- ¿Esta todo listo? - preguntó Albuz a Cansandro. Necesitaba hacer ese viaje en cuanto antes, esta solo sin la presencia de otros, lo ayudaba a pensar con claridad.
- Ya lo esta. Los brebajes y pócimas están dentro de la bolsa roja. Polvos y granos en la azul. - explicó al tomarlas con ambas manos.Albuz observó las bolsas, era lo único que llevaba cuando viajaba. La comida la cazaba con la manada de lobos que estaban bajo sus disposición y el agua lo conseguía en cualquier estanque.Asentó la mirada en aprobación y dijo.- De acuerdo. - tomó las bolsas y las amarró a su cintura. - Cuida el palacio en mi ausencia, no tengo fecha de regreso.- No creo que haga bien en irse, todavía está lo de su enemigo, su familia y buscar un corazón para el hechizo.Albuz posó su mano en el hombro de Casandro. Sus expresiones eran indescifrables a igual que los pensamientos del hombre.- Cuida del palacio. - repitió con voz deAlbuz retiró la daga del corazón de Macaria sin gota de arrepentimiento. Observó a los discípulos que habían presenciado su muerte y con una voz en lo más alto, habló.- Ahora me sirven, ahora yo reino. - todos los presentes no hablaron, sabían muy bien las reglas de derrotas. Muy despacio y en regañadientes hicieron una reverencia ante su nuevo rey. Albuz en silencio absoluto y sin explicación en su rostro estaba satisfecho. Dejó de verlos y caminó hasta donde se encontraba Rosseta. Ella tenía sus ojos cerrados con fuerza y sus manos estaban demasiado tensas que no dejaba de estrujarlas. Albuz con sus garras rompió las cadenas que la tenían atada y las llevó en sus brazos hasta desaparecer, la caballeros que habían batallado, recogieron las cosas, a sus hombres y se marcharon. ...- Descanso y agua es lo que necesita esta muchacha. - habló Golfo, el sanador. Rosseta descansaba en suaves telas y mantas que la rodeaban y arropaban su cu
Rosseta despertó al sentir que la luz del sol estorbaba en sus ojos de color miel con ligeros destellos a los filos similar a las estrellas. Los abrió muy despacio y observó todo a los alrededores, se dio cuenta que estaba en la habitación de una niña, a la que antes fue enviada. Alzó su torso y muy despacio deslizo su cuerpo al filo de la cama, no sabía como había llegado hasta ahí, donde todo había comenzado, lo único que sabía era que tenía que abandonar la habitación antes que Albuz se diera cuenta. Topó el suelo con sus pies descalzos y decidió salir, antes de hacerlo, sus ojos se concentraron en cada detalle de la recamara de colores pasteles y juguetes de una infante. Esta vez no se atrevió a tocar nada, no era asunto suyo y se marchó.Al estar fuera de la habitación, observó el palacio, estaba algo vacío, pareciera que no había nadie hasta que escuchó una voz acercarse. - Vaya, despertaste. - dijo la cocinera con voz dura, parecia que Rosseta no me caía e
Una vez más el sol había salido, Rosseta montó todas sus cosas en un bolso hecho por hojas y raíces. Tenía lo necesito, vestimenta y agua, ya se arreglaría para conseguir comida en el bosque. Albuz le había dicho que el bosque da a quienes lo necesitan, sobre todo a los buenos y ella lo era. Antes de salir de la cueva la miró por última vez, iba a extrañar su escondite, el lugar que si se podía llamas un hogar. Tocó las paredes hechas por el mismo tronco y se alejó. Al salir, dos soldados la detuvieron. - Señorita Rosseta, acompáñenos. - hablaron, no la dejaron hablar y la tomaron de los brazos hasta llevarla con ellos al palacio del Albuz.Ella sentía lo peor, estaba apunto de irse y su libertad una vez más se veía interrumpida. Al llegar al despacho, vio a los soldados de su reino resguardar la puerta, el sello del escudo encargado en sus armaduras que les fue imposible no reconocerlo. Al pasar por esas puertas observó a su padre sentado frente a Albuz. El hombr
Rosseta bajó muy despacio las escaleras del palacio. Todos los que habían sido invitados eran soldados del reino, sirvientes y empleados que dirigieron sus miradas a ella en cuanto la vieron. Rosseta tuvo miedo por unos instantes que se sintió intimida, pero aun así, se mantuvo firme y llegó hasta el salón.Frente a todos se encontraba Golfo, quien a parte de sanador era también sacerdotiso. Aun lado de él, se encontraba Albuz, se vestuario no era más que la misma sotana de color negro y como siempre, descalzo. Albuz mantenía una postura seria, amarga y desaprobada. En cuanto observó a Rosseta acercarse, su rostro antes duró, se transformó en desprecio ante ella. - Albuz, toma la mano de tu esposa. - habló Golfo, tenía que iniciar con la ceremonia.- No será necesario. - respondió con un a voz de destello a horror. - sólo pon los anillos y termina con esto de una maldita vez por toda. - agregó molesto. Golfo acostumbrado a sus humores no lo contradijo y o
