LILIAN
¡Es increíble! —Pensé—. Estaba vomitando en el inodoro de Richard “Playboy” Hernández. Y, para colmo, él estaba ahí, sosteniéndome el cabello. Quería que lo nuestro fuera un encuentro casual y luego adiós —como acostumbraba ser para él—. Pero no, tuve que ser tan estúpida al beber sin haber comido. Debí aceptar el sándwich que me ofreció mi amiga Lissy antes de salir del apartamento.
Y, no conforme con la escena del exorcista que hice en su lujoso baño de miles de dólares, me desmayé en el suelo. Tuvo que ser así porque, al abrir los ojos, estaba en un jodido hospital, usando una estúpida bata de hospital, con una vía de suero en mi vena, con el cabello apelmazado y el aliento a vómito. Pero esperen, que no termina ahí, el sexy y ardiente Richard Hernández estaba mirándome. Quería que me tragara la tierra y me escupiera en Groenlandia. Llorar apenada era la segunda opción y la tercera, disculparme. ¿Cuál creen que elegí?
—Lo siento tanto, Richard. Esto ha sido un desastre —Dije desastre en lugar de “una jodida m****a”, solo para que no sonara tan grotesco. Él me miró, con aquellos ojos grises, de una forma tan cálida y comprensiva que me calentó el corazón. Sí, el corazón. Era tan patética. Debí repetirme muchas veces la premisa: «A él solo le importa lo que pueda darle». Un pensamiento lógico y racional, en contraposición con aquel desesperado que insistía en alojarse en mi cabeza: «Se quedó aquí, por mí. Eso debe significar algo ¿verdad?» Lo ven, patética.
—Tranquila. ¿Te sientes bien? —No lo preguntó desde la silla, donde estaba sentado cuando abrí los ojos, lo hizo sosteniendo mi mano.
Pensamientos lujuriosos ¡Aléjense de mí! —grité en mi interior.
—Sí, ya mejor. Gracias por traerme —No quería hablar mucho, tenía miedo de que mi aliento a animal muerto llegara a su olfato. De nuevo, patética. Pero aquello dejó de importarme en el mismo instante que sus dedos acariciaron el dorso de mi mano. Los recuerdos de aquel encuentro ardiente y placentero, que tuvimos en el ascensor, me removieron todas las terminaciones nerviosas de forma visceral e indecorosa… Al menos para una habitación de hospital.
—¿Hay alguien a quién quieras llamar? —pronunció con aquella voz varonil y fuerte.
Richard no sabía lo mucho que me gustaba. Habíamos trabajado juntos en al menos cinco vuelos, pero, para el capitán Hernández yo había pasado desapercibida… hasta esa noche.
Esperé algún reconocimiento de su parte, cuando se acercó a la barra, pero no tenía ni idea de que era azafata de Royal Airlines.
Luego de aquel espectáculo de vómito, desmayo y hospital, rogué para que nunca más coincidiéramos en un vuelo. De ser posible, renunciaría a la aerolínea para evitarlo. Eso pensé entonces, pero no podía hacerlo, mi carrera de azafata apenas despegaba, por decirlo de una forma, y una renuncia sería una gran mancha en mi currículum.
—Puedes irte. Ya llamé a mi amiga, llegará en unos minutos. —Estaba mintiéndole descaradamente. No había llamado a Lissy y no pensaba hacerlo, un regaño de su parte era lo último que deseaba escuchar.
Él asintió, apartó su mano y caminó hasta la puerta de la habitación. Un desasosiego se instaló en mi pecho, como si quien se estuviera marchando de mi vida fuese alguien que me importara. Era un sentimiento estúpido, ilógico e inexplicable.
—Adiós, Alessandra. —murmuró antes de salir. Contuve un suspiro lo más que pude, estaba por ponerme morada por aguantar la respiración. Y, como no podía hablar, sacudí mi mano para decirle adiós. Lo digo de nuevo, patética.
Pude respirar cuando la puerta se cerró. Alivio y desdicha a la vez, eso sentí. ¿Por qué tenía que martirizarme? Yo lo sabía de antemano, lo nuestro solo sería una noche de sexo candente y fogoso. Bueno, el menos, era mi plan. Pero por bruta me intoxiqué y terminé en el hospital.
El corazón me dio un salto en el pecho cuando escuché que abrían la puerta. Pensé que era él, que había regresado quien sabe para qué, pero no lo era.
