Peligros del amor
Peligros del amor
Por: Lya Rogers
1. Anthony

alborotado le da un aspecto adorable, lo que me hace imposible tomarla en serio, en brazos, sostiene a nuestro pequeñín, Henry, como mi hermano mayor — dijiste que estarías aquí para entonces, y mira todo el desastre que tenemos ahora

— oye, te lo compensaré — aseguro, besando su frente — lo prometo

— más te vale — se queja — las quintillizas aún no saben que estás de regreso

— iré a recogerlas a la escuela — prometo, estirándome.

La noche anterior había salido de una misión difícil, a dos ciudades de distancia y esperando mi paga en unas horas, había decidido regresar a casa, hacerle el amor a mi mujer y dormir unas diez horas mínimo para luego jugar con mis hijas el resto del fin de semana. Luego, de vuelta a los negocios. Un caso más y me retiraría, solo tenía que matar a Constantine para asegurar la vida de mi familia

Aunque mis planes no resultaron perfectos, llegué a casa a media noche, y había caído en coma hasta hace veinte minutos, mi mujer había preparado todos mis platos favoritos y aquí estaba yo, en boxers y atragantándome en la cocina, con la encantadora vista de mi mujer, una preciosa castaña de ojos grises, la madre de mis hijos.

— Luke, necesitamos hablar — dice, Henry se sacude de sus brazos y empieza a corretear, buscando sus juguetes y cantando alguna tontería que escuchó en televisión.

—¿qué olvidé? — pregunto, sintiéndome atrapado, ella se ríe, pero luce nerviosa — faltan dos meses para nuestro aniversario y las niñas cumplen el jueves

— Olvidaste...usar condón la última vez que viniste a escondidas en medio de un caso — dice levantando las cejas, y estoy congelado, con una sonrisa estúpida en mi rostro.

Aparto la silla de golpe y tomo a mi mujer por la cintura, era una mujer alta, pero me llegaba hasta la barbilla. La levanto y la beso con fuerza

— Maldita sea, te amo — digo acariciando su barbilla, Sharon había estado conmigo desde el principio, aún recuerdo el día que nos conocimos, mis hermanos y yo estábamos corriendo por la base (el viejo nos había castigado por jugarle una broma a Eleanor) ella nos había rebasado en su bicicleta, pero por hacer el tonto, acabó en el suelo. Los chicos siguieron corriendo. Yo me detuve.

— Papá! — sacudiéndome, abro los ojos, solo para encontrarme frente a mi niña, mi Talia, la única de mis hijas que sigue con vida, mirándome aterrada, con lágrimas en las mejillas y un bate de baseball apuntándome.

Maldita sea.

— Talia...— murmuro, parpadeando y entrando en razón. Las pesadillas. Las malditas pesadillas me volverían loco — lo siento, hija.

— ¿papi? — pregunta, su labio inferior temblando ligeramente, suelta el bate y se lanza sobre mí, abrazándome y llorando

— Dios, Talia ¿te hice daño? — pregunto, abrazándola y revisándola en busca de heridas, mi mano está marcada a rojo vivo en su brazo — Dios... — me aparto, sintiendo asco de mi mismo. De nuevo. Había vuelto a lastimar a Talia.

— No, papá...no pasa nada — me asegura ella, ahora mi hija tenía dieciocho años, y era la viva imagen de su madre, mi hija era pelirroja, pero se había teñido el cabello de negro hace dos años, a su manera, llevaba el luto de sus hermanas incluso en su piel, pero ahora está pálida y asustada — no es nada, de verdad.

— Si es algo Talia — me quejo, tomando el bate y caminando hacia la sala, vivíamos en una casa segura, a solo unas cuadras de mi hermana Anne — tengo que reforzar las cerraduras en mi habitación

— las rompiste — dice mi hija con voz temblorosa, y yo la miro con sorpresa, al mirar mis manos, veo con sorpresa que están llenas de cortes y sangre, pero a duras penas las sentía — papá, de verdad me asustaste...

