La noche caía. Todos felicitaban a los enamorados, por ellos estaban ahí. Chico Castro era un hombre con muchos conocidos, creo que no invitó ni a un cuarto de ellos.
Tras mi recorrido por la casa o lo que se disponía para la recepción noté que gran parte de esos conocidos eran dela señora Consuelo. No habían familiares, ni tíos, ni primos, amigas y amigos si y también conocidos. Su personal se ocupaba del servicio, vestían de negro elegante, los nuestros se unieron a ellos, podía verlos de vez en cuando pasar, creo que Harold se ocupaba de estacionar los autos, esa tarea le fascinaba.
Hacía ya rato que no veía a mis hermanos, ubicaba a Milagros gracias a Mariana que vestía de rosa fuerte con vuelos en su vestido y eso sobresalía en el salón.
Era de esperarse que la elegante señora Consuelo notara cuando su hija regresó de la parte trasera de la casa, como si nada, para nada alterada. Salió y buscó de inmediato al hijo del amigo de su padre para conversar, le entregaron una copa, rió y tomó después se unieron a otros como ellos, vestidos con chaquetas de gamuza, pantalones a la medida, camisas blancas, zapatos de piel. Mi hermano entró, no venía triste, más bien pensativo, observó el grupo donde estaba el amor de su vida y una idea se fijó una vez más en su cabeza, Flor sería suya, esta vez no la perdería.
Yo quería ir al baño, recordaba que había dos en la parte de abajo pero cada vez que intentaba estaba ocupado. Vi a Domingo de pié junto a la orquesta que en ese momento tocaba un bolero. Le dije lo que necesitaba y me miró serio pero servicial.
–Le diré a Rey que la acompañe a la parte de arriba señorita.
–¿Rey? –Miré alrededor y ya tenía junto a mí a un muchacho moreno, alto, ojos miel, cabello pegado, boca delgado, nariz larga.
–Sí, él la llevará. Acompáñala al baño de visitas del descanso por favor Rey, ese debe estar desocupado.
–Venga conmigo. –Giró y me indicó el camino, yo lo seguí. Las esclareas al segundo piso eran de granito blanco y negro, brillaban de limpio, llevaban alfombra azul rey en medio. El muchacho iba que flotaba por las escaleras, yo lo seguí lo más rápido que pude, él ni miró a los lados y llegamos a un descanso amplio donde estaba el baño, afuera una silla elegante blanca.
– ¿La espero? –Me preguntó detenido en la puerta sin mirarme.
–No, sabré regresar, gracias.
–Bien. –Se alejó y yo entré al cuarto de baño. Ahí respiré profundo, nadie me miraba, saqué los pies de los zapatos y moví los dedos, me cansaban los tacones, fui hasta el espejo. Arreglé mi cabello algo rebelde, el cintillo con florecitas blancas estaba un poco movido. Igual retoqué mis labios y luego me senté en el excusado.
Miré alrededor, todo impecable, no parecía un baño, más bien una perfumería, olía exquisito, la cerámica color blanco con cenefa de girasoles.
–No sé para qué me seguiste aquí.
Escuché. Ni me moví.
–Te sigo para decirte lo divina que te ves con esa ropa esta noche.
–Regrésate abajo por favor, alguien nos puede ver y…
–Y callarán. –Escuché el choque contra la puerta. –Te haría gritar aquí mismo, ¡ahy como me gustan esas curvas, estas…estas par de frutas redondas!
Su voz. Su voz era un terciopelo apasionado, ardiente.
–Chico déjame entrar al baño, regresa con tu familia.
–Entremos los dos, anda di que sí.
Aunque no respiraba yo como pude me fui levantando del excusado. Lentamente subí mi ropa interior y bajé mi vestido. Si entraban, estaba perdida.
–Para, detente ya. –Para ese momento su voz se ahogaba y su cuerpo seguramente era el que chocaba con la puerta una y otra vez. –¿Dónde meterme? En este baño no había ni ducha donde pudiera ocultarme, miré a todos lados, aquí estaba escuchando de nuevo todo lo que ellos decían, como él la tocaba ¿era amor eso? –Por favor, déjame entrar al baño y tu baja.
