La inauguración

La moto de Reishel rugió como un animal herido al despegar por el camino polvoriento, dejando atrás la casa de Marisol y el eco de las lágrimas de Amapola. El viento le azotaba el rostro, mezclando el salitre de sus lágrimas con el polvo del camino. ¿Cómo pudo mi madre?,— se repetía, cada curva del trayecto afilando el filo de su rabia. En el retrovisor, una silueta en otra moto mantenía distancia, pero Reishel, sumergida en su tormenta, no notó los faros persistentes de Barry Sugma.

Barry ajustó los guantes, y sentía un sudor frío recorriéndole la nuca. La pelirroja manejaba como si el diablo la persiguiera. Por orden de Rubén, debía informar cada movimiento: "...Giró hacia la Ruta 34... Parece dirigirse al centro comercial... No, espere, desvió hacia el barrio antiguo…".

Cuando Reishel frenó bruscamente frente a una casa de techos verdes, Barry estacionó a media cuadra, observando tras un quiosco. Una mujer joven salió a recibirla: Neyla, con un schnauzer blanco que ladraba de feli
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