Capítulo 1

Taker Company

Oslo - Noruega.

Varios meses atrás.

Desde que tengo uso de razón siempre he odiado todo lo que esté ligado a la realeza. Nadie hizo nada cuando perdí a la única persona que me amó sinceramente después de mi hermano mayor. No crecimos juntos a pesar de vivir en el mismo palacio y obviamente, los tratos fueron diferentes. Él fue más liberal y yo más aislada. Nunca tuvo problemas con nadie, pero yo fui otra historia.

Soy la tercera en la línea de sucesión al trono. Ni siquiera voy a heredar y bueno...

Reglas del palacio:

1) No hables si no te lo piden.

2) Siempre está de acuerdo en todo.

3) Respira lento.

4) No mereces ser princesa si no sufres.

5) Sonríe sin importar que te escupan la cara.

6) Todo es tu culpa.

Intenté escaparme miles de veces del palacio, pero fue en vano. Los castigos de la reina eran los más crueles cuando se enteraba de que eran para mí.

Ella da miedo.

Ella es hipócrita.

Engaña a su pueblo y lastima a quien no la obedece.

Me envió a vivir fuera de mi país porque no soportó más mi actitud. Según ella, estoy trayendo problemas con mis pensamientos poco coherentes.

«Claro, y para demostrarme que estoy errada me envía a vivir con plebeyos para que valore mis riquezas», suspiro ante mis pensamientos.

Si supiera el favor que me hizo al echarme. Ahora estoy buscando a mi nuevo casero. La reina me ama tanto que no le importó enviarme a vivir con un desconocido.

Ruego a los cielos que todo vaya mejor aquí.

Alzo mi cabeza al cielo y observo el enorme edificio de vidrios oscuros. Supongo deben ser vidrios ahumados. Bajo la cabeza y encima de las puertas giratorias tiene el nombre de Taker Company. Es la mejor empresa de guardaespaldas de toda Europa y las personas importantes vienen aquí a pedir custodios. Regreso a mi realidad, suspirando resignada y con paso firme arrastro mis dos gigantes maletas entrando al lugar. No me había fijado, pero los que están fuera no pueden ver lo que ocurre aquí adentro.

—Señorita, ¿me permite por favor su identificación y dígame en que puedo ayudarla? —me habla un joven con un acento muy encantador.

—Estoy buscando a Misael Hansen, me dijeron que estaría aquí —respondo, entregando mi identificación falsa.

El chico me permite entrar y dice que está en la cafetería. Subo al ascensor y marco el último piso.

"Estrellita, ¿acaso sabes cómo es Hansen?", pregunta mi conciencia.

—Solo mantente en silencio mientras pienso que hacer —murmuro para mí.

No estoy loca, pero mi conciencia tiene vida propia.

Se abren las puertas del ascensor y miro a mi alrededor, me acerco a una chica que me señala una mesa a lo lejos diciendo que ahí se encuentra. Es una cafetería con un estilo extraño. Las puertas de ella son la del ascensor, su piso es de césped artificial, las mesas de café son redondas con sillas en forma de troncos. Tienen árboles florales en las esquinas y aunque su techo es de vidrio oscuro, se ve la luz del sol.

¿Habrá vikingos?

—Hola, disculpen, estoy buscando al señor Misael Hansen —hablo al llegar a la mesa que me indicaron. Las tres personas que están en ella me estudian con su mirada haciéndome sentir incómoda.

—Pero qué bonita, desde que entraste aquí vi como se iluminó mi vida con tu sonrisa —miro horrorizada al chico que me habla—. No seas tímida, sé que te gusté.

—Perdone si le hice creer eso. No me percaté que lo estaba viendo con otros ojos. Me disculpo sinceramente —contesto.

«¿Este quién se cree que es?», pienso molesta.

El hombre y la mujer a su lado se empiezan a reírse.

¿Ahora soy payaso?

El hombre que según me gusta, me fulmina con la mirada y pasa de largo tirando mis maletas. Al parecer no le gustó mi respuesta.

Cretino.

—Ignora a ese idiota. Piensa que toda mujer se muere por él solo con mirarlo —el chico que antes se reía se levanta de la mesa y recoge mis maletas—. Soy Liam, un gusto conocerte —estrecho mi mano con la de él. Acerca las maletas y hace seña para que tome asiento.

—Soy Emili, gracias por la ayuda. ¿Sabe dónde está Misael Hansen? Me dijeron que estaría aquí —pregunto, tomando asiento.

—Está con el jefe vendrá pronto —contesta la mujer—, me llamo Rachel. Encantada de conocerte y siento mucho lo de mi compañero —sonríe amablemente. Me estudia por unos segundos y me vuelvo a sentir incómoda.

¿Todos me van a ver así? Es realmente extraño.

—Aunque tienes un bonito acento para hablar nuestro idioma, se nota que te cuesta un poco. ¿Qué hace una escocesa por estos lados? —me pregunta, Liam.

Empiezo a sentirme nerviosa porque nadie me dijo que debería decir mientras viviera aquí. Bajo mis manos de la mesa y empiezo a jugar con la uña de mis pulgares.

