Rosseta fue llevada a una de las habitaciones del palacio. Un viejo gnomo con cabellos blancos, sotana café y algo regordete, se encargaba de curar las heridas, con sus manos en el aire, mientras recorría todo el cuerpo. Las cadenas habían marcado gran parte de la piel, hasta el punto de dejarla irritada. El gnomo no podía negar que estaba sorprendido, su trabajo en el bosque encantado era sanar y curar a las criaturas del bosque, desde la más pequeña hasta el ser más grande, como lo eran los roka. Gigantes de piedras que vivían junto a la gran cascada. Pero una ¿Hada grande? Eso nunca, tenía mucho tiempo sin ver una y menos una sin alas. Desde que el rey Constantino disputó y cerró las puertas de su reino para que nadie de su pueblo salga, las hadas se extinguieron.Se sabía que la reina, Clarisa, murió en el parto al dar a luz a su última hija, pero también sé sabia que fue herida en el embarazo por un mago. Esto dividió ambos reinos, obteniendo como resultados conflictos en ambos m
Casandro no tuvo corazón para dejar encerrada a Rosseta y mejor decidió que caminara libre, aun en contra de Albuz.Rosseta aprovechaba cada segundo que le fue otorgado y corría a sus anchas por todo el jardín del bosque, no quería que su libertad jamás terminara, deseaba de todo corazón que fuera para siempre. Así pasó por tres años, desde que Albuz se fue, Rosseta no ha entrado en el palacio, ahora su cuarto era la cueva del árbol. Era algo pequeño, pero acogedor, ahora le daba el abrigo que ella necesitaba. Además, lo acomodó a su gusto con las cosas que encontraba en el bosque como piedras, caracolas y hasta pequeñas luces, era perfecto.En esos tres años, Rosseta se convirtió en una hermosa mujer llena de atributos. Siempre corría descalza con los cabellos sueltos que bailaban al ritmo del viento. Sus vestidos verdes confeccionados por ella misma reflejaban paz y felicidad en su interior. Por el día recorría la gran parte del lugar, y por la noche se daba un chapuzón en el lago qu
Por alguna razón, la primavera se convirtió en invierno de un momento a otro. Rosseta tenía mucho frío, sus vestidos no lograban calentarla, además, sus tripas sonaban muy fuerte del hambre que sentía, pues no había probado bocado desde a noche. Lo único que tenía en mano era medio plátano que terminó por devorarlo en cuanto lo guió a sus labios. Su cuerpo había desarrollado al de una mujer y con el, el deseo de alimentarse. Al ver que las elfas o sirvientas del palacio del mago no fueron a dejar comida como lo solían hacer durante el mando de Casandro, decidió salir de la cueva e ir hasta unos árboles donde había fruta. Al llegar lo único que encontró fueron ramas. Necesitaba alimentarse, la pérdida de energías en su cuerpo la volvía lenta y hasta cansada. Tomó la decisión de ir a la cocina del palacio, robaría algo de comida y saldría sin ser vista. Al no tener alas para volar, trepó en el árbol que llegaba hasta las faldas del palacio y entró en el con el má
Rosseta se encontraba en el calabazo al que fue enviada. Tenía mucho frío que sentía dagas filosas ser clavadas en los huesos una y otra vez. Sus ojos estaban humedecidos por pensar en la muerta que la asechaba desde pequeña y de la cual ya no había escapatoria. Había luchado desde niña para sobrevivir y ahora nadie, ni siquiera ella podía ayudarse, sólo había que esperar aquel día donde su corazón sería retirado del cuerpo para ser entregado a Albuz y él pueda completar su hechizo. Caminó hasta una de las ventanas donde una leve luz de luna se apreciaba, miró al cielo que estaba adornado de nueves negras que trataban de ocultar a la luna y dijo su último deseo. -Señor, te he pedido tantas cosas que ya debes estar cansado de mí, pero esta vez te pido que mi muerte sea rápida para que no sienta más dolor del que ya he sentido. Por favor, te lo pido, que ese sea mi último deseo. – una pequeña estrella fugaz recorrió el cielo como un rayo y después desapareció. Dejó de ver
