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Con que policía, ¿no?

POV DE MICHAEL.

Al salir le hago seña con el dedo a Andrea y digo—. Michael no está aquí —ella frunce el ceño, pero no reprocha, solo baja su mirada por mi cuerpo. recojo mi camisa y mis pantalones para seguido colocármelos, mientras lo hago llego a ella, la tomo del brazo y le saco de la suite.

—¿Qué haces aquí? —inquiero mirando hacia atrás, percatándome que no salga la que está dentro.

—¿Estás con alguien? ¿Por qué dices que Michael no…? —regreso la mirada a Andrea y asiento, antes de que termine la pregunta, digo.

—Vete, no tienes que estar aquí, no tienes que volver.

—Pensé que… podríamos hablar.

—No hay nada de qué hablar. Lo nuestro ya fue, ya se terminó —me giro cuando escucho a Constanza detrás.

—¿Interrumpo? —al verla Andrea niega. Agradezco infinitamente que no esté uniformada, pero si Constanza se pone a investigar, podría saber que es policía. Joder, podría descubrir que yo lo soy, por ello me apresuro a echarla.

—No, no interrumpes, ella ya se iba ¿verdad?

Andrea asiente con una sonrisa que claramente se nota que es forzada. Se traga cualquier palabra que quisiera decirme. Se gira y acelerando el paso se marcha. Suspiro profundo y regreso la mirada a Constanza cuando me habla.

—¿Quién es? ¿Por qué preguntó por un tal Michael?

—Sin cuestiones. Esto solo es sexo, no tengo porque darte explicaciones —digo ingresando—. Ahora vete.

—Ok, señor amargura —recoge sus cosas y se va.

Al quédame solo, lleno una copa de whisky y la bebo de un solo reteniéndola por un segundo en mi boca. Andrea es una amiga, alguien muy especial, con quien me enredé, pero todo terminó, desde entonces he preferido mantener lo laboral separado de lo sentimental, porque eso solo trae problemas y distracción en el trabajo. Además, que mientras tenga mi venganza atravesada en la garganta, no podré ser feliz con nadie. Absolutamente con nadie.

Haré justicia. No descansaré hasta ver destruido el imperio de los Morris, más, ver como Alfred Morris se pudre en la cárcel.

Semanas después me encuentro sentado en una pequeña sala de reuniones, mirando fijamente a los otros tres hombres que me acompañan. Son mis superiores, los líderes de la organización secreta para la que trabajo como agente encubierto.

Todo está en silencio por un momento, hasta que el hombre mayor, al que llamo «jefe», comienza a hablar.

Mientras voy hablando, puedo ver cómo los otros dos hombres, toman notas y asienten con seriedad. Cuando termino, el jefe se recarga en su silla y suelta un suspiro profundo. Jackson, el analista, dice.

—Señor, hemos revisado los antecedentes de estos individuos. Según nuestros registros, tienen un total de 47 delitos comprobados entre los cuatro principales líderes —Diogo, el experto en inteligencia, agrega.

—Y eso es solo lo que hemos podido comprobar.

—Esto es algo que ya lo sabíamos —hace una pausa y me mira directo a los ojos—. Necesitamos más pruebas, más información —me mira atentamente—. No te centres en coger con la hija de Morris —dice y tenso la mandíbula—, céntrate en ellos, no te desvíes del objetivo principal.

—¿Me vigila? —sonríe y eso solo me pone furioso— Señor, deje que haga mi trabajo a mi manera, pero por favor evite vigilarme, porque no trabajo bien bajo presión. Es cierto que conocíamos algunos de esos rostros, pero ahora tenemos más de lo que teníamos. Pronto, me ganaré la confianza de ellos, haré que se destruyan entre sí —me levanto para irme y los otros acotan.

—Ten cuidado con la hija de Morris, evita caer en su en canto, esa mujer es peligrosa.

—Ella sabe cómo envolver a los hombres.

—Gracias por sus consejos, pero, sé lo que hago.

Me despido y salgo. Al llegar a la suite de la discoteca emprendo una exhaustiva revisión y encuentro algunos micrófonos ocultos.

M****a. ¿Quién se cree para hacerme esto? ¿Es que no confían en mí?

Doblo la vigilancia en la entrada de mi suite. No permitiré que vuelvan a llenarme de mierdas. Voy a la oficina del jefe y lanzo los micrófonos en su escritorio. Se me queda viendo con los ojos achicados.

