05 - Invitación a una boda.

El comedor quedó sumido en el silencio después de que Brianna salió a caminar para calmar sus nervios. Maximiliam seguía satisfecho con su deseo de casarse con esa mujer desarreglada. Extendió sus brazos para tomar su copa de vino nuevamente y entonces se percató de que tanto su abuelo como su esposa tenían la vista en él. A Maximiliam no le importaba lo que su abuelo dijera, pero que la mujer de él lo mirara interrogante lo molestaba. Ella no tenía derecho a intervenir, no después de abandonarla a su suerte con esa familia de sinvergüenzas.

— ¿Sucede algo? — preguntó, irritado de convertirse en el centro de atención de dos adultos.

— ¿Es esta chica la que quieres como esposa? — El anciano le preguntó a su nieto después de que Brianna se fuera.

— Así es. Es ella, abuelo — respondió Maximiliam, sin una pizca de duda en su voz.

Casualmente, unos meses antes, Maximiliam vio accidentalmente una foto de su madrastra con Brianna. Sus grandes anteojos y su vestir exagerado no ocultaban esos hermosos ojos que alguna vez lo miraron con tanto cariño y no como si él fuese un monstruo. En ese momento, había descubierto el paradero de su heroína, y no porque la estaba buscando, más bien, porque siempre, en cualquier momento, ella aparecía en su mente. Brianna era la chica que le salvó la vida a Maximiliam. Sin embargo, pese a que él nunca había olvidado aquel evento, Brianna por su parte, parece no recordar esa experiencia, por su comportamiento al tomarlo como un desconocido.

Constantemente se preguntaba desde que descubrió de quien era hija, que fue lo que le pasó. Siempre se mostraba segura de sí misma, pese a su peculiar forma de vestir. Pero ahora, pareciera que le habían pasada una tormenta de camiones encima. Sus ojos apagados e indecisos, aunque intentara mantenerse segura. Es como si quisiera ocultarse de la vida, cuando eso es imposible.

— ¿Estás seguro de que la protegerás y respetarás? — preguntó la madre de Brianna, trayéndolo al mundo real —. Ella ha sufrido mucho...

Maximiliam arqueó una ceja.

— Está claro que no te debo explicaciones, pero para tu tranquilidad, la protegeré más de lo que tú nunca has hecho.

Los días fueron pasando, y milagrosamente para Brianna, no se había encontrado con el hombre que se supone sería su esposo. Lo único bueno que ha sacado de toda la situación es que está oficialmente divorciada de Fidel. Aunque, ciertamente, debía buscar un trabajo pronto, continuar con su vida y su profesión. No deseaba convertirse en la típica esposa trofeo, menos aún... Se miró a sí misma y sonrió. Ni siquiera tiene la pinta para ser eso.

Mientras pensaba en dónde empezar, su celular timbró con un nuevo mensaje. Lo revisó y vio que se trataba de un correo electrónico de su hermanastra. Quería ignorarlo, pero el asunto decía "Urgente". Cuando lo revisó, se llevó la sorpresa de que se trataba de la invitación para una boda.

— ¿Una boda a días de mi divorcio? — pensó —. ¡Vaya que están ansiosos por humillarme! — masculló.

Realmente no le molestaba que se casaran; más que nada, le molestaba que se burlaran de ella, que la humillaran y se metieran con su aspecto. Nadie tenía derecho a hacerlo. Por otra parte, la intención de Liz Guzmán había enviado esa invitación en el correo de su hermana por dos simples razones: la primera, porque no tenía idea de dónde vivía en esos momentos y segundo y más importante, deseaba humillarla en público.

Como resultado, Brianna decidió ir a la boda, pero sin duda, no iría sola y mucho menos, con ese aspecto, se prepararía para sorprenderlos. Brianna sonreía con una malicia que pocas veces se dibujaba en su rostro e ingresó a la casa con la intención de pedir a su madre el número de Maximiliam, pero sorprendentemente, él se encontraba entrando a la casa.

— Buenos días, futura esposa... — saludó, con un atisbo de sonrisa, al disfrutar del sonrojo de Brianna.

Ella carraspeó, llenándose de valor.

— Qué bueno que te veo; necesito pedirte un favor. — Maximiliam arqueó una ceja un poco sorprendido, se cruzó de brazos divertido y esperó a que continuara —. Quiero que... olvídalo.

