Albuz abrió muy lentamente los ojos y miró a Rosseta con detenimiento. Ella lo miraba con curiosidad, totalmente inmovil y sin saber que hacer, esperando algún castigo por la osadía de besarlo.
Él despertó de aquel transe vivido hace unos segundos. Pestañó un par de veces, dejó de sostenerla de las mejillas y se separó con brusquedad.- Continuemos. - dijo seco y empezó a caminar al frente, donde ya no existían las criaturas y tampoco un bosque oscuro.El rayo de destello de luz había barrido todo tipo de oscuridad dentro del bosque, fue como una liberación para sus tierras.Rosseta se le quedó viendo, Albuz cada vez se alejaba, respiró confundida y fue tras él hasta poder alcanzarlo, pero no estar tan cerca, prefirió mantener una distancia de dos metros entre ellos.Ellos al fin salieron del bosque, la noche empezó caer y tuvieron que buscar refugio.Albuz observó un gran árbol, era ideal para descansar. Tenía que serlo, siAlbuz empezó a despertar, se sentía más tranquilo, relajado como si algo hubiera amortiguado la infección. Muy despacio se movió entre la rama y observó la herida, parecía estar controlada y ya no sangraba. Se recompuso y empezó a subir su cuerpo hasta estar de pie, miró a los alrededores del gran árbol y no vio por ningún lado a Rosseta, cosa que le pareció extraño. Ella ya se había aceptado aceptado su destino y se rehusaba a huir o era valiente o era una Hada tonta, pensó. Al bajar, caminó unos metros, mientras lo hacía, analizaba la dirección del viento, tenía que tener en claro su siguiente destino. - Amo Albuz. - escuchó tras él la voz de Rosseta. Se volteó muy lentamente y la vio. Tenía su rostro sucio, la piernas estaban llenas de barro y césped, y sus cabellos amarillos estaban completamente húmedos. Parecía haberse pelado con algún animal, donde ella obtuvo la victoria. - le traje agua, descubrió sus y dejó ver una hoja en forma de vaso llena de agua. <
- Está despertando. - Rosseta escuchó una voz muy a lo lejos, parecía que cada vez se aclaraba más a medida que reaccionaba y sus ojos se abrían poco a poco. Lo primero que vio fue un par de siluetas borrosa que poco a poco se iba aclararando. Eran elfos con cabellos totalmente blancos al igual que las vestimentas que utilizaban. De orejas puntiagudas, ojos rasgados azules y perfil refinado. Ellos representaban al invierno. - ¿Te encuentras bien? - preguntó una voz de mujer ya mayor. Se acercó a ella y retiró un pequeño trapo que cubría la frente de Rosseta.- Si. - respondió débil. Levantó su cuerpo muy despacio, sintiendo algunos mareos, observó a los alrededores y no vio por ningún lado a Albuz. - ¿Dónde está el amo Albuz? - preguntó con voz preocupada. - Niña, tranquilízate. - dijo la Mayor y obligó a que se recostara, todavía tenía algunas quemaduras provocadas por el metal que marcaron su piel. Rosseta hizo caso y regreso a la cama, después que se
Rosseta se quedó perpleja ante las palabras de Albuz, quien le había concedido su libertad y después desapareció, dejando nada más que un espeso humo alrededor de ella y en parte del bosque. Observó a ambos lados, se sentía bien, podía rehacer su vida, vivir desde cero y en libertad pura, completa y añorada. Pero, no sabía a dónde ir, no había un lugar que la esperaba, ella estaba sola en el mundo. Caminó hasta tomar asiento en una gran roca que estaba junto al río. Ahí se quedó a pensar cuál sería su siguiente destino, tenía que ser un lugar que la llene de felicidad y del que no quiera salir. ... En cuanto Albuz se presentó en su palacio, diversos sirvientes y guardaespaldas fueron enseguida a socorrerlo. Lo llevaron a la habitación, estaba siendo atendido por su sanador de confianza, Golfo, quien inspeccionaba la herida de licántropo muy despacio y sumergía un par de gotas que se encontraba en un frasco negro, donde estaba el antídoto. - E
- ¿Esta todo listo? - preguntó Albuz a Cansandro. Necesitaba hacer ese viaje en cuanto antes, esta solo sin la presencia de otros, lo ayudaba a pensar con claridad. - Ya lo esta. Los brebajes y pócimas están dentro de la bolsa roja. Polvos y granos en la azul. - explicó al tomarlas con ambas manos. Albuz observó las bolsas, era lo único que llevaba cuando viajaba. La comida la cazaba con la manada de lobos que estaban bajo sus disposición y el agua lo conseguía en cualquier estanque.Asentó la mirada en aprobación y dijo.- De acuerdo. - tomó las bolsas y las amarró a su cintura. - Cuida el palacio en mi ausencia, no tengo fecha de regreso. - No creo que haga bien en irse, todavía está lo de su enemigo, su familia y buscar un corazón para el hechizo. Albuz posó su mano en el hombro de Casandro. Sus expresiones eran indescifrables a igual que los pensamientos del hombre. - Cuida del palacio. - repitió con voz de
