28 - Solo muerta

El sabor metálico de la sangre inundaba mi boca, un estímulo que para muchos sería la esencia del pavor, pero que para mí era un consuelo sombrío. Mis ojos, hinchados y casi inservibles, apenas lograban abrirse mientras mi lengua recogía el líquido escarlata que se escurría por la comisura de mis labios.

No les daría el placer de verme quebrar, mucho menos de escucharme suplicar. Yo estaba diseñada para soportar el tormento, para resistir cada embate del sufrimiento, aunque todavía no hubiera conocido todas las formas en las que el dolor puede manifestarse.

El sufrimiento se extendía por mi cuerpo como una ola imparable, una marea creciente que amenazaba con arrastrarme al abismo. Sin embargo, era un enemigo familiar. Había enfrentado este tipo de tormento más veces de las que podía contar: golpes incesantes, la opresión de cuerdas ásperas, incluso la cruel privación del aire en mi pecho.

Las cadenas que al principio me inmovilizaban habían sido reemplazadas por gruesas cuerdas, que a
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