Richard
La lujuria ardía en sus ojos, en sus mejillas ruborizadas, en sus respiraciones temblorosas… No lo resistí más. Me puse un preservativo y volví a subirla a mi regazo.
No hubo espera, ni pausa, me introduje en ella en un solo movimiento. Estaba tan apretada que hizo flaquear mis piernas por una milésima de segundo. Me recompuse y comencé a empujar dentro y fuera de su centro de placer. Sus uñas se clavaban cada vez más profundo en mi espalda, a través de mi jersey, a medida que mis acometidas se hacían más profundas.
La tenía como quería: jadeando, suplicando que no me detuviese, ardiendo como el fuego que había encendido en mí. Aunque, ella me tenía peor. ¿Por qué? Una palabra: rendición. Y Richard Hernández nunca se rendía ante una mujer. Yo era libre, un jodido Playboy que nunca, nunca repetía con la misma mujer. Entonces, volví a preguntarme: ¿Qué me está haciendo esta mujer?
Escucharla llegar al clímax fue como recibir una medalla de honor, luego de un largo maratón. Ella gemía mi nombre, lo trataba de ocultar mordiendo mi hombro, pero sonaba tan claro como la voz de mi conciencia.
Luego de recomponer nuestra ropa, puse en marcha de nuevo el ascensor. Nuestras respiraciones seguían reverberando agitadas en aquel espacio que había sido testigo del encuentro más ardiente y desesperado que había tenido jamás.
Al entrar a mi apartamento, esperé la reacción de Lilian. A todas las que traía las dejaba boquiabiertas. Era un típico apartamento de soltero, pero con todos los artilugios para entretener: pantalla gigante, barra de bebidas, mesa de pool y una hermosa y amplia cocina. La comida siempre fue mi fuerte. De no ser piloto, sería un excelente chef.
—Nada mal, Rich —pronunció, restándole importancia
—Nada mal, ¿¡eh!? —repliqué, un tanto decepcionado. Quizás era la típica chica consentida y millonaria a la que no le falta nada. Fue la única explicación que encontré.
—¿Me puedes prestar el baño?
—Claro. Puedes usar el de mi habitación, estoy remodelando el de visitas —Lilian caminó hacia la puerta que le indiqué, cosa que me permitió darle un buen vistazo a aquel trasero ardiente. Ya mi amigo se estaba preparando para una segunda vuelta, una que la dejaría viendo pajaritos voladores sobre su cabeza.
Mientras la esperaba, decidí preparar una bebida, con mi toque especial. La vi tomando Martini en el Seven, por lo que esa fue mi opción obvia. Aunque no cualquiera, sino el Martini Sucio, al estilo James Bond. Es una bebida fácil de preparar, si tienes los ingredientes correctos.
Me senté delante de la encimera, observando las dos copas de Martini que había servido. Las miré por quince largos minutos y entonces decidí que había pasado tiempo suficiente y fui a verificar a Lilian. Imaginé que la encontraría tumbada en la cama, usando solo sus botas de cuero. Sí, fue una fantasía muy excitante. Pero ella no estaba cerca de la cama, sino arrodillada frente a la tapa del inodoro.
—¿Estás bien? —Mientras le hacía la pregunta, rogaba en silencio que dijera sí. Pero aquella petición fue en vano al ver sus ojos brillosos y su rostro pálido.
—Me siento muy mal. Quizás fueron los Martinis…
—¿No acostumbras a tomar? —inquirí, extrañado. Por la forma como bebía sabía que no era su primera vez. Había algo más que me estaba ocultando.
—Puede, que tal vez, esas bebidas fueran lo único en mi estómago desde esta mañana.
Quitando el puede y el tal vez de aquella oración, su estado de salud era congruente con su estupidez. Fruncí el ceño y apreté los puños mientras me dije ¡Esto no puede ser cierto! De todas las sexys mujeres del club, tuve que elegir a la que se intoxicó con alcohol por tener el estómago vacío.
Pude gritarle y reclamarle, pero no tenía derecho y tampoco era mi problema. Se suponía que solo sería un encuentro casual. Pero, en cambio, estaba esperando que vomitara de nuevo. Porque, por el olor en el baño, lo había hecho al menos tres veces antes de que yo entrara.
Me apoyé contra el marco de la puerta, con los brazos cruzados, esperando que sucediera. La imagen de la sexy Lilian se había desdibujado en segundos delante de mis ojos. Su aspecto era desprolijo y demacrado. De nuevo pensé: ¡Esto no puede ser cierto!