—No quiero que vuelva a colocar micrófonos en mi suite. Si quiere que trabajemos juntos, debe confiar en mí.

—Confío en ti, sé que tu sed de venganza no te hará desistir —mira las cosas sobre su escritorio y asegura—, eso no lo puse yo. Jamás he ido o enviado a alguien a ese lugar.

—¿No lo puso usted?

—Te vigilo, no te escucho. Son cosas muy diferente.

Me quedo en trance, haciendo cabeza de quien podría ser y, solo se me ocurre una persona. M*****a, es más astuta de lo que pienso. Pero ¿Cómo?, ¿cuándo lo hizo? ¿Qué habrá escuchado? No recuerdo haber hablado en ese sitio de mis planes. Más que solo haberle corregido a Dreer mi nombre falso.

M*****a sea, esa perra sabe quién soy, no exactamente lo que soy, pero sabe que tengo otro nombre.

Salgo sin decir nada. Acelero el paso y mientras manejo pienso en que tiempo podría haberlo puesto. Debió ser cuando estaba fuera. Si, esas dos semanas que estuve fuera de Dallas.

Llamo a Dreer para reunirnos. Al llegar lo tomo de la camisa y lo sacudo—. ¿Qué hacías cuando esa perra llenaba mi suite de micrófonos?

—¿Mi-micrófonos, dices? No tengo idea de que me hablas —lo suelto dejando salir el aire.

Ya no tiene sentido reclamar, sé perfectamente quien lo hizo. Por suerte ese lugar solo lo uso para follármela. No hago ningún tipo de reunión con nadie. Lo que si lamento es que haya descubierto mi nombre. Me como m****a de haberla subestimado.

Por la noche llega y, le cojo duro. La tengo arrodillada con mi falo destruyendo su garganta. Sostengo su cabeza, la empujo fuerte hasta hacerle tragar mi leche. Seguido la levanto de los cabellos y grita, aplaco su grito con un beso devorador. Caemos a la cama y la empotro, fuerte, como le encanta. Porque sé que le encanta el sexo salvaje.

Me devoro su cuello, sus tetas, cada puto centímetro de su piel. Levanto sus piernas, entro en ella, salgo, vuelvo a entrar. Le abro las piernas, me clavo en su sexo y pruebo de ella. abro sus pliegues y paso la lengua en su abertura. La punta de mi lengua se mueve sobre su clítoris. Grita, rasga mis brazos y se prende de mis cabellos, me apega a su vagina y la mordisqueo sacándole más de un grito.

Es toda una leona, me encanta, me fascina, es la única de entre todas las que he tenido que me sigue el ritmo y, eso es de admirar, porque soy un maldito maniático en el sexo. Siempre, siempre me ha encantado rudo. El dolor y el placer mezclado es lo máximo.

Subo, la penetro, me hundo en ella, salgo, vuelvo a hundirme, una, dos, tres, cuatro veces mientras presiono su cuello. Veo su rostro enrojecer, pero le sigo dando hasta que exploto de nuevo dentro de ella. Le aflojo cuando está casi que ahogada.

—¿Estás bien? —le pregunto al recostarme a su lado. Tras toser me asegura que sí. Seguido se acerca, intenta tocarme, pero le alejo las manos.

—Pusiste micrófonos en mi suite —no pregunto, la acuso— ¿Para qué? —me sonríe, no se niega la muy descarada.

—Quería ver si me eras infiel —me río entre dientes por su estupidez. Su mano recorre la división de mis pectorales, se la detengo con un apretón.

—¿Para qué? ¿Qué buscas de mí?

—Señor Cooper, busco lo mismo que usted en mí —respiro, esta perra es más inteligente de lo que parece.

—No busca nada más que regarme en ti, promoverte leche, la cual te encanta.

—¿Seguro? —asienta la barbilla en mi pecho. La miro a los ojos, esos encantadores ojos que embrujan. Es hermosa, muy hermosa, una diosa, la cual me prende con solo mirarme, con solo tocarme.

Mueve sus labios y solo quiero morderlos, aplastarlos en los míos—. No fui yo el que ha ido en su búsqueda, señorita Morris, por lo tanto, no busco nada más en usted, que esto —le beso con violencia.

Muerdo sus labios, invado su boca y subo sobre ella nuevamente—. Esto —empujo, gime. Vuelvo a empujar—, sexo. Solo sexo —empujo, atrapo de nuevo sus labios. Muerdo, estiro, invado como una aspiradora de su boca. Me trago sus jadeos mientras se sacude debajo de mí. Mi cuerpo resbala sobre el suyo. Su vagina está tan humectada que mi pene resbala sin control.