— lo siento — digo impotente — desde lo de Eleanor...estoy tenso

— Oye, es normal — dice ella, intentando restarle importancia. Mi hija es jodidamente fuerte, una Connors hecha y derecha. Desde muy pequeña, Talia ha estado conmigo, o con sus tíos, le he enseñado miles de tácticas de defensa personal, y sabe tanto de armas que es la única de los chicos que puede discutir con Ethan acerca de rifles de asalto.

— ¿Como te fue en la fiesta? — pregunto, intentando cambiar de tema y sacudiendo los trozos de madera astillada de mis manos, ella no responde de inmediato, trae un botiquín y se sienta frente a mi

— era una cita — me recuerda, yo asiento. Citas. Nunca fui bueno con las chicas, usualmente Kyle se encargaba de atraerlas para nosotros, pero cuando se trata de mi hija, me he visto obligado a leer revistas de adolescentes.

— vale, cita. Entiendo — digo asintiendo, el ardor del alcohol es familiar, pero el desinfectante es incómodo — ¿qué tal?

— Él no apareció — admite, avergonzada, no conozco al chico, pero mi nena rara vez luce avergonzada, así que sé de inmediato que el mocoso le gustaba — me envió un mensaje...no soy tan femenina como le gustaría

— oye — digo, levantando su rostro y apartando el cabello recortado de su frente — puedo asegurarte que cualquier chico que te considere "demasiado masculina" es un gallina

— lo sé — dice encogiéndose de hombros — pero...igual le dije a la tía Anne que me diera consejos — se muerde el labio, es un gesto que le da cierto parecido a mi hermana, pero la mirada en sus ojos, es igual a la de su madre — quiero aprender a maquillarme.

— entonces Eleanor te enseñara — digo besando su frente — ¿comiste algo?

Mi chica asiente distraídamente mientras recoge las cosas del botiquín. Nunca quise una vida de sufrimiento para ninguna de mis hijas, y el pequeño podría haber sido un hombre de coches, pero Scott Constantine me había obligado a mantener a mi Talia de forma que estuviera preparada para lo peor.

Y especialmente ahora. Había descubierto algo que ponía en duda todas mia creencias. El esposo de la mejor amiga de mi hermana, esa perra rusa, era el hombre que había matado a mi familia.

Mi sobrina Anastasia es definitivamente igual a mi madre, sin contar el cabello negro y que solía murmurar en ruso (como todos en la familia de mi cuñado) pero el tenerla en brazos me recordaba a mis hijas.

Tenían solo siete años cuando murieron, dos días antes de su cumpleaños número ocho, hace tres semanas que se cumplieron diez años de su muerte, y hace dos meses que mi hermana había dado a luz a otro par de quintillizos.

Anastasia era la única que parecía notar como pasaba el tiempo. Ella misma miraba a sus nuevos hermanos con ceño fruncido y luego a su madre

— Anthony — levanto la cabeza cuando veo a David llamarme desde la cocina, el hombre luce cansado y abatido, pero desde que recuperamos a mi hermana, luce rejuvenecido.

Me acerco a él, entregando a Anastasia un par de juguetes, el hombre se asegura de que nadie esté alrededor antes de hablar

— ¿qué sucede? — pregunto, cruzándome de brazos, el ruso se sienta y me mira

— Alena me contó lo de...ti esposa e hijos — admite, y la tensión me recorre de inmediato, pero no digo nada, me limito a mirarlo — llamó ayer

— ¿dijo algo? — cuestiono con cuidado, Alena Petrova había asesinado a mi mentor, y su marido a mi familia, pero durante una corta visita a Eleanor en el hospital, me había encontrado con la mujer.

— Scott está empeorando — me había asegurado — cuando no tenga otra opción, tu mismo podrás matarlo.

Desde entonces, estoy esperando su llamada.

— dijo que es hora ¿tienes alguna idea? ¿Ella tiene algo que ver? — David es buen hombre, lo admito, y hace feliz a Eleanor, es lo importante. Pero no lo quiero involucrado en esto.

— No, no es nada — admito, hace años dejé de perseguir a Constantine, cuando casi pierdo a Talia la primera vez me di cuenta de que había cosas peores.

En ese momento. Mi teléfono suena

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