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Los curiosos suelen terminar muy mal.

Desde arriba la observo. Me atrevo a estirar la mano y me presento—. Ander Cooper —dos gorilas se acercan, uno intenta golpearme mientras el otro la ayuda a levantarse.

—¡Paren! —dice logrando detenerlo, pero ya antes había esquivado los puños del tipo que quería golpearme— Es el señor Cooper —los guardaespaldas comprenden y, proceden a mirarme y disculparse.

No los miro, menos acepto sus disculpas. Mantengo la mirada en ella— ¿Me conoce? —finjo no reconocerla. Ella sabe que finjo, lo sabe muy bien, por eso sonríe, pero aun así se presenta.

—Constanza, Constanza Morris —enarco una ceja, como si estuviera recordando donde escuché ese nombre. Ella me sigue la corriente y, musita—. Hija de Alfred Morris.

—Ya lo sé —digo fríamente—. No soy tan estúpido para no recordar donde escuché ese nombre.

—Pues sus expresiones me demostraban que si lo parecía.

—Parecía, ¿qué? —cuestiono al acercarme.

—Un estúpido —dice sin titubeo.

Sigo acercándome hasta quedar cerca de ella. Mirándola a los ojos digo.

—Su padre le ha de haber hablado de mí.

—Mucho —dice sin dejar de mirarme.

—Entonces debe saber lo peligroso que soy.

—No lo parece —sonrío—. Más bien, parece un hombre común y corriente.

—¿En serio? —me rio— Créame que no querrá conocerme.

—Quiero —dice, moviendo sensualmente los labios—. Conocerlo, señor Cooper. Me permite un momento de su valioso tiempo.

Perra ¿Qué quieres de mí? estoy seguro de que no es casualidad que aparecieras en este lugar, menos que al descender te quedaras mirándome, peor aún, te detuvieras delante de mí cuando descendía por segunda vez como una araña. Pero veamos que quiere la perrita de Morris, entremos a su juego, aunque sea peligroso, pero esta zorra, no se me escapa.

—¿Quieres subir a mi suite? —me sonríe. Seguido toma mi mano y con apenas un roce de dedos la dirijo a lo alto de la discoteca.

—Supongo que usted es el dueño —me río internamente.

—Por supuesto. Este es uno de los tantos negocios del mundo oscuro que tengo.

—¿Tiene casinos?

—Si, entre otras cosas.

—¿Y es casado? —le miro.

—No, no soy casado. El matrimonio no está entre mis planes.

—¿Por qué?

—Porque en este mundo, no es bueno tener debilidades. Las mujeres son muy débiles, solo me traerían problemas —presiona los labios, parece que mis palabras la ofendieron.

—No todas somos débiles. Algunas nos hacemos fuerte, a medida que crecemos.

—Pues hasta ahora no he conocido a alguna que se pueda valer por si sola. Hablo de este mundo. Porque mujeres trabajadores y fuertes de sentimientos las hay en todo el mundo, pero no creo esas mujeres puedan soportar esta vida.

—Tal vez ellas no, pero las que nacemos dentro de la mafia sí —asegura mientras bebe de la copa—. Estamos preparadas para todo.

—Supongo —digo y ella deja de lado la copa.

—Es así —vuelve a asegurar—. ¿Por qué cree que estoy aquí? ¿Piensa que sería tan tonta al meterme a la suite de un asesino si no estuviera preparada para defenderme?

—¿Usted cree que puede conmigo? —se ríe.

—No lo creo, estoy segura —ahora me rio yo. Llevo la mirada al cristal y observo a todos divirtiéndose. Me tenso cuando siento su mano en mi pierna. ¡Es una perra, piensa que podrá seducirme! —Los hombres tienen ciertas debilidades —mi armamento empieza a tomar tamaño y gruesor. Me mantengo sereno mientras su mano asciende en mi pierna, el azul de sus ojos refleja mi rostro. Me da gusto ver que lo que recorre por mi cuerpo no se refleja en mi rostro—. Tienden a caer, rápidamente.

—Ah, sí —la saliva rueda con dificultad— ¿Piensa que soy de esos? —me inclino. Ella sonríe.

—No lo sé —intenta retirar la mano, pero se la atrapo y la asiento donde estaba, seguido la guio hacia donde pensaba llevarla. Miro sus ojos abrirse más. Su boca se abre apenas para reprochar, pero vuelve a cerrarla.

