Albuz empezó a despertar en cuanto sintió que unos cuantos pájaros se habían posado dentro de la cueva, además, su canto se volvió una gran molestia para los oídos del hombre. Abrió los ojos de golpe y se fijó que en el hombro tenía un par de hojas húmedas que cubrían su pecho. En la frente también posaban algunas de estas, de retiró aquellas y continuó con las de su pecho. Al hacerlo notó la infección que se había formado, en ese momento se dio cuenta que las hojas funcionaban como calmante y evitaban que se prolongaran más. Se puso de pie y miró su bastón partido en dos. Maldijo por eso, la fuente de su poder estaba en cero. Sólo había una pequeña y minúscula cantidad de magia en uno de los anillos, lo utilizaría para una verdadera emergencia. Tomó las partes del bastón y las guardó dentro de su túnica. Al cambiarse observó a sus alrededores, no vio por ningún lado a Rosseta, ni siquiera había rastro de ella. - Escapó. - dijo molesto. Se sentía enojado al ver que ella había desapa
Albuz caminó hasta abandonar a la cabaña, sólo escuchó el fuerte ruido de la puerta cuando esta se cerró de golpe. Con la mirada al frente, observó a Rosseta sentada sobre una roca, mientras observaba el cuelo. Caminó con la mirada al frente y sin la necesidad de verla, se detuvo y dijo.- Espero y hayas descansado. Ahora ponte de pie porque tenemos un largo camino por recorrer. - Al decir eso, comenzó a caminar. Rosseta asintió, bajó de la roca y fue tras Albuz. Una vez más el camino era silencioso, Albuz sólo se mantenía serio y con la mirada al frente, ni de chiste se atrevía a verla. Por otro lado, Rosseta moría por tomar algunas flores que se podían visualizar en el camino, todas hermosas y perfumadas.llegaron hasta la isla de los tritones y sirenas, por suerte, Albuz encontró una barca, era pequeña, pero muy bien ellos entraban. El lago era completamente azul, incluso el arcoiris se posaban en sus aguas y se convertía en el pro
Llegaron hasta la orilla, Rosseta bajó tan rápido como pudo y ayudó a Albuz. Él continuaba molesto por el trago amargo que vivieron con las sirenas y tritones y ella pensaba, ella pensaba en las sales y hieles que utilizó para espantarlos. Por muchos años, Rosseta revivió aquella mezcla como cura para sus quemaduras y resultaba que era un castigo más de su padre. - Amo Albuz. - dijo ella, mientras caminaba a su mismo paso. - ¿A dónde iremos? - A la isla de los pegazos. - respondió frío y seco. Dio unos pasos más y se sostuvo del pecho, arrugando la sotana con fuerza, a la vez que arrugada los ojos - ¿Le sucede algo, amo Albuz? - Rosseta se apresuró a alcanzarlo, le preocupaba, todo lo que tuviera vida le preocupaba. Albuz se quedó en silencio, cerró sus ojos y empezó a respirar muy despacio.- La herida. - dijo y abrió los ojos. Se sentía como quemaba por dentro y ardía sin piedad alguna. - se está infectando, necesito llegar al palacio lo antes posible.
