Después de cualquier encuentro, por fugaz que sea, quedan ideas en nuestras cabezas, ideas que a veces no se expresan, miramos y callamos lo visto o nuestras opiniones.
Lo que había sucedido esta noche no sé qué tan fugaz fue para cada uno de los que asistimos a la cena. Por lo menos en ese momento no lo sabía, dieciséis años son una edad en la que vagas en un limbo de que noten o no noten que pasas de niña a mujer, que tienes senos grandes, que tu cabello brilla y tiene cuerpo propio. Que alguien se fije en ti porque usas brillo labial y que tus pestañas han sido rizadas hasta destapar tus ojos. Usamos sostenes bien ajustados, si mucho encaje, eso es para las casadas, buenas pantys, o algodón o de nylon, unicolores y con buena liga, fondos lisos, ropa en su liga, que nada se transparente, que las medias no se arruguen, que brillen los zapatos. Ser amable, eso es una pieza importante para los Rivero, la amabilidad, la obediencia y la consideración.
Soy de la opinión de que si obedecemos a nuestros padres, los cuales no solo tienen más experiencia si no que desean siempre lo mejor para nosotros, sus hijos, todos, absolutamente todo debe salir bien durante el recorrido de nuestras vidas. Mis hermanos y yo siempre obedecimos a nuestros padres y a mí personalmente me placía, pues a pesar de que cada uno andaba en sus tareas nos enterábamos de lo que cada uno hacía o eso creía yo.
Esta noche estuvimos todos pero no todos vimos lo mismo y lo que yo vi, oh por Dios que me asusté mucho. Ellos, ellos no…no sé qué hacían ellos y al mismo tiempo…si lo sabía. Lo sabía perfectamente, jadeaban, se sofocaban y él la tocaba, tocaba su cuerpo como si le perteneciera y ella a pesar que decía querer irse pues se quedaba, retozaba con la cabeza opuesta en su pecho, se restregaba y pedía angustiosamente acabar con una tortura que tendría fin al día siguiente…seguramente.
Yo caminé de derecha a izquierda por la habitación que compartía con Milagros. Cuando por fin me calmé, las manos, ambas estaban apretando mi pecho, las bajé con lentitud. Mi impresión de esta cena seguramente no se parecía a la del resto.
La puerta se abrió de golpe. Milagros entró y lanzó palabras mirándome.
–Te buscan afuera para que despidieras a los Castro, yo les dije que seguramente estabas aquí. ¿Qué te pasa? ¿Te asusté? ¿qué hacías en el cuarto? –Mi hermana se acercó para encararme, mi cara seguramente seguía siendo de espanto. –¡Virginia!
– ¡Te escuché!
– ¿Por qué no estuviste en la despedida? Sabes que mamá…
– ¿Se fueron hace mucho?
–Como media hora.
¿Tanto?¿Cuánto llevaba yo en la habitación?
– ¿Y que dijeron?
–Nada del otro mundo. Papá tuvo que ir a sacar a Beto de detrás del volante del auto de los muchachos. Ramiro se empeñó en que se pudiera cómodo y lo encendió.
– ¿Y?
–Nada. Papá los sacó de una oreja, Charito le dio aviso, parece que lo vio por una ventana.
– ¿Y se fueron…todos?
– ¿Qué te pasa Virginia? Quita esa cara, tienes que ser más sociable.
– ¿Y…Nilda?
– ¿Nilda? Yo nunca vi a Nilda, ella no estaba en la cena Virginia.
Se alejó de mí y comenzó a desvestirse. Nilda sí estuvo en la cena o posterior a la cena, yo la vi, la escuché, los escuché. ¿Pablo sabría algo? Mañana se verían. ¿Dónde?¿Para qué? Sacudí la cabeza, tenía que borrar esos recuerdos que no eran mi problema.
–Mañana tendrás que disculparte con mamá, no sé por qué no permaneciste hasta el final, el señor Chico estaba feliz de que Astrid y Santos se gustasen y había hablado en el jardín con él y al parecer seguirán frecuentándose, hasta parecía insinuar que se comprometerían.
– ¿Matrimonio?
Dejó que el vestido se deslizara por las piernas y se volvió a verme incrédula.
–Compromiso Virginia, aunque si, lo más seguro es que se casen. Ya sabes que Astrid es la muchacha joven soltera más bella que pudiera encontrar nadie, mucho menos Santos, no es muy agraciado.
