—¡Mami! ¡Señor Haginton! —Ferdinand gritaba y saludaba desde el cochecito en que estaba paseando, mientras su madre peleaba contra su viejo celular en un intento por sacar una buena fotografía para capturar aquel tan especial momento.La luz de un flash se dejo ver, e Isabella sonrió al mirar como el señor Harrington había sacado una foto de su pequeño al notar que ella no había podido hacerlo. Extendiendo su mano con el aparato en ella, Joseph le mostro a la joven madre la fotografía que había retratado una enorme sonrisa de su hijo.—Muchas gracias señor Harrington, este viejo celular no toma bien las fotos, la pantalla se queda congelada cuando lo intento y…Isabella enmudeció al notar aquella penetrante mirada llena de nostalgia, que parecía escudriñar hasta lo más hondo de su alma.—Por favor, deme su número de celular, así podré enviarle la fotografía del pequeño Ferdinand — dijo Joseph con la seriedad que lo caracterizaba.Isabella sintió sus mejillas arder, y dándose prisa, a
El sol se colaba por la pequeña ventana de su departamento y el canto de las aves había logrado despertarla. Isabella se incorporaba mientras se tallaba los ojos antes de abrirlos a la luz de un nuevo día. La noche anterior, si tenía que describirla, en una palabra, había sido maravillosa. Mirando a su lado, Ferdinand aún seguía durmiendo tan plácidamente, que sentía pena por tener que despertarlo. Su hijo había pasado una gran noche jugando y comiendo como si no hubiese un mañana, y eso, la llenaba de satisfacción. Levantándose de la cama, la mujer se dio una ducha rápida y decidió comprar algo en el camino para desayunar, se había despertado un poco tarde y no le daría tiempo de preparar algo elaborado. Mirando su billetera, pudo ver su paga prácticamente intacta; el amable señor Harrington había pagado por toda la comida y atracciones, ella solamente había pagado su entrada y la de Ferdinand antes de encontrarse con el buen hombre. Mirándose en el espejo una vez que estaba cambi
—Hola, ¿La tierra a Isabella? —Isabella salía de sus pensamientos de manera abrupta después de ser llamada por quinta ocasión por su compañera de turno.—Oh yo…lo siento, creo que estoy un poco distraída el día de hoy — dijo Isabella con sinceridad.—Ya lo creo que sí, cariño, dime, ¿Se trata de un hombre? Entendería si fuera por eso — respondió entre risas la mujer.Isabella tan solo sonrió. ¿Cómo decirle a su compañera que era nada mas y nada menos que el señor Harrington quien la tenia sumergida en pensamientos demasiado confusos?Aquella mañana la joven madre soltera había sido salvada por el amable señor Harrington de ser atropellada, aun recordaba aquella sensación de estar entre los brazos del hombre que tímidamente se había disculpado con ella por haberla tomado de manera tan abrupta. Un ligero sonrojo se mostraba en las mejillas de Isabella, aquel hombre tan apuesto le había salvado en mas de una manera desde que lo conoció, era casi como un sueño hecho realidad…aunque no un
La soledad es terrible. Aquel sentimiento de necesitar a alguien y no tener a quien recurrir, de tenerlo todo y no tener con quien compartirlo, de desear hablar con alguien y no haya nadie cerca que te escuche. La mayoría de las veces, las personas suelen estar solas por merito propio, cuando el orgullo gobierna y dicta que es mejor estar solo, sin embargo, en ocasiones, la soledad es la única alternativa que tienes, cuando el mundo entero y aquellos que siempre juraron acompañarte te abandonan y no se tiene mas remedio que abrazar aquello que tanto nos causa dolor. Charles Smith era como el primer tipo de solitario, pues había escogido el camino de la soledad para lograr aquellos objetivos que siempre había deseado tocar con las manos, por otro lado, Isabella Bianco había sido una solitaria por el mero abandono en que los que una vez amo la sometieron, aunque dejo de estar sola para siempre cuando sostuvo por primera vez a su pequeño Ferdinand en sus brazos. Joseph Harrington, era un
