–¿La viste Ismenia? Quiere reír pero también quiere llorar.
–Sí, está confundida. Luce tan bonita.
Reímos las dos alrededor de la cuna mirando las preciosas mañas de Flor, después de que le cambiáramos el pañal. Ismenia se había convertido en mí mejor ayudante. La veía seguido durante el día. Me llevaba comida, estaba pendiente de refrescarme y además me hablaba, me hablaba de cosas que me ayudaban a dejar atrás los problemas que tuvieran que ver con Astrid y con mi regreso a la casa. Vestía siempre con un uniforme color azul claro a cuadros. El borde la tela era azul oscuro y la falda terminaba un poco más debajo de la rodilla.
El resto de las mujeres de la casa, que servían ahí vestían un uniforme igual, solo una señora un poco mayor lo llevaba en color crema.
–Creo que fue una
Lo había solado tantas veces que ya no me importaba. Era como ver pasar las cosas, el tiempo, el corto tiempo, a las personas que tanto me importaban y quería y ser totalmente indiferente a ellas.–¡No, no y no! Me niego a que te sacrifiques de esa manera–Mira lo que has causado Virginia. –Mamá ayudaba a que papá se sentara mientras Carmen le entregaba un vaso con agua. –¡Eres una desconsiderada, una grosera! ¿Cómo te atreves a hablar de este tema así?Charito y Carmen me miraron y luego cruzaron miradas entre ellas. Si mamá se refería a la discusión que debía tener entre los sirvientes, estaba errada. Ellas eran parte de la familia. No había nada que no supieran.–Lo siento mucho, lo lamento papá.–No tienes nada que lamentar Virginia, más que esa terrible idea que has tenido.–Padre&hellip
La lluvia. La lluvia siempre me ha gustado. Siempre la contemplaba a través de las ventanas de la casa, de pié en la entrada color rosa, rodeada de flores o simplemente a la salida del colegio. Siempre la veía. Me gustaba como sonaba sobre los techos de mi infancia. Mi infancia tuvo varios techos. Los de madera, como los del establo, el granero, cubiertos con petróleo y palmas, así como también los de la oficina de papá que antes era la sala de la casa y a medida que fue creciendo la distribución de la casa, resultó ser su oficina. Bien, en la madera las gotas se escuchaban con mucha fuerza., podías tener una idea de cuán grande y pesadas eran. Papá pidió que cubrieran el establo con palmas para mayor seguridad y tranquilidad de los animales. D
Aquel día, no cabía duda que era uno muy importante para nuestra familia. Si lo era. Éramos cinco hermanos, y nuestra hermana mayor estaba dando quizás uno de los primeros pasos para una relación seria. Nuestra familia, la familia Rivero Herrera no contaban con muchos matrimonios en sus haberes, solo unos pocos, entre esas las de mi padre según sé y quizás, tal vez ahora la de mi hermana mayor Astrid.Astrid, era la mayor de las hembras, antes de ella nació Gonzalo y podía considerarse, de hecho muchos lo pensaban, afirmaban y lo decían, que Astrid era la muchacha más bonita de Caracas, del país según algunos. No solo se trataban de sus facciones, que se arrimaban tal vez a los gestos de mi padre, si no en una expresión angelical, un no sé dulce en su mirada, aquel dejo en sus manos para retirarse el cabello de la cara y su caminar o más bien su flotar.
–Sus autos, están listos, señor.Gracias Domingo. –Chico Castro. Su gran personalidad, su agilidad, su presencia. Era un señor muy bien plantado. Atractivo, según pude definirlo a medida que mi tiempo, mi crecimiento llegó. Abrió la puerta de su nuevo, moderno, negro y brillante auto. –¿Tu padre…cómo está?–Se recupera señor. –Alto y de piel oscura, Domingo correspondió a la amigable sonrisa del amo.–Eso me alegra. –Chico vio a su mujer salir de la casa. Esa casa, esa casa estaba en una planicie extensa, rodeada de árboles altos, troncos anchos y fuertes, cuando la brisa soplaba en los atardeceres simulaban una danza. Una danza que de niña me distraía pero ahora, de mujer, de triste mujer, de dócil mujer, cada uno de los sonidos del viento sacaban mis lágrimas y suspiros, sacaban la soledad.