Albuz retiró la daga del corazón de Macaria sin gota de arrepentimiento. Observó a los discípulos que habían presenciado su muerte y con una voz en lo más alto, habló.- Ahora me sirven, ahora yo reino. - todos los presentes no hablaron, sabían muy bien las reglas de derrotas. Muy despacio y en regañadientes hicieron una reverencia ante su nuevo rey. Albuz en silencio absoluto y sin explicación en su rostro estaba satisfecho. Dejó de verlos y caminó hasta donde se encontraba Rosseta. Ella tenía sus ojos cerrados con fuerza y sus manos estaban demasiado tensas que no dejaba de estrujarlas. Albuz con sus garras rompió las cadenas que la tenían atada y las llevó en sus brazos hasta desaparecer, la caballeros que habían batallado, recogieron las cosas, a sus hombres y se marcharon. ...- Descanso y agua es lo que necesita esta muchacha. - habló Golfo, el sanador. Rosseta descansaba en suaves telas y mantas que la rodeaban y arropaban su cu
Rosseta despertó al sentir que la luz del sol estorbaba en sus ojos de color miel con ligeros destellos a los filos similar a las estrellas. Los abrió muy despacio y observó todo a los alrededores, se dio cuenta que estaba en la habitación de una niña, a la que antes fue enviada. Alzó su torso y muy despacio deslizo su cuerpo al filo de la cama, no sabía como había llegado hasta ahí, donde todo había comenzado, lo único que sabía era que tenía que abandonar la habitación antes que Albuz se diera cuenta. Topó el suelo con sus pies descalzos y decidió salir, antes de hacerlo, sus ojos se concentraron en cada detalle de la recamara de colores pasteles y juguetes de una infante. Esta vez no se atrevió a tocar nada, no era asunto suyo y se marchó.Al estar fuera de la habitación, observó el palacio, estaba algo vacío, pareciera que no había nadie hasta que escuchó una voz acercarse. - Vaya, despertaste. - dijo la cocinera con voz dura, parecia que Rosseta no me caía e
Una vez más el sol había salido, Rosseta montó todas sus cosas en un bolso hecho por hojas y raíces. Tenía lo necesito, vestimenta y agua, ya se arreglaría para conseguir comida en el bosque. Albuz le había dicho que el bosque da a quienes lo necesitan, sobre todo a los buenos y ella lo era. Antes de salir de la cueva la miró por última vez, iba a extrañar su escondite, el lugar que si se podía llamas un hogar. Tocó las paredes hechas por el mismo tronco y se alejó. Al salir, dos soldados la detuvieron. - Señorita Rosseta, acompáñenos. - hablaron, no la dejaron hablar y la tomaron de los brazos hasta llevarla con ellos al palacio del Albuz.Ella sentía lo peor, estaba apunto de irse y su libertad una vez más se veía interrumpida. Al llegar al despacho, vio a los soldados de su reino resguardar la puerta, el sello del escudo encargado en sus armaduras que les fue imposible no reconocerlo. Al pasar por esas puertas observó a su padre sentado frente a Albuz. El hombr
Rosseta bajó muy despacio las escaleras del palacio. Todos los que habían sido invitados eran soldados del reino, sirvientes y empleados que dirigieron sus miradas a ella en cuanto la vieron. Rosseta tuvo miedo por unos instantes que se sintió intimida, pero aun así, se mantuvo firme y llegó hasta el salón.Frente a todos se encontraba Golfo, quien a parte de sanador era también sacerdotiso. Aun lado de él, se encontraba Albuz, se vestuario no era más que la misma sotana de color negro y como siempre, descalzo. Albuz mantenía una postura seria, amarga y desaprobada. En cuanto observó a Rosseta acercarse, su rostro antes duró, se transformó en desprecio ante ella. - Albuz, toma la mano de tu esposa. - habló Golfo, tenía que iniciar con la ceremonia.- No será necesario. - respondió con un a voz de destello a horror. - sólo pon los anillos y termina con esto de una maldita vez por toda. - agregó molesto. Golfo acostumbrado a sus humores no lo contradijo y o