Capítulo 3

LILIAN 

¡Es increíble! —Pensé—. Estaba vomitando en el inodoro de Richard “Playboy” Hernández. Y, para colmo, él estaba ahí, sosteniéndome el cabello. Quería que lo nuestro fuera un encuentro casual y luego adiós —como acostumbraba ser para él—. Pero no, tuve que ser tan estúpida al beber sin haber comido. Debí aceptar el sándwich que me ofreció mi amiga Lissy antes de salir del apartamento.

Y, no conforme con la escena del exorcista que hice en su lujoso baño de miles de dólares, me desmayé en el suelo. Tuvo que ser así porque, al abrir los ojos, estaba en un jodido hospital, usando una estúpida bata de hospital, con una vía de suero en mi vena, con el cabello apelmazado y el aliento a vómito. Pero esperen, que no termina ahí, el sexy y ardiente Richard Hernández estaba mirándome. Quería que me tragara la tierra y me escupiera en Groenlandia. Llorar apenada era la segunda opción y la tercera, disculparme. ¿Cuál creen que elegí?

—Lo siento tanto, Richard. Esto ha sido un desastre —Dije desastre en lugar de “una jodida m****a”, solo para que no sonara tan grotesco. Él me miró, con aquellos ojos grises, de una forma tan cálida y comprensiva que me calentó el corazón. Sí, el corazón. Era tan patética. Debí repetirme muchas veces la premisa: «A él solo le importa lo que pueda darle». Un pensamiento lógico y racional, en contraposición con aquel desesperado que insistía en alojarse en mi cabeza: «Se quedó aquí, por mí. Eso debe significar algo ¿verdad?» Lo ven, patética.

—Tranquila. ¿Te sientes bien? —No lo preguntó desde la silla, donde estaba sentado cuando abrí los ojos, lo hizo sosteniendo mi mano.

Pensamientos lujuriosos ¡Aléjense de mí!  —grité en mi interior.

—Sí, ya mejor. Gracias por traerme —No quería hablar mucho, tenía miedo de que mi aliento a animal muerto llegara a su olfato. De nuevo, patética. Pero aquello dejó de importarme en el mismo instante que sus dedos acariciaron el dorso de mi mano. Los recuerdos de aquel encuentro ardiente y placentero, que tuvimos en el ascensor, me removieron todas las terminaciones nerviosas de forma visceral e indecorosa… Al menos para una habitación de hospital.

—¿Hay alguien a quién quieras llamar? —pronunció con aquella voz varonil y fuerte.

Richard no sabía lo mucho que me gustaba. Habíamos trabajado juntos en al menos  cinco vuelos, pero, para el capitán Hernández yo había pasado desapercibida… hasta esa noche. 

Esperé algún reconocimiento de su parte, cuando se acercó a la barra, pero no tenía ni idea de que era azafata de Royal Airlines.

Luego de aquel espectáculo de vómito, desmayo y hospital, rogué para que nunca más coincidiéramos en un vuelo. De ser posible, renunciaría a la aerolínea para evitarlo. Eso pensé entonces, pero no podía hacerlo, mi carrera de azafata apenas despegaba, por decirlo de una forma, y una renuncia sería una gran mancha en mi currículum.

—Puedes irte. Ya llamé a mi amiga, llegará en unos minutos. —Estaba mintiéndole descaradamente.  No había llamado a Lissy y no pensaba hacerlo, un regaño de su parte era lo último que deseaba escuchar.  

Él asintió, apartó su mano y caminó hasta la puerta de la habitación. Un desasosiego se instaló en mi pecho, como si quien se estuviera marchando de mi vida fuese alguien que me importara. Era un sentimiento estúpido, ilógico e inexplicable.

—Adiós, Alessandra. —murmuró antes de salir. Contuve un suspiro lo más que pude, estaba por ponerme morada por aguantar la respiración. Y, como no podía hablar, sacudí mi mano para decirle adiós. Lo digo de nuevo, patética.

Pude respirar cuando la puerta se cerró. Alivio y desdicha a la vez, eso sentí. ¿Por qué tenía que martirizarme? Yo lo sabía de antemano, lo nuestro solo sería una noche de sexo candente y fogoso. Bueno, el menos, era mi plan. Pero por bruta me intoxiqué y terminé en el hospital.

El corazón me dio un salto en el pecho cuando escuché que abrían la puerta. Pensé que era él, que había regresado quien sabe para qué, pero no lo era. 

—Señorita, White. Usted presenta un fuerte cuadro de anemia y desnutrición. Me veo en la obligación de referirla a un psicólogo para que le hable de su condición —Bajé la mirada, apenada por escuchar aquello. No era la primera vez que me encontraba en esa situación. Pero, a pesar de haberlo intentado, siempre terminaba igual: en una cama de un hospital.

Cuando el doctor salió de la habitación, me levanté y caminé hasta el baño. Traté de mejorar un poco mi aspecto antes de hablar con la psicóloga, no quería terminar internada en el ala psiquiátrica.  Aseé mi boca como pude y luego me vestí con mi ropa, que estaba doblada en un cajón de la habitación.

Marissa Capellini —mi psicóloga— no tardó en llegar. No era la primera vez que me atendía y se conocía mi historial de cabo a rabo.

—Necesitas un sistema de apoyo, Lilian. ¿Ya le avisaste a Elizabeth? —Negué con la cabeza. Su gesto se endureció, en señal de desaprobación.

»Tienes que avisarle o de lo contrario te dejaré ingresada. Te lo dije la última vez. ¿Por qué no estás intentándolo?

—Es que no me da hambre. No es que no quiera, simplemente no pasa. Y bueno, no quise llamar a Lissy porque me da vergüenza. Ella ha sido tan linda conmigo todo este tiempo, me ha ayudado. ¿Y cómo le pago yo? Haciendo que me busque en hospital tras hospital. No es justo.

—Ella dijo en la reunión que tuvimos que te apoyaría y que te quiere. ¿Recuerdas? Ella dijo que eras su hermana. Tienes que aceptar su amor y su apoyo. Porque, de lo contario, no podrás superarlo.

Asentí mientras me secaba las lágrimas. Sabía que ella tenía razón y que no lo lograría sin Lissy. Llamé a mi amiga desde el teléfono de la doctora, el mío se había quedado en mi bolso, en el apartamento de Richard. Lo que quería decir que tendría que verlo de nuevo.

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