En casa papá tuvo una seria conversación con Gonzalo. Sabemos que fue algo serio porque Gonzalo salió tirándola puerta, tomando su sombrero, corriendo hacia Pillo y cabalgando como loco. Para muchas personas el amor puede olvidarse, suplantarse, el tiempo hará olvidar pero para otras, es solamente esa persona la que permite que estemos vivos.
En su casa, Flor recibía advertencias desde el desayuno. Hablaban tan mal de nosotros que ella no entendía como pudimos emparentarnos. Pero de Gonzalo, sobre todo de él y su manera de mirarla.
¿Qué tenía el de especial? Todo, se repetía mientras Consuelo Castro le hablaba. Cuando lo comparaba con los que conociera ahí y lejos de ahí. Su cabello, sus ojos, su sonrisa, sus besos mientras reía. Sus manos tomando su rostro, besando su cuello, su voz en sus oídos y si, su mirada, insistente, como si pudiera traspasarla, desnu
Desde la cama, Flor escuchó los rápidos pasos por el salón abierto hacia las habitaciones. No se trataba de su madre, no era su pisada, así que esperó con la uña del pulgar izquierdo en la boca hasta que tocaran. –¿Sí? – Señorita, soy Dora. –Dorita, pasa.–La puerta se abrió ni muy rápido ni muy lento y Dora asomó la cabeza.–Pasa. –Buenos días.–Entró y cerró, luego se plantó frente a ella al borde de la cama con una sonrisa en su agradable rostro moreno.–Su mamá pregunta por usted, que ya son las diez y o ha bajado, que tiene que comer para salir.&nbs
Todo eso que hacemos a diario, que cada uno de nosotros hace a diario y que por no presenciarlo, sencillamente desconocemos, es un secreto para otros.Hasta aquello que vemos, eso de lo que si somos testigos, muchas veces ocultan algo, hasta todo lo que adentro, muy dentro de nosotros, alma o mente guarda, por más que lo creamos verlo lo desconocemos.Después del entierro del joven de la esclava, cada uno de nosotros, inclusive muchos invitados que vivieron muy de cerca ese horrible momento, hicimos nuestra rutina habitual. Sin embargo, en nosotros estaba ese momento grabado, desconcertándonos y hasta haciéndonos desvelar. No creo que hablara por mí solamente, me costaba conciliar el sueño y una vez lo tomaba lo perdía rápidamente con algún mal suelo o imagen de esa noche, cuando Astrid se casara con Santos Castro.Gracias a ese insomnio, a que sabía que debía entretenerme en algo m&aac
–Yo creo que esta oportunidad que ha conseguido el presidente con la empresa constructora, en referencia a la modernización de la ciudad, es perfecta y muy acertada. –Dijo Chico en medio de una conversación en el centro de la sala de la casa de los Escalante.–Yo creo que debemos licitar la mano de obra nacional, está muy calificada. Lo acaban de demostrar con la Catedral, Las Mercedes.–Nadie ha dicho que la mano de obra se será nacional.–¿Pagándole cuánto? –Intervino papá apareciendo con una taza de chocolate caliente en las esquina de esa misma sala donde Chico con otro par de caballeros intercambiaban opiniones.–Les pagarán con la moneda verde.–No es suficiente Chico. –Insistió papá. –Tú y yo somos buenos jefes, apoyamos a nuestros trabajadores, quisiera pensar…–¿Qu&
–¿Cómo dijiste muchacho? –Pablo fue muy rápido y tomó al moreno de la camisa para levantarlo.–No puede ser cierto. – No solamente sentí frío, fue horror, miedo de enfrentar una noticia tan fatal como esa. Gonzalo salió cuando ya había anochecido, ¿A dónde fue? ¿A buscar a Flor? Tambalee.–Yooo no sé si sea así, solo corrí después que…–¿Después de qué? –Pablo seguía sosteniéndolo.–Después que le dispararon y cayó.–¡Nooo! –Grité aterrorizada, no, mi hermano no, Gonzalo no.–Virginia ve adentro, yo iré con él a la casa de los Castro.–No, no Pablo, yo también iré.Pablo lo soltó y se volteó para mirarme a mí, estaba tan asustado como yo.
De nosotros, solo papá fue al entierro de Flor Castro. Nos contó que parecía un ángel dormido dentro del cajón. Que las flores blancas que la rodeaban eran el lecho de muerte más hermoso que viera nunca y que lo hizo pensar mucho sobre sus días de vida.Cuando lo dijo Gilberto fue y lo abrazó con mucha fuerza. Todos estábamos abatidos por la falta de ella, nos parecía un sueño, o más bien una pesadilla.Flor murió a causa de un fuerte golpe en la cabeza cando cayó.Murió sin sufrir según nos dijo papá, fue instantáneamente.La enterraron tres días después del terrible suceso y mientras, nosotros acompañamos a Gonzalo en el hospital.Cuando Astrid lo fue a visitar, se sacó un guante color crema de la mano y con los ojos hinchados, me imagino que de llorar, le dijo:–Ya estarás s
Y así, la situación en nuestra casa cambió. Éramos los mismos, pero nuestros hábitos variaron, los horarios, las conversaciones. Los juegos y las risas pasaron a un segundo plano ahora que Flor se había ido y Gonzalo estaba en una cama.A él se le acomodó lo mejor que se pudo la habitación que le pertenecía a Astrid. Yo misma ayudé a Carmen a cambiar cortinas y mantener siempre la ventana abierta. Si él se incorporaba un poco, con una almohada en la espalda, podía ver hacia afuera.Quizás ya no era de su interés, pero era una manera de hacer que no olvidara que seguía vivo, que había un afuera, a pesar de que en ese afuera no existía ya su Flor.Mi rutina por supuesto cambió completamente. Desayunaba a prisa para ir con él. Temprano mamá le llevaba su comida y se encargaba de que si desayunara. A veces las insis
Chico Castro entró a su habitación antes de las once de la mañana. Tenía los ojos hundidos, se sentía afligido la mayoría del tiempo. Impotente ante los hechos que sucedieron en su casa. Un hombre como él, ¿Cómo era posible que le sucediera algo así? ¿Cómo no vio venir lo que sucedería? ¿Dónde estuvo toda la vigilancia? ¿Y por qué vigilarla y empujarla a lo que sucedió?Debía reconocer que por primera vez sentía algo en su pecho muy parecido al odio. No había canalizado exactamente hacia quienes, pero el dolor lo hacía odiar. Lo hacía no poder dormir, lo hacía tomar, y mucho.–¿No crees que es muy tarde para que sigas en la cama?Le preguntó a Consuelo cuando la vio envuelta en las sabanas. El cabello enmarañado, los ojos desgastados.–¿Y tu no crees
Todavía adormitada llegué a la cocina. En cuanto me vieron, Charito, Carmen y Auxiliadora me saludaron unas con un gesto de la mano y otra con un gesto de sus cabezas. Las veía rápidas, tratando de sacar el desayuno a toda velocidad.Desde la madrugada llovía. Me había costado mucho dormir. Inclusive cuando lo conseguí quise despertarme, pues ya volvía a tener esa pesadilla junto a Santos. Esta vez, él me esperaba en la entrada de la iglesia y yo retrocedía queriendo correr por toda la plaza Bolívar.–Buenos días, ¿las ayudo en algo?Negaron las tres al mismo tiempo con la cabeza.–¿Comerás aquí? –me preguntó Carmen.–No sé, sí, creo. Milagros sigue dormida, ¿por qué tanta prisa?–Gonzalo se irá hoy, sale en un rato con Pablo y Harold donde unos familiares de P