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Capítulo 3: En la sonrisa de un pequeño

Isabella miraba a su hijo dormir plácidamente mientras ella acariciaba su rostro con dulzura. La renta de su pequeño hogar, estaba ya pagada y había suficiente comida en la nevera para no preocuparse en lo que llegaba su paga de nuevo. Sin embargo, a pesar de que su situación se encontraba de nuevo estable, su corazón se sentía entristecido. Aquella pregunta que le había hecho Ferdinand, le había removido viejas heridas que no deseaba recordar.

Desde que supo hablar, Ferdinand quería saber quién era su padre, y constantemente, cuando iban a jugar al parque, observaba con dolor la mirada entristecida de su pequeño hijo, quien se quedaba observando a los padres que jugaban con sus hijos. Nunca había sabido que responderle, en realidad, ¿Qué podría decirle? ¿Qué su “padre” huyo en el momento mismo en que supo que el nacería porque no deseaba hacerse cargo? Aun era muy pequeño para entender algunas cosas, y era doloroso tener que desviar el tema a cualquier otra cosa, al tiempo que intentaba levantar el animo de su pequeño.

Cerrando la puerta de la habitación de su hijo, Isabella camino a la cocina para buscar algo para comer. Se sentía triste, y recordando como había sido su vida hasta ese momento, solo lograba hundirse más en aquella depresión que nunca se permitía sentir por completo. Llevaba años destrozada, con un deseo por llorar que le lastimaba la garganta, sin embargo, aquello no era algo que pudiese permitirse, pues ella necesitaba mantenerse siempre fuerte para su hijo, estaban solos en el mundo y solo ella podría labrar un futuro para aquel príncipe durmiente que tranquilamente descansaba entre sueños color de rosa, y quien era todo lo único que realmente amaba.

Con fiebre, con dolor, en medio de la enfermedad, ella no dejaba de trabajar y de pelear contra el mundo entero, cargando con el estigma de ser madre soltera, una mujer que ya no servía para ser la esposa de alguien, una mujer que solo sería para “pasar el rato” y un montón de calificativos tan denigrantes que pensar en ellos no valía la pena. Tomar fuerzas todos los días para salir adelante, era un acto tan difícil y cruel que lastimaba, lastimaba demasiado.

La pantalla de su celular se ilumino, y rápidamente Isabella tomo el aparato para mirar la notificación de nuevo mensaje.

“Mañana te tocara entrar en el turno de la tarde, no te preocupes, la guardería funciona las 24 horas, podrás trabajar tranquila, además, creo que causaste una buena impresión con el dueño”

Aquel mensaje era de la encargada del área de limpieza, aunque no esperaba que nadie supiera que había cruzado un par de palabras con el dueño de la cadena hotelera. Recordó brevemente a ese hombre tan elegante y apuesto, pero con unos ojos demasiado tristes. No pudo evitar preguntarse ¿Qué era lo que le había ocurrido? Parecía ser una persona a la que genuinamente le gustaban los niños, pues en realidad miraba con mucha nostalgia y un deje de cariño a su pequeño hijo. Ferdinand siempre había sido muy sociable, nunca batallaba para hacer amigos de cualquier edad, sin embargo, aquella pregunta que el pequeño le había hecho, le hacía pensar que había sentido al señor Harrington como algo más que solo un adulto mas con el que charlaba. La ilusión de su hijo siempre había sido la de tener un padre, pero aquel hombre era demasiado importante, nadie a quien siquiera debiera voltear a ver.

Suspirando, se sintió agotada, y después de comer aquel emparedado, decidió dormir, no deseando pensar en eso que su jefa le había dicho.

“Causaste una buena impresión en el dueño”

En una mansión lujosa y de aspecto antiguo que se hallaba a las afueras de Palermo, con hermosas vistas al mar. Un hombre observaba el paisaje nocturno. Las olas se alcanzaban a escuchar como una melodía que lograba calmar sus atormentados pensamientos. Joseph Harrington pensaba en la mujer que había conocido aquel día, y en ese pequeño que le recordaba tanto a su difunto hijo. Todo el mundo le recordaba lo afortunado que era por ser un multimillonario hotelero, y poder tener todo cuanto deseara tan solo al pedirlo, sin embargo, solo el sabia lo terrible que era la soledad y como esta pesaba.

Tenía ya 31 años, y sus ojos grises que apreciaban el océano cubierto por el manto de la noche, visualizaban a ese pequeño que perdió hacia ya 6 años atrás, corriendo en aquella playa privada que era de su propiedad. Negando en silencio, no quiso pensar en ello, pues esos recuerdos le resultaban tan dolorosos que eran una triste condena.

“No tengo papá, mi mami dice que el se fue y que no regresara, mis ojitos se hacen agua por eso”

Aquellas palabras de aquel pequeño, resonaron en su mente una vez más, el hijo de una madre soltera que trabajaba arduamente, había averiguado con su jefa de limpieza que tan bueno o tan malo era el desempeño de la madre del pequeño Ferdinand, y se había sorprendido de saber que la mujer había pedido horas extras al menos dos veces en la semana que apenas llevaba laborando en su hotel; trabajaba arduamente y se mantenía con buen animo.

Sentándose en el borde de su balcón, recordó a su propia madre y como aquella mujer lo había sacrificado todo por el para darle la vida que necesitaba, aunque su madre era una multimillonaria heredera, siempre quedo marcada con el estigma de haber tenido un hijo fuera del matrimonio. Si bien, nunca les hizo falta nada, siempre fueron señalados como “personas de mala reputación” tan solo porque su madre fue engañada por un cruel hombre que la dejo embarazada.

Quizás, estaba demasiado sensible por aquella visión de una pobre madre soltera que se aferraba a su hijo como si fuese su tesoro mas preciado, quizás, aquel pequeño le había traído memorias de las que no quería acordarse, pero lo cierto era, que había quedado cautivado por aquella madre y su hijito, y quería saber más sobre ellos, quería saber más.

El destino suele ser caprichoso, uniendo caminos tan diferentes uno del otro. Isabella y Joseph, sus destinos, quizás, estaban a punto de unirse en la sonrisa de un pequeño.

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