La línea quedó en silencio por un segundo, antes de que el hombre respondiera con un tono más serio.—Dime, ¿qué sucede?Lillie cerró los ojos un momento, dejando que sus palabras salieran con precisión.—Una vez dijiste que si alguna vez necesitaba algo de suma importancia, como el salvar nuestras vidas, te llamará. Hoy es ese momento.Lillie sintió que su corazón daba un vuelco cuando la risa sonó al otro lado de la línea. No era una risa alegre, sino cargada de emociones complejas: un eco de anhelo, un vestigio de afecto y la sombra de viejos reproches. Era una mezcla de dolor y aceptación, como si la otra persona esperara esta llamada desde hacía mucho tiempo.Ella tragó saliva, recordando las promesas pasadas. Promesas de no volver a ponerlo en peligro. Promesas que ahora rompía por necesidad.—Digo, si quieres hacerlo… —añadió Lillie, su voz apenas un murmullo, cargada de dudas y culpa.—Por supuesto, por ti haría cualquier cosa. Si darle mi alma al diablo es lo que necesitas, l
—¡¿Lo harás tú o lo hago yo?! —bramó Santino, su voz cargada de frustración.Santino tenía a Adamo agarrado de la chaqueta de cuero con una fuerza que dejaba claro que no iba a soltarlo fácilmente. Su mirada ardía con furia contenida, mientras su mandíbula apretada reflejaba la tensión del momento. La desesperación lo había llevado al límite, igual que su madre, y su rabia se centraba ahora en Adamo, a quien veía como el responsable de tomar una decisión que parecía tardar demasiado. No solo estaba la vida de su padre en peligro, sino también la de la chica que amaba. Para él, esperar no era la mejor opción.Adamo apenas se movió, aunque sus ojos se oscurecieron con una mezcla de molestia y autocontrol. Estaba reprimiendo las ganas de responder de manera violenta, su paciencia tenía un límite.—Más vale que me sueltes —masculló, con los dientes apretados.Ellos nunca habían sido amigos, apenas podían tolerarse. Adamo detestaba la relación de Santino con su hermana, y Santino, a su ve
El sabor metálico de la sangre inundaba mi boca, un estímulo que para muchos sería la esencia del pavor, pero que para mí era un consuelo sombrío. Mis ojos, hinchados y casi inservibles, apenas lograban abrirse mientras mi lengua recogía el líquido escarlata que se escurría por la comisura de mis labios.No les daría el placer de verme quebrar, mucho menos de escucharme suplicar. Yo estaba diseñada para soportar el tormento, para resistir cada embate del sufrimiento, aunque todavía no hubiera conocido todas las formas en las que el dolor puede manifestarse.El sufrimiento se extendía por mi cuerpo como una ola imparable, una marea creciente que amenazaba con arrastrarme al abismo. Sin embargo, era un enemigo familiar. Había enfrentado este tipo de tormento más veces de las que podía contar: golpes incesantes, la opresión de cuerdas ásperas, incluso la cruel privación del aire en mi pecho.Las cadenas que al principio me inmovilizaban habían sido reemplazadas por gruesas cuerdas, que a
ANTONELLA El hombre que me sostenía prácticamente me arrastró hasta una habitación diferente, más amplia y ligeramente iluminada. La luz que entraba desde un pequeño farol colgado en una esquina era tenue, pero suficiente para permitir que mis ojos hinchados empezaran a distinguir los detalles del lugar.No era menos sombrío que el resto de aquel infierno, pero al menos parecía… menos hostil. Una cama solitaria, con un colchón viejo y una manta gris descolorida, ocupaba el centro del espacio.Al fondo, distinguí una puerta cerrada, la única otra salida además de la que acabábamos de cruzar. Las paredes estaban desnudas, agrietadas por el tiempo, y el suelo de concreto era frío, como un recordatorio constante de dónde me encontraba.Mi cabeza palpitaba con un dolor intenso, cada latido era como una puñalada detrás de mis ojos. Intenté enfocar mi visión, evaluando desesperadamente las posibilidades de escape o al menos algún objeto que pudiera usar como arma. Nada. El cuarto estaba vac