Aquella noche era diferente. El cielo nocturno estaba completamente despejado y las estrellas podían apreciarse mucho mejor que noches pasadas. El viento soplaba fresco, realmente delicioso y con el aroma típico de la brisa de mar. Palermo era una hermosa ciudad costera, un pequeño paraíso italiano en donde una hermosa historia de amor fácilmente podría dar comienzo.Isabella Bianco estaba recostada sobre su cama, mirando a aquel hermoso ramo de flores que había recibido de las manos del amable señor Harrington esa mañana.Camelias.Esas eran sus flores favoritas, aunque nadie se las había regalado jamás; aun cuando Charlie sí que sabía que eran sus predilectas, realmente nunca ponía empeño cuando decidía regalarle algo en aquel noviazgo que tan solo estaba destinado al fracaso.¿Cómo había sabido el señor Harrington que eran sus preferidas?Mirando las gotitas cristalinas iluminadas por la luz de la luna que se colaba en su ventana resbalar por los pétalos, sonrió como si fuera una a
—¡Mira papi! ¡Es un perrito! — Todas las luces de aquella mansión estaban ya apagadas, y tan solo podía apreciarse la penumbra en cada rincón del lugar. —Cariño, no corras, vas a caerte — Todos los sirvientes, como era habitual desde hacia varios años, se habían retirado a sus hogares; era una regla que no debía de haber nadie en aquella mansión después de las nueve de la noche. —Tristán, Genoveva, es hora de regresar — El ambiente siempre lúgubre, se sentía además demasiado triste, como si la esperanza se hubiese perdido para siempre, como si en aquellos rincones nunca más volvería a entrar la calidez de la luz del sol. —Pero papi, quiero ver a los perritos — Los ojos grises de tormenta miraban con pesar a aquellos azules tan similares al color del mar, añorando regresar a esos tiempos felices en donde todo parecía ser perfecto. —Vamos mi niño, volveremos mañana, lo prometo — Congelando la imagen de aquella reproducción de video que Joseph Harrington miraba en completa soled
—¡Mira papi! ¡Es un perrito! —Todas las luces de aquella mansión estaban ya apagadas, y tan solo podía apreciarse la penumbra en cada rincón del lugar.—Cariño, no corras, vas a caerte —Todos los sirvientes, como era habitual desde hacia varios años, se habían retirado a sus hogares; era una regla que no debía de haber nadie en aquella mansión después de las nueve de la noche.—Tristán, Genoveva, es hora de regresar —El ambiente siempre lúgubre, se sentía además demasiado triste, como si la esperanza se hubiese perdido para siempre, como si en aquellos rincones nunca más volvería a entrar la calidez de la luz del sol.—Pero papi, quiero ver a los perritos —Los ojos grises de tormenta miraban con pesar a aquellos azules tan similares al color del mar, añorando regresar a esos tiempos felices en donde todo parecía ser perfecto.—Vamos mi niño, volveremos mañana, lo prometo —Congelando la imagen de aquella reproducción de video que Joseph Harrington miraba en completa soledad, pudo
La noche había caído enteramente sobre la ciudad, cubriendo con su manto de penumbras cada calle, avenida o rincon de Palermo. No se escuchaba una sola alma, las calles estaban casi enteramente desiertas y solo algún par de ocasionales amantes que se ocultaban en la oscuridad para entregarse a los instintos más pasionales. La madrugada y sus secretos, envueltos en el más profundo silencio, eran testigos de aquel elegante automóvil clásico que se estacionaba frente a aquel complejo de apartamentos.Aquello era, quizás, una acción demasiado atrevida. Eran horas meramente inadecuadas y la persona de su particular interés, ya debería encontrarse durmiendo. El hombre respiraba de manera apacible, sin embargo, su corazón se encontraba latiendo a mil por hora aún cuando cualquiera que lo viese pudiera pensar que se encontraba en completa calma.Joseph Harrington se pregunto mil veces más que era lo que hacía allí frente al departamento de Isabella Bianco, sin atreverse a subir aquellas esc