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Capítulo 3

La cama era demasiado cómoda. No se parecía en nada al colchón delgado del orfanato. Estaba cubierta por una frazada de color beige que parecía nueva. 

Las paredes eran blancas, simulando darle más espacio al lugar. 

Me acerqué a la ventana, la abrí y asomé mi cabeza. 

Un extenso jardín se abría ante mis ojos, y estaba maravillada. Había distintos tonos de verde, gracias a los árboles y arbustos que abundaban. Y a lo lejos, se podían ver algunos caballos galopando con libertad.

Definitivamente, me gustaba esta habitación. 

A pesar de la simpleza, esta ventana me permitía conectar con mi deseo de ser libre. 

Desde aquí podría ver el atardecer, o los días de lluvia. 

Joder, con qué poco me conformaba. 

Sonreí y volteé para sacar la poca ropa que traía en mi mochila.

Tardé unos minutos en acomodar todo en mi placard, y para cuando terminé caminé hasta la cocina.

Supuse que empezaría a trabajar ahora mismo, así que le preguntaría a Marta a donde debía ir primero.

Sin embargo, la cocina estaba vacía. 

¿No dijo que estaría aquí?

Bueno, la esperaría. Seguro iba a volver pronto. 

Comencé a recorrer los espacios de la habitación con curiosidad, viendo elementos de cocina que no conocía, muy modernos, y una cantidad exagerada de vajilla lujosa.

De pronto, sentí el ruido de unos pasos acercándose. Por fin, era ella.

Sin embargo... Las pisadas no eran como las suyas. Eran firmes y rápidas.

-¡Marta!- 

Joder, era Andrew. 

Me puse nerviosa y comencé a caminar hacia mi habitación.

No quería enfrentarlo, y menos que me viera parada en su cocina, sin hacer nada. 

Pero antes de que pudiera entrar a mi guarida, escuché su gruesa voz. 

-¿Cómo te llamas?-

Me quedé helada. La habitación comenzaba a sentirse cargada de una bruma de tensión. 

Volteé con inseguridad y respondí.

-Agatha-

Lo miré a los ojos mientras hablaba, sin sonreírle. Me había dejado bien en claro como le gustaba ser tratado. 

Él me observó unos segundos fijamente, que parecieron una eternidad.  Hasta que habló:

-¿Has visto a Marta?- 

-No, yo también la estaba buscando-

Suspiró con malhumor.

-Por lo que veo, trabajarás aquí- sentenció. 

-Si, Señor. Le quiero agradecer la oportunidad de...-

-Quisiera que limpies algo en mi oficina- me interrumpió con frialdad.

Qué idiota. 

Era tan soberbio.

Su actitud de superioridad comenzaba a molestarme, y no llevaba ni medio día aquí. 

Asentí con disimulada molestia. 

Se dió media vuelta y caminó hacia su destino indicado. 

Okey. Debía ir con algo. No podía seguirlo para limpiar y no tener nada con qué hacerlo.

Oh, Marta. ¿Dónde estás cuando te necesito?

Dí un vistazo rápido a mi alrededor hasta que me encontré con un trapo de color gris.

No sabía para que se usaba aquí, pero luego lo lavaría.

Lo tomé y aceleré el paso para ir a su oficina. 

Él daba pasos rápidos, como si fueran zancadas.

O quizá me parecía porque era más alto que yo, y sus largas piernas recorrían más distancia. 

Una vez en la puerta, Andrew entró y se hizo a un lado, indicándome que avanzara. 

El perfume de mi jefe se hizo notar en cuanto entré a su despacho.

Todo en este sitio era como él: serio, prolijo... Pero sumamente atractivo.

Había un gran escritorio de madera, con una silla negra detrás. Sobre este estaban desparramados un par de papeles y una lapicera de pluma semi abierta.

A mi derecha había una biblioteca y no pude evitar recordar la que, supuestamente, estaba en el último piso. 

En esta habitación no había ni una ventana, y tal vez por eso todo parecía más oscuro.

-Se me cayó el café en la mesa y salpicó el piso- habló de repente. 

Me giré para verlo y lo encontré señalándome el sitio en el escritorio.

Me acerqué y encontré una minúscula mancha. Realmente, no superaba los dos centímetros.

¿Para esto me había llamado? 

Me mordí la lengua para no decir nada. 

Tranquila, Agatha. Es tu jefe, recuérdalo. 

Comencé a limpiarla con el trapo gris, hasta que en cuestión de segundos desapareció. Hice lo mismo con la que estaba en el piso, aunque prácticamente no se veía.

-Listo, Señor- murmuré. 

Y cuando volteé me pareció ver que una leve sonrisa estaba en su rostro, pero desapareció tan pronto como pestañeé. 

¿Era mi imaginación o este hombre se estaba burlando de mí? 

-¿Cuántos años tienes?- preguntó captando mi atención  -Te ves muy joven-

Bueno, esperaba un 'Gracias' por su parte, luego de limpiar. Pero al parecer, tampoco era una persona cordial. 

Lo observé con confusión por su pregunta. Su ceño estaba levemente fruncido, haciendo de su rostro un poema. Era perfecto por donde se lo viera. 

Sus ojos marrones me miraban de un modo que no terminaba de entender. No sabía si mi presencia le molestaba o sólo me parecía.

Sus labios gruesos se unían en una fina línea, mientras aguardaba mi respuesta. 

-No se preocupe, soy mayor de edad. Tengo veintiún años.- 

Abrió su boca para decir algo, pero luego la cerró. 

Oh Dios, qué intriga. ¿Por qué todos en esta casa torturaban a mi curiosidad?

-De acuerdo. Cuando la veas a Marta dile que te de el uniforme- 

-Si, Señor-

-Puedes irte- respondió caminando hasta su escritorio. 

Me mordí la lengua para no recriminarle su actitud irritante. 

Y en silencio, abandoné la habitación. 

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