Cuando su cuerpo se sacudió hacia adelante con una arcada, me apresuré a sostener su cabello para que no lo llenara de, lean bien, vómito. ¿Cómo podía vomitar tanto alguien que no tenía nada en el estómago? Pensar en esa pregunta me llevó a una conclusión: se desmayaría en cualquier momento. No es que fuera médico o un erudito en el tema vómito, pero cualquiera, con tres dedos de frente, lo habría precisado.
—¡Mierda, Lil! —grité, cuando se desplomó en el suelo. La cargué en mis brazos y corrí con ella hasta el ascensor. El viaje hacia abajo no fue nada épico ni sensual. Ni remotamente cercano a eso.
Una vez en el estacionamiento, la metí en el puesto trasero de mi auto deportivo. Ella se veía muy mal, casi como un fantasma. Fue entonces cuando sentí pánico. No podía permitir que Lilian se muriera en un frío asiento de cuero de un Camaro.
Conduje lo más rápido que podía. El jodido clima había confabulado contra mí.
—¿Más nieve para New York? ¡Perfecto! —refunfuñé.
Mi mirada alternaba entre la carretera y el retrovisor, para comprobar que seguía respirando. ¿Recuerdan lo que dije al inicio? ¿Ahora entienden por qué dejó de ser perfecto?
—¿Cómo se llama la paciente? —me preguntó la enfermera, mientras la ingresaban en urgencias. Seguía inconsciente y no había manera de que pudiera responder.
—Lilian —susurré, apenas. Estaba tan avergonzado de no saber su apellido. Aunque, nunca llegaba a recordar ni el nombre de la chica. Así que, al menos, sabía su nombre.
—¿Lilian qué? —Negué con la cabeza, mientras me encogía de hombros.
La enfermera frunció los labios, en desaprobación. ¿Qué podía hacer, inventar un apellido?
Y así fue como terminé mi día “perfecto”: en la sala de urgencias de un hospital, esperando noticias de la mujer que pensaba pasar toda la noche hasta caer agotado. Mi pie derecho era más izquierdo de lo que pensaba.
LILIAN ¡Es increíble! —Pensé—. Estaba vomitando en el inodoro de Richard “Playboy” Hernández. Y, para colmo, él estaba ahí, sosteniéndome el cabello. Quería que lo nuestro fuera un encuentro casual y luego adiós —como acostumbraba ser para él—. Pero no, tuve que ser tan estúpida al beber sin haber comido. Debí aceptar el sándwich que me ofreció mi amiga Lissy antes de salir del apartamento.Y, no conforme con la escena del exorcista que hice en su lujoso baño de miles de dólares, me desmayé en el suelo. Tuvo que ser así porque, al abrir los ojos, estaba en un jodido hospital, usando una estúpida bata de hospital, con una vía de suero en mi vena, con el cabello apelmazado y el aliento a vómito. Pero esperen, que no termina ahí, el sexy y ardiente
LILIANDOS AÑOS ANTES —Hoy inician sus estudios para formarse como azafatas. Muchos piensan que es algo fácil, no lo crean más…. —Miré a todas las chicas a mi alrededor, haciéndome una pregunta: ¿Había sido difícil para alguna de ellas llegar hasta ahí? Quizás sí, pero no me atrevería a preguntar. Saber su historia significaba hablar de la mía y era algo que no quería compartir.La puerta del auditorio se abrió en pleno discurso de Diana Lorentz, una de nuestras entrenadoras. Todas miraron hacia la entrada, donde estaba una mujer de cuerpo esbelto y cabello dorado, que brillaba como el sol. Las murmuraciones no se hicieron esperar, se escuchaban tanto que Lorentz tuvo que intervenir.El lugar estaba atestado y había pocos asientos disponibles. Pero a mi lado ha
RICHARD —¡Impresionante! —dijo eufórica, la rubia que llevé a mi apartamento. ¿Su nombre? Ni idea.Necesitaba sacarme a Lilian de la cabeza. Porque, a pesar de lo desastrosa que fue la noche anterior, no dejaba de escuchar sus gemidos, de recordar cómo se sentía su piel, de aquel exuberante deseo que encendía en mí solo con mirarme. Entonces fui al Seven, me senté en mi mesa y esperé… Ninguna de las que entró al club esa noche me hizo sentir como ella. Ninguna era ella.Me da vergüenza admitirlo, pero elegí a la rubia haciendo De Tin Marín. Era sexy, muy sexy. Llevaba un vestido negro, ceñido al cuerpo, que le marcaba un trasero perfecto y enormes pechos. Era una delicia a la vista y una más intensa al tacto.La desnudé en la sala y la follé sobre el