Astrid iba a ser nuera de Chico Castro, quien tocara de esa manera a Nilda, la esposa de Pablo.
– ¿Me escuchas? –Tronó los dedos frente a mis ojos.
–No, ¿Qué dijiste?
–Que ojala Santos fuese tan guapo como Ramiro y hasta como el mismo Eugenio, yo lo veo muy soso.
–Yo…yo lo veo normal.
¿Debía contarle a alguien lo que vi?
–Me place que nuestros hijos una nuestras familias. –Consuelo emuló la voz de su esposo dentro del auto. – ¿Cómo se te ocurre que esa es una buena idea?
– ¿Y de dónde sacas tu que es una mala idea? Venimos de allá, cenamos rico, trigo postre a la casa, tu hijo trae una sonrisota de felicidad porque está enamorado.
–Es que esa muchachita es muy menuda y debilucha, bonita si pero…
–El fuerte tiene que ser Santos. – ¿Cómo? ¿No es que te enamoraste de mí porque era fuerte y capaz?
–Esa muchacha está enamorada de tu hijo Consuelo, no le busques tantos peros que yo los vi muy felices y bonita pareja.
–Voy hablar con él en cuanto lleguemos. Él tiene que viajar, conocer, experimentar.
–En esto estoy de acuerdo, es muy joven para atascarse en un matrimonio, pero hoy está feliz y no significa que después de casado no puedo experimentar.
–Te escucho y…
–¿No viste lo bonitas que estaban esas damitas? Que bonitos vestidos, que elegancia y dulzura. Hasta música en vivo.
–Que me pareció ridículo tomando en cuenta que era un muchacho de la hacienda.
–Tocaba muy bien. En cambio tu…
–¿Yo qué? –Lo miró penetrantemente. Ya iban a dar las doce, chico Castro manejaba muy lentecito, por el retrovisor miraba el segundo auto.
–Tú de negro, parecías sacada de un funeral.
–Así me sentía.
–Pues eras la única. Y desde ahora te digo Consuelo: que no voy a apoyarte cuando hables con Santos si el tema es estar en contra de lo que él quiere. Mi hijo es un hombre y sabe lo que quiere.
Cerró el tema con el gesto de su cabeza.
–Buenos días. –Mamá apareció en el comedor, estábamos todos menos Gonzalo. Ya habíamos comenzado a comer, papá apareció a corta distancia de mamá, vestidos con ropa de casa color azul, era sábado, solíamos relajarnos ese día arreglar la casa. Revisar los animales a fondo si quedaba tiempo y matar alguno si veíamos que estaba muy viejo o iba a enfermar. Todo bajo la supervisión de Pablo. Eso también lo compartíamos.
–Buenos días. –Respondimos a ambos. Yo los miraba de soslayo. No quería que notaran mi presencia y me preguntarán que pasó anoche que desaparecí. Aunque algo me decía que ellos lo habían olvidado.
Carmen les traía la comida a ambos. Papá la detuvo.
–Avena por hoy nada más por favor Carmen.
– ¿Amaneció mal señor?
–Creo que algo no me cayó bien anoche. –Se sentó y puso cara de dolor, desde hacía un tiempo papá sufría del estómago. –Prefiero avena.
Carmen se fue a la cocina y papá apoyó los codos en la mesa y nos miró.
–Anoche se portaron muy bien. Me alegra hija que el muchacho…Santos esté realmente interesado en ti y decida frecuentarte.
–Interesado no Pedro, por favor, enamorado. –Corrigió mamá.
–Buenos días papá, mamá. –Gonzalo apareció por la entrada, ya había ido a recorrer la hacienda, cosa extraña un sábado en la que casi nunca se madrugaba.
–Buenos días. –Respondimos en coro y mordimos las tostadas o pinchamos la tortilla. Gonzalo se sentó junto a Gilberto.
–Yo diría que está embobado por Astrid. –Dijo Gilberto entusiasmado. –La miraba así. –Puso la cara de Santos y reímos.
–¿Quién no? –Carmen apareció con la avena de papá. –Astrid estaba hermosísima, espero haber deslumbrado a Consuelo con nuestras atenciones, pero Astrid de seguro lo logró.
–Oh mamá todo te quedó perfecto. Santos me dijo que le encantó oir tocar a Harold durante la cena, no recordaba la casa así como está ahora, nos llevamos muy bien ahora que nos conocemos mejor.