Por supuesto obedecí a mamá. Recibir invitados en casa siempre era un compromiso. Una responsabilidad, algo más allá de los problemas que surgieran, familiares o de logística, había que ser los mejores anfitriones. Dos autos aparecieron en el sendero de finas piedras picadas que daban a la casa, nuestra casa. Los hermanos mayores acostumbraban a acompañar a los padres en la entrada, pero como esto se trataba de una visita para agasajar a Santos Castro, solo se mantuvieron en la entrada de pulido cemento negro, mi madre, padre y hermano mayor. Adentro, como en posición de pirámide, el resto de nosotros, por orden de edad y atrás la servidumbre. Para mi suerte me tocó la vista hacia la salida. Mis padres mantuvieron una amplia y esplendida sonrisa, sus cabellos brillaban bajo la luz del atardecer. Sonaron las puertas, varias y, entonces escuchamos sus voces.– ¡Bienvenidos! –Pap&aacut
Después de cualquier encuentro, por fugaz que sea, quedan ideas en nuestras cabezas, ideas que a veces no se expresan, miramos y callamos lo visto o nuestras opiniones.Lo que había sucedido esta noche no sé qué tan fugaz fue para cada uno de los que asistimos a la cena. Por lo menos en ese momento no lo sabía, dieciséis años son una edad en la que vagas en un limbo de que noten o no noten que pasas de niña a mujer, que tienes senos grandes, que tu cabello brilla y tiene cuerpo propio. Que alguien se fije en ti porque usas brillo labial y que tus pestañas han sido rizadas hasta destapar tus ojos. Usamos sostenes bien ajustados, si mucho encaje, eso es para las casadas, buenas pantys, o algodón o de nylon, unicolores y con buena liga, fondos lisos, ropa en su liga, que nada se transparente, que las medias no se arruguen, que brillen los zapatos. Ser amable, eso es una pieza importante para los Rivero,
–¿Papá? – Tomé asiento junto a él en la cama. Muy temprano papá se había sentido muy mal y Gonzalo y yo nos ofrecimos para cuidarlo mientras despertaba.–¿Cómo te sientes papá? –Gonzalo se acercó también. Había hablado con mamá para que cancelara esa dichosa cena de compromiso pero ella no quiso. Aleó que papá se recuperaría con la pastilla en cuestión de dos horas, parecían ambos haber pasado por esto antes, yo solo sabía que a él le dolía seguido el estómago. Hacía tres semanas mi padre visitó a un doctor muy famoso que le recomendó Chico Castro y esperaba algunos resultados.–¿Qué hacen aquí? –Papá se incorporó rápido y nos miró sorprendido. Tenía buen aspecto, tal vez mamá estaba en lo cierto.
Por fin llegó la hora de salir a la casa de los Castro. Astrid junto con papá y mamá salieron antes de las cinco en un auto que vino por ellos desde la casa de Chico Castro. Era verde oscuro y no tenía techo. Mamá y Astrid usaron pañuelos para sus cabezas, así no se despeinarían. De modo que después de estar listos los demás: Gilberto, Milagros, mariana, Gonzalo y yo, además de parte del servicio de la casa para que colaboraran en el evento se sumaron a nosotros Auxiliadora y Harold. No íbamos tan incómodos y disfrutamos el viajar apretados con Gonzalo al volante. A mí me tocó la ventana de la derecha en la parte posterior. Desde ahí vi como a pesar de que comenzaba a oscurecer había hombres en las vías realizando trabajos. Grandes máquinas hacían mezclas, donde antes había tierra o piedra como camino ahora lo formaba asfalto y en otros p