La música retumba en mis oídos y las risas estallan a mi alrededor, pero yo solo quiero desaparecer.Estoy de vuelta en esta maldita fiesta que ni siquiera quería, y mi humor está más podrido que nunca. Lo que pasó con Santino me tiene hirviendo por dentro, como si todo lo que fuera normal en mi día acabara de desmoronarse.Miro alrededor, viendo las caras sonrientes de todos los invitados mientras aplauden, esperando que comience el espectáculo de abrir regalos. Yo, en cambio, me cruzo de brazos con la cara de pocos amigos. Los que me ven les digo que no me hablen, o los amenazo con clavarles un puñal en el pecho.Mi madre se me acerca con una sonrisa que intenta contagiarme, pero no logra nada.—Antonella, amor, es hora de abrir los regalos —dice animada, pero su tono me molesta más de lo que debería.—No quiero abrir nada —le suelto, con un tono tan seco que incluso ella parpadea. Pero sigue insistiendo, como siempre.—Venga, es tu cumpleaños, todos te trajeron cosas bonitas —repli
ANTONELLAUn zumbido fuerte me acribilla la cabeza. No sé qué ha pasado. Lo último que recuerdo es que se oyeron detonaciones muy fuertes, luego se vio fuego, y de la nada un gas floto por el aire. No tuve tiempo de nada, mis ojos se cerraron de golpe y ahora me está costando abrirlos.Parpadeo unas cuantas veces para acostumbrarlos de nuevo, y cuando lo consigo, mi vista se encuentra con solo paredes desgastadas. El lugar es oscuro, no hay ni un rayo de luz del exterior o alguna luz artificial de una lámpara, solo oscuridad.En eso resuena una voz profunda:―Nos volvemos a ver, piccola diavolo —pronuncia “pequeña, diablo” en italiano.Y mis ojos se clavan en esa profundidad. Su mirada gris es un abismo sin fondo, tan intensa que parece capaz de penetrar el alma de quien la mira, excepto la mía. Esa profundidad es inquietante, como si albergara secretos tan oscuros. En sus ojos hay una sombra de maldad palpable, una frialdad que helá la sangre de cualquiera; no conocen la piedad y es
—Le dije que no fuera, le advertí que era momento de retirarse, pero ¿qué hizo? Ignorarme, como siempre lo hace cuando se trata de Dante. ¡Esa maldita fidelidad suya a ese demonio! —espetó Mikaela, con el rostro enrojecido por la furia, mientras caminaba de un lado a otro de la habitación.—Mikaela... solo estás molesta. No permitas que el enojo te haga decir cosas que luego lamentes —intervino Lillie con voz serena, aunque por dentro luchaba contra la misma angustia que su amiga. Mantenía la calma, aunque ni ella sabía de dónde sacaba esa fuerza. Estaba tan preocupada como todas las demás.La noticia sobre el destino de sus esposos las tenía al borde del colapso. Aunque no era la primera vez que enfrentaban situaciones como esta, tanto Dante como Iván ya no tenían el vigor físico de años atrás para soportar el tipo de tortura que seguramente estaban sufriendo. Y, aun así, sus esposas nunca dejaban de preocuparse. Cada vez que salían de sus hogares para negocios arriesgados, vivían co
La línea quedó en silencio por un segundo, antes de que el hombre respondiera con un tono más serio.—Dime, ¿qué sucede?Lillie cerró los ojos un momento, dejando que sus palabras salieran con precisión.—Una vez dijiste que si alguna vez necesitaba algo de suma importancia, como el salvar nuestras vidas, te llamará. Hoy es ese momento.Lillie sintió que su corazón daba un vuelco cuando la risa sonó al otro lado de la línea. No era una risa alegre, sino cargada de emociones complejas: un eco de anhelo, un vestigio de afecto y la sombra de viejos reproches. Era una mezcla de dolor y aceptación, como si la otra persona esperara esta llamada desde hacía mucho tiempo.Ella tragó saliva, recordando las promesas pasadas. Promesas de no volver a ponerlo en peligro. Promesas que ahora rompía por necesidad.—Digo, si quieres hacerlo… —añadió Lillie, su voz apenas un murmullo, cargada de dudas y culpa.—Por supuesto, por ti haría cualquier cosa. Si darle mi alma al diablo es lo que necesitas, l