–No sé. –Gonzalo soltó su vaso de jugo. –¿Qué es lo que le gusta a Santos Castro de ti Astrid, tu casa, tu, el violín?
–No seas pesado Gonzalo, más bien explica porque te empeñabas en recordar a…a…
–A Flor. –Le completó papá a mamá.
–Sí, a Flor, esa nena ya está fuera de tu alcance, de este país, de tu vida.
–Si hijo, está en los Estados Unidos, y ya no necesita venir aquí.
–No papá. Ella vendrá. –Gonzalo sonrió y mordió su pan. –El segundo de los Castro lo soltó.
–Ramiro. –Milagros lo corrigió.
– ¿Y eso que Gonzalo? Ella está en el pasado, se fue a…superarse.
–Mamá, ella se fue porque…
–No Gonzalo. –Astrid casi gritó. –esto no se trata de ti ahora, tu tiempo de interés pasó, el hoy es mío.
–Yo no estoy interviniendo en tu tiempo, me ocupo del mío.
–Si Astrid, deja que Gonzalo haga lo que Flor quiera que él haga.
– ¡Vamos Milagros ¿Quién te dijo que te metieras?
–Estoy defendiendo a Gonzalo de la invisibilidad en la que quieres lanzarlo, como a todos porque estas de enamorada con Santos Castro.
–No hace falta que me ayudes Milagros. –Mi hermano mayor le guió el ojo. –Yo sabré que hacer llegado el momento, no te preocupes Astrid que no intervendré para estorbar en tus planes con tu futura familia. La cual no me pareció que encajara con esta en nada.
– ¡Cállate! ¡Mamá!
–¿De qué hablas Gonzalo?
–Trina cálmate. Son hermanos discutiendo, ellos lo resuelven.
–¿No viste el vestido que trajo la doña Consuelo? ¡Estaba de luto! –Gonzalo no podía ocultar la risa que le causaba todo, mi hermana Milagros y Gilberto parecían apoyarlo con sus expresiones, yo en cambio seguía manteniéndome invisible. –Sus hijos tenían sonrisas socarronas durante toda la cena.
–A mí me dejaron subir al volante.
–Algo que no debiste hacer Beto, que no se repita.
–Si papá. –Gilberto bajó la cabeza.
–¡Ya basta todos! –Mamá lanzó la servilleta en la mesa. –No deseo discusión por la hija que se fue de los Castro.
–Flor mamá.
–Te dije que basta Gonzalo. Fui muy clara, nada de política, nada de Flor Castro. –Recalcó el nombre–Quiero estar en paz sabiendo que la relación que tu hermana está comenzando puede llegar a madurar y formar una familia.
–Mamá cómo deseas que Astrid forme parte de los Castro?
–Porque los Castro son como los Ortega, los Medina, los Muñiz, los Díaz, solo que a mi hija se ha enamorado de un Castro.
–El hijo de Chico Castro. – ¿Sabría algo mi hermano? ¿Algo de lo que yo vi? O eran opiniones aparte, como quedó todo después de su romance con Flor.
–Gonzalo–Papá levantó las manos para detener la discusión, para ese momento yo ya había terminado mi desayuno. –deja las cosas como están, deja a Flor Castro donde está, no sé si volverá pero ella tomó su decisión hace tiempo y este día, este momento se trata de la experiencia de Astrid. –Milagros volteó los ojos. –Quizás las opiniones que tengamos nosotros políticamente o comercialmente afectan los otros aspectos, pero Chico ha demostrado que me tiene aprecio en muchas ocasiones, a mí y a nuestra familia. Y sé que ves las cosas desde tu punto de vista pero fue tu suerte, no tiene por qué ser igual para tu hermana, ¿podrías apoyarla como su hermano mayor?
–Eso es lo que intento decir. –Mamá se acomodó en la silla.
–Claro papá, discúlpame Astrid, perdóname, no volverá a pasar. –Se levantó mirando a casi todos en la mesa. –Tienes derecho a ser feliz, no como yo. –Se fue dejando muy consternado, ¿no era feliz mi hermano? Mis padres se quedaron en silencio en la mesa.