RichardMe detuve frente al ascensor y esperé. Llevaba mi chaqueta colgada de un brazo y sostenía un bolso en la otra. Las puertas se abrieron y entré de inmediato. Entonces escuché una voz que dijo: «Deténgalo, por favor». Interpuse las manos y logré detener las puertas. Lilian entró, sin hacer contacto visual conmigo.—Gracias —musitó.—No fue nada.—No por esto. Por lo de la otra noche.—¿Te refieres al sexo, al vómito en mi baño, al hospital o por llevarte el bolso?—¡Eres un idiota! —No lo resistí. Detuve el jodido aparato y la acorralé contra la pared. Su aliento trepidaba sobre el mío, su cuerpo temblaba y sus ojos ardían de deseo.—Quieres que te bese y te folle en el ascensor. Quieres que baje al sur y te saboreé con mi lengua hasta v
RICHARD Insatisfecho y decepcionado, subí a la habitación, donde me esperaba una cama fría y solitaria. En ese punto de mi vida ya me estaba hartando la soledad. Aunque días antes de ese me había ensalzado por tener una vida libertina y sin responsabilidades, pero ya no estaba tan seguro.Me quité la ropa y me acosté en la cama, mirando al techo. Sueño no tenía ni un poco, lo que me sobraban eran pensamientos… Y todos la incluían a ella.Estaba cansado de que esa mujer estuviera en mi cabeza. Tanto que deseé no haber ido al Seven aquella noche. Mi vida era perfecta antes de ella. ¿Qué se suponía que haría ahora? Encendí el televisor, pero no lo estaba viendo realmente.Un sonido en la puerta me sacó de mis pensamientos. Y hasta di gracias por eso, necesitaba una distracción urgentemen
LILIAN En la vida hay días buenos, días malos y días catastróficos. Ese día fue uno muy catastrófico. Del uno al diez, le di un ocho, para no ser tan pesimista.Mientras Richard me abrazaba en la cama, el episodio de histeria se repetía en mi cabeza. Tan desesperada como estaba por un poco de afecto, me desnudé y le grité que tuviera sexo conmigo. Algo simbólico como deshacerme de la ropa cuando en verdad quería mostrarle mis heridas internas. ¡Estoy loca!, eso me gritaba mientras me desvestía. No podía creer que fuera capaz de hacer algo así. Su reacción me impactó mucho más, porque de todos los hombres que habían pasado por mi vida, no pensé que Richard Hernández fuera del tipo que te abrazaba hasta que dejes de llorar. Quizás no era un maldito
RICHARD Estaba furioso. Muy furioso. ¿Cómo me había quedado si un jodido condón? Y justo con ella, con la mujer que encendía en mí una pasión desconocida.Me metí al baño para analizar mis opciones. No era que tenía miedo de estar con ella sin protección, pero corría el riesgo de dejarme llevar por el momento y que lo lamentáramos más tarde. Mi prioridad era ella y no mi polla erecta. —¡Mierda! ¡Jodido imbécil! —Me quejé al ver que se había marchado. Ella seguro ya estaba llenando su cabeza de mierda y no quería que lo hiciera. Busqué su número en el directorio de mi teléfono y la llamé, no respondió.Me apresuré a ponerme mi uniforme y a recoger alguna ropa que estaba en el suelo. No tenía mucho tiempo, debía
LILIAN Estaba feliz de volver a casa. Toda la situación con Richard me había afectado más de lo que debía. Se suponía que lo nuestro no trascendería a más que aquella noche de sexo en su apartamento. Dormir abrazada con él, aquel desayuno, lo de ser amigos con beneficios… todo eso fue un error. Él no era el tipo que se comprometía y yo tampoco necesitaba complicarme más la vida.Al entrar al apartamento, me encontré a Lizzy sentada en el sofá con las piernas cruzadas y con un enorme tarro de helado en sus manos.No me podía creer todo lo que me decía. Que Charles Jones le propusiera matrimonio era lo más romántico que había escuchado en la vida. Lissy estaba aterrorizada. Pensaba que él era una clase de acosador. Ya hubiera querido yo que me acosara a mí. Mi amiga