—Señorita, White. Usted presenta un fuerte cuadro de anemia y desnutrición. Me veo en la obligación de referirla a un psicólogo para que le hable de su condición —Bajé la mirada, apenada por escuchar aquello. No era la primera vez que me encontraba en esa situación. Pero, a pesar de haberlo intentado, siempre terminaba igual: en una cama de un hospital.
Cuando el doctor salió de la habitación, me levanté y caminé hasta el baño. Traté de mejorar un poco mi aspecto antes de hablar con la psicóloga, no quería terminar internada en el ala psiquiátrica. Aseé mi boca como pude y luego me vestí con mi ropa, que estaba doblada en un cajón de la habitación.
Marissa Capellini —mi psicóloga— no tardó en llegar. No era la primera vez que me atendía y se conocía mi historial de cabo a rabo.
—Necesitas un sistema de apoyo, Lilian. ¿Ya le avisaste a Elizabeth? —Negué con la cabeza. Su gesto se endureció, en señal de desaprobación.
»Tienes que avisarle o de lo contrario te dejaré ingresada. Te lo dije la última vez. ¿Por qué no estás intentándolo?
—Es que no me da hambre. No es que no quiera, simplemente no pasa. Y bueno, no quise llamar a Lissy porque me da vergüenza. Ella ha sido tan linda conmigo todo este tiempo, me ha ayudado. ¿Y cómo le pago yo? Haciendo que me busque en hospital tras hospital. No es justo.
—Ella dijo en la reunión que tuvimos que te apoyaría y que te quiere. ¿Recuerdas? Ella dijo que eras su hermana. Tienes que aceptar su amor y su apoyo. Porque, de lo contario, no podrás superarlo.
Asentí mientras me secaba las lágrimas. Sabía que ella tenía razón y que no lo lograría sin Lissy. Llamé a mi amiga desde el teléfono de la doctora, el mío se había quedado en mi bolso, en el apartamento de Richard. Lo que quería decir que tendría que verlo de nuevo.
LILIANDOS AÑOS ANTES —Hoy inician sus estudios para formarse como azafatas. Muchos piensan que es algo fácil, no lo crean más…. —Miré a todas las chicas a mi alrededor, haciéndome una pregunta: ¿Había sido difícil para alguna de ellas llegar hasta ahí? Quizás sí, pero no me atrevería a preguntar. Saber su historia significaba hablar de la mía y era algo que no quería compartir.La puerta del auditorio se abrió en pleno discurso de Diana Lorentz, una de nuestras entrenadoras. Todas miraron hacia la entrada, donde estaba una mujer de cuerpo esbelto y cabello dorado, que brillaba como el sol. Las murmuraciones no se hicieron esperar, se escuchaban tanto que Lorentz tuvo que intervenir.El lugar estaba atestado y había pocos asientos disponibles. Pero a mi lado ha
RICHARD —¡Impresionante! —dijo eufórica, la rubia que llevé a mi apartamento. ¿Su nombre? Ni idea.Necesitaba sacarme a Lilian de la cabeza. Porque, a pesar de lo desastrosa que fue la noche anterior, no dejaba de escuchar sus gemidos, de recordar cómo se sentía su piel, de aquel exuberante deseo que encendía en mí solo con mirarme. Entonces fui al Seven, me senté en mi mesa y esperé… Ninguna de las que entró al club esa noche me hizo sentir como ella. Ninguna era ella.Me da vergüenza admitirlo, pero elegí a la rubia haciendo De Tin Marín. Era sexy, muy sexy. Llevaba un vestido negro, ceñido al cuerpo, que le marcaba un trasero perfecto y enormes pechos. Era una delicia a la vista y una más intensa al tacto.La desnudé en la sala y la follé sobre el
RichardMe detuve frente al ascensor y esperé. Llevaba mi chaqueta colgada de un brazo y sostenía un bolso en la otra. Las puertas se abrieron y entré de inmediato. Entonces escuché una voz que dijo: «Deténgalo, por favor». Interpuse las manos y logré detener las puertas. Lilian entró, sin hacer contacto visual conmigo.—Gracias —musitó.—No fue nada.—No por esto. Por lo de la otra noche.—¿Te refieres al sexo, al vómito en mi baño, al hospital o por llevarte el bolso?—¡Eres un idiota! —No lo resistí. Detuve el jodido aparato y la acorralé contra la pared. Su aliento trepidaba sobre el mío, su cuerpo temblaba y sus ojos ardían de deseo.—Quieres que te bese y te folle en el ascensor. Quieres que baje al sur y te saboreé con mi lengua hasta v