Si yo hubiese querido hablarle a alguno de ellos de lo que vi anoche pues seguramente hubiese sido ignorada. Así lo gritara y diera demostraciones de lo que presencié, aquí lo importante era que la belleza de Astrid había atrapado el corazón de Santos Castro, algo que no debió ser muy difícil por las mismas características físicas y gestuales de mi agraciada hermana.
Solo una persona podía yo decirle todo y quedar ahí: María Auxiliadora.
Los ojos de mi amiga se abrieron tanto que hasta lágrimas brotaron. Retrocedió y negó con la cabeza. Le estaba hablando de Nilda. Nilda era parte de la casa, su esposa, su hija, nuestra convivencia era diaria y ahora resultaba que también tenía cierto compartir con la Chico Castro.
–Es cierto Maru, te lo juro, yo los vi, los escuché, estaba tan asustada, tan confundida, tan sorprendida e intrigada.
– ¿Qué vas hacer con lo que sabes? –Me preguntó por señas. Estábamos afuera, caminando alrededor de la casa.
–Nada. Creo que nada. Me parece que son cosas de adultos, de ellos, yo solo estuve en el sitio equivocado cuando se encontraron y sí me asusté mucho y por eso me escondí.
– ¿Pablo sabrá algo?
–No, no creo. Es su esposo, sé que no le agradan los Castro pero lejos de que sea por esas razones.
–Estoy asustada. –Puso cara de indecisión.
–Como yo. Pero debemos callar, yo tenía que decirle a alguien Maru y solo te tengo a ti. Hoy los miré a todos y nadie me pareció correcto. Cada quien está en sus cosas, mamá ni siquiera me reclamó que me perdiera.
–Sí. El romance de Astrid los tiene ocupados. –María Auxiliadora tomó mis manos.
–Por favor guardemos el secreto. –Afirmó con la cabeza y luego nos abrazamos.
–¿Papá? – Tomé asiento junto a él en la cama. Muy temprano papá se había sentido muy mal y Gonzalo y yo nos ofrecimos para cuidarlo mientras despertaba.–¿Cómo te sientes papá? –Gonzalo se acercó también. Había hablado con mamá para que cancelara esa dichosa cena de compromiso pero ella no quiso. Aleó que papá se recuperaría con la pastilla en cuestión de dos horas, parecían ambos haber pasado por esto antes, yo solo sabía que a él le dolía seguido el estómago. Hacía tres semanas mi padre visitó a un doctor muy famoso que le recomendó Chico Castro y esperaba algunos resultados.–¿Qué hacen aquí? –Papá se incorporó rápido y nos miró sorprendido. Tenía buen aspecto, tal vez mamá estaba en lo cierto.
Por fin llegó la hora de salir a la casa de los Castro. Astrid junto con papá y mamá salieron antes de las cinco en un auto que vino por ellos desde la casa de Chico Castro. Era verde oscuro y no tenía techo. Mamá y Astrid usaron pañuelos para sus cabezas, así no se despeinarían. De modo que después de estar listos los demás: Gilberto, Milagros, mariana, Gonzalo y yo, además de parte del servicio de la casa para que colaboraran en el evento se sumaron a nosotros Auxiliadora y Harold. No íbamos tan incómodos y disfrutamos el viajar apretados con Gonzalo al volante. A mí me tocó la ventana de la derecha en la parte posterior. Desde ahí vi como a pesar de que comenzaba a oscurecer había hombres en las vías realizando trabajos. Grandes máquinas hacían mezclas, donde antes había tierra o piedra como camino ahora lo formaba asfalto y en otros p
La noche caía. Todos felicitaban a los enamorados, por ellos estaban ahí. Chico Castro era un hombre con muchos conocidos, creo que no invitó ni a un cuarto de ellos.Tras mi recorrido por la casa o lo que se disponía para la recepción noté que gran parte de esos conocidos eran dela señora Consuelo. No habían familiares, ni tíos, ni primos, amigas y amigos si y también conocidos. Su personal se ocupaba del servicio, vestían de negro elegante, los nuestros se unieron a ellos, podía verlos de vez en cuando pasar, creo que Harold se ocupaba de estacionar los autos, esa tarea le fascinaba.Hacía ya rato que no veía a mis hermanos, ubicaba a Milagros gracias a Mariana que vestía de rosa fuerte con vuelos en su vestido y eso sobresalía en el salón.Era de esperarse que la elegante señora Consuelo notara cuando su hija regresó de la parte