No entres en pánico.

No voy a entrar pánico.

No entres en pánico...

¡Estoy en pánico!

—Liam, creo que ese asunto no es de tu incumbencia —me sobresalto al escuchar una ronca voz, el aludido se sonroja y la chica empieza a reír de nuevo—. Tú, sígueme para que hablemos —el rubio de voz sexy me señala.

Toma mis cosas y empieza a caminar dejándome botada. Antes de seguirlo la chica me da su número diciendo que sigamos en contacto. Le doy una sonrisa amigable y salgo casi corriendo detrás del tipo.

Si lo detallo bien es una bendición a la vista.

¿Los plebeyos están así de buenos?

Liam tampoco estaba mal solo que es pelinegro. En cambio, este chico es rubio, a pesar de llevar un traje negro se le marcan muy bien sus músculos y su trasero. Es de mandíbula cuadrada, nariz perfilada, cejas pobladas, ojos azules y labios carnosos.

«¿No querrá ser mi caballero de la armadura oxidada?», muerdo mi labio por mis pensamientos.

—¿Puedes dejar de verme como si fuera una presa que te vas a comer en unos minutos? Eres medio rara —me pide cuando llegó a él. Sonrojada bajo la cabeza—. Ya vi que serás insoportable con esa actitud.

—No fue mi intención incomodar. No volverá a pasar —contesto avergonzada, levantó mi cara lentamente y juego con mis pulgares—. Estoy buscando a Misael Hansen. ¿Me llevará con él?

—No te hubiese dicho que me siguieras si no soy a quien estás buscando —suspira exasperado—. Edward me dijo que llegarías hoy y no entiendo por qué yo debo ser el niñero —empieza a caminar de nuevo—. Iremos a mi casa para poder explicarte las normas de convivencia.

☆☆☆

Llegamos a un centro residencial de ladrillos muy bonito. Varios autos aparcados en el estacionamiento libre y un parque de arena enfrente de este. Marcó el piso 13 con una llave que parecía un imán. En total silencio subimos a su apartamento. Abrió la puerta de su casa haciéndome señas para que entrara. Dejó las maletas en la entrada y desapareció por un pasillo. Es un lugar bastante pequeño, con decir que el baño de mi habitación es del mismo tamaño. La diferencia es que este es de color gris. La sala, cocina y la entrada están en un mismo lugar. Hacia la izquierda está la sala con dos sofás, uno en la pared color vino de tres puestos, y el segundo en la otra pared que da con una ventana. Una mesa de café en el medio y una televisión que abarca la mitad de la pared. A la derecha está la cocina con un mesón con sillas.

El apartamento se parece a su dueño.

—Aquí las reglas son muy sencillas y si eres lo suficientemente inteligente podrás cumplirlas —se dirige secamente hacia mí.

Camina a la cocina y me pide que me siente en una de las sillas. Se cambió la ropa por una más deportiva.

Me siento indignada por cómo me habló.

—No creo que sea necesario hablarme de esa forma —empiezo a jugar con las uñas de mis pulgares, este las ve interesado por unos segundos y vuelve hablar.

—Realmente me importa muy poco tu opinión. Escucha las reglas, acátalas y evitemos encontrarnos lo más posible —de una jarra de agua que había en el mesón se sirve un poco en un vaso y posa su mirada fría en mis ojos.

Este hombre es idiota.

—¿Tienes dinero? —niego con la cabeza—. Busca un empleo porque esta no es una casa de acogida. Debes comprar tu comida porque la que está aquí es mía y no seré tu servicio. Así que también la cocinaras —suspira—. Yo usaré primero el baño. Cuando te toque, seca el agua de la bañera para que no dejes posos. La ropa sucia va en la cesta. No quiero tu aroma en ella así que no las pongas juntas y cuando la vayas a lavar, por favor, revisa la lavadora y está pendiente para que no dejes ningún cabello en ella.

Lo miro incrédula. ¿Este hombre es ridículo? Edward me dijo que viviría con una persona agradable. Fui engañada y ni siquiera me puedo ir.

—Por favor, que tu respiración se escuche poco. Me gusta el silencio, ¿entendiste? —parpadeo varias veces y no me muevo, esto me sobrepasa. Es increíble—. ¿Por qué no me respondes? —pregunta entre dientes.

—No me dio permiso para hablar, ¿qué esperaba? —una risita malvada se le escapa mientras me fulmina con la mirada—. No pretendo ser una carga para usted. Así que puede estar tranquilo. No sentirá mi presencia —me levanto de la silla dignamente molesta—. Si no tiene más nada de qué hablar, dígame dónde dormiré para poder retirarme.

Yo que creí que viviría en libertad y termine viniendo a un anexo del palacio.

—Eres inteligente, niñita —hace énfasis en la última palabra­—. Sigue las normas no me interesa saber qué haces con tu vida —hace ademanes en círculos a su alrededor—. Solo mantente alejada de mí y todos seremos felices —señala el pasillo—. No te llevaré a tu habitación que es la segunda puerta a la izquierda. 

Sin más se fue hecho furia de la casa.

¡Yo tampoco quiero vivir contigo, idiota!

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