El aire en la sala de espera se volvió denso y opresivo. Maximilian observaba al oficial frente a él, un hombre cuya expresión endurecida y tensa dejaba claro que no tenía intenciones de ceder. Las acusaciones que habían traído a Maximilian hasta este punto no eran más que mentiras y manipulaciones, ¡bueno! No todas eran falsas, pero estaba seguro de que no llegarían al poder de los policías; pero el oficial parecía estar cegado por algo que no tenía nada que ver con la justicia. Y Paula, aquella figura débil y traicionera, miraba con una satisfacción cruel, claramente disfrutando cada segundo de la tensión.Luciano, el abogado de confianza de Maximilian, dio un paso al frente, con su portafolio de pruebas en la mano, o las copias de ellas. El resto estaba en camino.— Oficial, tengo aquí las pruebas necesarias que demostrarán la inocencia de mi cliente — dijo con firmeza, sosteniendo los documentos y las grabaciones que habían preparado —. Lo que esta mujer alega no es más que una ser
La espera parecía eterna. Maximilian caminaba de un lado a otro en la sala, se sentaba un par de minutos y luego, volvía a caminar, sus ojos fijos en la puerta que lo separaba de la vida de su esposa e hijo. Su mente divagaba por caminos oscuros, atrapado entre el miedo y la esperanza, incapaz de librarse de la sensación de impotencia que le oprimía el pecho. Su familia, que seguían allí en silencio, lo miraban de reojo, respetando el momento, sabiendo que cualquier palabra podría empeorar las cosas.Finalmente, la puerta se abrió, y el médico salió. Su rostro estaba tenso, severo, con una expresión que envió una punzada de terror al corazón de Maximilian. Sin pensarlo dos veces, se puso de pie como un resorte, sus ojos clavados en el médico.— ¿Cómo están mi esposa y mi hijo? — preguntó, su voz casi un susurro.El médico soltó un suspiro pesado, y Maximilian sintió que el aire se detenía a su alrededor. Su mente comenzó a negar, incapaz de aceptar la idea de que lo peor pudiera haber
Los días en el hospital fueron una mezcla de esperanza y agotamiento para Brianna y Maximilian. Cada día que pasaba, la pequeña Bianca ganaba un poco más de fuerza, y Brianna contaba cada hora hasta el momento en que por fin podría tenerla en sus brazos sin intermediarios. Maximilian pasaba las noches en vela, cuidando de Brianna y esperando a que la enfermera viniera con el último parte médico. Después de lo que habían vivido, cada minuto en el hospital parecía eterno, pero la recuperación de Brianna y Bianca avanzaba con éxito.Finalmente, el día de la tan esperada alta llegó. Cuando la enfermera colocó a Bianca en los brazos de Brianna, sintió el mundo entero comprimirse en esa frágil y diminuta figura. Con ojos llenos de lágrimas, Brianna la observó en silencio, admirando cada rasgo, desde sus pequeñas manitos hasta el brillo de vida en sus ojos entreabiertos.— Es tan pequeñita… — murmuró Brianna, mirando a Bianca con un amor incondicional que la desbordaba —. Pero es tan fuerte,
Los días transcurrían en la mansión Casanova con una calma y felicidad que parecían impensables tras todo lo que habían atravesado. Brianna y Maximilian se dedicaban a disfrutar de cada instante junto a su hija, Bianca, cuyo pequeño mundo estaba lleno de amor y paz. El tiempo compartido en familia era un refugio para Brianna, y ella se sentía completa, como si por fin el universo le hubiera dado una segunda oportunidad.Una noche, en una ocasión especial, Maximilian la sorprendió invitándola a cenar en uno de sus restaurantes más lujosos. La pequeña Bianca quedó al cuidado de una niñera de confianza, permitiéndoles disfrutar de una velada a solas. El restaurante era un lugar de ensueño; los grandes ventanales ofrecían una vista panorámica de la ciudad iluminada, y las luces tenues del lugar creaban un ambiente romántico y acogedor.Durante la cena, Brianna y Maximilian conversaron animadamente, compartiendo anécdotas, risas y recuerdos. El ambiente de bienestar los envolvía, y Brianna
