era de piedras y rocas negras con adornos que daban miedo de tan sólo verlo. Sobre el techo, un gran ojo que todo lo ve se encontraba vigilando. Albus elevó una vez más el bastón, Rosseta asustada por verlo casi desaparecer en su magia, le dijo desesperada.-Espere, yo no puedo volar. No podré subir hasta el palacio. -Es tu problema. – respondió con una voz profunda y molesta, la miró con sus ojos negros penetrantes emitiendo más miedo
La noche cayó en el bosque encantado, Rosseta pensó que sería e igual de fría y oscura como la anterior. Nada de eso pasó, todo el lugar estaba era perfecto, con un cielo adornado de estrellas y de la deslumbrante luna. Además, estaba refleto de criaturas mágicas que alumbraban el camino y los cielos, algunas con alas, otras caminaban por el suelo como los hongos y otras andaban en conjunto como eran las pequeñas hadas verdes. Criaturas de buen corazón y que se dedicaban a la artesanía. Rosseta decidió seguirlas, ella las llamaba con sus manos e incluso la rodeaban hasta empujar su cuerpo. Caminó hasta un estante de aguas cristalinas y con cierta luz por dentro. Se sentó en el filo hasta sentir el agua remojar sus pies. Quizás era un delito, pero necesitaba probar el agua y asearse. Se puso de pie y dejó caer aquel vestido blanco a igual que su pantaleta. Desnuda a la vista del bosque, entró en el estanque, sintiendo la agradable frescura que el agua ofrecía, mientras abrazaba su del
Rosseta fue llevada a una de las habitaciones del palacio. Un viejo gnomo con cabellos blancos, sotana café y algo regordete, se encargaba de curar las heridas, con sus manos en el aire, mientras recorría todo el cuerpo. Las cadenas habían marcado gran parte de la piel, hasta el punto de dejarla irritada. El gnomo no podía negar que estaba sorprendido, su trabajo en el bosque encantado era sanar y curar a las criaturas del bosque, desde la más pequeña hasta el ser más grande, como lo eran los roka. Gigantes de piedras que vivían junto a la gran cascada. Pero una ¿Hada grande? Eso nunca, tenía mucho tiempo sin ver una y menos una sin alas. Desde que el rey Constantino disputó y cerró las puertas de su reino para que nadie de su pueblo salga, las hadas se extinguieron.Se sabía que la reina, Clarisa, murió en el parto al dar a luz a su última hija, pero también sé sabia que fue herida en el embarazo por un mago. Esto dividió ambos reinos, obteniendo como resultados conflictos en ambos m
Casandro no tuvo corazón para dejar encerrada a Rosseta y mejor decidió que caminara libre, aun en contra de Albuz.Rosseta aprovechaba cada segundo que le fue otorgado y corría a sus anchas por todo el jardín del bosque, no quería que su libertad jamás terminara, deseaba de todo corazón que fuera para siempre. Así pasó por tres años, desde que Albuz se fue, Rosseta no ha entrado en el palacio, ahora su cuarto era la cueva del árbol. Era algo pequeño, pero acogedor, ahora le daba el abrigo que ella necesitaba. Además, lo acomodó a su gusto con las cosas que encontraba en el bosque como piedras, caracolas y hasta pequeñas luces, era perfecto.En esos tres años, Rosseta se convirtió en una hermosa mujer llena de atributos. Siempre corría descalza con los cabellos sueltos que bailaban al ritmo del viento. Sus vestidos verdes confeccionados por ella misma reflejaban paz y felicidad en su interior. Por el día recorría la gran parte del lugar, y por la noche se daba un chapuzón en el lago qu
Por alguna razón, la primavera se convirtió en invierno de un momento a otro. Rosseta tenía mucho frío, sus vestidos no lograban calentarla, además, sus tripas sonaban muy fuerte del hambre que sentía, pues no había probado bocado desde a noche. Lo único que tenía en mano era medio plátano que terminó por devorarlo en cuanto lo guió a sus labios. Su cuerpo había desarrollado al de una mujer y con el, el deseo de alimentarse. Al ver que las elfas o sirvientas del palacio del mago no fueron a dejar comida como lo solían hacer durante el mando de Casandro, decidió salir de la cueva e ir hasta unos árboles donde había fruta. Al llegar lo único que encontró fueron ramas. Necesitaba alimentarse, la pérdida de energías en su cuerpo la volvía lenta y hasta cansada. Tomó la decisión de ir a la cocina del palacio, robaría algo de comida y saldría sin ser vista. Al no tener alas para volar, trepó en el árbol que llegaba hasta las faldas del palacio y entró en el con el má
Rosseta se encontraba en el calabazo al que fue enviada. Tenía mucho frío que sentía dagas filosas ser clavadas en los huesos una y otra vez. Sus ojos estaban humedecidos por pensar en la muerta que la asechaba desde pequeña y de la cual ya no había escapatoria. Había luchado desde niña para sobrevivir y ahora nadie, ni siquiera ella podía ayudarse, sólo había que esperar aquel día donde su corazón sería retirado del cuerpo para ser entregado a Albuz y él pueda completar su hechizo. Caminó hasta una de las ventanas donde una leve luz de luna se apreciaba, miró al cielo que estaba adornado de nueves negras que trataban de ocultar a la luna y dijo su último deseo. -Señor, te he pedido tantas cosas que ya debes estar cansado de mí, pero esta vez te pido que mi muerte sea rápida para que no sienta más dolor del que ya he sentido. Por favor, te lo pido, que ese sea mi último deseo. – una pequeña estrella fugaz recorrió el cielo como un rayo y después desapareció. Dejó de ver