Era la segunda vez que Golfo curaba las heridas de Rosseta, pero estaba vez en la fría torre. Con sus manos en el aire hizo su magia en ella, pero antes de eso tenía las esperanzas de que Rosseta lo hiciera por sí sola como la anterior vez y por extraño que pareciera, no volvió a suceder. Quizás Albuz tenía razón y la magia provenía de Golfo. Al terminar de curar gran parte de su cuerpo, Rosseta empezó a despertar. Sus ojos se abrieron lentamente y su garganta estaba seca, el hada estaba muy débil, eso Golfo lo notó. Decidió otorgarle algo de agua que guardaba en el bolsillo, ella bebió desesperada, al terminar le preguntó confundida.- ¿Dónde estoy?- Te encuentras en la torre. - respondió Golfo.Rosseta se dio cuenta que estaba donde inició, ya no había escapatoria para ella, sólo resignarse y aceptar la muerte como una amiga. - ¿Me estás curando para mi sacrificio? - preguntó cansada. Aunque la mayoría de cicatrices fueron cerradas y sanadas, Rosseta pe
Rosseta llegó aún lugar completamente desconocido ante sus ojos. El panorama era otro, la estación del año diferente, el cielo gris, una corriente de viento viajaba por todo el lugar, a la vez que sacudía las ramas secas de los árboles a igual que las hojas, marchitas y de color marrón, era otoño. Caminó descalza y con su vestido blanco por el bosque. Se sentía tan tranquila y en completa paz que pudo respirar a sus anchas, esa era la libertad que siempre había deseado y soñado. Pero no todo fue bueno, en cuanto dio unos pasos más, observó a una manda de licántropos devorar a lo eran los restos de un oso. Gruñian entre sí, desgarraban la carne de su presa. Todos ellos concentrados en comer.Rosseta guardó silencio y contuvo la calma. Se sabía que los lobos eran territoriales y mataban todo a su alcance sin importar quién fuera. Muy despacio empezó a caminar hacia tras, pero el crujir de una rama seca cuando fue aplastada por ella, la delató y los grandes licántropos re
Rosseta tomó a Albuz de los brazo y decidió llevarlo, a la vez que lo arrastraba por el suelo hasta una cueva construida de rocas. Estaba oscura y hasta humedad. Lo dejó ahí con mucho cuidado, tenía que hacer fuego para inspeccionar la zona donde se iban a quedar. Con ramas secas y hojas otoñales lo consiguió. Miró su pecho y aquella herida empezaba a infectarse al tener un color oscuro y poco usual, necesitaba algun remedio que pudiera ayudarlo. Buscó un gran tronco que funcionara como antorcha, lo prendió y empezó a caminar hasta adentrarse más en la cueva. Dejó a Albuz por un momento, para ir en buscar de una flor y preparar un remedio, para después untarlo en la herida, eso detendría la infección por unos días hasta que regresen al palacio. Se sabía que la flor de Melviz sólo crecía en cuevas, resguardadas por el frío, pero detalladas por la luz del exterior que la rodeaba. Acompañada nada más que con una antorcha, se aventuró en la oscuridad de la cueva. Todo por dentro parecía
Albuz empezó a despertar en cuanto sintió que unos cuantos pájaros se habían posado dentro de la cueva, además, su canto se volvió una gran molestia para los oídos del hombre. Abrió los ojos de golpe y se fijó que en el hombro tenía un par de hojas húmedas que cubrían su pecho. En la frente también posaban algunas de estas, de retiró aquellas y continuó con las de su pecho. Al hacerlo notó la infección que se había formado, en ese momento se dio cuenta que las hojas funcionaban como calmante y evitaban que se prolongaran más. Se puso de pie y miró su bastón partido en dos. Maldijo por eso, la fuente de su poder estaba en cero. Sólo había una pequeña y minúscula cantidad de magia en uno de los anillos, lo utilizaría para una verdadera emergencia. Tomó las partes del bastón y las guardó dentro de su túnica. Al cambiarse observó a sus alrededores, no vio por ningún lado a Rosseta, ni siquiera había rastro de ella. - Escapó. - dijo molesto. Se sentía enojado al ver que ella había desapa