Isabella miraba a su hijo dormir plácidamente mientras ella acariciaba su rostro con dulzura. La renta de su pequeño hogar, estaba ya pagada y había suficiente comida en la nevera para no preocuparse en lo que llegaba su paga de nuevo. Sin embargo, a pesar de que su situación se encontraba de nuevo estable, su corazón se sentía entristecido. Aquella pregunta que le había hecho Ferdinand, le había removido viejas heridas que no deseaba recordar.
Desde que supo hablar, Ferdinand quería saber quién era su padre, y constantemente, cuando iban a jugar al parque, observaba con dolor la mirada entristecida de su pequeño hijo, quien se quedaba observando a los padres que jugaban con sus hijos. Nunca había sabido que responderle, en realidad, ¿Qué podría decirle? ¿Qué su “padre” huyo en el momento mismo en que supo que el nacería porque no deseaba hacerse cargo? Aun era muy pequeño para entender algunas cosas, y era doloroso tener que desviar el tema a cualquier otra cosa, al tiempo que intentaba levantar el animo de su pequeño.
Cerrando la puerta de la habitación de su hijo, Isabella camino a la cocina para buscar algo para comer. Se sentía triste, y recordando como había sido su vida hasta ese momento, solo lograba hundirse más en aquella depresión que nunca se permitía sentir por completo. Llevaba años destrozada, con un deseo por llorar que le lastimaba la garganta, sin embargo, aquello no era algo que pudiese permitirse, pues ella necesitaba mantenerse siempre fuerte para su hijo, estaban solos en el mundo y solo ella podría labrar un futuro para aquel príncipe durmiente que tranquilamente descansaba entre sueños color de rosa, y quien era todo lo único que realmente amaba.
Con fiebre, con dolor, en medio de la enfermedad, ella no dejaba de trabajar y de pelear contra el mundo entero, cargando con el estigma de ser madre soltera, una mujer que ya no servía para ser la esposa de alguien, una mujer que solo sería para “pasar el rato” y un montón de calificativos tan denigrantes que pensar en ellos no valía la pena. Tomar fuerzas todos los días para salir adelante, era un acto tan difícil y cruel que lastimaba, lastimaba demasiado.
La pantalla de su celular se ilumino, y rápidamente Isabella tomo el aparato para mirar la notificación de nuevo mensaje.
“Mañana te tocara entrar en el turno de la tarde, no te preocupes, la guardería funciona las 24 horas, podrás trabajar tranquila, además, creo que causaste una buena impresión con el dueño”
Aquel mensaje era de la encargada del área de limpieza, aunque no esperaba que nadie supiera que había cruzado un par de palabras con el dueño de la cadena hotelera. Recordó brevemente a ese hombre tan elegante y apuesto, pero con unos ojos demasiado tristes. No pudo evitar preguntarse ¿Qué era lo que le había ocurrido? Parecía ser una persona a la que genuinamente le gustaban los niños, pues en realidad miraba con mucha nostalgia y un deje de cariño a su pequeño hijo. Ferdinand siempre había sido muy sociable, nunca batallaba para hacer amigos de cualquier edad, sin embargo, aquella pregunta que el pequeño le había hecho, le hacía pensar que había sentido al señor Harrington como algo más que solo un adulto mas con el que charlaba. La ilusión de su hijo siempre había sido la de tener un padre, pero aquel hombre era demasiado importante, nadie a quien siquiera debiera voltear a ver.
Suspirando, se sintió agotada, y después de comer aquel emparedado, decidió dormir, no deseando pensar en eso que su jefa le había dicho.
“Causaste una buena impresión en el dueño”
En una mansión lujosa y de aspecto antiguo que se hallaba a las afueras de Palermo, con hermosas vistas al mar. Un hombre observaba el paisaje nocturno. Las olas se alcanzaban a escuchar como una melodía que lograba calmar sus atormentados pensamientos. Joseph Harrington pensaba en la mujer que había conocido aquel día, y en ese pequeño que le recordaba tanto a su difunto hijo. Todo el mundo le recordaba lo afortunado que era por ser un multimillonario hotelero, y poder tener todo cuanto deseara tan solo al pedirlo, sin embargo, solo el sabia lo terrible que era la soledad y como esta pesaba.
Tenía ya 31 años, y sus ojos grises que apreciaban el océano cubierto por el manto de la noche, visualizaban a ese pequeño que perdió hacia ya 6 años atrás, corriendo en aquella playa privada que era de su propiedad. Negando en silencio, no quiso pensar en ello, pues esos recuerdos le resultaban tan dolorosos que eran una triste condena.