Recostada sobre la cama, observando esas cuatros paredes doradas que la retenian, Rosseta decidió caminar hasta la ventana. Ya era de noche, tenía la luna frente a ella con un matiz de color plata increíblemente bello y majestuoso. Por suerte, la ventana estaba direcciona al jardín, lo podía ver todo, pero sólo podía hacer eso, quedarse a mirar y soñar despierta. Al intentar estirar sus brazos para sentir la refrescante brisa que corría por la noche, se le fue negado. Al parecer, Albuz colocó un campo de fuerza que impedía que ella saliera, cumplió con su palabra al decir que su celda sería la habitación. Ella entristeció su rostro, tenía que volver a adaptarse a su nueva vida. Unos golpes en la puerta hicieron que volteara de inmediato.- Tu cena. - dijo Graciela y la dejó sobre la mesa de noche. - cuando termines de comer, deja el plato ahí, una sirvienta pasará a recogerlo. - agregó y se fue. Rosseta observó el plato, no eran más que un puré de manzana con almendras y para beber t
Tres ligeros golpes resonaron en la habitación de Rosseta. Ella guardó sus costuras en el armario al igual que las herramientas y fue abrir la puerta.- Hoy cenas con el amo. - dijo Graciela manteniendo una postura amarga y firme, la mujer ni siquiera sonreía un poquito. Rosseta esperaba su cena como siempre, pero no esperaba bajar a cenar con Albuz. - Bajo de inmediato. - habló con un tono preocupado de imaginar su presencia tan cercana.Graciela la miró de arriba a bajo, parecía analizarla. Con una mueca un poco burlona le dijo. - Cambia esos trapos por algo mejor. Vas a cenar con el amo, no con un mendigo. - miró hacia dentro de la habitación, inspeccionado todo los alrededores. - ponte algo decente, tienes cinco minutos para bajar. El amo odia la impuntual. - dejó de verla con desprecio y empezó a marcharse. Rosseta suspiró desanimada. Miró su vestido de color celeste claro, no tenían nada de malo, ella lo había confeccionado y estaba orgullosa d
Rosseta observaba aquella puerta de madera fijamente, estaba nerviosa que no dejaba de tocar sus manos, sabía que al entrar se encontraría con Albuz.Respiró para darse ánimos y decidió tocar la madera con los nudillos de la mano. Entró como Violeta, en sus cabellos llevaba un pañuelo floral y para cubrir su rostro, el abanico. Albuz se encontraba revisando un gran libro de pasta gruesa y de color negro, sus ojos negros como la misma oscuridad recorrían cada letra, signo y hasta símbolos, tenía mucha concentración. Ahí estaban todos sus registros y hechizos más poderosos que sólo él podía leerlos, era prohibición absoluta que alguien más lo tocase o en el peor de los casos, se atreva a leer. - Amo. - llamó Violeta y él se ánimo a mirarla, pero volvió al libro al segundo de verma. Ella tragó saliva y lo soltó de sus adentros. - voy a irme del palacio. Albuz regresó a mirarla, se quedó detenido en sus ojos, queriendo ver más allá del abanico que la cubría y respondió. - Si esa es tu
Fueron días de torturas para Rosseta. Acostumbrarse y ser parte de una nobleza no era su sueño y si lo era, estaría al final de la última fila. Las clases no obtuvieron un 100% de positivo a Rosseta todavía le faltaba mucho que aprender y el tiempo ya se le había acabado. Ahora se encontraba en la habitación preparándola para el evento en la noche. Ni siquiera ella podrá reconocerse cuando se mire al espejo. Graciela, Berta y Madame Curie la preparaban. Colocaban sobre su cuerpo un corsé ajustado que la asfixiaba, la falta de aire era más que evidente. Un gran aro de plástico en la cintura con caída de campana hasta los tobillos, zapatos altos y puntiagudos que dar un paso era imposible. Y para cubrir todo eso, un vestido bastante pesado de color verde con grandes mangas que picaban la piel. Por último, el peinado que era extravagante, alto como grandes pinos con cilindros en medio para que no se cayera. Rosseta se miró al espejo, esa no era ella, esa era la imagen de Mademe Curie.