— ¡Vamos! No puedes rendirte tan fácilmente ante mí — dijo él, con su típico tono arrogante, creyéndose más.

— ¿Siempre eres así? — preguntó ella.

— ¿Así de perfecto? — cuestionó él.

Brianna bufó.

— Aparte de arrogante, también narcisista. ¿Qué vida me espera con un esposo así? — cuestionó, haciendo que Maximiliam sonriera.

Sí, el hombre estaba sonriendo.

— Así que, ya has aceptado ser mi esposa. Es evidente que llevarás mejor vida de la que tenías. Los narcisistas tendemos a tener lo mejor. No soy la excepción.

Las mejillas de Brianna se volvieron rojas nuevamente. Ese hombre tenía la capacidad de ponerla nerviosa.

— A ver, futura esposa, dime ¿qué puedo hacer por ti?

Brianna frunció el ceño.

— ¿No eres tan frío como cuentan? — cuestionó.

— No me conoces lo suficiente. A ver, dime, pequeña avecilla, ¿qué necesitas? No tengo todo el día.

La mujer soltó un suspiro.

— Necesito que me acompañes a una boda... — Maximiliam frunció el ceño —. ¿De mi ex esposo? — completó Brianna.

— ¿Quieres que vaya a la boda de esos...? — Señaló con indiferencia al aire, refiriéndose a su hermanastra y ex esposo como bajo nivel. Brianna quería soltar una carcajada.

— Sí, estoy segura de que querrá humillarme, pero quiero demostrar que no me afecta en absoluto lo que me hicieron, pero no quiero ir sola. Tú tienes el poder de intimidar.

Maximiliam asintió.

— Si quieres ir... — Se acercó y puso en sus manos una tarjeta black —. Asegúrate de ir mejor de lo que ya estás. Con esa ropa pareces predicadora de la iglesia. Nos vemos ese día...

Brianna no tuvo tiempo de replicar, de defenderse, de nada, antes que él desapareciera por la puerta.

Finalmente, el día llegó. Brianna se arregló con ayuda de su madre, se maquilló y se enfundó en un vestido en color rojo, un color vivo para llamar la atención. Se miró al espejo y se sorprendió de la mujer que veía. Ella era bonita y se sentía satisfecha con el resultado.

— Maximiliam se volverá loco al verte. Eres tan hermosa — dijo su madre.

Brianna miró a su madre a través del espejo.

— Max está rodeado de mujeres más hermosas que yo... esto es solo un disfraz para mí — respondió.

Su madre la acompañó hasta el vestíbulo, donde el hombre estaba conversando con el mayordomo. Cuando la sintió, se giró, y no pasó desapercibido ni para su abuelo, quien estaba en una esquina, ni para la misma Brianna, cómo su manzana de Adán se movía y sus ojos la recorrían de pies a cabeza.

— ¿Satisfecho? — cuestionó ella. No sabía, pero necesitaba su aprobación.

Él se acercó a ella y le susurró: — No necesitas mi aprobación para ser bella, avecilla.

Las mejillas de Brianna nuevamente se volvieron rojas, y entonces se marcharon. Ninguno de los dos emitió palabra alguna durante el trayecto, y cuando llegaron, la mujer pretendía abrir la puerta, pero Maximiliam la detuvo.

— ¿Qué? — cuestionó ella confundida.

— Déjame hacer mi parte — respondió él, guiñándole un ojo, y así como le guiñó un ojo, en menos de un segundo, su rostro se volvió una máscara fría al bajar, rodear y abrir la puerta para ella, como un caballero de blanca armadura.

— Podría haberlo hecho yo —susurró ella, tomando su mano y sintiendo una corriente recorrerle todo el cuerpo.

— ¿Y dejar que hablen de mi falta de caballerosidad con una hermosa mujer a mi lado? — Él no se daba cuenta, pero que le dijera que estaba hermosa, hacía sentirla más segura de sí misma.

Fidel se había olvidado de recordarle. Ella se había olvidado de recordarse.

Caminaron por la alfombra roja, hacia el interior. Brianna debía admitir que la decoración era exquisita.

— Apuesto a que estás concentrada en la decoración y no en los novios que se acercan — escuchó a Maximiliam, pero cuando iba a reaccionar ya su hermanastra estaba a su lado. Obviamente, mirándola de pies a cabeza con un odio bien disimulado y luego a su pareja.

— ¡Hermanita! Estoy feliz de que hayas podido venir, creí que no te atreverías, ya sabes...

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