–Papá ¿puedo pasar? –Me asomé a la puerta de su oficina y lo vi ordenando papeles.
–Virginia, sí, pasa. –Vestía listo para salir, guayabera verde aceituna, pantalones grises. –Estuviste muy callada anoche en la visita de tu hermana ¿pasó algo allá?
La cena. Astrid y su enorme barriga pegando de la mesa. Comiendo hasta más no poder. Su esposo, Santos, tan cariñoso con ella, como siempre. Comió a su lado.
Él y papá hablaron del nuevo negocio de construcción donde Chico Castro y mi padre eran socios y por otro lado Astrid le contaba a mamá todos los planes que tenía para cuando naciera el niño o la niña.
¿Qué podía haber dicho yo? Solo escuchar. Milagro sí habló.
–Cuando salgas de esa barriga tendrás que luchar para deshacerte de la otra barriga
Los dolores, los más fuertes. La tos. Las más irritantes, así como las desgracias se acrecientan por la noche.La noche es protagonista de agonías, de luces bombardeantes, de amantes fugitivos y de eso, los partos, los fuertes dolores del parto.Dicen que toda tarea que se inicia con la lluvia trae excelentes resultados. Bueno, esa tarde no parecía que iba a llover. Pero en cuanto sonó el teléfono a media noche sonó un trueno. Uno que me hizo temblar, pues vino seguido de un rayo que iluminó nuestro cuarto.Astrid. Pensé. Esa llamada era de allá, de la casa de los Castro.Para cuando llegamos, vestido de cama con abrigos sobre esa ropa. yo un impermeable. Los gritos de mi hermana se escuchaban afuera.Domingo nos recibió.–Ya llegó la partera. –Dijo cubriendo a mamá y a mi con el paraguas negro. Papá corrió al techo de
Algunas cosas se guardan en la memoria en diferentes velocidades.El solo hecho de que Astrid yaciera muerta en la cama, era una situación espantosa que contrastaba con la delicadeza y la hermosura de la bebé que yo sostenía entre mis brazos.La vida y la muerte expuestas al mismo tiempo.Ese lazo que Gilberto tanto nombrara era sostenido por mí y se movía ahora apenas con incomodidad.Salí de la habitación a la sala justo cuando papá se echara a orillas de la cama para llorar desconsoladamente, mientras tomaba una pierna inerte y ensangrentada de mi hermana.El corazón, mi corazón se debatía confundido ante la alegría del nacimiento y la triste perdida de Astrid.Terrible para la pequeña saber que justo el día de su nacimiento, moría su madre. ¿Cómo explicarle eso en el futuro?Mamá trató de revivirla c
El golpe de la puerta me obligó a brincar de la silla mecedora junto a la cuna.–¿Dónde está mi hija? ¿Quiero verla!Santos. Borracho. Como llevaba ya varios días desde que Astrid muriera.Como una presa acorralada, miré en todas direcciones de la habitación. Decorada con tanta paz, con colores tenues y tiernos que se parecían mucho a la pequeña bebé que dormía a placer boca abajo, dentro de la cuna.–Astrid…¿dónde está mi hija? –Gritó desde no sé qué lugar y supe que se acercaba, porque arrastraba los pies. –¡Alguien responda!Decidí salir al pasillo. Lo encontré parado frente a la puerta de su cuarto, mirando la cama vacía. Su cuarto vacío, su casa solitaria y sin la persona que solía esperarlo cada tarde y despertar con él cada mañana. &
Me costó mucho desprenderme de Flor para irme a la casa. Sería solo un momento, no quería imaginar cuando lo hiciera definitivamente.Llené en un bolso mi ropa sucia y planeaba darme un relajante baño, cambiare luego y regresar.Reynaldo tuvo la amabilidad de traerme, pero no podía esperarme, así que se fue tranquilo con la idea que mi padre me enviaría con alguien.En cuanto subí y entré a la sala pude percibir la tristeza, dejé el bolso en el piso y miré a todos lados.¿Acaso Tomás no gritó que un carro levantaba polvo por el camino?–¿Virginia? –Milagros apareció por el pasillo que daba a la cocina y corrió a abrazarme. Yo la estreché con todas mis fuerzas. Todas las que tenía retenidas dentro de mí ser mientras estuve en esa casa, los últimos siete días.Ella no
Debido a que sospechaba que después del plazo que me diera Santos, me costaría mucho ver a Flor Elena, traté de disfrutar al máximo de si tierna compañía.Ella me reconocía. Reconocía mis brazos, mi olor, mi presencia, a pesar de que yo no fuese su madre y tampoco la amamantara, ella se calmaba en mis brazos y cuando yo le cantaba y la arrullaba sonreía, era feliz, y yo también. Encargarme de ella era lo mejor que me podía haber pasado.Una tarde gris que advertía lluvia, cuando ordenaba su ropita en las gavetas y doblaba la mía para guardarla en el bolso, sentí un fuerte golpe en la entrada.–¿Virginia…¿sigues ahí?Me quedé parada sin poder moverme. Fría. El cuerpo comenzó a temblarme. Flor estaba despierta en la cuna viendo girar su móvil. Movía con torpeza sus manos y pies, pero se
–¿La viste Ismenia? Quiere reír pero también quiere llorar.–Sí, está confundida. Luce tan bonita.Reímos las dos alrededor de la cuna mirando las preciosas mañas de Flor, después de que le cambiáramos el pañal. Ismenia se había convertido en mí mejor ayudante. La veía seguido durante el día. Me llevaba comida, estaba pendiente de refrescarme y además me hablaba, me hablaba de cosas que me ayudaban a dejar atrás los problemas que tuvieran que ver con Astrid y con mi regreso a la casa. Vestía siempre con un uniforme color azul claro a cuadros. El borde la tela era azul oscuro y la falda terminaba un poco más debajo de la rodilla.El resto de las mujeres de la casa, que servían ahí vestían un uniforme igual, solo una señora un poco mayor lo llevaba en color crema.–Creo que fue una
Lo había solado tantas veces que ya no me importaba. Era como ver pasar las cosas, el tiempo, el corto tiempo, a las personas que tanto me importaban y quería y ser totalmente indiferente a ellas.–¡No, no y no! Me niego a que te sacrifiques de esa manera–Mira lo que has causado Virginia. –Mamá ayudaba a que papá se sentara mientras Carmen le entregaba un vaso con agua. –¡Eres una desconsiderada, una grosera! ¿Cómo te atreves a hablar de este tema así?Charito y Carmen me miraron y luego cruzaron miradas entre ellas. Si mamá se refería a la discusión que debía tener entre los sirvientes, estaba errada. Ellas eran parte de la familia. No había nada que no supieran.–Lo siento mucho, lo lamento papá.–No tienes nada que lamentar Virginia, más que esa terrible idea que has tenido.–Padre&hellip
La lluvia. La lluvia siempre me ha gustado. Siempre la contemplaba a través de las ventanas de la casa, de pié en la entrada color rosa, rodeada de flores o simplemente a la salida del colegio. Siempre la veía. Me gustaba como sonaba sobre los techos de mi infancia. Mi infancia tuvo varios techos. Los de madera, como los del establo, el granero, cubiertos con petróleo y palmas, así como también los de la oficina de papá que antes era la sala de la casa y a medida que fue creciendo la distribución de la casa, resultó ser su oficina. Bien, en la madera las gotas se escuchaban con mucha fuerza., podías tener una idea de cuán grande y pesadas eran. Papá pidió que cubrieran el establo con palmas para mayor seguridad y tranquilidad de los animales. D