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Volviendo a la torre

Rosseta fue llevada a una de las habitaciones del palacio. Un viejo gnomo con cabellos blancos, sotana café y algo regordete, se encargaba de curar las heridas, con sus manos en el aire, mientras recorría todo el cuerpo. Las cadenas habían marcado gran parte de la piel, hasta el punto de dejarla irritada.

El gnomo no podía negar que estaba sorprendido, su trabajo en el bosque encantado era sanar y curar a las criaturas del bosque, desde la más pequeña hasta el ser más grande, como lo eran los roka. Gigantes de piedras que vivían junto a la gran cascada. Pero una ¿Hada grande? Eso nunca, tenía mucho tiempo sin ver una y menos una sin alas. Desde que el rey Constantino disputó y cerró las puertas de su reino para que nadie de su pueblo salga, las hadas se extinguieron.

Se sabía que la reina, Clarisa, murió en el parto al dar a luz a su última hija, pero también sé sabia que fue herida en el embarazo por un mago. Esto dividió ambos reinos, obteniendo como resultados conflictos en ambos mundos, lo que orilló a la persecución de los magos. Las hadas fueron debilitadas cuando Albuz salió de la oscuridad y las castigó.

De las manos del gnomo, salía una luz amarilla que se concentraban en las heridas de Rosseta, pero una segunda luz nació del cuerpo de la muchacha. De color blanco, muy fuerte que tuvo que cubrir sus ojos y cuando los abrió, ya no habían cicatrices.

- Increíble. - dijo estupefacto con sus ojos totalmente abiertos. Jamás había curado a alguien tan rápido.

Sus ojos se concentraron en los brazos de Rosseta, donde unas raíces color verde brotaban de la piel y se impregnaban como símbolos en esta. El efecto duró un par de segundos, después desaparecieron.

Llevando un pañuelo a la frente para lograr entender lo que pasó, decidió salir de la habitación y la dejó que descansara. Exteriormente, se veía bien, pero internamente estaba deshecha.

...

- Amo. - dijo el gnomo, Golfo, sentado frente a Albuz- está curada, pero necesita reposo para sanar las heridas internas. Creo que es necesario que la deje en la habitación por esta noche.

Albuz mantenía una mirada seria, mientras que sus manos resonaban en la fina madera.

- ¿Cuánto tiempo? - preguntó con una voz molesta.

- El tiempo necesario para que se recupere. - agregó, Golfo. Tragó saliva y volvió a decir como una confesión. - La muchacha se ha curado por sí sola. Además, en sus manos se dibujaron raíces y luego desaparecieron.

- Es una Hada ¿No?, tiene que tener algún don, inferior al mío, por supuesto.

- Pienso que no sabe que lo posee. - lo miró algo preocupado. - nunca he curado a una Hada mayor, pero esta es la primera que logra sanar, eso se lo aseguro.

- Si se sanó por si sola ¿Por qué no salió de las cadenas que la aprisionaron? - sonrió dando crédito a sus palabras y lo miró a los ojos. - Golfo, lo que pasó fue que tú la sanaste y no te diste cuenta del poder que utilizaste en ella. Ella no tiene alas, no tiene fuerza, está desnutrida, por ende, carece de tal poder. - agregó.

Golfo asintió ante sus palabras, pero nadie le quitaba de la cabeza que algo sucedía con Rosseta. Le dio la mano para despedirse y se marchó con la compañia de su ayudante, un joven gnomo, actualmente aprendiz, quien lo acompañaba a todos los lugares a donde iba su maestro. Subieron a un pegazo color blanco y desaparecieron en los aires por la rapidez del animal.

Albuz sonrió a carcajadas, desde que está en el poder, no habido Hada que compitiera con su gran magia, él se encargó de redimirlos. Su único archienemigo era otro mago, igual de poderoso o incluso más que él. Ahora su tarea era extinguirlo y liberar a los suyos de la oscuridad en los que los tenía prisioneros.

...

Rosseta despertó después de aquel descanso. Se sentía calmada, como renacida. Cosa que era extraña para ella, ya que habían ocasiones en las que se desmayaba y cuando lograba despertar sentía cansancio y pesadez por todo el cuerpo, y sobre todo, el fuerte ardor en su piel por las cadenas que estaban atadas a ella.