“No tengo papá, mi mami dice que el se fue y que no regresara, mis ojitos se hacen agua por eso”
Aquellas palabras de aquel pequeño, resonaron en su mente una vez más, el hijo de una madre soltera que trabajaba arduamente, había averiguado con su jefa de limpieza que tan bueno o tan malo era el desempeño de la madre del pequeño Ferdinand, y se había sorprendido de saber que la mujer había pedido horas extras al menos dos veces en la semana que apenas llevaba laborando en su hotel; trabajaba arduamente y se mantenía con buen animo.
Sentándose en el borde de su balcón, recordó a su propia madre y como aquella mujer lo había sacrificado todo por el para darle la vida que necesitaba, aunque su madre era una multimillonaria heredera, siempre quedo marcada con el estigma de haber tenido un hijo fuera del matrimonio. Si bien, nunca les hizo falta nada, siempre fueron señalados como “personas de mala reputación” tan solo porque su madre fue engañada por un cruel hombre que la dejo embarazada.
Quizás, estaba demasiado sensible por aquella visión de una pobre madre soltera que se aferraba a su hijo como si fuese su tesoro mas preciado, quizás, aquel pequeño le había traído memorias de las que no quería acordarse, pero lo cierto era, que había quedado cautivado por aquella madre y su hijito, y quería saber más sobre ellos, quería saber más.
El destino suele ser caprichoso, uniendo caminos tan diferentes uno del otro. Isabella y Joseph, sus destinos, quizás, estaban a punto de unirse en la sonrisa de un pequeño.
Aquella jornada vespertina estaba resultando gratamente agotadora. Isabella estaba realmente agradecida por aquel empleo, aun así, resultara bastante cansado el realizarlo. Su hijo estaba a salvo en compañía de las cuidadoras y otros niños que, al igual que Ferdinand, sus padres realizaban diferentes trabajos en aquel hotel de lujo. No se había encontrado ni por casualidad con el dueño del lugar, y, sinceramente, agradecía por ello, pues realmente aquel encuentro había resultado algo incomodo para ella.Escuchaba hablar a sus compañeras sobre sus planes para esa noche; se estaban poniendo de acuerdo para, al salir de allí, ir a algún bar cercano a pasar una buena noche. La habían invitado, por supuesto, pero no tenia a nadie que le ayudase a cuidar de Fer, por lo cual, no podría en demasiado tiempo darse el lujo de salir a una noche de fiesta. Tenia ya mucho tiempo sin salir a divertirse, pues la maternidad era muy exigente, y sin el apoyo de nadie, ella no podía darse el lujo.Record
—Dios mío, ¿Qué voy a ponerme? No tengo nada decente —Isabella estaba nerviosa, mas de lo que había estado en mucho tiempo, no recordaba haberse sentido tan nerviosa desde aquel día en que dio a luz. Por alguna razón incomprensible, su jefe y el dueño del hotel, los había invitado a cenar a ella y a su hijo.Aquello, por supuesto, había sido completamente inesperado, sin embargo, teniendo ya demasiado tiempo sin convivir con otras personas en un ambiente que fuera exclusivamente el de trabajo, realmente no sabia como reaccionar, vestirse o demás, y ciertamente no tenia el mejor guardarropa, con tantos problemas apenas y si tenia prendas básicas.Mirando la poca ropa con la que disponía, se sintió avergonzada, ¿Qué diría su jefe al mirarla vestida así? Negando en silencio, entendió que no tenía sentido sentirse culpable, no era una cita romántica, ni nada que se le pareciera, quizás el hombre tan solo quería hablar de trabajo.Tomando el único vestido mas “decente” que tenía, y maquil
El espumoso champagne y la buena comida eran siempre un gusto exquisito al paladar. La buena música, el buen ambiente, y, sobre todo, el super lujo que un lugar de categoría podía ofrecer, eran simplemente un placer que solo los mas pudientes pudieran darse. El pensamiento de que solo las personas mas privilegiadas eran acreedoras a tales lujos, era una constante en la seductora Amaia Lemaitre.Había nacido en una cuna de oro, simplemente había sido de esa manera. Nunca había deseado nada en la vida, al menos no hasta que lo conoció a él: Joseph Harrington.Aun recordaba la primera vez que sus ojos se encontraron; los suyos de miel chocaron con aquellos que asemejaban al color de las tormentas. Apuesto, varonil, caballeroso y el joven heredero de una muy importante familia y dueño de una cadena hotelera…un sueño hecho realidad para cualquier mujer, un sueño hecho realidad para ella.Lo había perseguido como una sombra durante varios años y desde que lo conoció en la universidad; había
