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60. Eres mía, dilo…

—Dios…— sentir el hielo justo ahí, jugando entre sus pliegues, hizo que todo su cuerpo se tensara del mismo modo que la cuerda de un violín al romperse. No necesitaba de mucho para que ella sufriera un maldito orgasmo sin tan siquiera haber sido penetrada.

Ricardo pudo ver de cerca como las paredes de su vagina se contraen y la humedad crecía todavía más al mezclarse con el agua del hielo derretido.

— Así mi gatita, como disfruto ver cuando te corres.

Josefina se corrió, su cuerpo entero se tensó rompiéndose y deshaciéndose figurativamente en miles de pedazos que se fueron uniendo como si fuera mercurio líquido, en cada nueva caricia y orden que su señor le hacía.

—Ricardo…

El hielo de su boca también se deshizo, lo que hizo que pudiera tocar su sexo directamente con la lengua y succionarlo, deleitarse con el frío que encontró, sabiendo que estaba completamente sensible a causa del orgasmo que acababa de tener.

Mordió su muslo con fuerza sabiendo que dejaría una buena señal ahí y que
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