La tormenta emocional que había vivido en el último tiempo comenzaba a calmarse, y, por primera vez en semanas, sentía que quizás era hora de dar un paso hacia adelante. —Quizás debería visitarlos —murmuró para sí misma, recordando a la familia Montero. A pesar de las complicaciones que hubo, la cercanía que había compartido con ellos la hacía sentir que aún había un lugar al que podía regresar.Tomó su teléfono y pensó en llamar a Juan José, pero se detuvo. La última vez que había estado en la caballeriza, las cosas no habían terminado bien. Sin embargo, el deseo de sanar y no dejar heridas abiertas fue más fuerte que su miedo.Decidió que sí, que iba a ir. Apuntó en su libreta las cosas que necesitaba llevar y se dirigió a la caballeriza. Cuando llegó, los aromas del campo la envolvieron y le recordaron los días felices que había pasado allí.—¡Reishel! —exclamó Eloísa, la madre de Juan José, al verla entrar. Su rostro se iluminó con una sonrisa. —¡Qué alegría verte otra vez!—¿Có
El sobre blanco resbaló de las manos de Reishel y aterrizó en el suelo con un crujido seco. Las palabras de Rubén Santillano —su padre— parecían arder en el aire, cada letra un recordatorio de la traición más íntima. Amapola, de pie frente a ella, retorció el delantal entre sus dedos temblorosos, mientras Marisol, la madrina, se refugiaba tras la puerta de la cocina, muda ante el huracán de emociones. —¿Cuánto tiempo llevas viéndote con él? —preguntó Reishel, su voz un filo que cortó el silencio. El sol de la mañana se colaba por la ventana, iluminando el polvo que danzaba entre ellas como testigo mudo. Amapola bajó la mirada. Una lágrima cayó sobre la mesa de madera gastada. —Desde que que empezaste a quedarte donde los Monteros… Él insistió tanto, hija. Iba a la iglesia, hablaba con el padre Miguel… Juró que solo quería compensar el daño. —¡Y tú le creíste! —Reishel golpeó el tope de la cómoda con la palma de la mano, haciendo saltar los adornos—¿Olvidaste que nos dejó morir
La moto de Reishel rugió como un animal herido al despegar por el camino polvoriento, dejando atrás la casa de Marisol y el eco de las lágrimas de Amapola. El viento le azotaba el rostro, mezclando el salitre de sus lágrimas con el polvo del camino. ¿Cómo pudo mi madre?,— se repetía, cada curva del trayecto afilando el filo de su rabia. En el retrovisor, una silueta en otra moto mantenía distancia, pero Reishel, sumergida en su tormenta, no notó los faros persistentes de Barry Sugma.Barry ajustó los guantes, y sentía un sudor frío recorriéndole la nuca. La pelirroja manejaba como si el diablo la persiguiera. Por orden de Rubén, debía informar cada movimiento: "...Giró hacia la Ruta 34... Parece dirigirse al centro comercial... No, espere, desvió hacia el barrio antiguo…". Cuando Reishel frenó bruscamente frente a una casa de techos verdes, Barry estacionó a media cuadra, observando tras un quiosco. Una mujer joven salió a recibirla: Neyla, con un schnauzer blanco que ladraba de feli
Con destreza criminal, Úrsula desconectó los sistemas de emergencia y sobrecargó los circuitos principales. Insertó un dispositivo en el panel central, programado para activarse tras diez minutos de transmisión en vivo. Sus uñas rojas, afiladas como garras, ajustaron un cable suelto cerca de un extintor vacío…—”¡Arderán como cucarachas!..”, —susurró, dejando caer la botella de líquido detrás de un cortinaje. Al salir, se ajustó el velo y susurró al aire: —¡Bueno Mauricio ahí está lo que querías! Mientras Úrsula se regocijaba dándole forma a su plan ardid, Barry Sugma el detective privado de Rubén Santillano o Fred Limver, sigue encorvado sobre su moto, observando a Reishel desde una esquina del estacionamiento. Su teléfono vibró: —Jefe, Reishel está parada en la acera del frente de las Torres TDK… Parece que tiene intenciones de entrar en el evento —informó, mordisqueando un chicle. Rubén Santillano contuvo la respiración. Las Torres TDK en este día auspicia a su gente querida,