Aquella noche era diferente. Miraba el cielo estrellado desde su pequeña ventana, aun meditando sobre lo que había venido ocurriendo. Una sensación de calidez, como hacia tantísimo tiempo no había sentido, se había apoderado de Isabella. A su lado, su pequeño Ferdinand dormía plácidamente, aun abrazado a aquel oso de peluche que el amable señor Harrington le había obsequiado horas atrás junto a muchos otros juguetes.No logrando conciliar el sueño después de tantos y tantos pensamientos que no dejaban de llegar uno tras otro con demasiada insistencia hasta su mente, se levanto de la cama para caminar hacia aquella pequeña ventana de su pequeño departamento.Todo aquello parecía un sueño, uno que le estaba costando demasiado trabajo el creer.Había sido muy difícil hasta ese momento en que aquellos ofrecimientos llegaron, mil veces al día se preguntaba a si misma como iba a sobrevivir la semana. Aquel empleo, con todo y el pintoresco señor Harrington, parecían haber llegado como una ay
Casi cuatro años atrás… —¿Crees que este es un maldito juego? ¡Demonios! ¡Mis padres van a matarme si se enteran! —Un hombre de cabello oscuro gritaba completamente fuera de sí, mientras una asustada Isabella lo miraba con una mezcla de dolor y decepción mientras sostenía en sus manos una prueba positiva de embarazo.—Charles…—¡No! Ni creas que con esto ya aseguraste el ser mi esposa, eres una arpía mentirosa, ¡Me dijiste que te estabas cuidando! ¡No puedo ser padre a esta edad! ¡No he terminado mis estudios! Además, ¿Crees que voy a cambiar mi estilo de vida para en su lugar cambiar pañales? ¡Estás loca! — dijo Charles mientras tomaba por el cuello a Isabella y la arrojaba sobre la cama de aquel pequeño departamento.Las lágrimas comenzaron a brotar desde los ojos de Isabella, quien no podía creer que el mismo hombre que le había prometido amarla incondicionalmente, a quien le había entregado su virginidad y que era tambien su prometido, la estuviese tratando de tan horrible maner
—Bien señora Bianco, ahora que ha firmado y entregado los documentos, su tramite esta en proceso, aunque no debe de preocuparse, la respuesta es afirmativa, tan solo debemos esperar a que el procedimiento se complete y usted obtendrá la beca, así como la ayuda escolar para su hijo, el señor Harrington se toma muy en serio el ayudar a las madres y padres solteros, para ello es que existe esta fundación — Isabella sonrió como pocas veces lo hacía. Había entregado la papelería que le habían solicitado en recursos humanos y ahora tan solo restaba esperar para comenzar aquella nueva travesía. Se sentía la persona mas afortunada del mundo, había conseguido una buena beca que la ayudaría enormemente con los gastos, además, de que regresaría a retomar su carrera en donde la dejo hacia cuatro años. Ya se había contactado a la universidad en la que había estudiado, le mandarían sus documentos y podría inscribirse en cualquier otra de Palermo. Deseaba ser bióloga, adoraba a los animales y la n
—¡Mami! ¡Señor Haginton! —Ferdinand gritaba y saludaba desde el cochecito en que estaba paseando, mientras su madre peleaba contra su viejo celular en un intento por sacar una buena fotografía para capturar aquel tan especial momento.La luz de un flash se dejo ver, e Isabella sonrió al mirar como el señor Harrington había sacado una foto de su pequeño al notar que ella no había podido hacerlo. Extendiendo su mano con el aparato en ella, Joseph le mostro a la joven madre la fotografía que había retratado una enorme sonrisa de su hijo.—Muchas gracias señor Harrington, este viejo celular no toma bien las fotos, la pantalla se queda congelada cuando lo intento y…Isabella enmudeció al notar aquella penetrante mirada llena de nostalgia, que parecía escudriñar hasta lo más hondo de su alma.—Por favor, deme su número de celular, así podré enviarle la fotografía del pequeño Ferdinand — dijo Joseph con la seriedad que lo caracterizaba.Isabella sintió sus mejillas arder, y dándose prisa, a
El sol se colaba por la pequeña ventana de su departamento y el canto de las aves había logrado despertarla. Isabella se incorporaba mientras se tallaba los ojos antes de abrirlos a la luz de un nuevo día. La noche anterior, si tenía que describirla, en una palabra, había sido maravillosa. Mirando a su lado, Ferdinand aún seguía durmiendo tan plácidamente, que sentía pena por tener que despertarlo. Su hijo había pasado una gran noche jugando y comiendo como si no hubiese un mañana, y eso, la llenaba de satisfacción. Levantándose de la cama, la mujer se dio una ducha rápida y decidió comprar algo en el camino para desayunar, se había despertado un poco tarde y no le daría tiempo de preparar algo elaborado. Mirando su billetera, pudo ver su paga prácticamente intacta; el amable señor Harrington había pagado por toda la comida y atracciones, ella solamente había pagado su entrada y la de Ferdinand antes de encontrarse con el buen hombre. Mirándose en el espejo una vez que estaba cambi