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El abrazo del sufrimiento

La noche cayó en el bosque encantado, Rosseta pensó que sería e igual de fría y oscura como la anterior. Nada de eso pasó, todo el lugar estaba era perfecto, con un cielo adornado de estrellas y de la deslumbrante luna. Además, estaba refleto de criaturas mágicas que alumbraban el camino y los cielos, algunas con alas, otras caminaban por el suelo como los hongos y otras andaban en conjunto como eran las pequeñas hadas verdes. Criaturas de buen corazón y que se dedicaban a la artesanía.

Rosseta decidió seguirlas, ella las llamaba con sus manos e incluso la rodeaban hasta empujar su cuerpo. Caminó hasta un estante de aguas cristalinas y con cierta luz por dentro. Se sentó en el filo hasta sentir el agua remojar sus pies. Quizás era un delito, pero necesitaba probar el agua y asearse. Se puso de pie y dejó caer aquel vestido blanco a igual que su pantaleta. Desnuda a la vista del bosque, entró en el estanque, sintiendo la agradable frescura que el agua ofrecía, mientras abrazaba su delgado cuerpo. Se sumergió por completo y empezó a jugar.

El ojo que todo lo ve proyectó eso a través de la esfera de cristal, Albuz observaba totalmente serio cada paso que daba Rosseta. La miró desnuda nadar en su estanque. Decidió ponerse de pie y con la ayuda de su bastón se teletransportó hasta ahí. Llegó a los arbustos como una sombra negra, nadie podía verlo ni sentirlo.

Parado al filo del agua, observó a la simple hada nadar a sus anchas. Su cuerpo estaba demasiado delgado que fácilmente podía flotar. Reprimirla para terminar con esa fastidiosa alegría era lo que necesitaba, pero cambió de opinión cuando Rosseta dejó ver la espalda, una espalda con dos cicatrices grandes, donde dos alas hacían falta.

Era suficiente castigo, pensó. No volar debe de ser difícil hasta para él, que se divierta nadando por ahora. Dejó de verla y desapareció.

Rosseta decidió salir del agua, fue el mejor de los baños que tomó en su vida. Con sus cabellos mojados y sin una gota de arrepentimiento, tomó el vestido y se colocó. Acompañada de las hadas pequeñas fue hasta su refugió. Todavía estaba mojada y su vestido se había empapado al absorber el agua. Necesitaba nueva prenda. Recordó que la sirvienta quien la atendía cocía vestidos para ella con los rechazos de telas que botaban sus hermanas a la basura. Con la ayuda de las grandes hojas que ofrecían algunos árboles, los hilos de este mismo y piedras utilizadas como tijeras, empezó a confeccionar sus propios vestidos. Todo ellos fueron color verde y del mismo diseño.

Se colocó uno encantada por lo que había logrado y se recostó a descansar.

Muy temprano Rosseta, ya caminaba por el bosque luciendo sus prendas. Necesitaba aprovechar cada segundo ante de volver a las crueles rejas de la torre. Paseando por el jardín, una mujer con ropas grises apareció.

- Muchacha. – llamó con un tono duro. – tenemos que hablar. – dijo como una orden.

Rosseta la observó curiosa, no aparentaba tener más de 25 años. Sus cabellos eran negros oscuros, de rasgos finos, piel blanca, alta, delgada, cuvirlínea, vestido largo que besaba el suelo y en sus dedos llevaba anillos igual de grandes que los de Albuz. Caminó hasta donde ella y dijo amigable.

- Claro.

La mujer respiró y como una amiga que recién conocía caminaron juntas hasta entrar en el bosque.

- ¿Por qué estas aquí? – preguntó, mientras caminaban.

- Para salvar a mi pueblo de la ira del Mago. – respondió Rosseta. – mi padre así lo decidió.

La mujer bufó con desprecio y continuó caminando, después volvió a preguntar.

- ¿Sabía qué Albuz se ha dedicado en destruir el reino de las Hada?

- Lo sé, por eso estoy aquí, para calmar su ira y liberar a los míos.

- Eres muy tonta, por eso tu padre te regaló sin pensarlo. Nadie puede controlar la ira de Albuz, ni tú, ni nadie lo hará nunca.

Rosseta guardó silencio, ella estaba consciente que la ira del mago apaciguaría en su pueblo, pero recaería en ella y esperaba ese día, después de todo, era la ofrenda para el Mago. La mujer decidió sonreír, la tomó de los hombros con delicadeza haciendo que el metal de sus anillos la lastimaran. La guio hasta debajo de unos árboles, se apartó, dijo un conjuro y dejó caer una gran red de metal sobre el cuerpo de Rosseta.