La gala estaba en pleno apogeo, con risas y voces entremezclándose bajo las luces resplandecientes del salón. Brianna caminó por el lujoso lugar con la pequeña Bianca en brazos y una seguridad que irradiaba en cada paso. Vestía un traje que acentuaba su figura maternal, dejando claro a todos que su belleza y fuerza sólo habían crecido con el tiempo. Los murmullos admirados la rodeaban como una sinfonía.“¿Es Brianna Casanova? Está radiante…”“Mira su porte… es como si el tiempo no pasara para ella”Cuando llegó al lado de Maximiliam, él no dudó en tomar a Bianca en sus brazos, y luego, inclinándose, besó a Brianna.— Estás hermosa, radiante… — le susurró con una sonrisa orgullosa. Ella le devolvió la sonrisa, disfrutando del afecto y la admiración en su mirada.Pero mientras avanzaban hacia su mesa, Brianna escuchó un murmullo que heló su serenidad. Apenas perceptible, pero imposible de ignorar:“¿Ese no es…? Claro que es él… Fidel Enrique, el exesposo de Brianna”.La curiosidad pudo m
La tarde era cálida y tranquila, y Brianna no podía evitar sonreír mientras ayudaba a Vivianne con los detalles finales de su boda. La despedida de soltera estaba a la vuelta de la esquina, y el salón comenzaba a llenarse de adornos y detalles que Brianna había elegido con cariño para su mejor amiga. Vivianne la miró de reojo mientras sujetaba un ramo de flores y bromeó:— ¿Segura que no te vas a arrepentir de haberme dado carta blanca con esto? ¿Y si termino escogiendo un vestido naranja fosforescente?Brianna rió, con la serenidad de quien ya había recorrido un largo camino.— Confío en ti, Vivianne — respondió, su voz suave, como si en cada palabra se le escapara un poco de la paz que por fin había alcanzado —. Además, es tu boda.Justo en ese momento, una de las empleadas del salón se acercó a Brianna con un sobre en la mano, lo cual le hizo fruncir el ceño. Era raro recibir correspondencia en un momento así, y más aún en aquel lugar. La empleada le explicó que acababa de llegar,
Brianna se dejó caer en el sillón de su sala, exhausta pero llena de una dicha indescriptible. Con una mano acariciaba el trofeo que había recibido esa mañana, el premio a la mejor interiorista del año. Era la culminación de años de esfuerzo, noches en vela y un amor inquebrantable por su trabajo. Miró alrededor de su recién reformada casa, admirando cada detalle, cada rincón que ella misma había diseñado con pasión y dedicación.Cada mueble, cada textura en las paredes, cada elección de color y material había sido fruto de su creatividad y arduo trabajo. La casa era un reflejo de su alma, de su estilo único y atrevido, que la hacía destacar en el mundo del diseño de interiores. Brianna aún llevaba puesto el vestido con el que había asistido a la ceremonia, un elegante conjunto que contrastaba con su usual atuendo de trabajo más práctico y cómodo. Pero hoy era un día especial, y ella se había permitido este pequeño lujo.A veces, Brianna se quedaba despierta hasta altas horas de la no
Brianna salió de la casa que creía sería su refugio de amor y felicidad. Las paredes que ella había diseñado con tanto esmero ahora parecían frías y vacías, reflejo de su propio corazón. Sintió que se vaciaba de toda emoción, pero extrañamente, eso la fortalecía. Decidió que nunca más derramaría una lágrima por Fidel. No valía la pena.En cuanto cerró la puerta, sacó su teléfono y marcó el número de Fidel. Su voz sonaba distante, cargada de una frialdad que Brianna no reconocía. Sin embargo, estaba decidida.— Fidel, quiero el divorcio — dijo, con una voz firme y clara.Fidel, lejos de mostrarse avergonzado o arrepentido, reaccionó con una frialdad que la dejó atónita.— ¿Divorcio? ¿Quién te crees que eres para pedirme eso? Seguro que tú también me has estado engañando. ¿No es así, Brianna? — la acusó con desprecio —. No me sorprendería que tuvieras a otro hombre, aunque con ese aspecto tuyo, dudo que alguien se atreva a mirarte.“¿Tan fea la creían?” Pensó, mientras se limpiaba una l