RICHARD
Cinco minutos, ¿para qué alcanza ese tiempo? El día que la conocí me bastó para desearla en mi cama. Y con ese mismo margen de tiempo, arruiné lo que pudo ser lo mejor de mi vida.
¿Quieres conocer nuestra historia? Todo inició así…
Esa mañana me levanté con el pie derecho. Al fin me habían ascendido a capitán y mi vida era perfecta. Leyeron bien: era. ¿Qué cambió? La conocí a ella, a la sexy castaña de piernas kilométricas, cuerpo esbelto, trasero ardiente y dos poderosas razones. ¿Qué tiene eso de malo?, se estarán preguntando. Mejor se los cuento desde el inicio.
Llegué al club Seven sobre las diez de la noche. Era un día especial —como ya dije—, porque celebraría mi ascenso como capitán en Royal Airlines. Pedí mi mesa habitual, la que me daba una completa vista de la entrada. Estaba preparado, con una cerveza en mi mano izquierda y mi Smartphone en la otra. Uno tiene sus técnicas: mirar la pantalla y —disimuladamente— espiar a las sexys chicas que llegan al lugar. No quieres elegir la incorrecta, te lo aseguro. Entonces, la vi entrar, con su andar exótico y sensual. Los ojos se me fueron a sus piernas bronceadas y, de ahí, subí en cámara lenta por todo su cuerpo. Aquella blusa negra con transparencias me dejó ver el sexy brasier que cubría sus formidables pechos.
Seguí mi viaje al norte, hasta encontrarme con sus ojos vigorosos, marrones y encendidos, que, sumados a sus labios rosados, asimétricos y juguetones —al ser mordidos por sus dientes de forma sensual—, le daban a su rostro un aspecto angelical y malvado a la vez. Esa castaña me estaba provocando sin ser consciente. El miembro se me había endurecido desde que la vi entrar y necesitaba solucionarlo… rápido. Pero no con cualquiera, sino con ella.
No le quité los ojos de encima. La seguí con la mirada hasta que se sentó delante la barra, sobre un taburete. Me levanté de la silla y caminé hasta la mujer que me había puesto como un cohete.
—Hola, Alessandra. ¿Cómo estás? —pronuncié con un susurro. Ella rechistó con los dientes, sin siquiera molestarse en verme.
—Estás confundido, amigo —espetó con una voz tan sensual como su cuerpo. Aquel sonido encendió más mi deseo. La necesitaba, no tenía dudas.
—¿No eres Alessandra Ambrosio? —pregunté, como si en verdad pensara que fuera ella. Sabía que no lo era, pero, fue la única idea de que se me cruzó. Tienen que entender, la tenía tan dura que me dolía y no me dejaba pensar.
La chica soltó una carcajada y, por unos segundos, me miró por encima de su hombro. Luego, volvió a su Martini, llevándose un palillo con una aceituna a la boca de forma sensual y provocativa. Esa mujer sabía lo que hacía… Me estaba matando lentamente.
—Pues tú no eres castaño, ni empresario. No puedes ser el Jamie de Alessandra —bromeó. Me gustaba su humor, eso la hacía más candente. Sexy y divertida. ¿Qué más podía pedir?
—Pues no, soy Richard Hernández. Pero tú me puedes llamar Rich —Me senté a su lado y le pedí una cerveza a Joshua, el barman de turno.
—Bueno, yo soy Alessandra Ambrosio pero me puedes llamar Lilian —dijo con picardía. Me gustó su nombre porque solo tenía seis letras, era fácil de recordar y muy sensual al pronunciarlo.
Lilian jugaba conmigo, tratando de ignorar la química desmedida que flotaba entre los dos. Juro que podía ver chispas entre nosotros. ¿Qué pasaría cuando lográramos juntar nuestros cuerpos? Esa era una respuesta que estaba determinado a obtener esa misma noche.
Luego de tres Martinis, accedió a ir a mi apartamento. Pagué la cuenta y la guié a la salida, posicionando mi mano en su espalda baja. Aquel pequeño contacto aceleró involuntariamente mis latidos. Todos mis latidos. ¿Entienden de qué hablo? No, no les haré una notita.
—No estoy tan borracha como para subirme a ese ataúd andante —se quejó, cuando vio mi Ducati negra en el estacionamiento.
—No sabía que eras una gallina, Alessandra —repliqué, para provocarla. No la conocía mucho, pero sabía leer muy bien a las mujeres. Ella sin duda era de las que se arriesgaban y no se dejaba apabullar por nadie.
—¿Gallina? ¡Ja! No es nada de eso. Solo que aprecio mi vida y tú estuviste bebiendo. No quiero terminar en la morgue. Soy muy joven y hermosa para acabar en una bolsa negra.
—Muy hermosa para eso, es cierto. Mira, caminaré por la línea de la acera, si no me tambaleo, te subes —Una sonrisa maliciosa se asomó en sus labios. En mi mente ya tenía una larga lista de lo que me gustaba de Lilian y esa sonrisa sin duda estaba en ella.