Sus uñas se clavan en mis espaldas y vibra debajo de mí— ¡Dios! —gimotea.

—Dios no, Michael —le digo y se aferra a mí. Sabrá mi verdadero nombre, pero nunca, nunca sabrá quién soy en realidad.

En los siguientes meses cogemos como dementes, en cada sitio que nos encontremos. En su casa, en la casa de cualquier narco. En el club, en la playa, en mi suite, en los moteles que se nos apetezca. Es irresistible verla y no cogerla. Carajo, esta mujer es exquisita.

La tengo contra la pared, en el baño de un club, chupo de su teta, me empujo con fuerzas. Cuando susurra al oído—. ¡Te amo! —me detengo, la miro a los ojos. Ella toca con su mano mis labios y musita— ¡Te amo, Michael! —le sonrío y vuelvo a besarla. Invado su boca con mi lengua. Desde la nunca la apega más a mi boca como su quisiera exprimirla. ¡Te tengo, perra!

Desde las piernas la elevo saliendo, segundos después la suelto enterrándome en ella. Se aferra a mis hombros, muerde mi oreja y respira pesado. Vuelvo a alzarla y hundirme con fuerzas hasta que la lleno con mi esperma. Gruño en su boca.

Salgo de dentro de ella, acomodo mi pantalón mientras sube su vestido. Mientras me lavo las manos y el rostro, me observa, a través del espejo la veo.

—¿Sales primero o lo hago yo?

—Ok, vete —se acerca a la puerta y la abre quedándose detrás. Le echo una última mirada y me voy de prisa. La puerta se cierra detrás de mí con un golpe fuerte. No regreso a ver, me alejo lo más rápido que pueda. En el camino me encuentro al imbécil de Tory.

—¿Dónde estabas, Cooper?

—En el baño —se ríe. Está drogado el miserable.

—Vas mucho al baño, será que sufres de la próstata —se ríe como un maniático—, en cada reunión siempre estás en el baño. ¿Por qué Cooper? Será que —se acerca a hablar y, su aliento a alcohol me sabe a mierda—, será que entras a estirarte el ganso —presiono los dientes y lo empujo suave para poder respirar aire bueno y no contaminado con su aliento—, sabes, yo también solía hacerlo, pero desde que supe de los Turner, dejé de hacerlo.

—¿Los qué? —ese apellido me resulta muy familiar, aunque hay cientos en el mundo, solo conozco una historia de unos Turner que son capaces de todo.

—Los Turner, son dueños de una agencia de modelaje, estás prestan sus servicios a personas de las grandes elites, como nosotros. En un par de ocasiones he disfrutado de esas hermosuras.

—¿Y dónde queda esa agencia? —se calla por unos segundos.

—No te lo diré —infeliz—, son temas que no se pueden revelar —se va tambaleando, dándome una información a medias, pero yo me encargaré de averiguar. Al día siguiente desaparezco para sumergirme en una completa investigación. Mi padre nunca me dijo donde podía encontrar a esos Turner, pero ahora ya sé de dónde provengo. Tuve que ir al pasado para poder encontrar una fotografía de mi abuelo y Gonzalo Turner. Gonzalo Turner, el fundador de aquella agencia y, estoy segura de que es de esta de la que habló Tory. Aunque me tardé meses, encontré lo que buscaba.

Salgo del registro, llego a un restaurant para encontrarme con Constanza, tengo meses que no la veo, porque al igual que yo desaparezco, ella también suele desaparecer. Cuando salgo del coche para adentrarme al local, me encuentro con Andrea. Observo a un lado y a otro cuando ella se acerca.

—Aléjate —le digo, porque en cualquier momento llegará ella o quizás ya esté adentro.

—No pensé que mi presencia y cercanía te afectara tanto —ella no entiende que me puede meter en un problemón ya que anda con el uniforme—. No te lastimé nunca, Michael. Fuiste tú el que me pidió tiempo, pero luego te encuentro con una mujer en ese lugar.

—Nunca te pedí tiempo, fuiste tú la que dijiste que me lo dabas cuando ya te había dicho que lo nuestro se acababa.

—Como sea, jamás te lastimé y no entiendo porque reaccionas así cada vez que me ves —me quedo helado cuando Constanza aparece a un costado.

—Con que policía ¿No?

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