Ella chilló por la quemazón que arropaba por todo su cuerpo. Era definitivamente el abrazo del sufrimiento.

- Piedad, por favor. – suplicó soportando ardor y fuego en su piel. – se lo pido.

La mujer la miró molesta, rodeó a Rosseta, le encataba los chillidos agudos que emitía y ver como el humo salía al hacer su trabajo.

- ¿Qué eres para Albuz? – preguntó con voz dura y sin rodeos.

- Él sólo me trajo. – habló Rosseta débilmente. – me dijo que cuando llegara el día le iba a pagar.

Ella sólo sonrió, se acercó a ella poniéndose de cuclillas, la tomó del mentón y dijo.

- Soy Macaria, una poderosa hechicera y la ex novia de Albuz, quien me dejó por tu culpa. – hundió una daga de metal que guardaba en sus prendas en la mano de Rosseta haciendo que ella gritara por el dolor, no era su piel, también eran sus huesos. - no sé qué vio en ti, pero te aseguro que no dejaré que te lo quedes. – la soltó con fuerza.

Macaría dejó de verla y caminó hasta desaparecer. Dejando a Rosseta bajo las redes de metales y un agobiante sufrimiento.

Albuz permanecía en su despacho leyendo un libro donde se guardan todos los secretos de su decendencia, de repente la puerta se abrió de golpe. Primero entró una neblina espesa de color verde oscura, sabía quien era que no se molestó en mirar.

- Déjala, déjala a hora mismo. – dijo Macaria molesta.

- No lo haré, la necesito. – dicidió verla y habló con su voz dura de orden y autorización.

- Estas firmando una guerra, Albuz. No hagas que nos enfrentemos.

- No me importa, Macaria, puedes hacer lo que te plazca. – dejó de verla y fijó su mirada en aquel libro.

Macaria respiró para tratar de calmarse. Tranquila caminó como una felina tras Albuz. Envolvió sus fríos y largos brazos por la espalada y le preguntó con una voz dulce al oído.

- ¿Vas a dejar todo nuestro amor por ella?

Albuz la tomó de las manos, se puso de pie molesto, decidió verla y le dijo despiadado.

- Jamás hubo amor entre nosotros, yo fui muy claro.

- ¡¿Y esas noches qué?! – reprochó con coraje.

- No significaron nada. – respondió y la soltó. – mi corazón nunca a latido y jamás lo hará.

- Albuz, eres un idiota. – Macaria no soportó más y lo abofeteó. – acabas de firmar una guerra entre mi pueblo y el tuyo.

Él sonrió siniestro y acarició la mejilla donde Macaria lo había golpeado. Luego la tomó del mentón hundiendo esos ojos vacíos y fríos en los de ella.

- Hazlo, será tu pueblo quien pague las consecuencias de su líder. – dijo con una voz dura despertando su enojo, después preguntó. - ¿Estás dispuesta a correr el riego y despertar mi ira? ¿Estás dispuesta a ver como creo une río de sangre con tu pueblo?

- No me conoces. – Macaria sonrió desafiante y se soltó del agarre de Albuz. – no sé qué pretendes hacer con esa, pero lo voy a descubrir y cuando lo tenga, prometo arrebatártela. Algo me dice que esa simple Hada es muy importante para ti.

Albuz la miró con una mirada profunda, provocando que el clima cambiará por completo. Se acercó a ella hasta respirar el mismo aire.

- Lárgate. – dijo entre dientes.

- ¡Sí te interesa! – habló al ver la molestia que había provocado en Albusz, pues su rostro alumbró por decir esas palabras. – pero no como mujer, ella tiene algo que buscas, algo que siempre has buscado. – dejó de verlo, caminó hasta estar en la puerta y dijo por última vez. – Date prisa, la dejé bajó cadenas que no durarán en extinguirla, no creo que te sirva muerta Albuz. – sonrió y desapareció, dejando el mismo humo que cuando entró.

Albuz tomó asiento y conjuró la esfera de cristal. Observó a Rosseta inconsciente recostada en el suelo, mientras una gran red de metal la envolvía hasta quemar su piel.

En ese momento hizo que Casandro apareciera frente a él.

- Ve por ella y trae a un sanador. - habló, mientras caminaba fuera del despacho.

Casando abrió sus ojos a más no poder por lo que estaba observando en la esfera, con algo de lástima le dijo.

- Amo, puede hacerlo usted también por medio de su magia. Esa muchacha esta herida por todas partes, necesita ser sanada de inmediato.

- Yo no hago favores y ni mucho menos pierdo mi tiempo. - habló molesto como si se tratara de una faltas de respeto y desapareció.

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