Luego de probarle a la joven hermosa que estaba apto para conducir, me subí a mi Ducati, le pasé el casco y esperé que me hiciera compañía.
—Si quieres me puedes abrazar. Sería más seguro.
—Creo que esto será suficiente —aseguró, sosteniéndose de mis hombros.
Mientras recorríamos las calles de Manhattan, rumbo a Midtown West, no dejaba de pensar en lo mucho que estaban disfrutando los jodidos hombres, que conducían o caminaban por las aceras, de aquellas piernas hermosas y tonificadas. Debí pedir un taxi para llevarla a mi apartamento. Era mezquino y territorial cuando se trataba de una mujer que me gustaba tanto como ella. Aunque habían pasado años desde la última vez que me sentí de esa forma con alguien.
Mi cuerpo ardía en llamas, pese al frío que envolvía la ciudad. El mes de febrero estaba por terminar, pero al invierno aún le quedaban semanas. Por suerte, las calles estaban despejadas y sin nieve. Razón por la que me atreví a sacar mi Ducati.
Quince minutos más tarde, estábamos delante del ascensor que nos llevaría a nuestro destino final: el piso diez. Lugar en el que esperaba pasar toda la noche, demostrándole a la castaña de piernas sexys y pechos prominentes lo que era el buen sexo. La tendría suplicando por más en pocos minutos. Mejor dicho, en segundos. Porque cometí el error de mirarla mientras viajábamos en el ascensor.
Esa mujer hacía estragos con mi fuerza de voluntad y mi capacidad de raciocinio. Sin darle más vueltas, detuve el ascensor, la tomé por la cintura y la presioné contra el espejo del aparato. Un pequeño gemido se escapó de su boca, convirtiendo —mi ya endurecido miembro— en un trozo de fierro caliente, encendido al rojo vivo.
—¿Quién eres tú y qué estás haciendo conmigo? —murmuré, antes de apoderarme de la boca que había deseado besar desde lo que parecieron horas. Imaginarla no era lo mismo que tocarla. Ni jodidamente cerca.
Lilian no solo era sexy y ardiente, también podía arrebatarme el aliento con un beso. Lo hacía con tanta lujuria y pasión que por un momento pensé que era Medusa, esa que convertía a la gente en piedra si la miras a los ojos. Pero, en cambio, ella me retenía solo con su boca.
Tomé sus muslos entre mis manos, para envolverlos a mi alrededor. Su pelvis friccionaba contra mi sexo de manera arbitraria, logrando con ella que mi ansía se convirtiera en desesperación. Pero, a pesar de necesitar hundirme en su piel, dejé que disfrutara de su arrebato, que sintiera mi hombría punzar su centro de placer.
—Me estás volviendo loco, Alessandra —musité, jadeando como una bestia en celo.
Mis manos viajaron a su falda corta y la deslizaron hacia arriba, por encima de su cintura. No quería apartarla de mí, pero necesitaba hacerlo para desabrochar mis vaqueros. No quité mi vista de sus ojos ni un segundo, temía que el momento se perdiera por aquella pausa necesaria.
RichardLa lujuria ardía en sus ojos, en sus mejillas ruborizadas, en sus respiraciones temblorosas… No lo resistí más. Me puse un preservativo y volví a subirla a mi regazo.No hubo espera, ni pausa, me introduje en ella en un solo movimiento. Estaba tan apretada que hizo flaquear mis piernas por una milésima de segundo. Me recompuse y comencé a empujar dentro y fuera de su centro de placer. Sus uñas se clavaban cada vez más profundo en mi espalda, a través de mi jersey, a medida que mis acometidas se hacían más profundas.La tenía como quería: jadeando, suplicando que no me detuviese, ardiendo como el fuego que había encendido en mí. Aunque, ella me tenía peor. ¿Por qué? Una palabra: rendición. Y Richard Hernández nunca se rendía ante una mujer. Yo era libre, u
LILIAN ¡Es increíble! —Pensé—. Estaba vomitando en el inodoro de Richard “Playboy” Hernández. Y, para colmo, él estaba ahí, sosteniéndome el cabello. Quería que lo nuestro fuera un encuentro casual y luego adiós —como acostumbraba ser para él—. Pero no, tuve que ser tan estúpida al beber sin haber comido. Debí aceptar el sándwich que me ofreció mi amiga Lissy antes de salir del apartamento.Y, no conforme con la escena del exorcista que hice en su lujoso baño de miles de dólares, me desmayé en el suelo. Tuvo que ser así porque, al abrir los ojos, estaba en un jodido hospital, usando una estúpida bata de hospital, con una vía de suero en mi vena, con el cabello apelmazado y el aliento a vómito. Pero esperen, que no termina ahí, el sexy y ardiente
