Quince.2

Lo que me tranquiliza es que Dalia y yo llegamos después de la una a la residencia y por un milagro, la tarjeta nos dio acceso. No sé qué tan frecuente sea eso, pero si llego tarde, espero correr con la misma suerte.

A mitad del camino, el chofer suelta una maldición, pierde un poco el control del volante, pero rápidamente lo retoma. Sin embargo, el rin comienza a golpear contra el suelo y sé que se ha ponchado una llanta. Me asomo por la ventana y veo que detrás de nosotros hay una tabla con varios clavos sobresaliendo, eso se debió clavar. Maldita sea, sí vida, ya me quedó claro que no te agrado.

―No traigo refacción ―explica el chofer cuando vuelve al auto―. Pediré ayuda al seguro.

¿Qué clase de conductor no lleva llanta de refacción? Chingada madre, es básico. Es justo para evitarse estos desastres y más cuando casi va a dar la medianoche. Voy a quejarme, esto no puede ser posible. Anoto el número para levantar mi sugerencia de llevar refacción en todo momento.

―Se va a tardar, se
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