RICHARD Insatisfecho y decepcionado, subí a la habitación, donde me esperaba una cama fría y solitaria. En ese punto de mi vida ya me estaba hartando la soledad. Aunque días antes de ese me había ensalzado por tener una vida libertina y sin responsabilidades, pero ya no estaba tan seguro.Me quité la ropa y me acosté en la cama, mirando al techo. Sueño no tenía ni un poco, lo que me sobraban eran pensamientos… Y todos la incluían a ella.Estaba cansado de que esa mujer estuviera en mi cabeza. Tanto que deseé no haber ido al Seven aquella noche. Mi vida era perfecta antes de ella. ¿Qué se suponía que haría ahora? Encendí el televisor, pero no lo estaba viendo realmente.Un sonido en la puerta me sacó de mis pensamientos. Y hasta di gracias por eso, necesitaba una distracción urgentemen
LILIAN En la vida hay días buenos, días malos y días catastróficos. Ese día fue uno muy catastrófico. Del uno al diez, le di un ocho, para no ser tan pesimista.Mientras Richard me abrazaba en la cama, el episodio de histeria se repetía en mi cabeza. Tan desesperada como estaba por un poco de afecto, me desnudé y le grité que tuviera sexo conmigo. Algo simbólico como deshacerme de la ropa cuando en verdad quería mostrarle mis heridas internas. ¡Estoy loca!, eso me gritaba mientras me desvestía. No podía creer que fuera capaz de hacer algo así. Su reacción me impactó mucho más, porque de todos los hombres que habían pasado por mi vida, no pensé que Richard Hernández fuera del tipo que te abrazaba hasta que dejes de llorar. Quizás no era un maldito
RICHARD Estaba furioso. Muy furioso. ¿Cómo me había quedado si un jodido condón? Y justo con ella, con la mujer que encendía en mí una pasión desconocida.Me metí al baño para analizar mis opciones. No era que tenía miedo de estar con ella sin protección, pero corría el riesgo de dejarme llevar por el momento y que lo lamentáramos más tarde. Mi prioridad era ella y no mi polla erecta. —¡Mierda! ¡Jodido imbécil! —Me quejé al ver que se había marchado. Ella seguro ya estaba llenando su cabeza de mierda y no quería que lo hiciera. Busqué su número en el directorio de mi teléfono y la llamé, no respondió.Me apresuré a ponerme mi uniforme y a recoger alguna ropa que estaba en el suelo. No tenía mucho tiempo, debía
LILIAN Estaba feliz de volver a casa. Toda la situación con Richard me había afectado más de lo que debía. Se suponía que lo nuestro no trascendería a más que aquella noche de sexo en su apartamento. Dormir abrazada con él, aquel desayuno, lo de ser amigos con beneficios… todo eso fue un error. Él no era el tipo que se comprometía y yo tampoco necesitaba complicarme más la vida.Al entrar al apartamento, me encontré a Lizzy sentada en el sofá con las piernas cruzadas y con un enorme tarro de helado en sus manos.No me podía creer todo lo que me decía. Que Charles Jones le propusiera matrimonio era lo más romántico que había escuchado en la vida. Lissy estaba aterrorizada. Pensaba que él era una clase de acosador. Ya hubiera querido yo que me acosara a mí. Mi amiga
RICHARDMi plan era sacarla de ahí, apartarla del idiota de Fred para que dejara de ver sus tetas apretadas en aquella blusa transparente. Mi plan era disculparme y volver a lo de amigos con beneficios, pero su plan era hundirme en un jodido hoyo oscuro.Sus palabras explotaron en mi cara como una bomba nuclear. «Él o tú, me da igual». Que ella me comparara con un imbécil fracasado lame culo fue la enorme gota que rebasó el vaso. Eso fue todo. No lo intentaría más.Jódete, Lilian; estuve a segundos de gritarle, pero no lo daría esa satisfacción.—Te llevaré a casa —dije, deslizando mi mano fuera de su entrepierna. Su excitación se había escurrido en mis dedos. Los sequé con mis vaqueros y puse en marcha mi auto. Lilian balbuceó la dirección de su edificio y me detuve frente a &eacut