—¡¿Lo harás tú o lo hago yo?! —bramó Santino, su voz cargada de frustración.Santino tenía a Adamo agarrado de la chaqueta de cuero con una fuerza que dejaba claro que no iba a soltarlo fácilmente. Su mirada ardía con furia contenida, mientras su mandíbula apretada reflejaba la tensión del momento. La desesperación lo había llevado al límite, igual que su madre, y su rabia se centraba ahora en Adamo, a quien veía como el responsable de tomar una decisión que parecía tardar demasiado. No solo estaba la vida de su padre en peligro, sino también la de la chica que amaba. Para él, esperar no era la mejor opción.Adamo apenas se movió, aunque sus ojos se oscurecieron con una mezcla de molestia y autocontrol. Estaba reprimiendo las ganas de responder de manera violenta, su paciencia tenía un límite.—Más vale que me sueltes —masculló, con los dientes apretados.Ellos nunca habían sido amigos, apenas podían tolerarse. Adamo detestaba la relación de Santino con su hermana, y Santino, a su ve
El sabor metálico de la sangre inundaba mi boca, un estímulo que para muchos sería la esencia del pavor, pero que para mí era un consuelo sombrío. Mis ojos, hinchados y casi inservibles, apenas lograban abrirse mientras mi lengua recogía el líquido escarlata que se escurría por la comisura de mis labios.No les daría el placer de verme quebrar, mucho menos de escucharme suplicar. Yo estaba diseñada para soportar el tormento, para resistir cada embate del sufrimiento, aunque todavía no hubiera conocido todas las formas en las que el dolor puede manifestarse.El sufrimiento se extendía por mi cuerpo como una ola imparable, una marea creciente que amenazaba con arrastrarme al abismo. Sin embargo, era un enemigo familiar. Había enfrentado este tipo de tormento más veces de las que podía contar: golpes incesantes, la opresión de cuerdas ásperas, incluso la cruel privación del aire en mi pecho.Las cadenas que al principio me inmovilizaban habían sido reemplazadas por gruesas cuerdas, que a
ANTONELLA El hombre que me sostenía prácticamente me arrastró hasta una habitación diferente, más amplia y ligeramente iluminada. La luz que entraba desde un pequeño farol colgado en una esquina era tenue, pero suficiente para permitir que mis ojos hinchados empezaran a distinguir los detalles del lugar.No era menos sombrío que el resto de aquel infierno, pero al menos parecía… menos hostil. Una cama solitaria, con un colchón viejo y una manta gris descolorida, ocupaba el centro del espacio.Al fondo, distinguí una puerta cerrada, la única otra salida además de la que acabábamos de cruzar. Las paredes estaban desnudas, agrietadas por el tiempo, y el suelo de concreto era frío, como un recordatorio constante de dónde me encontraba.Mi cabeza palpitaba con un dolor intenso, cada latido era como una puñalada detrás de mis ojos. Intenté enfocar mi visión, evaluando desesperadamente las posibilidades de escape o al menos algún objeto que pudiera usar como arma. Nada. El cuarto estaba vac
ANTONELLALas luces de la habitación eran mínimas, apenas suficientes para distinguir las sombras de los rincones. Las cuerdas aún apretaban mis muñecas y tobillos, pero no me preocupaba. El dolor ya era parte de mí; había aprendido a ignorarlo. Lo que realmente importaba era mantenerme firme. No les daría el placer de verme flaquear.Mi mirada recorrió la habitación por enésima vez, buscando algo, cualquier cosa que pudiera usar, pero la cama seguía siendo el único objeto presente. No había lugar para esconderme y luego atacar, y mucho menos para escapar de estos malditos. Aun así, no me preocupaba. Si algo estaba claro, era que yo no iba a doblarme ante ese bastardo.El sonido de pasos fuera de la puerta me sacó de mis pensamientos. Un hombre entró con una bandeja de comida en las manos. Era grande, con los hombros anchos y un rostro inexpresivo que lo hacía parecer más una máquina que una persona. Caminó hacia mí con calma, colocando la bandeja en el borde de la cama.—Come, —dijo