Pegazos

Llegaron hasta la orilla, Rosseta bajó tan rápido como pudo y ayudó a Albuz. Él continuaba molesto por el trago amargo que vivieron con las sirenas y tritones y ella pensaba, ella pensaba en las sales y hieles que utilizó para espantarlos. Por muchos años, Rosseta revivió aquella mezcla como cura para sus quemaduras y resultaba que era un castigo más de su padre.

- Amo Albuz. - dijo ella, mientras caminaba a su mismo paso. - ¿A dónde iremos?

- A la isla de los pegazos. - respondió frío y seco. Dio unos pasos más y se sostuvo del pecho, arrugando la sotana con fuerza, a la vez que arrugada los ojos

- ¿Le sucede algo, amo Albuz? - Rosseta se apresuró a alcanzarlo, le preocupaba, todo lo que tuviera vida le preocupaba.

Albuz se quedó en silencio, cerró sus ojos y empezó a respirar muy despacio.

- La herida. - dijo y abrió los ojos. Se sentía como quemaba por dentro y ardía sin piedad alguna. - se está infectando, necesito llegar al palacio lo antes posible.
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