LILIANDOS AÑOS ANTES —Hoy inician sus estudios para formarse como azafatas. Muchos piensan que es algo fácil, no lo crean más…. —Miré a todas las chicas a mi alrededor, haciéndome una pregunta: ¿Había sido difícil para alguna de ellas llegar hasta ahí? Quizás sí, pero no me atrevería a preguntar. Saber su historia significaba hablar de la mía y era algo que no quería compartir.La puerta del auditorio se abrió en pleno discurso de Diana Lorentz, una de nuestras entrenadoras. Todas miraron hacia la entrada, donde estaba una mujer de cuerpo esbelto y cabello dorado, que brillaba como el sol. Las murmuraciones no se hicieron esperar, se escuchaban tanto que Lorentz tuvo que intervenir.El lugar estaba atestado y había pocos asientos disponibles. Pero a mi lado ha
RICHARD —¡Impresionante! —dijo eufórica, la rubia que llevé a mi apartamento. ¿Su nombre? Ni idea.Necesitaba sacarme a Lilian de la cabeza. Porque, a pesar de lo desastrosa que fue la noche anterior, no dejaba de escuchar sus gemidos, de recordar cómo se sentía su piel, de aquel exuberante deseo que encendía en mí solo con mirarme. Entonces fui al Seven, me senté en mi mesa y esperé… Ninguna de las que entró al club esa noche me hizo sentir como ella. Ninguna era ella.Me da vergüenza admitirlo, pero elegí a la rubia haciendo De Tin Marín. Era sexy, muy sexy. Llevaba un vestido negro, ceñido al cuerpo, que le marcaba un trasero perfecto y enormes pechos. Era una delicia a la vista y una más intensa al tacto.La desnudé en la sala y la follé sobre el
RichardMe detuve frente al ascensor y esperé. Llevaba mi chaqueta colgada de un brazo y sostenía un bolso en la otra. Las puertas se abrieron y entré de inmediato. Entonces escuché una voz que dijo: «Deténgalo, por favor». Interpuse las manos y logré detener las puertas. Lilian entró, sin hacer contacto visual conmigo.—Gracias —musitó.—No fue nada.—No por esto. Por lo de la otra noche.—¿Te refieres al sexo, al vómito en mi baño, al hospital o por llevarte el bolso?—¡Eres un idiota! —No lo resistí. Detuve el jodido aparato y la acorralé contra la pared. Su aliento trepidaba sobre el mío, su cuerpo temblaba y sus ojos ardían de deseo.—Quieres que te bese y te folle en el ascensor. Quieres que baje al sur y te saboreé con mi lengua hasta v
RICHARD Insatisfecho y decepcionado, subí a la habitación, donde me esperaba una cama fría y solitaria. En ese punto de mi vida ya me estaba hartando la soledad. Aunque días antes de ese me había ensalzado por tener una vida libertina y sin responsabilidades, pero ya no estaba tan seguro.Me quité la ropa y me acosté en la cama, mirando al techo. Sueño no tenía ni un poco, lo que me sobraban eran pensamientos… Y todos la incluían a ella.Estaba cansado de que esa mujer estuviera en mi cabeza. Tanto que deseé no haber ido al Seven aquella noche. Mi vida era perfecta antes de ella. ¿Qué se suponía que haría ahora? Encendí el televisor, pero no lo estaba viendo realmente.Un sonido en la puerta me sacó de mis pensamientos. Y hasta di gracias por eso, necesitaba una distracción urgentemen
LILIAN En la vida hay días buenos, días malos y días catastróficos. Ese día fue uno muy catastrófico. Del uno al diez, le di un ocho, para no ser tan pesimista.Mientras Richard me abrazaba en la cama, el episodio de histeria se repetía en mi cabeza. Tan desesperada como estaba por un poco de afecto, me desnudé y le grité que tuviera sexo conmigo. Algo simbólico como deshacerme de la ropa cuando en verdad quería mostrarle mis heridas internas. ¡Estoy loca!, eso me gritaba mientras me desvestía. No podía creer que fuera capaz de hacer algo así. Su reacción me impactó mucho más, porque de todos los hombres que habían pasado por mi vida, no pensé que Richard Hernández fuera del tipo que te abrazaba hasta que dejes de llorar. Quizás no era un maldito
RICHARD Estaba furioso. Muy furioso. ¿Cómo me había quedado si un jodido condón? Y justo con ella, con la mujer que encendía en mí una pasión desconocida.Me metí al baño para analizar mis opciones. No era que tenía miedo de estar con ella sin protección, pero corría el riesgo de dejarme llevar por el momento y que lo lamentáramos más tarde. Mi prioridad era ella y no mi polla erecta. —¡Mierda! ¡Jodido imbécil! —Me quejé al ver que se había marchado. Ella seguro ya estaba llenando su cabeza de mierda y no quería que lo hiciera. Busqué su número en el directorio de mi teléfono y la llamé, no respondió.Me apresuré a ponerme mi uniforme y a recoger alguna ropa que estaba en el suelo. No tenía mucho tiempo, debía