Albuz miró a su alrededor, el bosque parecía ser peligrosos para quien se atreva a cruzaralo, oscuro y lleno de trampas, pero no cualquier trampa, estas eran engañosas y se metían en la mente de uno hasta llevarlo a la muerte, la clave era no ver a esas criaturas. Albuz observó unas lianas que se tendían sobre los árboles. Unas eran de las raíces de estos y otras eran de un fino metal. La segunda opción era la más factible, amarrar a Rosseta con él y caminar por el bosque hasta cruzar sin correr ningún peligro, ya que iba a resistir. Pero, estaba Rosseta, el metal era su debilidad. Frustrado tomó la liana de raíz con fuerza y la arrancó, después caminó hasta donde estaba Rosseta.- Levanta tus manos. - ordenó con voz fuerte, mientras la enrollada. Roseeta estaba curiosa por lo que quería hacer, asintió y obedeció. Albuz rodeó la cintura con la liana la amarró con fuerza y volvió a decir. - hagas lo que hagas, no mires a tus lados por más que algún familiar te llame. Si
Albuz abrió muy lentamente los ojos y miró a Rosseta con detenimiento. Ella lo miraba con curiosidad, totalmente inmovil y sin saber que hacer, esperando algún castigo por la osadía de besarlo. Él despertó de aquel transe vivido hace unos segundos. Pestañó un par de veces, dejó de sostenerla de las mejillas y se separó con brusquedad.- Continuemos. - dijo seco y empezó a caminar al frente, donde ya no existían las criaturas y tampoco un bosque oscuro. El rayo de destello de luz había barrido todo tipo de oscuridad dentro del bosque, fue como una liberación para sus tierras. Rosseta se le quedó viendo, Albuz cada vez se alejaba, respiró confundida y fue tras él hasta poder alcanzarlo, pero no estar tan cerca, prefirió mantener una distancia de dos metros entre ellos. Ellos al fin salieron del bosque, la noche empezó caer y tuvieron que buscar refugio. Albuz observó un gran árbol, era ideal para descansar. Tenía que serlo, si
Albuz empezó a despertar, se sentía más tranquilo, relajado como si algo hubiera amortiguado la infección. Muy despacio se movió entre la rama y observó la herida, parecía estar controlada y ya no sangraba. Se recompuso y empezó a subir su cuerpo hasta estar de pie, miró a los alrededores del gran árbol y no vio por ningún lado a Rosseta, cosa que le pareció extraño. Ella ya se había aceptado aceptado su destino y se rehusaba a huir o era valiente o era una Hada tonta, pensó. Al bajar, caminó unos metros, mientras lo hacía, analizaba la dirección del viento, tenía que tener en claro su siguiente destino. - Amo Albuz. - escuchó tras él la voz de Rosseta. Se volteó muy lentamente y la vio. Tenía su rostro sucio, la piernas estaban llenas de barro y césped, y sus cabellos amarillos estaban completamente húmedos. Parecía haberse pelado con algún animal, donde ella obtuvo la victoria. - le traje agua, descubrió sus y dejó ver una hoja en forma de vaso llena de agua. <
- Está despertando. - Rosseta escuchó una voz muy a lo lejos, parecía que cada vez se aclaraba más a medida que reaccionaba y sus ojos se abrían poco a poco. Lo primero que vio fue un par de siluetas borrosa que poco a poco se iba aclararando. Eran elfos con cabellos totalmente blancos al igual que las vestimentas que utilizaban. De orejas puntiagudas, ojos rasgados azules y perfil refinado. Ellos representaban al invierno. - ¿Te encuentras bien? - preguntó una voz de mujer ya mayor. Se acercó a ella y retiró un pequeño trapo que cubría la frente de Rosseta.- Si. - respondió débil. Levantó su cuerpo muy despacio, sintiendo algunos mareos, observó a los alrededores y no vio por ningún lado a Albuz. - ¿Dónde está el amo Albuz? - preguntó con voz preocupada. - Niña, tranquilízate. - dijo la Mayor y obligó a que se recostara, todavía tenía algunas quemaduras provocadas por el metal que marcaron su piel. Rosseta hizo caso y regreso a la cama, después que se
Rosseta se quedó perpleja ante las palabras de Albuz, quien le había concedido su libertad y después desapareció, dejando nada más que un espeso humo alrededor de ella y en parte del bosque. Observó a ambos lados, se sentía bien, podía rehacer su vida, vivir desde cero y en libertad pura, completa y añorada. Pero, no sabía a dónde ir, no había un lugar que la esperaba, ella estaba sola en el mundo. Caminó hasta tomar asiento en una gran roca que estaba junto al río. Ahí se quedó a pensar cuál sería su siguiente destino, tenía que ser un lugar que la llene de felicidad y del que no quiera salir. ... En cuanto Albuz se presentó en su palacio, diversos sirvientes y guardaespaldas fueron enseguida a socorrerlo. Lo llevaron a la habitación, estaba siendo atendido por su sanador de confianza, Golfo, quien inspeccionaba la herida de licántropo muy despacio y sumergía un par de gotas que se encontraba en un frasco negro, donde estaba el antídoto. - E