–A ver, dejen las charlas. –La voz de Chico Castro se apoderó del salón. Yo terminé de bajar, evadí la mirada de Nilda y me enfoqué en Milagros, Beto y Gonzalo, ellos estaban juntos frente a la banda. Chico sostenía el micrófono, se movía con agilidad. Junto a él, su esposa, sonreía si, pero esa sonrisa no llegaba a los ojos. Mis padres, felices, lo novios también. Santos entrelazó sus dedos con los de Astrid, ella parecía una muñeca, seguramente él se sorprendió cuando la vio esa noche mucho más a la moda que antes. Maquillada de rojo, más adulta. Llegué por fin junto a mis hermanos. –Ya todos saben a lo que vinieron esta noche a casa. –Tomó una pausa y atrajo a mi padre por el hombro, me pareció un justo gesto. –Pues esa hora de que lo hagamos oficial. Esta noche mi amigo Pedro Rivero y yo, junto con
Ya cada uno tenía una copa en la mano y brindaron por la próxima boda. Yo no brindé, ni tuve copa. Corrí afuera tomada de la mano de Auxiliadora. Bajamos las escaleras de la salida corriendo más aún, para ese momento ya mi amiga había logrado contagiarme su angustia. De pié abajo estaba el mismo mulato que me llevara al baño, nos miró extrañado.– ¿Sucedió algo? –Nos preguntó ceremonial.–No lo sé, debo ir con ella, dice que algo le ocurrió a Mariana.–Las acompañó. –El no corría, nosotras sí, calor, mucho calor sentía, miedo de llegar donde me llevaba Auxiliadora. Pasamos entre los autos estacionados y llegamos en mitad de la oscuridad y las luces improvisadas a un tipo garaje, donde ya no había mucho césped si no tierra húmeda. Al principio no veía o no quer&
Discreción: sensatez, prudencia, oportunidad.Papá muchas veces nos hacía recordar el significado de varias palabras cuando regresábamos de misa en la carreta, a caballo o en los nuevos autos. Nos decía que después de amor, era discreción la palabra más completa, la que debíamos no solo aprender, recordar si no también ejercer.En ella estaban encerradas las acciones que permitieron que él formara una familia y se manejara el resto de su vida. Lástima que Mariana nunca viniera con nosotros en esos paseos.El carro se detuvo justo frente a la casa de Pablo Torres. El sino hizo gran cosa en toda la tarde. Escuchó radio, caminó por los alrededores, vio como se ocultó el sol. Por eso cuando el carro negro de los Castro se detuvo con sus faros iluminando hacia la casa saltó de la cama. Se había recostado con la ropa de trabajo puesta.–
Mariana y su glamoroso vestido rosado. Cuando apareció en el jardín para subirse al auto, Milagros la miró extrañada–¿No te dijo tu madre que vistieras de crema?–Sí. Pero el crema que tengo está muy usado y este lo tenía nuevo y es tan…elegante. –Dio una vuelta, la vimos, todos, pero sobre todo Tomás, a él se le fueron los ojos cuando ella giró.Igual todos sonreímos. Si mamá hubiese estado ahí, quizás la habría devuelto para que no rompiera el esquema, pero mamá no estaba. A sus doce años Mariana era una niña alta y con buena figura, su cabello era una cosa hermosa, castaño y con brillo. Estaba tan contenta porque iba con nosotros que sus ojos brillaban y si, su vestido rosa era muy bonito.Los familiares de los novios estábamos cerca, cerca de la orquesta, cerca de nuestros padres,
De momento, se desataron las impotencias en la sala de la casa de Pablo y Nilda Torres.El padre, por supuesto, estaba dolido, ofendido, humillado, sufriendo el dolor de su hija. Tanto así que gritó que en ese momento iba a la casa de Chico Castro para matar a Eugenio, que era el nombre que Mariana repetía y repetía. Para Milagros, todo eso era parte de obsesión que seguía manteniendo Mariana con el joven de buena posición, que significaba estar a la par con familias como las nuestras.Papá, que seguramente a esa hora de la madrugada estaba agotado, detuvo a Pablo con su cuerpo, sus manos y su voz. Gonzalo lo ayudó.–Espera, espera Pablo.–¿Qué quieres que espere Pedro? ¡Es mi hija! ¡A mi hija la violaron!–Lo sé, lo se´. Pero debes pensar en sanar a tu hija primero. –Se volteó a ver a Auxiliadora–Por favor que