Observó la habitación en la que la habían mandado, parecía ser de una niña. Notó juguetes hechos de madera, algunos tintes y de color rosas sus paredes. Alzó su mirada y pudo ver una pintura que colgaba de la pared. Decidió ponerse de pie y caminó hasta tocarla. Estaba hecha de pigmentos naturales sobre lienzo. Miró a la familia que se reflejaba en ella. El hombre tenía la misma postura y mirada penetrante de Albuz, cabellos negros y largos. En su cuerpo llevaba sotana negra y estaba descalzo. Sostenía de la cintura a una hermosa mujer, cabellos amarillos, sonriente, de tez blanca a igual que él y en su cuerpo posaba un hermoso vestido blanco. Frente a ellos, dos niños, uno era un varón de al menos ocho años. Se reflejaba las características de Albuz en el pequeño, y junto a él, una niña con las características de la mujer, no aparentaba tener menos de cuatro años.

Sus manos se deslizaron hasta tocar el rostro del pequeño niño, estaba curiosa por saber que fue de esa familia. De un momento a otro, las puertas se abrieron dejando ver un gran remolino y después a Albuz sostenerla de las mejillas con gran fuerza y sin dejar de mirarla a los ojos, ojos que por poco estallaban de furia.

- Saldrás de esta habitación ahora mismo. - rugió con fuerza que su voz se escuchó por todas partes como un gran eco. La soltó con brusquedad y llamó a Berta. - Desaparécela de mi vista y enciérrala en la torre. - ordenó.

Berta, una Elfa a su disposición, de mediana edad, asintió y tomó a Rosseta.

- Vamos. - habló, mientras se la llevaba.

Rosseta no sabía que había hecho para que él estallara, pero tampoco quería problemas. Tomó la decisión con calma y se marchó.

Albuz respiraba pesado, cerró sus ojos para encontrar paz y en cuanto lo obtuvo, topó la pintura y dijo en susurros.

- Pronto serán liberados.

...

- ¿Se va? - preguntó Casandro.

- Necesito terminar con esto en cuento antes. - habló Albuz jugando con una daga en sus manos. - haré el viaje esta noche solo, no tengo fecha de regreso.

- ¿Va a estar bien si mi? - preguntó preocupado. Ellos siempre salían a las misiones secretas y cuidaban las espaldas.

- Es un viaje que haré solo. - repitió sus palabras algo molesto. - seré yo quien se encargará de saber dónde se esconde Grindelwald, seré yo quien lo destruirá. - miró para la ventana donde la noche amenazaba con caer. - Antes de que me sirvas, ya hacía estos viajes, nunca nada me pasó y nunca nada me pasará.

Respiró frustrado y tomó el bastón, Casandro antes de verlo marcharse, le preguntó preocupado.

- ¿Qué hago con ella?

- Manténla viva hasta mi regreso. - respondió Albuz sin que le importara. - en cuento llegué con el paradero de Grindelwald, sera sagrificada y su corazón será mío, sólo así completaré los elementos y podré liberar a mi familia. - decidió mirarlo. - hasta entonces, encárgate del bosque y mi palacio, eres la segunda voz de autoridad aquí, pon orden en mi ausencia.

Alzó su bastón y desapareció.

Casandro asintió cuando él desapareció, dejó de ver el espeso humo que había dejado y caminó hasta salir.

...

En lo alto de la torre estaba Roseta viviendo de nuevo él déjà vu de su vida. Tuvo suerte de no ser atada a las cadenas, pero estaba encerrada en esas cuatro paredes que odiaba tanto.

Sentada en un rincón, mientras abrazaba sus piernas, esperaba que su encierro pronto termine, esperaba ser esa Hada libre que tanto soñaba, y sobre todo, esperaba volver a sentir la primavera.

Unos golpes en la puerta la despertaron.

- Aliméntate, niña. - dijo Berta, mientras pasaba por de bajo de la puerta un plato de comida.

Rossera se puso de pie de inmediato y fue a recibirlo.

- Gracias. - sonrió, al menos no iba a morir de hambre. Abrió sus labios y preguntó por el mago, quería disculparse. - ¿Puedo hablar con el amo?

- El amo acaba de irse, no sabemos cuando regrese. - respondió la mujer y sin dejar de verla le dijo. - Es mejor que te acostumbres, no saldrás hasta que él esté de regreso.

Rosseta estiró sus labios y le dijo.

- Estoy acostumbrada a esto, que el sufrimiento se ha convertido en mi mejor amigo.

Dejó de verla y se sentó a comer. Mientras devoraba su plato, se dio cuenta de que tampoco hacía frío. Iba a estar bien hasta que Albuz este de vuelta, pensó en sus interiores.

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