—¿A que vino, señorita Morris? —me mira seria, con los dientes apretados— ¿Su padre la envió? —intenta quitar la mano, pero la sigo sujetando.

—No. Solo salí a disfrutar mi cumpleaños como yo quería —baja la mirada a nuestras manos que está cerca de tocar mis bolsas. Muerde el labio y sigue hablando—, no pensé que lo encontraría aquí, menos que me reconociera.

—Entonces, vino a jugar.

—A divertirme —suelto su agarre y retira la mano, se la pasa por el cuello y respira—, pero al verlo, me dio curiosidad.

—Los curiosos suelen terminar muy mal —le digo recostando la espalda en el sillón.

—No un Morris —se levanta para irse—, nos vemos, señor Cooper —camina hasta la puerta, la cual no se abre, está cerrada, se gira a verme.

Tengo la mirada centrada en su culo, el cual es bien grande— ¿Me va a secuestrar?

—¿Secuestrar? —me levanto y voy hacia ella— No creo sea secuestro ya que subió por su propia voluntad.

—¿Sabe que, si no salgo, esos dos que están a fuera darán alerta y, en poco tiempo tendrá su negocio reducido en escombros?

—Hasta que ellos lleguen, sobre todo, derrumben este lugar, ya estaría volando a unas cuantas millas, claro, con usted a mi lado.

La perra no se inmuta, pero sé que se está cagando de miedo. Creo que si en verdad fuera un asesino como dijo le habría descuartizado aquí mismo y se la enviaba a su padre cortada en pedazos.

—Pero no es el tipo de mujer que secuestraría… no es mi tipo —le digo y eso la enfurece. Se ríe y dice.

—Su pene dice lo contrario. Apuesto que ahora mismo desea clavarse en mí, hundirse hasta el fondo, pero eso es un privilegio que no tendrá, menos en una noche tan especial como mi cumpleaños.

—Sería mucho regalo para usted, que me hunda en su interior. Este cangrejo no se mete en cualquier hueco.

—¿Cangrejo? ¿Es que lo tiene chueco? Es la única lógica que tengo, para su comparación, ya que los cangrejos caminan chueco.

—¿Quiere conocerlo?

—No gracias, he tenido mejores propuestas.

—Pues usted se lo pierde.

Toco el botón quitando el seguro de la puerta, como está de espalda, se va hacia atrás, rápidamente le agarro el brazo evitando que caiga, tiro de ella hacia adelante y, la apego a mi cuerpo.

—Ya veo cuan preparada está, señorita Morris —me quita las manos de encima, se limpia y sin más se va. Cuando desaparece de mi vista presiono los dientes y me giro—, perra, veremos quien cae primero.

Tardo toda la noche en realizar cada uno de los rostros que gravé. Nada de eso irá a parar a manos de mis colegas, no hasta que termine por completo esta operación.

Los siguientes días la paso en investigación tras investigación, sobre todo, inyectando dinero a mis empresas falsa, para que así ese miserable se encarámele más.

Semanas después me envía otra invitación, en esta vez, para que lo acompañe a la feria estatal. Dudo en ir, pero no debo rechazar ninguna invitación de ese hombre, porque en cada evento que realice, seguramente se reúne con sus secuaces. Se que ellos solo son unos peones de los más grandes. Tenemos que llegar al fondo de los verdaderos lideres de la mafia, esos que visten de corbata, que están detrás de una oficina o vestidos de uniforme. Son a esos que debo conocer para poder acabar con estos peones.

Me coloco una cómoda bermuda de jean, perfecta para pasar un día caluroso en la feria. Encima, me coloco una camiseta blanca de algodón, lo suficientemente holgada como para ocultar el arma que llevo debajo. Finalmente, me calzo unos deportivos y remato el atuendo con una gorra para protegerme del sol.

Odiaba tener que fingir ser alguien que no era, pero era necesario para poder recopilar la información que necesitaba para desmantelar su red de narcotráfico.

Salgo de mi suite y me dirijo a la feria.

—¡Ander, mi amigo! Me alegro de que hayas podido venir. Hoy vamos a disfrutar de un gran espectáculo.

A su lado se encuentra Tory, quien mastica un palillo, el mismo con el que limpia sus dientes. Que desagradable ese tipo, podría vomitarme en la cara con sus actitudes asquerosas. No vi a Constanza, seguramente no vino. Y no sé porque tenía que buscar a esa mocosa con la mirada.

Nos dirigimos juntos hacia la arena del rodeo, donde los vaqueros se estaban preparando para la competición. El ambiente es electrizante, con el rugido de la multitud y el olor a cuero y sudor llenando el aire.