ANTONELLALas luces de la habitación eran mínimas, apenas suficientes para distinguir las sombras de los rincones. Las cuerdas aún apretaban mis muñecas y tobillos, pero no me preocupaba. El dolor ya era parte de mí; había aprendido a ignorarlo. Lo que realmente importaba era mantenerme firme. No les daría el placer de verme flaquear.Mi mirada recorrió la habitación por enésima vez, buscando algo, cualquier cosa que pudiera usar, pero la cama seguía siendo el único objeto presente. No había lugar para esconderme y luego atacar, y mucho menos para escapar de estos malditos. Aun así, no me preocupaba. Si algo estaba claro, era que yo no iba a doblarme ante ese bastardo.El sonido de pasos fuera de la puerta me sacó de mis pensamientos. Un hombre entró con una bandeja de comida en las manos. Era grande, con los hombros anchos y un rostro inexpresivo que lo hacía parecer más una máquina que una persona. Caminó hacia mí con calma, colocando la bandeja en el borde de la cama.—Come, —dijo
CROWEl hombre al que envié a llevarle la comida regresó poco después, con los hombros tensos y una expresión neutral, aunque el brillo en sus ojos delataba su incomodidad. Se detuvo frente, parecía inquieto. Aun así habló con voz baja, como si temiera mi reacción.—La chica… no quiso comer, jefe. Tiró la bandeja al suelo y dijo que no comería nuestra “m*****a porquería”. También dijo que prefería que la mataran.Permanecí inmóvil por un momento, dejando que sus palabras se asentaran. Mi mirada fija en el hombre era suficiente para hacerlo sudar, pero no dije nada de inmediato. Una chispa de irritación recorrió mi mente, pero pronto fue eclipsada por otra sensación: diversión.Quella piccola diavola. (Esa pequeña diabla).Una leve sonrisa se formó en mi rostro mientras me inclinaba hacia adelante, apoyando las manos en el escritorio frente a mí.—Así que quiere jugar ese juego conmigo, —murmuré para mí mismo, lo suficientemente bajo como para que el guardia no pudiera oír claramente. M
CROWNo la había visto en días. No porque no pudiera, sino porque no me daba la m*****a gana. Sabía exactamente lo que estaba haciendo: dejando que se pudriera en su propia terquedad, esperando a que se quebrara por su cuenta.Quella piccola diavola era una mocosa obstinada. Y eso solo hacía todo más interesante.Cuando entré a la habitación, el hedor a encierro y piel sudorosa me recibió de inmediato. En este momento es sutil, pero está ahí. Un recordatorio de cuánto tiempo llevaba en este agujero sin ser sacada.Mis ojos recorrieron su cuerpo con detenimiento, evaluando su estado. Está más delgada. Sus muñecas, aún atadas a la cabecera de la cama, muestran las marcas de la presión de las cuerdas. Su ropa, la misma con la que llegó, está sucia, arrugada, con manchas de sudor, polvo, incluso sangre seca. Su cabello rubio está enmarañado, cayendo en mechones desordenados alrededor de su rostro, y sus labios, secos y partidos, apenas ocultan la firmeza de su mandíbula.Una pequeña sonris
CROWSuelto una pequeña exhalación, casi una risa de satisfacción, cuando comienza a darle pequeños mordiscos al trozo de pan que he mantenido en mi mano.Estoy seguro de que esta vez no actuará como el animalito salvaje que ha sido. Ella aprenderá, poco a poco, pero lo hará.—Eso pensé, —murmuro, sin apartar mis ojos de los suyos—. Ahora, piccola, vas a tomar una sabia decisión. Sé que eres una chica inteligente.Mi agarre en su cuello se afloja apenas, dándole un respiro, pero sin soltarla.—Vas a comerte toda la maldita comida que te traigan de hoy en adelante. O voy a encargarme personalmente de borrar cada puto rastro de tu familia. Y cuando termine… te dejaré viva para que seas la única Mancini que quede en pie mientras miras cómo los demás caen.El silencio es sofocante.Espero.Espero a ver cuánto más puede soportar antes de entender que, en este juego, solo hay un ganador, y ese soy yo.Y nunca he sido de los que pierden. Ni lo seré esta vez, ni nunca.[***]ANTONELLAEl desg