02 - ¿A dónde iré ahora?

Brianna salió de la casa que creía sería su refugio de amor y felicidad. Las paredes que ella había diseñado con tanto esmero ahora parecían frías y vacías, reflejo de su propio corazón. Sintió que se vaciaba de toda emoción, pero extrañamente, eso la fortalecía. Decidió que nunca más derramaría una lágrima por Fidel. No valía la pena.

En cuanto cerró la puerta, sacó su teléfono y marcó el número de Fidel. Su voz sonaba distante, cargada de una frialdad que Brianna no reconocía. Sin embargo, estaba decidida.

— Fidel, quiero el divorcio — dijo, con una voz firme y clara.

Fidel, lejos de mostrarse avergonzado o arrepentido, reaccionó con una frialdad que la dejó atónita.

— ¿Divorcio? ¿Quién te crees que eres para pedirme eso? Seguro que tú también me has estado engañando. ¿No es así, Brianna? — la acusó con desprecio —. No me sorprendería que tuvieras a otro hombre, aunque con ese aspecto tuyo, dudo que alguien se atreva a mirarte.

“¿Tan fea la creían?” Pensó, mientras se limpiaba una lágrima traicionera.

Brianna, demasiado desgastada para discutir, simplemente colgó el teléfono. Las palabras de Fidel no merecían una respuesta. En su mente, ya había terminado con él, aunque el proceso legal aún estuviera por comenzar.

Al llegar a la empresa, descubrió que su exmarido había ido más allá en su venganza. Fidel era su jefe y, aprovechando su posición, había decidido reemplazarla con Liz, su hermanastra. Solo entonces se dio cuenta de que ella, la chica con la que creció, era la mujer que su ex esposo lleo a la casa y a quien la hizo su mujer allí. Era Liz la amante. La mujer por quien la cambió.

Liz, con una sonrisa fingida de amabilidad, se acercó a Brianna mientras ella empacaba sus cosas.

— Hermanita, él y yo realmente nos amamos y no hay nada que pueda hacer al respecto. No quiero renunciar a nuestro amor — dijo Liz, con una voz que pretendía ser conciliadora pero que solo destilaba hipocresía —. En verdad, lamento todo esto…

Brianna la miró con una mezcla de incredulidad y desprecio, y sonrió de lado.

— No es nada, Liz. Siempre quieres robar mis cosas, ¿no? De la misma forma que tu madre robó a mi padre de mi madre. Si quieres esa basura de hombre, ¡ahí lo tienes! — respondió con una calma que enmascaraba su ira.

— ¿Cómo te atreves a hablarme de esa forma? Yo soy tu hermana y te quiero — siseó, mirando a su alrededor.

— ¡Claro! Me quieres tanto como para revolcarte con mi marido y quitarme el trabajo — escupió —. Eso no es cariño, eso se llama envidia y exactamente la envidia, te llevó a convertirte en la amante de un hombre casado. Pero gracias. Me has hecho un gran favor.

Liz quedó sorprendida y furiosa ante la respuesta de Brianna, pero no dijo nada más. Brianna terminó de empacar sus pertenencias y salió de la oficina con la cabeza en alto. No iba a permitir que la humillaran más. Sin embargo, Fidel la alcanzó, la tomó de los hombres y le dio un golpe en la cara que la mandó al suelo.

— Nadie tiene derecho a faltarle el respeto a mi prometida y eso te incluye a ti, Brianna.

La joven frunció el ceño, y con el orgullo herido y la dignidad que le quedaba, se levantó del suelo. Miró a su hermanastra, quien tenía una sutil sonrisa dibujada en sus labios, apenas visibles. Brianna le devolvió la sonrisa, borrando la suya.

— No me meteré con ella, Fidel — respondió, haciendo que el hombre asienta satisfecho, sin embargo, ella continuó —. No lo haré si no se mete conmigo. Si ataca, también lo haré y eso, te incluye a ti, Fidel.

Utilizó sus mismas palabras, para finalmente darse la vuelta y alejarse de esas dos personas traidoras.

Al regresar a casa, encontró a su madrastra, Cristina, esperándola con furia en los ojos. Era obvio que Liz ya le había contado todo.

— ¡Brianna! — gritó Cristina, agarrándola del brazo con brusquedad —. ¿Con qué derecho te atreves a humillar a mi hija, después de todo lo que hemos hecho por ti?

— Creo que te han contado mal. Ellos me han humillado a mí, Cristina — dijo ella con sorna —. Al menos para mí lo fue. Que mi propia hermana arruine mi matrimonio… es vergonzoso.

Plas… Le dio una cachetada. Era el segundo golpe en lo que va de su día, y eso que ella se considera una persona tranquila, pero la paciencia se le estaba acabando.

— Tu marido te abandonó porque eres una "gallina que no puede poner huevos". No puedes concebir un hijo incluso después de estar casada tantos años — gritó —. Pero ahora mi hija, está encima de ti. Ya no vivirá bajo tu sombra.

Lo decía con tanto orgullo. Sin embargo, esas palabras resonaron en la mente de Brianna, recordándole el reciente aborto espontáneo que había sufrido. Pero antes de que las lágrimas pudieran aflorar y darle el gusto a su madrastra de verla derrotada, Brianna tomó su equipaje y salió de la casa, cerrando la puerta con fuerza detrás de ella.

Estaba harta. Harta de las mentiras, de la traición, de la manipulación. Ya no iba a permitir que nadie más la pisoteara. Con una mezcla de tristeza y determinación, caminó hacia un futuro incierto pero lleno de posibilidades. Brianna sabía que el camino sería difícil, pero también sabía que era fuerte y que, al final, encontraría la manera de reconstruir su vida y volver a encontrar la felicidad.

Mientras caminaba por las calles, sintió una mezcla de dolor y liberación. Las luces de la ciudad brillaban a su alrededor, reflejándose en los charcos de la reciente lluvia. Brianna se detuvo un momento y respiró hondo. El aire fresco de la noche le llenó los pulmones, dándole una sensación de renovada fuerza.

— ¿A dónde iré ahora? — murmuró para sí misma.

Se sentía abatida y sola. No tenía a nadie a quien recurrir a excepción de su mejor amiga, Vivianne, pero ella en este momento no iba a atender porque se encontraba en la universidad.

Igual, optó por llamarla y probar suerte.

— Mi bella, Bri… ¡Justo pensaba en ti! — Habló su amiga y sus lágrimas brotaron en sus ojos.

—Vivi… me fue infiel. Me engañó y me dejó sin nada — soltó de golpe.

Su amiga al otro lado de la ciudad quedó muda. Fidel nunca le había caído bien, pues siempre que compartían, veía como se burlaba de su amiga por su forma de vestir, y su dedicación al trabajo.

— Esa escoria mal oliente — suspiró —. Tomaré el primer vuelo hacia ti. no estás sola ni lo estarás. ¿Tienes donde quedarte?

— Sí. No tienes que volar hasta aquí por mí. Además, estás de exámenes y… — Un coche lujoso se había estacionado frente a ella —. Yo estaré bien.

— ¿Estás segura? — preguntó Vivianne indecisa y con dudas.

— Muy segura. Esto no puede afectar, ni derrumbarme.

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