El grito de Reishel resonó entre los escombros humeantes mientras el cuerpo de Úrsula se estrellaba contra el pavimento. La multitud enmudeció, algunos cubriéndose los ojos, otros grabando con sus teléfonos el macabro espectáculo. Reishel, cubierta de ceniza y con lágrimas limpiando surcos en su rostro, se tambaleó hacia atrás, repitiendo entre sollozos: —¡Lo intenté… Quería salvarla, pero me odiaba tanto que prefirió morir…! Un bombero, con su cara ennegrecida por el humo, la tomó de los hombros con firmeza. —Lo sé, amiga. Todos vimos lo que hiciste. Fuiste valiente—dijo, intentando transmitirle calma con su voz ronca. Antes de que Reishel pudiera responder, unos brazos fuertes la envolvieron. Mauricio, con el traje desgarrado y el cabello revuelto, la estrechó contra su pecho. —No fue tu culpa, amor. Hiciste lo que pudiste—susurró, acariciando su cabeza mientras ella se desmoronaba. El mundo pareció detenerse en ese abrazo. Reishel, agotada, permitió que la guiaran hacia
El salón de la notaría, un espacio rectangular con paredes revestidas de madera noble y retratos con juristas históricos, estaba impregnado de una solemnidad que contrastaba con los rayos de sol matutinos que se filtraban por los altos ventanales. La luz danzaba sobre el suelo de mármol, iluminando motas de polvo que flotaban como partículas de nostalgia. Reishel, vestida con un sencillo vestido azul marino que recordaba el océano al atardecer, entró del brazo de Mauricio, quien también lucía muy elegante . Detrás, Amapola, caminaba con pasos meditativos, mientras Marisol, su amiga de infancia, sostenía un rosario entre sus dedos temblorosos. Al otro lado de la mesa de roble, Kathlyn —en silla de ruedas, con una manta cubriendo sus piernas— mantenía la mirada baja, fijándose en las vetas de la madera como si buscara respuestas en sus grietas. Lorenzo, con traje y corbata azul ajustaba el cojín tras su espalda con movimientos meticulosos, evitando que su mirada se cruzara con la de Re
¡Truena fuerte!, aguas abajo, está lloviendo a cántaros y parece que no escampará, sin embargo, nada puede detener el torrencial aguacero; como tampoco la campal discusión tan estruendosa como la tormenta, que azota la casa humilde de una abnegada mujer compungida por la batalla emocional que tiene con el que fue y ha sido el amor de su vida; en estos momentos la acaba de sorprender la vida…no puede ser posible…no puede ser posible lo que está viviendo…. Fred Limver mira hacia atrás por última vez, con los ojos llenos de pesar. Su hija, Reishel, lo observaba con lágrimas en los ojos, sin comprender por qué su padre se iba. Fred gira, retrocede para acercarse a ella y acarició su cabello pelirrojo con ternura. —¡Papito!...¿Estás enojado?...¿Porque dices que te vas? —Reishel, cariño, ¡no llores!. Papá tiene que irse, porque tengo mucho trabajo, pero te prometo que volveré para leerte tus cuentos favoritos antes de dormir!,— susurró Fred, sintiéndose cobarde más que nunca, hablando
Mauricio Villacastín al entrar en contacto con Reishel olvidó muchas cosas, no solo el mal momento que acababa de pasar, sino muchas otras situaciones que lo agobiaban y de las que escapa con facilidad. Está casado con una persona realmente difícil pero a la que le tiene mucho que agradecer. Alguien que es mejor no permita Dios nunca se le cruce alguno, en ningún camino. Reishel está en peligro, pero está acostumbrada a el, pero no tiene idea de la amenaza que corre precisamente hoy, que acaba de conocer a Mauricio. Un hombre no solo bello de físico, sino interesante y terriblemente atractivo y que no pierde ninguna oportunidad de pasarla bien. Así vive la vida, sin desaprovechar las buenas oportunidades, como ahora que tuvo la gran suerte que alguien saliera en su defensa, una mujer joven, guapa y realmente hermosa…. El camino se hizo muy ameno, Mauricio ponía música de los artistas que él estaba patrocinando y Reishel se sorprendía de saber que por él, ese artista ahora era famoso.