–No, no creo, te prometo ser rápido pero eficaz.
–¡Señor Chico! –La voz coincidió con el movimiento de la manilla. ¡No había puesto seguro! ¡Maldición entrarían! ¿Qué iba hacer cuando me descubrieran ahí? Estática, las manos y piernas como gelatinas. –Lo llaman abajo.
Silencio total. Luego…
–Gracias Reynaldo, diles que ya voy o mejor dicho espérame, voy contigo.
Más silencio. Pasos alejándose. Solté el aire y una y otra vez mi respiración agitarse. Nilda iba a abrir la puerta. Me encontraría ahí. Sabría que lo sabía. ¿Qué haría, que haría yo? ¿Cómo reaccionaría ella al ver que yo conocía su secreto? Dudaría de sí yo se lo diría a Pablo.
–¡Nilda, la señora pregunta por ti! –Harold–Van a anunciar el compromiso.
Soltó la manilla.
–Voy de inmediato. –Escuché sus tacones alejarse, irse, bajar escalones. –Corrí entonces. Me calcé a prisa los zapatos, abrí y después de respirar seguido, muchas veces bajé las escaleras y sí…Nilda me vio.
–A ver, dejen las charlas. –La voz de Chico Castro se apoderó del salón. Yo terminé de bajar, evadí la mirada de Nilda y me enfoqué en Milagros, Beto y Gonzalo, ellos estaban juntos frente a la banda. Chico sostenía el micrófono, se movía con agilidad. Junto a él, su esposa, sonreía si, pero esa sonrisa no llegaba a los ojos. Mis padres, felices, lo novios también. Santos entrelazó sus dedos con los de Astrid, ella parecía una muñeca, seguramente él se sorprendió cuando la vio esa noche mucho más a la moda que antes. Maquillada de rojo, más adulta. Llegué por fin junto a mis hermanos. –Ya todos saben a lo que vinieron esta noche a casa. –Tomó una pausa y atrajo a mi padre por el hombro, me pareció un justo gesto. –Pues esa hora de que lo hagamos oficial. Esta noche mi amigo Pedro Rivero y yo, junto con
Ya cada uno tenía una copa en la mano y brindaron por la próxima boda. Yo no brindé, ni tuve copa. Corrí afuera tomada de la mano de Auxiliadora. Bajamos las escaleras de la salida corriendo más aún, para ese momento ya mi amiga había logrado contagiarme su angustia. De pié abajo estaba el mismo mulato que me llevara al baño, nos miró extrañado.– ¿Sucedió algo? –Nos preguntó ceremonial.–No lo sé, debo ir con ella, dice que algo le ocurrió a Mariana.–Las acompañó. –El no corría, nosotras sí, calor, mucho calor sentía, miedo de llegar donde me llevaba Auxiliadora. Pasamos entre los autos estacionados y llegamos en mitad de la oscuridad y las luces improvisadas a un tipo garaje, donde ya no había mucho césped si no tierra húmeda. Al principio no veía o no quer&
Discreción: sensatez, prudencia, oportunidad.Papá muchas veces nos hacía recordar el significado de varias palabras cuando regresábamos de misa en la carreta, a caballo o en los nuevos autos. Nos decía que después de amor, era discreción la palabra más completa, la que debíamos no solo aprender, recordar si no también ejercer.En ella estaban encerradas las acciones que permitieron que él formara una familia y se manejara el resto de su vida. Lástima que Mariana nunca viniera con nosotros en esos paseos.El carro se detuvo justo frente a la casa de Pablo Torres. El sino hizo gran cosa en toda la tarde. Escuchó radio, caminó por los alrededores, vio como se ocultó el sol. Por eso cuando el carro negro de los Castro se detuvo con sus faros iluminando hacia la casa saltó de la cama. Se había recostado con la ropa de trabajo puesta.–