Mientras me acomodo, logro ver a Constanza, está entre los jinetes. A parte de mover bien ese trasero, también sabe montar. Al menos imagino, ya que está dentro.

Constanza monta su caballo, un precioso ejemplar negro, y se dirige hacia la pista. Observo su destreza sobre la montura mientras guía al animal a través de los obstáculos con una precisión asombrosa. Salta vallas, domina al caballo en los giros más cerrados y mantuvo el equilibrio incluso en las caídas más bruscas.

El rodeo continúa con una serie de fascinantes competiciones. Los vaqueros demuestran su destreza en el manejo del lazo, la doma de caballos salvajes y la lucha contra los toros más feroces. La adrenalina fluye por mis venas mientras observo estos hombres arriesgar sus vidas por un deporte que parece formar parte de la misma esencia de Texas.

Cuando finalmente termina el evento, Alfred se acerca a mí con una sonrisa satisfecha.

—¿Qué te ha parecido, Ander? ¿Has disfrutado del espectáculo?

—Bueno —respondo, porque soy de pocas palabras.

—¿Ya habías venido antes?

—La verdad es que no. No pierdo mi tiempo en tonterías.

—¿Tonterías? ¿En serio esto te parece una tontería?

—Si —digo sin titubeos—, me parece una estupidez que unos cretinos monten un toro y un caballo cuando hay mejores cosas que montar —se ríe porque imagina de lo que hablo, lo que no imagina es que a quien quiero montar es a su hija.

—Cada uno tiene su pasión como nosotros tenemos la nuestra, querido amigo. ¿Tienes algún tipo de deporte que te apasione?

—No tengo ninguno, más que mis negocios —digo mirando a Constanza que se aleja con el caballo.

—Pero ese no es un deporte, es un trabajo.

¿Trabajo? Si claro, gran trabajo—. Para mí es un deporte.

La conversación termina ahí. Salimos de ese sitio para ingresar al club cercano, donde hay unas grandes piscinas, como si fueran de atletas. Cuando veo a Constanza vestida en traje de baño el cual le luce espectacular, incluso, se coloca unos anteojos y se coloca en posición para nadar.

—Mi Cons tiene amor por muchos deportes. Baila, cabalga y nada, entre otros más. Me gusta dejarla hacer lo que le apasiona, porque al final del día, es lo que es, mi hija, la hija de Alfred Morris, y su destino es ser la perra de la mafia.

Qué bueno que reconoce que la hija es una m*****a perra.

Finjo prestar atención a todo lo que dice, pero en realidad, estoy que me como a su hija con la mirada.

Por un instante desaparece, se pierde de mi vista, asegurando que va por unos refrescos, pero lo cierto es que fue a reunirse con alguien a quien acababa de ver. Yo aprovecho para alejarme de ese lugar, porque lo que ahora veo es al hijo de Alfred nadando y, tiene un cuerpo de asco. No sé si sus piernas son brazos, sobre todo, parecen patas de tenazas.

Miro a los costados, percatándome que no me sigan. Ingreso a los vestidores. Esto esta silencioso, no veo a nadie. Voy hasta el fondo, miro a los costados y no hay nadie. Cuando estoy por girarme, pregunta.

—¿Qué se le ha perdido, señor Cooper? —giro apenas la cabeza. Veo sus tetas cubiertas con su largo cabello, bajo un poco la mirada y está totalmente desnuda. Me apunta con una diminuta arma— Levante la mirada —dice cuando me giro— ¿Qué hace aquí?

—Usted que cree —doy un paso y ella no recula. Doy otro y sigue ahí. Cuando escucho voces la agarro y la meto hacia uno de los cubículos, la apego a la pared pensando que es su padre o el hermano, no obstante, es una parejita que se ha metido a follar.

La mujer grita, pide más y, nosotros solo nos miramos. Constanza levanta el mentón, su respiración y la mía se mezclan, cuando siento sus manos buscar entre mi pretina, se las agarro y las apego contra la pared sobre su cabeza. Su pecho sube y baja, tiene la respiración acelerada y, cuando una de mis piernas separa más sus pies, presiona los labios.

—Buena cabalgada, señorita Morris. Sabe bailar, cabalgar y, nadar. Me pregunto qué otras habilidades, tiene.

—Muchas —musita cerca, muy cerca de mis labios—, entre ellas, lograr que cientos de pollas se pongan dura, como la suya.

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