Treinta.3
―Estoy en eso ―bufa Sebastián―. Está imposible.

―Dijo que las llaves estaban escondidas aquí ―lloriquea―. Era un hombre.

Entre los dos buscamos las jodidas llaves con los gritos apremiantes de Dalia de fondo. Buscamos bajo mesas podridas, cajas volteada y cualquier rincón visible, pero es imposible, ni rastro de las llaves. Echo un vistazo de nuevo al hielo, lo veo más pequeño y ahora agua gotea por la caja. Estoy temblando del miedo y los nervios, pero no se me ocurre en donde podría estar. Subo al balcón, pero no hay nada, de hecho, está tan limpio como algo aquí podría estar.

Desde aquí puedo observar mejor el hielo, un extraño brillo metálico en su interior me llama la atención, es como un reflejo o algo así...Hijo de puta, son las llaves.

―¡Las encontré! ―grito hacia abajo―. Están dentro del hielo.

El rostro de Dalia palidece y Sebastián suelta mil maldiciones. Estamos jodidos y la más jodida es Dalia.

Necesitamos una escalera o un banco o cualquier m****a alta que nos permi
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