Mariana y su glamoroso vestido rosado. Cuando apareció en el jardín para subirse al auto, Milagros la miró extrañada–¿No te dijo tu madre que vistieras de crema?–Sí. Pero el crema que tengo está muy usado y este lo tenía nuevo y es tan…elegante. –Dio una vuelta, la vimos, todos, pero sobre todo Tomás, a él se le fueron los ojos cuando ella giró.Igual todos sonreímos. Si mamá hubiese estado ahí, quizás la habría devuelto para que no rompiera el esquema, pero mamá no estaba. A sus doce años Mariana era una niña alta y con buena figura, su cabello era una cosa hermosa, castaño y con brillo. Estaba tan contenta porque iba con nosotros que sus ojos brillaban y si, su vestido rosa era muy bonito.Los familiares de los novios estábamos cerca, cerca de la orquesta, cerca de nuestros padres,
De momento, se desataron las impotencias en la sala de la casa de Pablo y Nilda Torres.El padre, por supuesto, estaba dolido, ofendido, humillado, sufriendo el dolor de su hija. Tanto así que gritó que en ese momento iba a la casa de Chico Castro para matar a Eugenio, que era el nombre que Mariana repetía y repetía. Para Milagros, todo eso era parte de obsesión que seguía manteniendo Mariana con el joven de buena posición, que significaba estar a la par con familias como las nuestras.Papá, que seguramente a esa hora de la madrugada estaba agotado, detuvo a Pablo con su cuerpo, sus manos y su voz. Gonzalo lo ayudó.–Espera, espera Pablo.–¿Qué quieres que espere Pedro? ¡Es mi hija! ¡A mi hija la violaron!–Lo sé, lo se´. Pero debes pensar en sanar a tu hija primero. –Se volteó a ver a Auxiliadora–Por favor que
– ¿Ya estas levantado y vestido? Mamá se incorporó en la cama, Ni siquiera sabe a qué hora logró dormirse, ni qué hora era cuando entraron en su habitación, totalmente tristes y devastados por lo que a Mariana le había sucedido. Cada uno se hacía imágenes en la cabeza, era normal ya que Mariana no contaba lo que pasara exactamente. Mamá sabía que estaba avanzada la mañana porque las aves cantaban con fuerza afuera y el sol entraba hasta casi tocar la cama.–Fuera de la cama si, pero la verdad n pude dormir. –Papá se sentó en la orilla para calzarse. –Ver ahí en la cama a esa niña fue…–Cerró los ojos. –hubiese querido que el doctor dijera otra cosa. &nda
–FUE VIOLADA. Tiene desgarramiento. Quizás fueron más de dos. Hay que realizar un lavado aunque no es garantía por el tiempo que transcurrió.Todo lo que dijo el médico se repetía en la cabeza de mi padre.No condujo. Harold lo llevó, los dos en silencio todo el camino. Papá respiró profundo cuando bajó del auto, menos mal y tomó sus pastillas.Él no era el único que repetía en su cabeza lo que le habían hecho a Mariana aquella noche. Aunque todos estábamos en igual condición, ya sea si tratábamos de ocuparnos en otras cosas para distraernos o si esperábamos en las afuera de la casa, como quien aguarda que un muerto se levante, pensábamos en Mariana y la triste manera en que aún sufría en su cama. Como a Auxiliadora, le dio fiebre muy alta durante la madrugada, y como ella, tenía movimientos
Para mi obedecer era tan fácil. Años después, no muchos, Milagros basó una de sus cachetadas en ese “defecto” mío. Me culpó de complaciente, de cobarde, de apática, ermitaña, falta de sangre e incapaz de sentir empatía hacia otras personas. Por supuesto que me defendí, pero no sirvió de nada.Ahora, seguir adelante no resultó cosa fácil. Yo hice lo posible por ayudar a Auxiliadora y luego que estuvo bien, ambas colaboramos con la recuperación de Mariana, aunque no podíamos hacer mucho.Ella habló. Por fin lo hizo una semana después. Ella pasaba mucho tiempo con su madre y eso me hizo pensar que de alguna forma no lo decía todo. Amigos de Eugenio pero no sabía sus nombres, ni siquiera recordaba sus aspectos, únicamente los cuadros en sus ropas y una esclava de oro.– ¿Es cierto que Eugenio