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Pequeña Hermanastra, Cásate Conmigo.
Pequeña Hermanastra, Cásate Conmigo.
Por: Lgamarra
01 - Pagarás por burlarte de mí.

Brianna se dejó caer en el sillón de su sala, exhausta pero llena de una dicha indescriptible. Con una mano acariciaba el trofeo que había recibido esa mañana, el premio a la mejor interiorista del año. Era la culminación de años de esfuerzo, noches en vela y un amor inquebrantable por su trabajo. Miró alrededor de su recién reformada casa, admirando cada detalle, cada rincón que ella misma había diseñado con pasión y dedicación.

Cada mueble, cada textura en las paredes, cada elección de color y material había sido fruto de su creatividad y arduo trabajo. La casa era un reflejo de su alma, de su estilo único y atrevido, que la hacía destacar en el mundo del diseño de interiores. Brianna aún llevaba puesto el vestido con el que había asistido a la ceremonia, un elegante conjunto que contrastaba con su usual atuendo de trabajo más práctico y cómodo. Pero hoy era un día especial, y ella se había permitido este pequeño lujo.

A veces, Brianna se quedaba despierta hasta altas horas de la noche haciendo bocetos y desarrollando nuevas ideas para sus proyectos. Esa pasión y dedicación habían dado frutos, pero también le habían pasado factura. Aquella noche, se sentía agotada. No le prestó mucha atención al dolor que sentía en la parte inferior de su cuerpo, pensando que era solo el cansancio acumulado.

Sin embargo, al día siguiente, el dolor y el sangrado no podían ser ignorados. Brianna fue al hospital y, con el corazón roto, recibió la noticia de que había tenido un aborto espontáneo. La tristeza la invadió, pero intentó mantenerse fuerte. Pensó en su amado esposo y en el hogar que habían construido juntos. Pronto podrían compartir ese espacio que ella había diseñado con tanto amor y entusiasmo.

— Sé que se pondrá feliz por mí — musitó con entusiasmo.

Sus pensamientos fueron interrumpidos por el sonido de la puerta abriéndose.

Curiosa, pero también con la intención de sorprender a su marido, Brianna se escondió detrás de una puerta en la sala de estar. Quería ver la expresión de su esposo cuando le contara sobre el premio y, a pesar de la tristeza reciente, permitir que la felicidad del momento los envolviera a ambos. Sin embargo, lo que vio la dejó helada.

Fidel, su esposo, entraba con otra mujer en brazos. Se besaban apasionadamente, y la voz melosa de la mujer resonó en la sala:

— ¿Cuándo te divorciarás de ella? Ya no aguanto las ganas de tenerte solo para mí, bebé.

Brianna sintió un nudo en el estómago. La voz de la mujer le resultaba extrañamente familiar, pero no podía arriesgarse a ser vista por ellos. Escuchó con atención, tratando de comprender lo que estaba ocurriendo.

— No te preocupes, querida. Esa mujer horrible todavía es útil para nosotros. Al menos puede ayudarnos a diseñar esta casa. Mira, qué hermosa ha quedado y tú lo disfrutarás — respondió Fidel, con una frialdad que desgarró el corazón de Brianna —. Dejemos que lo termine completamente para que puedas convertirte en la gran señora.

— Pero, ¿y si ella quiere esta casa? — insistió la mujer.

Fidel levantó a la mujer en brazos y la colocó sobre el mueble que Brianna había elegido con tanto cariño. Estaba de espalda a ella, por lo que no podía verla ni reconocerla.

— No te preocupes. Realmente no tienes nada de qué preocuparte — respondió el hombre —. Ella no pagó ni un centavo. Y no puede pagar esta casa, incluso después de trabajar toda su vida. Ya me he asegurado de eso.

Brianna sintió que el suelo se abría bajo sus pies. El hombre que amaba, en quien confiaba ciegamente, la había traicionado de la manera más cruel. Observó, con lágrimas en los ojos, cómo Fidel acariciaba el cuerpo de la mujer con tanto cariño, de una forma que nunca le había tocado a ella, entregándose el uno al otro en una pasión desenfrenada. El sonido de sus gemidos y susurros llenaba la casa, cada uno de ellos una puñalada en el corazón de Brianna.

Se quedó allí, sin emitir un solo sonido, mientras los dos amantes se saciaban el uno al otro. Su dolor se convirtió en furia, una furia que la consumía desde dentro. No iba a dejar que se salieran con la suya. No después de todo lo que había pasado, no después de perderlo todo. Cuando finalmente los dos se marcharon, Brianna emergió de su escondite, con los ojos llenos de lágrimas, pero con una determinación feroz.

Se dirigió al cuarto de herramientas, donde guardaba todos los implementos que había utilizado para reformar su hogar. Tomó con manos temblorosas cada uno de ellos con la decisión dibujada en su rostro. Si no podía tener ese hogar, entonces nadie lo tendría.

Comenzó por el salón, destrozando los muebles que había elegido con tanto cuidado. Cada golpe del martillo era un grito de desesperación y furia, cada agujero que perforaba con el taladro era una herida abierta en su corazón. Las lágrimas corrían por su rostro, mezclándose con el sudor y el polvo. Rompió las ventanas, arrancó las cortinas, destrozó las lámparas. La casa, que había sido su orgullo y su refugio, se convirtió en un campo de batalla.

No se detuvo hasta que no quedó nada intacto. Exhausta, cayó de rodillas en medio de los escombros, sollozando incontrolablemente. Había perdido todo: su hijo, su marido, su hogar. Pero en medio de la destrucción, sintió una extraña calma. Había liberado su dolor, su rabia. No le iba a dejar nada de su trabajo a Fidel. No después de lo que había hecho.

— No te perdonaré — siseó con una sorprendente energía negativa llena de odio —. Pagarás por burlarte de mí.

Se levantó lentamente, limpiándose las lágrimas. Sabía que su vida nunca sería la misma, pero también sabía que era fuerte. Había sobrevivido a la traición y la pérdida. Podría volver a empezar, reconstruir su vida desde las cenizas. Y lo haría, con la misma pasión y dedicación que había puesto en su hogar. Porque ella era Brianna, y nada ni nadie la destruiría.

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